Por Ana María Sanhueza Noviembre 6, 2014

El día que lo detuvieron, mientras iba con sus manos esposadas y flanqueado por dos funcionarios de la PDI rumbo al Centro de Justicia para ser formalizado por abuso sexual de menores dentro del Colegio Evangélico Esjelaví de La Pintana, el profesor Waldo Olave Lizama (49) tomó una decisión: no bajaría su cara pese a que varias cámaras de los canales de TV lo filmaban para sus noticiarios. Estaba desesperado, desconcertado, pero aún así creyó que peor era esconderse.

Recordó en ese momento que cada vez que veía esa misma imagen por televisión, los imputados solían taparse la cara. Pero no pensó que su hija de 10 años, la misma edad que tenían seis de las ocho niñas que lo denunciaban, podría ver el noticiario. Fue lo que ocurrió horas después.

Era junio de 2012, el año en que estallaron decenas de denuncias, entre ellas, una emblemática: el caso Hijitus.

En ese contexto, esa mañana los titulares de muchas noticias destacaron su caso, algo que aún puede encontrarse al escribir su nombre en Google: “Profesor es formalizado por presunto abuso a dos menores”. Pero otros medios agregaron una frase que hoy cobra más sentido que nunca para Olave: “Profesor imputado por abusos sexuales alegó inocencia y acusó persecusión”.

Eso fue lo que intentó probar durante los más de dos años que se prolongó su causa. Un período en el que  vivió bajo sospecha y perdió su trabajo tras un juicio laboral -sin indemnización y “por falta de probidad y conductas inmorales”- aún antes de que se fallara su causa penal.  También pasó por un primer juicio, en el que fue condenado a cinco años de cárcel por abuso sexual de cuatro de las ocho niñas, y luego, tras su anulación, fue absuelto en octubre pasado de todos los casos en votación unánime -con las mismas pruebas-por el Sexto Tribunal Oral en Lo Penal de Santiago.

El fallo fue demoledor no sólo para la Fiscalía Sur, que había pedido 15 años de cárcel, sino también para las sicólogas que hicieron los peritajes con la metodología Cavas-Inscrim, en la que se basan la mayoría de estos casos. De hecho, el tribunal consideró “no confiables” y “contradictorios” los informes de credibilidad.

Los jueces también catalogaron de “ilógicas” las acusaciones contra Olave, a quien se le imputó tocar las piernas, caderas, cinturas, hombros, glúteos, y besar las caras cerca de la boca a las menores en dos espacios públicos: primero a seis niñas de quinto básico en una sala de clases (eran las únicas mujeres de un curso de 18 alumnos), mientras le mostraban sus tareas frente a sus compañeros. Quince días después, y cuando los rumores se habían esparcido, se sumaron otras dos niñas de tercero que participaban de una clase al aire libre frente a testigos que siempre afirmaron lo contrario. Pero fueron tomados en cuenta en el segundo juicio.

“Resulta ilógico pensar que una persona sobre la que ya pesa una denuncia colectiva de abusos sexuales (…), sobre la que se dirigen miradas incriminatorias de la directora, sostenedores, profesores, inspectora, apoderados y estudiantes (…) cometa una nueva fechoría en un tiempo cercano, en el mismo colegio y en un espacio tan público y transitado como lo es la cancha de aquel establecimiento”, dice la sentencia.

De hecho, tan adverso estaba por esos días el ambiente en el colegio, con rumores que hablaban incluso de la violación de una alumna-un hecho que nunca fue llevado a juicio-, que un grupo de niños planeaba golpear con palos y vidrios al profesor. “La gran mayoría de ellos actuó por sicosis colectiva. El problema es que la dirección nunca frenó esa situación a pesar de que lo solicité. Dije: ‘si no lo hacen por mí, háganlo por el colegio y por los niños’”, critica hoy Olave.

EL “MEJOR PROFESOR”
Waldo Olave (casado con una parvularia, dos hijos) entró a trabajar en 2004 al Colegio Evangélico Esjelaví. Rápidamente se convirtió en uno de los mejores profesores, por lo que varias veces fue felicitado en público. Se especializó en  los cuartos básicos. De hecho, su peak profesional fue en 2007, cuando en el Simce de Lenguaje y Matemáticas, su curso destacó entre los colegios de la comuna. “Una de las sostenedoras incluso llevó una torta para celebrar”.

