Por Ana María Sanhueza Febrero 13, 2014

© José Miguel Méndez

“La torre se va a iluminar con distinta densidad de lunes a viernes; el sábado las aureolas serán  de color rojo y el domingo debería aparecer una línea vertical amarilla más calma. Pero todo de noche, porque de día la torre tratará de no existir”.

“Cuando uno hace un edificio, lo mejor es que parezca lo que quiere ser y no otra cosa en el sentido formal. Que no parezca más grande ni más fastuoso ni más caro de lo que es”.

Smiljan Radic ganó en 2011 un concurso público con su proyecto del Teatro Regional del Biobío (abajo en la foto)

Un minimalista mueble negro con unas pocas maquetas encima, que se trasluce por una puerta de vidrio, es la única señal de que en el piso 20 de la Torre Santa María está la oficina del arquitecto Smiljan Radic (48). No hay una placa que indique que allí existe un estudio de arquitectura. Tampoco una página web que exhiba sus decenas de obras, premios, conferencias y exposiciones en Chile, Grecia, Estados Unidos, España, Italia, México, Argentina, Noruega, Austria y Japón, entre otros países, o al menos que indique su teléfono o su dirección.

Justamente esa discreción es parte de las características del hombre que está detrás de la nueva megaestructura que tendrá Santiago de aquí al 2017: la Torre Antena Santiago, de 140 metros de alto, que se instalará en la cima del cerro San Cristóbal y que, pese a su tamaño, pretende pasar lo más desapercibida posible en la ciudad.

“Una torre fantasma” es como define el propio Radic su propuesta, quien el 4 de febrero ganó el concurso convocado por el Ministerio de Vivienda para construir la torre, que agrupará en un solo lugar las 43 antenas -10 de canales de televisión y 33 de radioemisoras- que hoy están repartidas, sin ningún sentido estético, en el cerro San Cristóbal.

El proyecto, que trabajó junto a los arquitectos Gabriela Medrano, Ricardo Serpell, Claudio Torres y el ingeniero Pedro Bartolomé, consiste en una estructura de acero galvanizado rodeada de 11 anillos técnicos de transmisión que albergarán las antenas y que abajo tendrá una cafetería y mirador. Fue escogido entre 59 propuestas, de ellas 42 chilenas y 17 extranjeras. El primer premio se adjudicó 25 millones de pesos.

Según el jurado, la propuesta fue escogida porque no eclipsaría ni el cerro ni la imagen más característica del San Cristóbal, la estatua de la Virgen. Y en teoría, tampoco invadirá la ciudad. “Lo mejor es tratar de hacer el menor daño posible. Aunque eso no se va a saber hasta que la torre esté construida, la idea es no hacer algo omnipresente. Por eso elegimos el tamaño más pequeño de torre que se podía hacer”, cuenta Smiljan Radic. Está sentado frente a una larga mesa de trabajo y de los ventanales de su oficina tiene una vista panorámica: puede verse tanto la parte trasera de la Virgen como también dos megaedificios que están muy lejos de su estilo: la Torre Telefónica y el Costanera Center.

Arquitecto de la Universidad Católica, pertenece a una destacada generación, de la que forman parte Alejandro Aravena, Mathias Klotz y Cecilia Puga.

Su arquitectura es definida como delicada, simple y discreta. Y sus obras son reconocidas internacionalmente por eso: el restorán Mestizo en Vitacura; la Casa de Cobre N°1, el Barrio Cívico Boca Sur en San Pedro de la Paz en Concepción; el proyecto del Teatro Regional del BioBío; la Casa Chilena en Rancagua, en la que destaca su sobriedad exterior versus su luminosidad interior y el Proyecto Yungay, una sala de arte escénico donde trabaja un teatro en forma de circo detrás de la fachada de las tradicionales casas de ese barrio de Santiago.

En enero pasado terminó la aplaudida ampliación del Museo Chileno de Arte Precolombino, donde optó con construirlo hacia abajo (“enterrarlo”, dice él) para intervenir lo menos posible su arquitectura original.

-Dentro de sus conceptos tras el proyecto de la Torre Antena estaba el no competir ni con la Virgen ni con el cerro. ¿Eso también implicaba no hacerlo con el Costanera Center?
-Es que ahí es la separación completa. El Costanera Center es un objeto omnipresente. Es lo que los arquitectos llaman un hito, que es lo peor que le puede pasar a una ciudad en esa escala. En general, los hitos urbanos son sociales. La gente dice, por ejemplo, “yo me reconozco en la Plaza Italia”. Eso sí es un hito urbano y no tiene nada que ver con la arquitectura, sino con las relaciones sociales, que son mucho más importantes. Cuando uno quiere imponer un hito, lo único que hace es invadir la ciudad. Y esa invasión, en general, es mala.

-Ésta es su primera torre. ¿Qué lo motivó a presentarse al concurso?
-Muchas cosas vienen de proyectos anteriores y varias de esas ideas se retoman en el trayecto. Pero eran modelos y referencias que, incluso, estuvieron expuestos en Chile y Japón. Y como hace mucho que quería hacer una torre, cuando apareció el llamado a concurso fui el primero en inscribirme. Ahora, uno no va a los concursos sólo para ganar, que es uno de los factores, sino también para tratar de experimentar con cosas que no ha realizado antes. Entonces, lo que hicimos fue pensar en cómo hacer algo sin que invadiera el cerro. Por eso proyectamos una torre lo más transparente y virtual posible dentro de su tamaño y ver cómo el cerro siguiera siendo protagonista. Es por eso que nuestro proyecto se llama Torre versus Antena, porque trata de ser algo corpóreo, pero también una especie de objeto funcional que tenga ese carácter de transparente, como lo tienen las antenas.

