Por Ana María Sanhueza Junio 5, 2014

© José Miguel Méndez

Arriba, en la foto: Gabriel Droguett entró a la USACH vía Propedéutico. Sacó promedio 6,5 en Bachillerato. Es uno de los mejores alumnos de Ingeniería Civil Eléctrica.

El primer experimento que hizo la USACH  fue en 2006, cuando escogió a los ocho mejores alumnos de los cuartos medio del Liceo Industrial Presidente Pedro Aguirre Cerda de Rancagua  para estudiar directamente Ingeniería. El resultado fue desalentador: a los dos meses sólo quedaban dos de ellos en la carrera.

“Al comienzo me sentía en desnivel. Ellos sabían hablar y hacer exposiciones, sobre todo los que venían de liceos emblemáticos. En cambio, yo no sabía leer, o más bien no sabía comprender lo que leía. Era muy estresante al principio, sobre todo Filosofía”, cuenta Camila Herrera.

El jueves 29 de mayo, mientras la presidenta Michelle Bachelet anunciaba la implementación del Programa de Acompañamiento y Acceso Efectivo (PACE) para la educación superior en La Moneda, entre el público asistente tres estudiantes de la USACH escuchaban atentas su discurso. Eran las hermanas Ángela (23), Elisa (22) y Camila (20) Herrera Toro, quienes ingresaron años atrás a sus carreras a través del Propedéutico, un sistema alternativo a la PSU que permite que los mejores alumnos de liceos de alta vulnerabilidad puedan llegar a la universidad.

Ángela, Elisa y Camila estudiaron en el Complejo Educacional Pedro Prado de la comuna de Lo Prado, y aunque su promedio de notas de enseñanza media superaba el 6,4, es decir, fueron parte de las mejores de su promoción, su puntaje en la PSU bordeaba los 500 puntos. Sin embargo, llegaron a la universidad a través del Propedéutico, que desde el año 2007 ha permitido que el 10% de los mejores alumnos de once liceos vulnerables de la Región Metropolitana y Rancagua, accedan a la USACH. Pero el ingreso no es directo: a partir del segundo semestre de cuarto medio deben ir a  clases los sábados de Lenguaje, Matemática y Gestión Personal y sólo los que aprueban los ramos con un 100 % de asistencia ingresan primero a Bachillerato y luego compiten, como cualquier alumno que entró vía PSU, por un cupo en una carrera.

En 2009, dos años más tarde, el Propedéutico fue emulado por varias otras universidades, como la Cardenal Silva Henríquez y Alberto Hurtado. Y poco a poco se han ido sumando otras instituciones, entre ellas la Universidad Técnica Metropolitana (UTEM), la Católica del Norte y de Temuco, la de Antofagasta, la de Los Lagos y la Austral campus Patagonia, entre otras. Y a partir de 2013, a la lista se agregaron la Católica de la Santísima Concepción, la Federico Santa María, la de Magallanes y la de Valparaíso. Hoy son 15 las que se han adscrito al sistema.

Siete años después de este “experimento” que partió en la USACH con el apoyo de la Unesco y de la mano de los profesores Francisco Javier Gil, Máximo González y Jaumet Bachs, entre otros, el gobierno convirtió al PACE en su primer plan piloto y como la tercera medida en educación en sus primeros 100 días. De hecho, convocó a Gil y a Bachs, quien estaba en la Fundación Equitas y ha participado en el Propedéutico Usach desde sus inicios, a asesorar al Mineduc especialmente para el proyecto.

La base del PACE, que partirá en cinco regiones, es muy similar al Propedéutico, pero con una mayor cobertura y años de preparación de los escolares. En su primera etapa asegura un cupo de ingreso a las universidades a partir de 2016 para 1.138 alumnos -de un universo de 7.583 candidatos que cursan hoy tercero medio- que sean parte de 15%  superior del ranking de notas dentro de su establecimiento,  que provengan de 67 colegios de todo el país que tengan un Índice de Vulnerabilidad Escolar  (IVE) del 83% y que jurídicamente no permitan el lucro.

También tiene las mismas materias de apoyo a los estudiantes que el Propedéutico. Pero con una diferencia: el acompañamiento a los escolares se dará a partir de los primeros años de enseñanza media y no en el último semestre de cuarto, como ocurre hoy.

Si bien en julio de 2014 el PACE partirá con los terceros medios, el 2015  integrará a alumnos de cursos inferiores. Esto, a fin de que cuando ingresen a la educación superior, sus falencias no sean tan notorias con respecto a quienes viene con una mejor base académica, algo que ha ocurrido en varios casos del Propedéutico, pues en general al comienzo sus notas son más bajas que las de sus compañeros.

