Por Juan Pablo Sallaberry Septiembre 5, 2013

© Victor Ruíz

La visita de Fidel se fue prolongando, prolongando, prolongando, y nosotros muriéndonos de cansancio. Fue un problema político que nos sobrepasaba a nosotros y al presidente


 

En la tarde del lunes 10 en La Moneda cita al Consupsena donde participan los mandos de las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones. Les da a conocer que va  a llamar a un plebiscito


 

Un militar me dice que no puedo pasar. Entonces yo saco mi carné de La Moneda y le digo ‘pero señor, si soy la secretaria del presidente’. De repente, pasa Fernando Flores y me dice así: ‘Arrancate son malos, arráncate son malos’


 

Abajo, en la foto: Un mensaje personal de Allende y la libreta telefónica que tenía en La Moneda alcanzó a rescatar Patricia Espejo antes de partir al exilio. “Desde Cuba, con esta libreta se pudieron hacer muchas gestiones para contactar personas y obtener información. La Tati salvó vidas ubicando a gente y diciéndole cómo escapar a Cuba o a México”.  


 

 

10/9/1973

PALACIO DE LA MONEDA

“El general Pinochet sale con el doctor Allende, y el doctor me llama, me toma del brazo y me dice: Vamos a dejar al general. Caminamos de la oficina al ascensor, que era de esos ascensores antiguos con reja. Entonces el ayudante que tenía le abre la puerta y el general Pinochet se cuadra ante el Presidente de la República y le dice: ‘Señor presidente, el Ejército de Chile estará con usted hasta las últimas consecuencias’. Se va Pinochet y el doctor muy cabizbajo me dice solamente esto: ‘Éste nos va a joder’”.

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“Cuarenta años han pasado y parece que fue ayer. Lo tengo vivo en el recuerdo. Decidí escribir mis memorias porque creo que, de los que quedamos vivos, tal vez yo deba ser la que estaba más cerca del doctor. Yo nunca le dije presidente, siempre le dije doctor. Han muerto casi todos o están muy mayores. De la secretaría privada, murió Miria Contreras, la Payita; Beatriz Allende, la Tati, e Isabel Jaramillo se fue al exilio. Decidí escribir mis memorias porque creo que los jóvenes tienen que saber lo que pasó”.

“Conocí a Salvador Allende por casualidad. Estudié Sociología y en 1969 trabajaba en el Hospital del Tórax con la Tati, cuando él, que era presidente del Senado fue a dejarle algo a su hija.  Me llamó la atención su simpatía. Poco antes de asumir el gobierno la Tati me dijo que me fuera a trabajar con ella a La Moneda. Nos ubicamos en el área donde está hoy la oficina de la primera dama, al lado estaba la salita de descanso del doctor. Mi función eran las cosas personales del presidente, su correspondencia privada -la oficial la veía Osvaldo Puccio-, sus compromisos a nivel de amistad, si tenía que regalar algo, sus gastos reservados y de su ropa, porque era un hombre al que le gustaba la ropa, era su forma de descargar su tensión. 

Era otra época, no teníamos fotocopiadora, y sólo unas máquinas IBM con letra grande para los discursos del presidente.  Todos los que estábamos ahí no militábamos en partidos, éramos allendistas, creíamos en el proyecto. Estaba Jorge Arrate con Arsenio Poupin, asesores legales;estaba el Negro (Carlos) Jorquera, que era el jefe de prensa, estaba el Perro (Augusto) Olivares, que si bien era del canal de la Chile era un asesor comunicacional.  Sus hombres de confianza eran Víctor Pey y Joan Garcés y la señora Tencha (Hortensia Bussi) le llevaba informes semanales sobre cómo lo percibían en el extranjero. Las personas con poder muchas veces se rodean de gente aduladora, pero nosotros con la secretaría privada éramos bastante críticos, incluso la Tati llegó a decirles a algunos ministros ‘mire no mienta’, delante de su papá. 

El doctor tuvo mucha rabia con algunos dirigentes políticos. Decía, para dónde están remando. El Chicho era férreo no solamente con Carlos Altamirano. La relación con el PS y el MIR era la más complicada. El doctor tenía con el MIR una relación más bien afectiva que política, quería a los chiquillos como los veía jóvenes y luchadores, pero no quería que entraran violentamente a los campos. Me acuerdo cuando el doctor los hacía llamar a y los ponía en fila, les decía de todo, pero cariñoso, porque él les tenía cariño a Miguel y a Edgardo (Enríquez). Eran gente joven, que no pensaron que este proceso era lento. 

