Por Diego Zúñiga Octubre 23, 2013

© Víctor Ruíz

Los lugares siempre hablan de otras cosas, aunque a veces no nos demos cuenta. La ciudad se mueve, se transforma frente a nuestros ojos y, de pronto, cuando ya ha pasado un buen tiempo, recién entendemos: el centro de Santiago, esas calles que circundan La Moneda, el barrio cívico, como lo llaman, ha ido mutando en estos años, desde que Sebastián Piñera asumiera la presidencia. Hoy, de hecho, está en plena remodelación y la vida ahí se ha vuelto un poco insoportable. Lo dicen las personas que trabajan en esos edificios, los que transitan, los que conocen este barrio porque han vivido gran parte de su vida en los alrededores. Es el ruido de las máquinas, las calles cortadas, las bocinas que aumentan mientras los maestros trabajan para remodelar las fachadas de los edificios, las calles.

Son pequeños detalles, puede que incluso sean imperceptibles, pero están ahí, diciéndonos algo. Por ejemplo, la proliferación de Starbucks, que estuvieron mucho tiempo sólo en el sector oriente, pero que ahora, desde hace unos años, están ahí, rodeando La Moneda: está el Starbucks de Agustinas -con un subterráneo grande en el que a veces se puede ver a algunos asesores de ministros trabajando frente a sus laptops- y hay uno en la calle de la Bolsa de Comercio, que abrió en el segundo semestre de 2012: pequeño, algunas mesas, el lugar perfecto para pasar a buscar un café y luego volver a la oficina, como lo hacen ministros y asesores. La gente que atiende no conoce sus apellidos, pero anotan: Cristián, Felipe, Carolina.

El Starbucks está ubicado en el primer piso del Edificio Ariztía, que fue remodelado, justamente, el año pasado. Al lado del café, de hecho, hay tiendas que por sí solas demuestran los cambios: La Fête Chocolat, la tienda de ropa Saville Row y más allá Papelaria -una tienda de papelería fina que tenía sucursales sólo en el sector oriente- y Loake Shoemakers, que es una marca inglesa de calzado masculino.

No es casualidad que todos esos locales se hayan inaugurado en 2012, cuando el gobierno de Sebastián Piñera ya llevaba un par de años instalado. Porque justamente los gestores del proyecto de remodelación del Edificio Ariztía hicieron un estudio de mercado y concluyeron que parte de su público objetivo eran los funcionarios de gobierno. Y las personas que atienden estos locales refuerzan esa idea, pues ven a asesores y ministros que se toman un café y que luego compran algún regalo. Es la cotidianeidad de este nuevo escenario: una de las calles más particulares del centro de Santiago, con ese aire extranjero, los adoquines, la sensación de transitar por otro tiempo, ahora convertida en un lugar con tiendas de marcas importantes.

Más allá, en el Paseo Ahumada, hay algunos Dominó en los que se ha visto a varios personeros de gobierno comiendo la vienesa“Evelyn”, que ha sido la más pedida en la campaña “Vienesa Presidencial”. Un poco más abajo, por la calle Moneda, está el Pizza Napoli, en el que a veces se puede ver almorzando a algunos miembros del oficialismo -por ejemplo, al ministro Pedro Pablo Errázuriz-, y al frente el Café Bombay, en el que uno se puede encontrar con Gonzalo Yuseff, jefe de la ANI: son locales que llevan años en el centro, eso no cambia y algunos personeros de gobierno se han ido amoldando a esa vida, que ya estaba ahí antes de que llegaran ellos. Lo mismo pasa con uno de los restaurantes favoritos del gabinete del presidente Piñera: el Blue Jar, que queda a sólo una cuadra del palacio de gobierno, en la calle Almirante Lorenzo Gotuzzo. Ahí es habitual ver a Joaquín Lavín y los ministros Rodrigo Hinzpeter o Carolina Schmidt. De hecho, los garzones han ido aprendiendo sus gustos, sus obsesiones, sus mañas. Antes, también, veían frecuentemente a Evelyn Matthei, a quien le gustaba sentarse adentro, en una mesa pegada a la ventana.

Aquí, algunos almuerzan y otros se juntan temprano, para hacer reuniones con sus equipos, pues el restaurante abre a las 8 de la mañana. El Blue Jar, que existe desde hace 6 años, antes fue, también, uno de los preferidos del gabinete de Michelle Bachelet, por la cercanía con los ministerios, por esa rapidez, y por la variedad del menú, que tiene un valor de $ 9.900. Algunos de los platos favoritos son la Reineta a la plancha con salsa de porotos negros, palta y alioli de cilantro, y los Ravioles de loco. 

Los otros restaurantes favoritos del sector son los que están en el Centro Cultural Palacio La Moneda, como el Café Torres (donde se inventó, de hecho, el sándwich “Sebastián Piñera”: salmón, queso crema y rúcula), y el Cívico, que se inauguró en 2008 y que se convirtió también en uno de los preferidos de las autoridades de la Concertación, y que ahora es frecuentado por miembros del oficialismo, que tienen como plato preferido la Plateada de wagyu con ñoquis al queso azul.

Termina la hora del almuerzo y la gente empieza a volver a sus oficinas. Ahora, que en estos días llegó la primavera, algunos de los más jóvenes han decidido llevar mantas y almorzar ahí, en la Plaza de la Constitución, en grupos pequeños, que no se sabe muy bien cómo soportan el ruido de las máquinas y el tránsito, pero que parecen imaginar que están en otro lugar y no ahí, sentados frente a La Moneda, rodeados de gente que camina rápido, porque el ritmo del centro es algo que aún no cambia. Lo demás parece que sí. Que al menos ésa es una de las marcas del gobierno de Piñera, de sus funcionarios: el barrio cívico cambió. No sólo como el proyecto que lo está renovando desde 2010 y que será entregado en 2014, sino como algo más intangible, algo más indescifrable: la gente se mueve y lleva sus costumbres, sus detalles. ¿Pero qué ocurre cuando esa gente se va? Podríamos hacer ficción, pero en realidad el asunto es más o menos claro: el que llegue a La Moneda no cambiará esos detalles, más bien es probable que los reafirme. Aunque nunca se sabe. Porque como dice Walter Benjamin citando a  Baudelaire: “La forma de una ciudad cambia más rápidamente que el corazón de un mortal”.

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