Pero de a poco esa situación se revierte y suben sus notas. “Una buena prueba de que la PSU no es un índice de éxito,  es que el promedio de titulación de los alumnos de universidades del Consejo de Rectores  (CRUCH) es del orden del 50%. En cambio, si bien recién hay una primera generación de Propedéutico que egresó de la USACH, la retención de los estudiantes es del 61%, lo que quiere decir que el mérito escolar en contexto es un mejor indicador de éxito que la PSU”, dice Máximo González, director de pregrado de la USACH y del Programa Propedéutico.

El 2015, el PACE sumará  330 colegios para 3.000 cupos, y el 2017, 834 colegios para 13 mil cupos. Aunque la rendirán, la PSU no será requisito. “Ya se sabe que tienen motivación, facilidad y gusto por el estudio superiores a la media nacional”, explica Gil, quien es profesor de la  USACH y la UC.

ENSAYO, ERROR
El primer experimento que hizo la USACH con un sistema de ingreso alternativo fue en 2006, cuando escogió a los ocho mejores alumnos de los cuartos medio del Liceo Industrial Presidente Pedro Aguirre Cerda de Rancagua (LIPPAC) para entrar a Ingeniería, independiente del puntaje en la PSU. El resultado fue desalentador: a los dos meses sólo quedaban dos de ellos y hoy sólo uno sigue en la universidad, pero se cambió a Licenciatura en Ciencias de la Actividad Física.

“Esa experiencia nos ayudó a aprender mucho. Los chiquillos eran de provincia y se sentían solos.  Nos dimos cuenta que era necesario hacer un acompañamiento previo, tanto personal como de contenidos”, explica Máximo González.

Entonces cambiaron de estrategia. Y un año después, en 2007, la USACH partió con el primer Propedéutico, y en 2008 ingresaron 46 alumnos. Con ellos, y con las siguientes generaciones, se hizo el acompañamiento que no tuvo el grupo del L IPAC, con clases los sábados durante cuatro meses y luego, con los seleccionados, un curso intensivo de matemáticas durante tres semanas de enero que los preparaba para las primeras clases de Bachillerato. Un incentivo es que la nota que obtienen se homologa al primer control que tengan en la universidad.

Esa primera generación tenía un promedio PSU de 438 puntos, una cifra que ha ido subiendo, pues al 2013 el último grupo que entró a la USACH obtuvo 549 puntos, algo que según Gil y González demuestra que los alumnos de los liceos que han sido parte del proyecto se han motivado a estudiar más  ante la posibilidad de acceder a la educación superior.

“Hay que considerar que estos alumnos provienen de colegios en que sus estudiantes no ingresan a la educación superior. En 2013, en Chile hubo 347 colegios que no dejaron ningún alumno en la universidad, y con certeza hoy sabemos que entre esos establecimientos hay muchos con capacidades. Porque la inteligencia está distribuida homogéneamente en todos los sectores de la sociedad”, dice Máximo González. 

Y agrega: “Estos estudiantes no ingresan  a la universidad porque son pobres, sino porque son inteligentes. Han aprovechado al máximo lo que les entregó su colegio, independiente de cómo hayan sido sus contenidos”.


El profesor Máximo González dirige el Programa Propedéutico desde  2007.  Al lado, las hermanas Ángela, Elisa y Camila Herrera Toro, estudiantes de la Usach.

LAS FALENCIAS DE LA ENSEÑANZA MEDIA
Ángela Herrera Toro fue la primera de sus hermanas en entrar a la universidad. Aunque en su familia siempre incentivaron a sus hijas a estudiar, Ángela estaba segura que apenas egresara del liceo, debía trabajar para ayudar en su casa. No había otro futuro.

El caso de la familia Herrera es un ejemplo de lo que en la USACH llaman “el efecto del hermano mayor”.  “Si  el hermano mayor de una familia vulnerable entra a la universidad vía Propedéutico, los hermanos menores se ponen en fila. En siete años, tenemos muchos casos así”, explica González.

Ángela y Camila estudian Tecnólogo en Administración de Personal, mientras que Elisa Lingüística Aplicada a la Traducción con mención Inglés-Japonés. Las tres trabajan como empaquetadoras en un supermercado para ayudar a su familia. Y a las tres les va bien en sus clases.

Pero el camino para ninguna de ellas fue fácil, algo que ocurre, en general, a muchos alumnos que ingresan a la universidad vía Propedéutico: sus primeras notas no sólo son muy bajas, sino que al comienzo se sienten en desventaja frente a sus compañeros de Bachillerato debido a las falencias en su enseñanza escolar.

“Hay que tomar en cuenta que en Chile a nivel nacional se cubre alrededor del 60% de los contenidos mínimos de educación media. Y esto se hace más pronunciado en la medida que el Índice de Vulnerabilidad Escolar (IVE) es mayor. Crece el IVE, crece la cantidad de contenidos no cubiertos. Por eso es que la diferencia de puntaje en la PSU que mide cuánto sabe un joven, decrece desde los particulares pagados, particulares subvencionados y los municipales”, dice Francisco Javier Gil.

