Por Juan Pablo Garnham Octubre 10, 2013

© Agencia Uno

San Juan de la Costa es una comuna de 6.587 habitantes. Sus habitantes reciben $243.872 per cápita anual en ayudas sociales.


“Acá no hay grandes empresas. Generalmente la gente vive de una agricultura de sobrevivencia”, dice el alcalde de Saavedra, Juan Paillafil. “Todo esto hace que sea una comuna muy dependiente de los subsidios”.


“Los pagos son como ritos para la gente. Se juntan todos ahí, compran sus verduras. A nuestro departamento la gente llega a consultar”, dice Andrea González, asistente social de San Juan de la Costa.


Ella lo recuerda bien. Fue en 1975 cuando por primera vez llegaron dos asistentes sociales a su casa en Collileufu Grande, a orillas del lago Budi, a diez kilómetros de Puerto Saavedra. “No tenía casi nada. Un pedacito de pan. Pero yo les convidé agua caliente y pan”, dice María Huenchunpán, de 55 años. Las asistentes sociales entraron a su casa, que no era más que un fogón y unas tablas que hacían de murallas. “Era igual que estar afuera. Cuando llovía había que poner baldes por todos lados”, recuerda.

Al día siguiente, dos hombres llegaron con una gran caja. “Hubo comida como para tres o cuatro meses. Venía de todo. Desde detergente para arriba”, dice. Después de eso, pasaron muchos años y muchos apoyos. “Yo creo que he recibido todas las ayudas sociales”, comenta María, quien crió a sus tres hijos sola. Su predio hoy luce distinto: tiene una mediagua que ha ido agrandando, un huerto con tomates, papas y todo tipo de verduras. También un invernadero, agua de pozo y electricidad. Y, cuando no llueve, una vista hacia el lago Budi que la refresca en sus jornadas, que parten a las seis de la mañana y terminan con el sol. “Yo a veces me canso, pero cuando veo mis cosas, lo adoro”, dice, “la vida mía es como si me hubiera ganado el loto”.

Tal como María Huenchunpán, para muchos chilenos estos apoyos son esenciales en su presupuesto. Pero la diferencia de María con un temuquense o un puentealtino -esas comunas que reciben más de 17 mil millones de pesos en ayudas sociales al año-, es que pertenece a uno de los municipios donde los promedios per cápita de ayudas sociales son más altos en Chile. Cifras entregadas por el Ministerio de Desarrollo Social -solicitadas por Qué Pasa a través de la ley de Transparencia-, indican que, en Saavedra, el total de transferencias monetarias suman $211.155 per cápita al año. Estos datos incluyen fondos que llegan directamente a las personas más necesitadas, como el subsidio familiar, la pensión básica y el ingreso ético familiar (ver recuadro). 

Saavedra, ubicada en la costa de la Araucanía,  es, a su vez, la tercera comuna más pobre de Chile. De acuerdo a una estimación del Observatorio Social del Ministerio de Desarrollo Social, un 37,3% de su población es pobre. Sin embargo, estos niveles no necesariamente son proporcionales a la cantidad promedio de transferencias monetarias desde el Estado. En la comuna donde este índice es mayor, San Juan de la Costa, hacia el oeste de Osorno, hay menos pobreza (un 15,6%), pero el monto de recibido per cápita es de $243.872 al año. La tercera comuna en esta lista es El Carmen, ubicada al sur de Chillán. Ahí, el per cápita anual llega a $204.496 en transferencias monetarias, con un 22,9% de pobreza. 

En el Ministerio de Desarrollo Social explican que estas comunas, generalmente, tienen baja población y presentan características de vulnerabilidad territorial. Los niveles de pobreza son importantes, pero suman problemas como  la mala accesibilidad, recursos limitados y falta de servicios de salud y educación, entre otros.

El Carmen es un ejemplo de esto. “Esta es una zona precordillerana, de difícil acceso. Somos una comuna chica, netamente agrícola, que vive de la pequeña ganadería y de la siembra tradicional”, explica el alcalde José San Martín, “además, tenemos muy poca factibilidad de riego, a diferencia de nuestros vecinos”.