Con el PS, el doctor ahí sí que tuvo problemas. Recuerdo una reunión de jefes de partidos políticos donde me decía, ‘yo le voy a tocar el citófono y usted me va a llevar una pastillita, estaré cinco minutos en esa reunión y me voy’. Yo iba tiritando con una bandejita con la pastilla, me daba ataque de risa porque sabía que era mentira y el doctor muy circunspecto se toma la pastillita y decía que estaba delicado de salud y se tenía que retirar. En esas cosas prefería no ser violento con la gente y retirarse. 

El 72 nombra a Alberto Bachelet, que era un hombre brillante. Entonces Bachelet descubre una serie de cosas de mala administración y acaparamiento. El acaparamiento era una cosa vergonzosa. Me acuerdo una noche, una comida en la casa de Jaime Barrio que era el encargado del Banco Central. Y el general Bachelet nos dice hasta cuándo se toman fábricas de chupete helado, si yo necesito que ustedes se tomen las fábricas que sirven. Claro, algunos creían que había que tomarse Indus Lever, por ejemplo. Pero no se hizo porque el doctor no quería. 

 

LOS ZAPATOS DE FIDEL

Conocí a Fidel cuando fuimos con la Tati a un viaje a Cuba para entregarle el primer estado de la nación. La idea de que él viniera a Chile era por unos días nomás. Fuimos nosotras las que preparamos la visita, no la parte oficial sino dónde se iba a alojar, qué iba a comer, etc.  Ahí se tomaron todas las medidas de seguridad habidas y por haber porque los cubanos dijeron que había atentados. El presidente iba a recibirlo en la casa de El Cañaveral, pero para los cubanos no era bueno desde el punto de vista de seguridad.  

Estábamos con la Tati y la Payita en Cañaveral preparando todos los detalles y la pieza donde iba a dormir, y entonces entra Fidel a la casa haciendo retumbar el piso con sus pasos y con unos zapatos llenos de barro. ‘Se jodió la alfombra’ le dije a la Paya. ‘Ustedes que se preocupan de tonteras’, nos respondió el doctor. El día que se hizo la recepción en La Moneda estuvimos toda la tarde con la Payita en la cocina para ver que no le fueran a echar veneno, lo cual era una estupidez, cómo íbamos a saber si alguien le echaba algo.

La visita de Fidel se fue prolongando, prolongando, prolongando, y nosotros muriéndonos del cansancio. Fue una visita que nos agotó y fue un problema político que nos sobrepasaba a nosotros y también al presidente. Cómo decirle a una persona que viene de invitado, oye por qué no te vas.  Allende y Fidel Castro eran absolutamente diferentes. Cuando yo llegué a Cuba al exilio -donde los cubanos nos recibieron maravillosamente-, Fidel nos decía que esto de la vía pacífica era imposible. Hay un mundo entre lo que ellos pensaban, Salvador Allende jamás pensó en la vía violenta. 

 

COWBOYS EN CAÑAVERAL

Yo tenía la relación con los GAP (Grupo de Amigos Personales del Presidente). Dicen que el GAP era un comando de no sé cuántas personas, no es cierto, no eran más de 40 y el día del golpe era una escolta muy pequeña. Hay mucha mistificación, yo creo que eran hasta un poquito improvisados. El 11, cuando empiezan a caer las bombas, no había mascarillas, ellos sacaron las mascarillas que tenían los carabineros en el sótano. El doctor no es que tuviera ahí un ejército para combatir, la diferencia era de uno a cien, entre un tanque y un fusil AK. A los GAP los han hecho una leyenda y eran unos cabros chicos, humildes y buenos.

Eso de que entrenaban en Cañaveral es un invento. Cañaveral era la casa de la Payita. Y la casa donde el doctor Allende iba a pasar algunos fines de semana. Lo que sí hay es una foto en que el doctor con el Coco Paredes, y un grupo que estábamos ahí, pusieron un blanco para disparar. Pero no andaban a balazos, la casa estaba llena de niños, la Mayita tenía dos años. 