Cuando Olave llegó al colegio, se dio cuenta de la precariedad de las instalaciones. Dice que por eso gestionó que fueran los propios niños los que fabricaron las cortinas y cojines para la sala. También, vendiendo dulces, rifas y café junto a los apoderados, compraron percheros, un interruptor de luz y un librero. Pronto, sumaron un televisor y un equipo de música. “Yo entendía que una sala armoniosa apuntaba a lograr mejores aprendizajes. Los niños se sentían cómodos y agradados para ir a estudiar”, dice.

Olave, a quien le llamaban el profesor Waldo, también puso reglas: enseñó a los estudiantes a levantar la mano cada vez que querían hablar. También se hizo conocido por ser estricto, tanto en las notas como en la disciplina. Hacía formarse a los alumnos en fila antes de entrar a la sala. Y mientras los niños lo saludaban con un apretón de mano, las niñas lo hacían con un beso en la mejilla, un hecho que cinco años después sería ventilado en sus dos juicios como una conducta sospechosa. Esto, pese a que era una práctica común entre los docentes, según estableció el fallo.

“En este tipo de colegios se dan relaciones afectivas entre profesores y alumnos, porque los niños traen muchas carencias. Y así era interpretado por todos. De hecho, era iniciativa de las niñas el saludar al profesor de beso en la mejilla, mientras los varones lo hacían con un apretón de manos”, cuenta.

Waldo Olave también llegó a ser uno de los docentes más cercano a los sostenedores, pese a que nunca profesó la religión evangélica. Una relación que, explica, cambió radicalmente cuando se convirtió en dirigente sindical, y terminó no sólo con su despido, sino en hostigamiento laboral. Los magistrados también se pronunciaron al respecto: “En concepto de estos jueces quedó sobradamente acreditado que tal hostigamiento existió”.


Waldo Olave dedicó los últimos dos años a su defensa. Hoy no sabe cómo rearmar su vida.

LAS ACUSACIONES
La primera vez que Waldo Olave fue despedido del colegio fue en 2011. Pero fue reintegrado tras ganar un juicio por prácticas antisindicales: tenía fuero. Era noviembre, quedaba poco menos de un mes de clases y le asignaron una tarea que hasta hoy le llama la atención: reforzar en las cuatro operaciones básicas de matemáticas a seis alumnas de cuarto básico a quienes nunca les había hecho clases. Recuerda que, curiosamente, el taller era en la biblioteca, en el segundo piso, donde concurrían muy pocas personas, y uno de los escasos lugares -dice Olave- donde había cortinas.

Pero apenas inició el taller, se dio cuenta que las niñas conocían bien las operaciones. “También me llamó la atención que ellas tuvieran una conducta temerosa hacia mí más allá de lo común, algo que entendí durante el juicio, donde ellas mismas revelaron que le tenían miedo al profesor Waldo por lo que se decía de él en el colegio, donde se había denostado mi imagen durante el 2011”.

En marzo de 2012 Olave volvió al colegio en condiciones muy distintas. No le dieron ninguna jefatura, no lo sumaban a los consejos de profesores y, por primera vez, le asignaron hacer clases de diversas materias a cursos de primero a octavo. Una de esas secciones resultó ser un quinto básico, donde se reencontró con las seis alumnas del taller de reforzamiento. Fueron las mismas niñas quienes después lo acusarían de abuso sexual en la sala de clases: decían que  las manoseaba con una mano mientras con la otra revisaba su tarea. Todo ello, supuestamente, en presencia de sus compañeros.

Olave intentó frenar la situación. Pero ya era tarde: los apoderados -una de las madres trabajaba dentro del colegio- se habían reunido la noche anterior e interrogaron insistentemente a sus hijas. Al día siguiente, frente a la directora, le enrostraron los hechos. “Me dijeron: ‘Usted intentó besar a mi hija; usted quiso darle un beso a mi hija; ¿por qué usted abraza a mi hija?; mi hija me contó que usted le hizo cosquillas en el cuello; mi hija me cuenta que a usted le tiene miedo’. Les expliqué que esto era falso y que la situación me extrañaba, ya que hasta ese momento las niñas siempre se mostraron afectuosas, jamás distantes. Pero los apoderados siguieron reafirmando sus acusaciones sin que la directora interviniera en el conflicto”, recuerda Olave.