“Durante las últimas dos décadas, las políticas económica y social de Chile han sido efectivas en la reducción de la pobreza, llevándola de un 38% en 1990 a un 14,4% en 2011”, dice el ministro Bruno Baranda. “Sin embargo, esta política ha sido territorialmente ciega, es decir, ha atacado la pobreza en todo el país con las mismas medidas e intervenciones, obviando las realidades y necesidades específicas de cada territorio”. El ingreso ético, explica el ministro, ha tratado de resolver este tipo de problemas.

Mientras tanto, la población se mueve. De acuerdo al alcalde José San Martín, en 2002 un 67% de la población vivía en el sector rural. “El pueblo de El Carmen, único centro urbano de la comuna, tenía alrededor de 4.000 habitantes”, dice el alcalde, “hoy tengo entendido que estamos alrededor de los 5.000”. El resto de los 12.302 habitantes vive en el campo. “Aunque con una fuerte tendencia a emigrar”, agrega San Martín. En los últimos seis años han cerrado seis escuelas rurales y este año puede que haya una séptima.

“Yo creo que de nuestra comuna deben ser muy pocas las familias, quizás un 20%, las que no son consideradas pobres como para que no reciban ningún beneficio”, dice María Mitolén Lagos, directora de Desarrollo Social Comunitario de El Carmen. “Todo el mundo acá recibe beneficios”.

 

CAMPO SIN SALIDA

A veces, cuando la siembra da, Paulina Padilla, la hija de María Huenchunpán, se lleva un par de sacos de papas para el pueblo, para Puerto Saavedra, y los vende. “Pero generalmente no da para eso; acá da para la casa no más”, dice María. 

“La ruralidad es un factor muy importante”, dice Nancy Arcos, asistente social de la Municipalidad de Saavedra, que sólo considera dos centros poblados, Puerto Saavedra y Puerto Domínguez. Un 80% de la población vive fuera de esos pueblos. “Y a lo mejor la baja escolaridad es otro factor”, explica Arcos.

Esto último es una realidad cambiante. “Hasta hace un tiempo atrás, acá había altas tasas de analfabetismo”, dice el alcalde Juan Paillafil. En el caso de María, ella terminó el octavo básico en escuela nocturna. De sus hijos, los dos que hoy trabajan terminaron el cuarto medio y el tercero va bien encaminado. Todos quieren estudiar algo en el futuro. El tercero, que todavía vive con ella, quiere ser ingeniero en informática. “El Pipe es inteligente”, dice María, “ése no es de la tierra”. Con lo que sale del campo, los dos sobreviven. Y, una vez al mes, llega el ingreso ético familiar. “Me llegan como 23 mil pesos”, explica.

Su hija, Paulina, vive una situación similar, aunque cambió el campo por vivir en Puerto Saavedra. Su pololo es pescador artesanal. Ella cuida a su hijo y ayuda en un restaurant. No les da para pagar el arriendo, así que viven con los suegros. “Hoy recibo el subsidio familiar. Es un pago mensual de $15.330”, explica, “no es un gran dineral, pero ayuda en los gastos básicos”.

Ellas representan realidades opuestas en la comuna. Los adultos, que se quedan en el campo, y los jóvenes, que buscan nuevas opciones. Sin embargo, Paulina, de 22 años, está más sola que su madre en esa tendencia. Cuando camina por el pueblo, ve poca gente de su edad. “En otros lados hay mejores oportunidades, así que todos emigramos. Yo no quiero irme, me gusta el sur”, dice Paulina.

“La pobreza rural hoy está muy relacionada con la migración urbano-rural”, dice Jorge Fantuzzi, ex asesor del Ministerio de Desarrollo Social y socio de F&K Consultores. “La gente más joven se va de estos sectores y quedan los adultos mayores, muy arraigados donde vivieron toda la vida. Son sectores que no son muy productivos, muchas veces con problemas  de conectividad”.

 “Acá no hay grandes empresas, no hay grandes inversiones. Se vive de una agricultura de sobrevivencia”, dice el alcalde Paillafil. En Saavedra, tal como en El Carmen y en San Juan de la Costa, tampoco hay latifundios, sino que una infinidad de pequeños predios. “Todo esto hace que sea una comuna muy dependiente de los subsidios que entrega el Estado”. Según administrativos de las tres comunas se ven dos estereotipos: los que viven de la agricultura y de los subsidios y los que prefieren salir a núcleos urbanos mayores. “De acuerdo al último censo, la migración fue de un 19%. Nos estamos convirtiendo en una comuna de adultos y adultos mayores”, dice Paillafil, “pero acá tenemos muchas oportunidades”. 

