Por Abril 24, 2014

© Roberto Candia

"Los procesos de cambio en las ciudades son más rápidos, y a la planificación le cuesta adaptarse a ellos. Esto se complejiza porque la política también busca retornos de corto plazo, en este caso, electorales, y es bastante miope para liderar procesos de cambio más ambiciosos"

"En los 60 y 70 los arquitectos tuvimos la arrogancia de pensar que podíamos cambiar el mundo, y la realidad demostró ser muy distinta. Hoy sabemos que no puedes desarrollar propuestas sin las personas"

Rahul Mehrotra es el arquitecto más influyente de la India y hoy dirige la Escuela de Diseño de Harvard, donde lidera líneas de investigación relacionadas con el diseño y la planificación de ciudades, una actividad que además desarrolla desde su oficina profesional desde Bombay. Visitó Chile hace unos días, invitado por Centro Rockefeller de Estudios Latinoamericanos de Harvard, como parte de una iniciativa llamada ARTS@DRCLAS Overseas Harvard Faculty Series, que busca traer  profesores a la región para que participen en proyectos con instituciones locales, que en esta ocasión fueron la Universidad del Desarrollo y la UAI.

El caso de estudio fue Calama, que hoy impulsa un plan de recuperación urbana para resolver problemas ambientales y de calidad de vida de larga data. Se supone que hablaríamos de ello, pero el día anterior ocurrió el incendio de Valparaíso y era imposible no centrar la entrevista en este tema, aprovechando la experiencia de Rahul para orientar el proceso de reconstrucción. Antes de ello, las lecciones que podíamos sacar en limpio de esta tragedia fueron un asunto ineludible.

“En muchas partes del mundo se han producido casos similares, especialmente en Latinoamérica y el sur de Asia, y parte del problema es que la planificación se ha transformado en una actividad reactiva, que administra el crecimiento, pero que es incapaz de conducirlo hacia los objetivos que se quieren alcanzar como sociedad”, explica. “Conducir implica tener capacidades para detectar riesgos, anticipar lo que puede ocurrir y diseñar soluciones que reduzcan la exposición de las personas. En otras palabras, lograr que las ciudades sean más resilientes ante futuros desastres naturales, que temo seguirán aumentando, debido al cambio climático, políticas erradas o desplazamientos de personas que no tienen vivienda”.

-¿Esto quiere decir que la planificación urbana está obsoleta?
-No diría que obsoleta, pero sí desacoplada. En esencia, la planificación sigue muy anclada en los 60, donde lo importante era ordenar el territorio de forma racional, con mucho poder de decisión del aparato público. La sociedad actual es muy distinta, debido a la relevancia que adquiere el capital que busca rentabilidades en el corto plazo, lo que influye en todo. Por ello los procesos de cambio en las ciudades son más rápidos, y a la planificación le cuesta adaptarse a ellos. Esto se complejiza porque la política también busca retornos de corto plazo, en este caso, electorales, y es bastante miope para liderar procesos de cambio más ambiciosos. La combinación entre la impaciencia del capital y la miopía de la política ha sido mirada con indiferencia desde la academia y la opinión pública, y esto debiera cambiar.

-Volviendo a Valparaíso, ¿qué debería hacerse con la reconstrucción en zonas de riesgo. ¿Deben quedarse o desplazarse? 
-No conozco la ciudad como para opinar bien, pero creo que la solución no es en blanco y negro como “moverse o quedarse”. En mi experiencia, problemas de tal complejidad requieren soluciones complejas, y existen tres factores relevantes que deben tomarse en cuenta.  El primero es no romper la ecología social de las comunidades donde todos dependen de todos y existe una fuerte relación de arraigo con el territorio. Estas redes deben mantenerse a toda costa. Lo segundo es no afectar el empleo. No olvidemos que los hogares escogen sus residencias por que son las más cercanas a sus lugares de trabajo y además se generan economías locales. Si esto se rompe por una mala relocalización, los efectos podrían ser muy perjudiciales. En tercer lugar, hay que estar preparados para que las comunidades regresen a las zonas afectadas o que éstas sean ocupadas por nuevas familias debido a los atractivos que ofrecen, por lo tanto hay que monitorear su estado a lo largo del tiempo.

-¿Pero qué pasa si no pueden volver porque no es posible mitigar el riesgo, que es un escenario que ya manejan las autoridades?
-La ciencia en prevención de desastres está muy desarrollada y permite mapear con precisión qué lugares pueden ocuparse y cuáles no. Esa información debe usarse, y si se concluye que por riesgo hay que desplazar personas, entonces entra la planificación urbana. Diría que lo más importante es escoger ubicaciones próximas a las actuales para relocalizar a las familias, ojalá lo más cerca posible. Además deben destinarse subsidios para compensar pérdidas de ingreso en el proceso de adaptación al nuevo lugar y construir infraestructura y sistemas de transporte que eviten romper las redes de empleo.