-No quiere esconder la antena, pero tampoco que sea evidente. ¿A eso se refería cuando dijo que la arquitectura debe ser sincera?
-A lo que nos referíamos con eso era, principalmente, a que cuando uno hace un edificio lo mejor es que parezca lo que quiere ser y no otra cosa en el sentido formal. Que no parezca más grande ni más fastuoso ni más caro de lo que es. Que parezca en sus dimensiones reales y justas porque eso le da buen envejecimiento. Por eso, lo importante es que la Virgen siga siendo Virgen y la antena siga siendo antena. Porque hacer que una antena y una Virgen se asimilen es lo más ridículo que hay.

-Eso es lo que se hace al camuflar las antenas de celulares como palmeras, pinos o araucarias.
-Claro. Y al final lo que se está disfrazando es la enfermedad que se les está agregando a los pobladores. Eso es bastante más terrible. Incluso, peor que el disfraz mismo. Es decir, yo estoy disfrazando esto para que no se enteren que se pueden estar enfermando. Entonces, es un engaño.

-¿Por qué decidió tomar tanta distancia de la Virgen?
-Porque ese tipo de monumentos son hitos por su envergadura social más que por su arquitectura. La Virgen está siempre presente. Pero si tú la ves formalmente, es una cosita blanca arriba de un cerro, pero tiene una importancia social muy grande, que no tiene que ver ni con su tamaño ni con su manera de abordar el cerro. Tiene que ver con el pueblo que cree en la virgen.

-¿Le sirvió tenerla enfrente de su oficina? ¿Hubo mucho trabajo en terreno?
-No voy nunca al cerro porque lo tengo al frente. Pero sí hemos hecho paseos luego de que ha nevado o después de días de lluvia, porque la cordillera aparece desde allí con un esplendor increíble. Pero, en general, cuando uno se presenta a un concurso, es mejor que los sitios sean más abstractos que concretos. Es al revés de lo que la gente se puede imaginar. Es mejor que aparezca más una idea de sitio, porque da una cierta libertad para pensar.

-De su oficina, además, tiene vista al edificio de Telefónica, un ícono en los 90 construido en pleno boom de los celulares, ¿Qué le parece ese tipo de arquitectura?
-Ahora ya nadie se acuerda de que los celulares tenían esa forma, lo cual le puede hacer muy bien al edificio. Ahí se copió una forma, de manera abstracta si uno quiere, pero finalmente los celulares cambiaron y el edificio quedó así. Por eso, cuando hablo de disfraz también me refiero a copiar un edificio que existe en otro lado y trasladarlo a Chile de otra manera. Por ejemplo, en general se reducen de tamaño y cuando uno sale fuera de Chile, ve el mismo edificio y se da cuenta que es el doble. Eso también es un disfraz y provoca ciertas frustraciones. Por eso, uno de los objetivos de la Torre Antena fue tratar de no hacer algo omnipresente y de tal manera que la estructura colaborara en dar una cierta hipertransparencia.

-¿Eligió ese concepto de hipertransparencia por la funcionalidad de la torre o porque es parte del perfil de sus obras?
-Lo elegimos porque no le corresponde a uno arrogarse ese tipo de patrimonio. Eso es muy raro. Eso se lo puede otorgar alguien en algún momento, pero arrogarse ese protagonismo me parece complicado.

-También aplicó el concepto de las campanas de iglesia de pueblo, que van marcando el tiempo, pero a través de la iluminación ¿Cómo surgió esa idea?

-Hace años con la escultora Marcela Correa (su esposa) hicimos un proyecto para la laguna Lo Galindo, que eran unas boyas grandes de metal que tenían badajos de campana al interior que al moverse por el agua, sonaban. Lo hicimos recordando las campanas de pueblo, que daban cierto orden en el día. Y, en ese sentido, se nos ocurrió que la iluminación de esta torre podía marcar un tiempo dentro de la semana o los meses. La torre se va a iluminar con distinta densidad de lunes a viernes; el sábado las aureolas serán  de color rojo y el domingo debería aparecer una línea vertical amarilla más calma. Pero todo de noche, porque de día la torre tratará de no existir: la antena será de acero galvanizado, que es como un color aluminio que tiende a mimetizarse y desaparecer.

-Todas sus obras tienen en común esa discreción. Incluso las privadas.
-En el Museo Chileno de Arte Precolombino nos enterramos para no invadir. En el Proyecto Yungay, reconstruimos la fachada tal cual eran unas antiguas casas del barrio que se habían incendiado, para así mantener una relación histórica con los vecinos. En el fondo, es la casa que siempre estuvo ahí, pero si entras aparece un espacio totalmente inusual que se incorpora a la vida pública del barrio en su misma escala. El restorán Mestizo también se entierra y se pone a la altura del Parque Bicentenario porque nos pareció que ese lugar era valioso en sí mismo y no necesitaba edificación. En general, se trata de invadir lo menos posible, porque siempre las construcciones provocan en los alrededores detonaciones de algún tipo.

-Con sus casas pasa lo mismo. Ventanales más interiores que exteriores.
-Es que, en general, las relaciones de opacidad tienen que ver con una cierta lectura de austeridad, de no transparentar una vida que es doméstica y privada. Lo que se hace es tratar de preservar un interior de la gente que está ahí y no de la que va pasando.

-¿Y qué le gusta que la gente vea y opine de sus casas cuando pasa por fuera?
-¡Ojalá que no vean nada! Ojalá que nadie se fije. La mejor arquitectura es la que pasa desapercibida. Porque cuando pasa a ser un espectáculo, se agota.

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