Para revertir esto, las fichas del alcalde están en el turismo y en la identidad mapuche, algo muy similar a lo que se está haciendo en San Juan de la Costa. El gobierno, la alcaldía y los pequeños empresarios han estado trabajando en esto: mejorando los accesos e infraestructura. Incluso, los mismos empresarios se organizaron y compraron un catamarán para ofrecer paseos. Esto, esperan, hará que más jóvenes como Paulina opten por no dejar la zona.

COMUNAS QUE SE ACABAN 

El mar está bravo en Pucatrihue, en la zona litoral de la comuna de San Juan de la Costa. Los pescadores se quedan en sus casas. Jorge Punol, dirigente del gremio, también. Ni aunque el clima lo permitiera puede salir a pescar. Tiene osteoporosis y artritis. Pero su realidad no es excepción. “Ya no tenemos buzos”, dice, “estamos todos viejos”. Quedan 32 pescadores en el sindicato. Sólo unos pocos están bajo los 35 años. Los jóvenes se han ido a las salmoneras o a estudiar, buscando mejores rumbos. Porque, sumado a la ruralidad extrema y los difíciles accesos, en San Juan de la Costa también escasea el trabajo.

“Acá es la prestación de servicios del Estado lo que genera la mayor fuerza laboral. La empresa más grande es el municipio”, dice el alcalde Bernardo Candia. De nuevo, se repiten características que Saavedra y El Carmen tienen: la población vive mayoritariamente en el campo -Puaucho, donde quedan las oficinas municipales, acoge a apenas 115 familias- y la tierra está enormemente subdividida. “Estamos hablando de dos a cinco hectáreas. El que tiene 14 es un potentado”, dice Candia. La comuna comparte su raíz indígena con Saavedra -sus terrenos concentran a la etnia huilliche- y también el envejecimiento de la población. “65% son adultos mayores y hay un proceso de migración muy fuerte de jóvenes”, dice Candia.  A estas características, suma una difícil conectividad. “Geográficamente es una comuna con cerros y quebradas. Son 1.500 kilómetros cuadrados sin una concentración de población, como pasa en otros lados”, explica el alcalde.

Los asistentes sociales de la comuna pueden ver cómo eso afecta a las personas. Para acceder a servicios deben viajar horas, saliendo de la comuna hacia Osorno y luego volviendo a Puaucho. Algo similar pasa cuando vienen a buscar los subsidios o bonos, viaje que aprovechan para realizar otros trámites. Los adultos mayores llegan puntuales a las sedes sociales, esperando el dinero. Alrededor, pequeños comerciantes ofrecen sus productos. “Los pagos son como ritos para ellos. Se juntan todos ahí, compran sus verduras. A nuestro departamento la gente llega a consultar”, dice Andrea González, asistente social.

Los jóvenes, mientras tanto, son los menos en este rito mensual. Lo sabe Ariel Aburto, de 28 años. Él prefiere otros rituales: los de las olas. Hace unos años dejó la zona de Pucatrihue buscando mejores opciones, pero terminaría volviendo. En 2004 estaba en eso cuando unos consultores en pesca de Iquique vinieron a asesorar a los pescadores locales. En su tiempo libre, los iquiqueños empezaron a aprovechar las playas de la zona para surfear. “Ahí me metí yo con mis amigos, con otros hijos de pescadores. Nos gustó mucho”, dice Aburto.

Pero, a diferencia de los jóvenes, los mayores no estaban muy contentos con esto. Ya tenían suficientes problemas para encontrar mariscadores jóvenes. “Mi vieja me decía que me dedicara a otra cosa. Mi papá me veía gastar plata y no ganar nada a cambio”, explica. Sin embargo, poco a poco empezaron a cambiar su actitud, cuando comenzaron a llegar surfistas de otras ciudades. Salían de las olas con hambre y necesitaban lugares donde alojar. Los mismos jóvenes que partían a estudiar, ahora vuelven a la playa. “Ahora ven que llegan los compadres y pasan al mismo local de mi papá a comer”, dice Aburto.

Su sueño es convencer con las olas a los niños para que no se sigan yendo. Abrió la que dice es “la escuela de surf más austral del mundo” y quiere hacer talleres en las escuelas locales. “No quiero hacerme millonario”, dice Aburto, “pero al menos tener mis cositas y, si las pueden tener todos acá, igual”.

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