Por Juan Pablo Garnham Noviembre 7, 2013

© José Miguel Méndez

“Fue en la Universidad Católica Silva Henríquez y, no en una universidad del Estado, donde creamos el ranking, y hasta el día de hoy se sigue usando”, explica Gil, “queríamos lograr tasas de titulación cercanas al 100% y, para esto, necesitábamos elegir muy bien a nuestros estudiantes”.

Gil ha tenido que enfrentar a detractores. Además de las protestas y un recurso de protección por parte de los liceos, encabezados por el Instituto Nacional, el ranking ha sido criticado por académicos, como el ex ministro de Educación Harald Beyer.

Venía llegando a su oficina cuando los vio: un centenar de estudiantes de uniforme, gritando y repitiendo frases de protesta. Eran las diez de la mañana y Francisco Javier Gil caminaba hacia la entrada de la Casa Central de la Universidad Católica. Aprovechando que no sabían quién era, Gil se acercó al grupo y les preguntó qué pasaba. “Me dijeron una cantidad de cosas que no son ciertas. Que los querían joder, como si esto fuera algo en contra del Instituto Nacional y los otros liceos de excelencia”, dice Gil.

Lo que él no les dijo es que era él mismo uno de los principales responsables de la política por la que protestaban: la inclusión del ranking de notas como criterio para el acceso a la universidad. La medida, introducida por el Consejo de Rectores (CRUCh) desde el año pasado y que este año aumentará su relevancia, ha sido tomada por los estudiantes de estos liceos como una desventaja para ellos. Minutos después de su encuentro anónimo, Gil podría explicarles más de su posición a los dirigentes estudiantiles. Al entrar a la universidad, se acercó a los líderes de la protesta. “Estaban los presidentes de los centros de alumnos. Yo les dije: ‘Chiquillos, a ustedes los están informando mal’”, explica este académico de la Universidad de Santiago y de la Universidad Católica, e hizo lo que ya ha hecho numerosas veces: explicar el sistema.

Sin embargo, Francisco Javier Gil no entró al mundo académico para hablar de educación. Es doctor en Química de la Universidad Complutense y su hábitat es el laboratorio. “Tengo estudiantes de doctorado y un Fodecyt activo. Ése es mi mundo natural, donde yo debería estar”, explica Gil. Estaría ahí si no fuera por un error: en 1990 asumió como decano de la Facultad de Ciencias de la USACh y, a la hora que le preguntaron las exigencias mínimas de la Prueba de Aptitud Académica, decidió subirlas. “En el afán de tener los mejores alumnos, puse los puntajes más altos y pedí todas las pruebas. Creía que la PAA medía aptitudes y no estaba sesgada por otras variables”, dice, reconociendo su inocencia, “fue un desastre total, porque en nuestras carreras no hubo suficientes postulantes”.

Después de eso, se puso a estudiar el tema de la selección universitaria. Fue a conversar repetidas veces con Erika Himmel, experta de la UC y Premio Nacional de Educación, quien le pasó libros y estudios, y se dio cuenta de lo que hoy le parece obvio: que los resultados en esas pruebas estaban relacionados con factores socioeconómicos y que, por mucho mérito o esfuerzo, era difícil que los estudiantes de liceos más pobres lograran buenos puntajes. Como solución, en la USACh decidieron bonificar los puntajes de quienes estuvieran en el 15% superior de los que rindieran la prueba en sus colegios, sin importar su procedencia. “Nosotros bonificamos a 15.191 personas desde 1992 a 2004”, dice Gil. Pero la historia terminó ese año, cuando el Demre le negó a la USACh utilizar ese sistema por razones prácticas. “Dijeron que se demorarían tres días en hacer los cálculos de quiénes eran estos alumnos en el 15% superior”, dice el académico, quien recuerda que se enteró por el diario y lloró por la noticia. Juntó firmas de alumnos y profesores para protestar contra la medida y presentaron un recurso de protección frente a la Corte Suprema, pero no hubo caso.

“Ahí aprendimos una lección. Estábamos solos, muy pocas personas sabían lo que hacíamos”, recuerda Gil. En ese momento, el académico cambió de actitud y comenzó a agendar reuniones con varias de las federaciones de estudiantes más importantes del país y con la Confech, reuniones que sigue repitiendo hasta hoy.