Acá debe operar esta planificación que anticipa y no reacciona. El Estado debe definir bien los requerimientos que tendrán las zonas receptoras de los hogares que se trasladen. Desde luego no pueden ser zonas de riesgo, pero además se requiere que estén bien conectadas al resto de la ciudad, con servicios y amenidades que mejoren la calidad de vida de sus habitantes.

-Hay una complejidad adicional que vimos en el caso del 27F: la necesidad de entregar resultados pronto, tanto por la urgencia de los damnificados como por la presión política hacia las autoridades. ¿Cómo se maneja esta premura?
-Quiero usar un ejemplo para ilustrar una posible solución. En general no tengo una buena opinión del Banco Mundial, pero creo que tuvo un aspecto positivo en los 70 y 80 al preparar un set de ideas, planes y soluciones para diversos tipos de problemas, asumiendo que existiría poco tiempo para implementarlos. Fue un buen sistema para lidiar con la impaciencia de los políticos y el capital. Esta producción constante de soluciones es muy importante, ya que permite ganar tiempo y ordenar un proceso que, por definición, es caótico e impredecible luego de un desastre natural. Otro aspecto relevante es el rol de los profesionales encargados de producir estas ideas. No sólo deben ser competentes técnicamente, para que sus ideas sean factibles de implementar, sino que deben comunicarlas adecuadamente para facilitar la interacción con los afectados. Esta capacidad de transformar el plan en un asunto público es fundamental cuando existe tanto desorden e incertidumbre.

-Es común que en procesos de reconstrucción exista la tentación de refundar ciudades o impulsar grandes transformaciones en la línea de Le Corbusier. ¿Lo ve como una amenaza?
-Es un riesgo. En los 60 y 70 los arquitectos tuvimos la arrogancia de pensar que podíamos cambiar el mundo, y la realidad demostró ser muy distinta. Hoy sabemos que no puedes desarrollar propuestas sin las personas y que su participación es fundamental para preservar la ecología social y económica de los asentamientos que, como indiqué, es el principal objetivo. Sin embargo, se requiere la capacidad de Le Corbusier para influir en lo público, especialmente en las autoridades. Esto implica un cambio de enfoque desde la disciplina y la academia, que suele esperar, con cierta arrogancia, a que toquen su puerta para pedirles ayuda. Si bien el escenario social y económico es más complejo, tenemos mejores herramientas para lograrlo. Existe tecnología de punta para determinar riesgos, medios computacionales para visualizar propuestas y mecanismos de participación que facilitan llegar a acuerdos con las comunidades.

-¿Tiene algún ejemplo que permita ver este enfoque intermedio entre la gran transformación urbana de los 50 y un ejercicio más participativo y comunitario?
-Creo que Medellín es un buen ejemplo y por ello es tan admirado internacionalmente. Su principal valor fue combinar tres atributos centrales: la disponibilidad de recursos, buenos profesionales y un gran líder político como fue el alcalde. Los profesionales fueron capaces de dar soluciones atractivas y funcionales para responder a las demandas sociales, como ocurrió, por ejemplo, con los parques biblioteca o los teleféricos. El alcalde tuvo la visión de recoger estas ideas, sociabilizarlas e impulsarlas, y contó con los recursos para implementarlas, lo que permitió introducir cambios muy positivos en un tiempo relativamente breve. Desafortunadamente, esta mezcla entre capacidad económica, técnica y política es difícil de encontrar. Lo regular es que tengamos buenos profesionales, pero malos alcaldes o buenos alcaldes con pocos recursos o sin equipos técnicos adecuados.

-Creo que en Valparaíso ocurre en parte esto. Es una ciudad pobre y con un municipio virtualmente quebrado…
-El dinero es relevante, pero no es el problema principal. Y quiero recordar a Ghandi, quien decía que si encuentran buenos propósitos, los medios seguirán estos propósitos.

En términos urbanos, esto quiere decir que si se formulan buenas ideas para resolver las urgencias derivadas de la reconstrucción, los recursos públicos llegarán, ya que la demanda por soluciones es muy alta luego de un desastre de esta magnitud y las presiones vendrán de todos lados. Por ello, lo importante es tener estas ideas y trabajarlas cuanto antes.

-De acuerdo, pero tiendo a pensar que sin el liderazgo político de un alcalde como Fajardo es difícil que se impulsen cambios tan potentes como en Medellín.
-Es complejo, pero los procesos están interconectados y los damnificados tienen mucho que decir al respecto. Son ellos los que deben validar las ideas que se elaboren, y si ello ocurre, ejercerán presión para que los políticos tomen cartas en el asunto. Te aseguro que entonces los medios seguirán a los propósitos.

 -Su idea de que la planificación deje de ser reactiva y pueda anticiparse y conducir el crecimiento...
-Y tan importante como ello es lograr que los damnificados puedan ver un mejor futuro. En ello el buen diseño ayuda mucho, más aún si puede ocupar el potencial que entrega la tecnología para recrear lo que se propone con planos, imágenes o animaciones computacionales. Con ello no sólo se ordenan las soluciones, sino que se ofrecen esperanzas de cambio, lo que es clave para aunar esfuerzos y avanzar en la reconstrucción.

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