De esas falencias se dio cuenta, rápidamente, Camila Herrera apenas entró a Bachillerato. “Al comienzo me sentía en desnivel respecto de mis compañeros. Ellos sabían hablar y hacer exposiciones, sobre todo los que venían de liceos emblemáticos. En cambio, yo no sabía leer, o más bien no sabía comprender lo que leía. Era muy estresante al principio, sobre todo Filosofía”, cuenta.

Camila egresó con promedio 6,5 del liceo. Pero no aprendió a redactar sino hasta que llegó a la universidad, donde hoy está al mismo nivel que sus compañeros de carrera y subió sus notas hasta sacarse varios 6. “Recuerdo que jamás aprendí a tomar apuntes. Nos dictaban y nos hacían copiar páginas de un libro. Yo me preguntaba ¿y qué aprendo con eso?”.

Esas falencias de las que habla Camila las conoce muy bien Máximo González, quien las detectó también en sus clases de Matemáticas. Recuerda que al recibir a los alumnos de Propedéutico se encontró con sorpresas. “Muchos estudiantes de cuarto medio no tenían conocimiento de las fracciones ni de los decimales”,  explica. Por ello, la nivelación debió ser regresiva y han tenido que pasar, antes de que entren a la universidad, contenidos de primero y segundo medio.

Pero esos vacíos no sólo se perciben en Matemáticas. Marcela Orellana, directora de Bachillerato de la USACH, cuenta que en la prueba de diagnóstico de Lenguaje, tras un test de redacción, se detectó que los estudiantes “aunque tenían ideas muy interesantes, no planteaban ningún orden en sus ensayos. Son alumnos que vienen con pocas referencias culturales, pero que se superan rápidamente porque son inteligentes”.

Pero hay un punto en el perfil de estos estudiantes que Máximo González le llama resiliencia: como están acostumbrados a ser buenos alumnos desde el colegio, estudian, suben sus notas y se nivelan “hasta hacerse indistinguibles entre sus compañeros”.

Es el caso de Stipf Melillán (20), quien acaba de entrar a Ingeniería Comercial. En su primer control en Matemáticas en Bachillerato se sacó un 1, pese a que en su liceo tenía promedio sobre 6 en el ramo. “Yo el primer año lo di por muerto. Fue muy difícil el cambio, me sentía en desventaja porque no dominaba bien las materias”.

Stipf finalmente reprobó el curso. Pero al segundo año no sólo aprobó Matemáticas. También empezó a sacarse varios 7. “Estudiaba mucho. Me dediqué en un 100% porque era la única manera de no perder el cupo”.

Marcela Orellana recuerda que cuando Stipf reprobó, le pidió que pensara primero por qué le fue mal y luego por qué le fue tan bien. “A las dos semanas, me dijo: nosotros veníamos sin ninguna metodología de estudio. Me contó que él antes sólo podía concentrarse durante 10 minutos, pero que fue desarrollando un método y logró  estudiar. Es un caso emblemático para nosotros”.

Pero no el único caso. Gabriel Droguett fue uno de los mejores promedios de Bachillerato, con un 6,5. Por ello, tenía un cupo asegurado en Medicina, uno de los más codiciados de la universidad. “Pero yo nunca quise Medicina, sino Ingeniería Civil Eléctrica”, dice sentado en la cafetería de la USACH.

Gabriel estudió en el Liceo Industrial Presidente Pedro Aguirre Cerda de Rancagua. Fue uno de los más altos promedios de su promoción y hoy  está  entre los mejores de su carrera.  Recuerda que la primera nota que le entregaron en Cálculo fue un  1,8. “Pero nadie dijo que esto iba a ser fácil. Porque si fuera fácil, esto lo haría cualquiera”, dice.

Sus falencias no sólo estaban al comienzo en Matemáticas, sino también en Filosofía, materia que vio por primera vez en la universidad. Pragmático, entonces estudió el doble y el triple, y al mes ya estaba al mismo nivel que sus compañeros. De hecho, hoy es ayudante de Cálculo 2 en Ingeniería.

Su experiencia en el Propedéutico tampoco le fue difícil. Pero hoy ve la ampliación del PACE con aprehensión: “Es muy buena idea. Pero puede existir el riesgo de que muchos alumnos quieran ingresar a estos colegios porque son más fáciles y asegurarse un cupo en la universidad. A lo mejor no va a ser masivo, pero a más de alguno se le va a ocurrir y el filtro va a estar entre los propios compañeros. Por eso esto tiene que estar acompañado de calidad”.

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