LA GÉNESIS

Tiempo después, Francisco Javier Gil pudo ver el fruto de esas reuniones con dirigentes estudiantiles materializado frente a sus ojos. En enero de 2010 había asumido como rector de la Universidad Católica Silva Henríquez y, luego de muchos esfuerzos por hacer cambios en la plana mayor, decidió renunciar en octubre de 2011. “Quise cambiar al vicerrector económico y al de identidad, pero a la congregación (salesianos) no le pareció. Lo pedí varias veces, hice lo que pude, pero si tú no puedes formar tu propio equipo, no puedes gobernar”, dice Gil.

La respuesta de estos jóvenes, que lo conocieron en reuniones donde les explicaba sus iniciativas, llegó rápidamente. Quince ex presidentes de las federaciones de las universidades Católica, de Chile, Alberto Hurtado y de Santiago firmaron una carta de apoyo para él, entre ellos Giorgio Jackson, Camilo Ballesteros, Julio Sarmiento y Nicolás Grau. Además, se realizó un empanadazo. “Juntamos mucha gente de distintos mundos relacionados con el acceso a la educación y de las redes de propedéuticos”, explica el ex presidente de la FEUC, Claudio Castro, quien trabajaba con él en la Universidad Católica Silva Henríquez.

Antes de llegar a esta institución, y después de la experiencia fallida con la bonificación, Francisco Javier Gil había sido invitado por el rector de la USACh, Juan Manuel Zolezzi, a encargarse del bachillerato de esa universidad. Ahí comenzó otro de los proyectos que han definido su carrera: un propedéutico, donde se nivela a los estudiantes y se les apoya en el ingreso. La idea original fue invitar de manera gratuita a los mejores alumnos de un colegio que la USACh apoyaba para estudiar lo que quisieran. “Cuando lo anunciamos hubo aplausos y lágrimas”, recuerda Gil, “pero fue un fracaso: al poco andar quedaban dos de ocho chiquillos”.

Gil y su equipo comenzaron a llamar a los estudiantes para saber por qué habían dejado el proyecto, y contactó a Jaumet Bachs, de la Fundación Equitas, para que lo asesorara. “Esto me pareció muy bien y da cuenta de su personalidad”, dice Bachs, “es centrado en objetivos, pero aprende y escucha”. Las conclusiones de las asesorías fueron demoledoras, pero al mismo tiempo un aprendizaje que Gil destaca. “Nos dijeron que habíamos cometido todos los errores que podíamos cometer. Debíamos invitar a los estudiantes antes, a mitad del cuarto medio, para que se familiaricen con la universidad y formen redes”, explica el académico, “aunque seas un tipo brillante, cuanto te sacas el primer uno de tu vida, si no tienes una red social, eso no lo soporta nadie”.

La segunda versión tomó estas recomendaciones y agregó cursos remediales, incluyendo uno de gestión personal, donde se les hacía coaching a los alumnos, con clases los sábados y asistencia y puntualidad obligatorias. “Esto nos permite hoy tener tasas de retención muy superiores a la nacional”, dice Gil, “estos cabros, a pesar de saber muy poco -en el primer año llegaban con 432 puntos PSU de promedio-, compensan estos vacíos de información con cuatro características: motivación, facilidad y gusto por el estudio, además de leer por interés propio”.

La experiencia del propedéutico de la USACh se ha multiplicado en el país, a pesar de que Jaumet Bachs dice que a Gil le provoca una sensación agridulce, mientras mira una foto de la graduación de los estudiantes de 2007. Ahí, Gil es abrazado por la ministra de Educación de esa época, Yasna Provoste, y sonríe a medias. “Me acuerdo de verlo con emoción, pero también con insatisfacción”, dice Jaumet Bachs, “él ha dicho muchas veces que, si hacemos estos proyectos bien, están condenados a no existir”.