De hecho, en un procedimiento poco habitual en estos casos, Olave concurrió junto a la directora, el profesor jefe de ese curso y los apoderados, a la sala para preguntar a los alumnos “si habían visto alguna conducta extraña en mí”. Mientras los hombres del curso respondieron que no, las alumnas -menos una- reafirmaron sus dichos.

Hasta ese momento, Olave no había caído cuenta en lo que venía. “Estaba tranquilo pero preocupado”, recuerda. Cuenta que él mismo pidió dejar de hacer clases en ese curso hasta que se aclarara la situación. Pero dos semanas después, y mientras hacía una clase en la cancha del colegio para evitar suspicacias y bajo la mirada de otras profesoras, dos niñas de tercero básico lo acusaron de tocarle los glúteos. Minutos antes, un compañero había grabado al profesor con el teléfono, video en el que según su defensa -los abogados Carolina Alliende y Gonzalo Hoyl- no sólo no había imágenes de los hechos, sino que tampoco fue periciado en el juicio.

LA DETENCIÓN
Días antes de que se concretara su formalización, Olave fue a declarar voluntariamente a la PDI. Pero le dijeron que había que esperar a la fiscalía. Eso, hasta su detención. “Nunca voy a olvidar cuando estaba en el subterráneo del centro de justicia y los detenidos empezaban a preguntarse entre ellos por qué estaban allí. Yo estaba vestido formal, de profesor, y eso les llamó la atención. También mi forma de hablar. Cuando me tocó responder, uno de ellos me dijo: ¿sabes lo que hacemos a tipos como tú en la cárcel? Fue espantoso”.

En abril Olave fue condenado a cinco años de cárcel por abuso sexual de cuatro de las ocho niñas. Pero seis meses después, tras un recurso de nulidad, fue absuelto. Entre los testimonios a su favor, además de tres profesores, dos ex directoras y una ex sicóloga del colegio, contó con el de dos alumnos: ambos declararon haber escuchado a las denunciantes que “acusarían al profesor de tocaciones porque yo les caía mal y querían que me echaran. Pero a mí me parece inconcebible que un menor de esa edad, para deshacerse de un profesor que no le agrada, piense por sí solo en acusarlo de tocaciones, a menos que haya sido inducido”.

Pero, a la luz de los hechos, más inconcebible parece aún que Olave pasara por dos juicios. “Recuerdo que al principio, como se trataba de acusación tan débil, tan banal, tan liviana, pensé que no iba a tener ninguna repercusión. Confiaba en que el Ministerio Público no iba a seguir adelante y en que las sicólogas peritos del Cavas iban a detectar la falsedad. Pero nada de eso ocurrió. Ésas fueron las primeras señales de que las instituciones no estaban funcionando. Yo creo que faltó criterio de parte del Ministerio Público de haber discernido qué tipo de caso era éste”.

De hecho, sólo el segundo tribunal que vio su caso prestó atención a un testigo, un apoderado del colegio que es considerado clave por Olave: “En el juicio él indicó que escuchó a la directora instruir a dos de las niñas para hacer una acusación en contra el profesor. La motivación era despedir a una persona con fueron sindical”, explica.

“En estos casos uno se siente como el jamón del sándwich. Hay un organismo que te está defendiendo como puede (la Defensoría Penal) y hay otro organismo (el Ministerio Público) que como puede te está tratando de condenar. Al final, no importa si uno es inocente o no”, dice el profesor.

Hoy Olave no sabe cómo rearmar su vida. “Empecé a hacer clases por amor a los niños y ahora les tengo miedo. Pero no soy la única víctima en este caso, las niñas también lo son. Aquí hubo inducción hacia ellas y eso quedó demostrado”.

Y añade: “Después de lo que me pasó, cada vez que veo un caso de abuso sexual, dudo. No es que no existan abusadores, pero me asalta la duda de cómo se tratan estos casos. Sé que son difíciles de probar y manejar, pero eso obedece a la falta de experiencia y preparación de mucha gente que trabaja en estas causas. Uno se siente en la indefensión total frente al sistema”.

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