Luego de estas experiencias, Gil llegó a la rectoría de la Universidad Católica Silva Henríquez, en 2010, tras ser parte del directorio de ésta. A su currículum como académico y directivo universitario se sumaba el hecho de que es diácono de la Iglesia Católica. “Fue aquí y, no en una universidad del Estado, donde creamos el ranking, y hasta el día de hoy se sigue usando”, explica Gil, “queríamos lograr tasas de titulación cercanas al 100% y, para esto, necesitábamos elegir muy bien a nuestros estudiantes”.

A pesar de su renuncia un año después, en la Universidad Silva Henríquez mantienen el sistema que él instauró y el propedéutico que creó ahí también, con 300 vacantes. Fue en este puesto también donde se acercó al Consejo de Rectores, aunque no siempre con buenos resultados, como cuando el CRUCh invitó a las universidades privadas a ser parte del proceso de selección que ellos realizaban. “Yo pedí que, como nosotros estábamos usando el sistema de ranking, nos dejaran seguir usándolo. Ellos me explicaron por qué no se podía hacer”, recuerda Gil, quien dice que el rector de la Universidad de Chile le dio 48 horas para pensar en dejar su sistema. “Yo les dije ‘vamos a hacerlo al revés. Yo les doy a ustedes 48 horas para ver si me aceptan o no’. Me paré y me fui”, comenta.

Esa noche lo llamó el rector de la Universidad Católica, Ignacio Sánchez, para solidarizar con él y luego le envió una carta comprometiéndose a hacer un esfuerzo para estudiar el tema para el año siguiente. Posteriormente, cuando Gil renunció a la Silva Henríquez, Sánchez llegaría a ese empanadazo y, más tarde, lo llamaría para trabajar con él en el área de inclusión de la UC, lo mismo que hizo el rector de la USACh.

LA TARJETA DE PRESENTACIÓN

Al reverso de su tarjeta de presentación, Francisco Javier Gil tiene un gráfico con tres líneas diagonales paralelas, que representan los tres tipos de colegios. “Lo que aquí podemos ver es que los alumnos más aplicados de los colegios públicos tienen más bajo puntaje que los más aplicados de los privados”, explica Gil. Es la razón de ser del ranking,

“Él está muy convencido de las bondades del ranking y conoce literatura muy seria que apoya sus ventajas”, explica Ricardo Paredes, profesor de la UC que ha trabajado con él, “es, si tú quieres, un apóstol del ranking y la inclusión, lo que puede tener ciertos inconvenientes”.

Los inconvenientes de los que habla Paredes se refieren a las críticas que ha tenido que enfrentar. Además de las protestas y un recurso de protección por parte de los liceos, encabezados por el Instituto Nacional, el ranking ha sido criticado por académicos como el ex ministro de Educación Harald Beyer. “El resultado más claro de este proceso es la discriminación arbitraria contra buenos estudiantes, particularmente de liceos públicos”, escribió el investigador del CEP en una columna en El Mercurio, “un proceso más gradual de cambio podría haber ido corrigiendo las deficiencias sin provocar esa discriminación arbitraria”.

Otros no comparten la rigurosidad de sus pruebas. “Yo no tengo problemas con el ranking per se, pero sí con la forma que ha usado para convencer a todo el mundo”, dice un investigador especialista en educación, “argumentar que porque en la Católica o en la USACh ha funcionado, lo hará  en todos lados, me parece absurdo. No es evidente que el ranking tiene un efecto positivo, pero a pesar de eso, él ha sido muy  exitoso para convencer a los rectores”.

Francisco Javier Gil cree que sus datos, y sobre todo su experiencia, sí son sólidos. “El informe Pearson, con una base de datos de 280.000 jóvenes, dice que la PSU predice tanto o más el éxito en primer año que el ranking. Sin embargo, el ranking además predice las tasas de titulación y, al tercer año, la PSU no predice nada”. Y frente a la crítica de la rapidez de la medida, dice que estos cambios no son apresurados y que las autoridades universitarias están probando. Mientras tanto, él sigue trabajando para comprometer a más gente. Como cuando, hace unos meses, fue a explicarles a los mismos alumnos del Instituto Nacional y salió con aplausos. Después habló el rector del liceo y opacó su charla con una arenga y una ovación, pero, por ahora, lo primero lo deja conforme.

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