Lo que había en El Cañaveral eran miles de películas de cowboys, porque eso era lo que le gustaba a Allende. Eran películas antiguas, con carrete. Los sábados en la tarde después de almorzar, un GAP se encargaba de ponerlas en una proyectora que nos había prestado un productor de cine. Un día invitó al general Carlos Prats. El Chicho era divertido, lo invitó a ver películas y me dice en secreto: ‘Patita, no te asustes porque me va a dar un desmayo’. Y ahí estaban todos viendo las películas y de repente el doctor se desmaya encima del hombro del general Prats. Era una chacota para que se asustara. Me decía que había que distender el ambiente.

De la Payita se han dicho muchas cosas y han sido injustos. Era una mujer trabajadora, inteligente, tenía los mejores contactos con la derecha, porque había sido empresaria y jugó un rol político importante. También jugó un rol con los partidos de la izquierda chilena, tenía misiones clave, hablaba con Luis Corvalán, con los masones, con el cardenal, con Orlando Sáenz de los empresarios…  Yo la quiero mucho, fue una mujer de una generosidad enorme con nosotros. 

 

CRECE LA TENSIÓN

Me acuerdo del 20 de agosto del 72, el día de O’Higgins, el doctor se va en un helicóptero de la Fach y nos llaman a nosotras para decir que hay preparado un atentado. Hubo que avisarles a los escoltas que no se podían subir al helicóptero -no se informó al edecán porque no se sabía si él participaba o no-, mandar los autos a buscar al presidente a Rancagua y venirse por otro camino. Ahí empezó la Fach a ser muy beligerante con el presidente.

El doctor sabía que tenía problemas, pero no fue un hombre que estuviera amargado. Él tuvo siempre claro que podía no salir vivo de La Moneda. Lo había dicho en repetidas oportunidades, decía ‘Yo con los pies por delante voy a salir de aquí, pero jamás voy a claudicar’. Él siempre hablaba de un presidente que lo sacaron el pijama de su casa una noche, decía yo no voy a dar el espectáculo. Él estaba preocupado de sus nietos, del Gonzalo y la Maya, para él eran su locura. Yo tenía  como tarea que si pasaba algo iba a quedarme con los nietos en una casa que yo había arrendado. 

 

PINOCHET, HORAS ANTES DEL GOLPE

Que Allende iba a llamar a un plebiscito no es un mito, es la verdad absoluta. El día 8 de septiembre era mi cumpleaños y el de la Tati y lo celebramos -yo muy poco rato- en Cañaveral. Esa noche había un ambiente muy tenso, con sus asesores personales habían hablado sobre el plebiscito. Llegamos el lunes 10 a La Moneda y en la tarde cita al Consupsena (Consejo Superior de Seguridad Nacional), donde participan los mandos de la Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones. Él les da a conocer que va a llamar a plebiscito y que lo va a anunciar al día siguiente por cadena nacional. La reunión duró hasta el anochecer. Yo no sé por qué razón fui hasta la oficina donde estaban reunidos. Recuerdo las gorras de los generales sobre un mueblecito. A mí me daban susto las gorras. 

Y el general Pinochet sale con el doctor Allende, y el doctor me llama, me toma del brazo y me dice: ‘Vamos a dejar al general’. Pinochet me conocía porque en más de una ocasión me había llamado al citófono. Caminamos de la oficina al ascensor, que era de esos ascensores antiguos con reja. Entonces el ayudante que tenía le abre la puerta y el general Pinochet se cuadra ante el Presidente de la República y le dice: ‘Señor presidente, el Ejército de Chile estará con usted hasta las últimas consecuencias’. Se va Pinochet y el doctor muy cabizbajo me dice solamente esto: ‘Éste nos va a joder’.

Esa noche hubo más tensión. Llegó el Perro, el Negro, José Tohá. Augusto Olivares ordena al canal trasladar los equipos de audio y las cámaras de televisión a la Universidad Técnica del Estado, que era donde iba a hablar el doctor, y a hacer los tarjetones del discurso. Esa noche se quedan de guardia dos compañeros que trabajaban en análisis de prensa: Claudio Jimeno y Jorge Klein. A ellos los mataron, no tenían por qué haber estado ahí, se quedaron de pura buena gente. 

Un poco antes de las 7 de la mañana del 11, me llama Óscar Soto, el cardiólogo del doctor, y me pregunta si el presidente estaba enfermo porque lo habían llamado para que se fuera urgente a La Moneda. Yo llamo de inmediato a la casa de Tomás Moro y las muchachas -eran dos telefonistas-  estaban nerviosas. Les pido que me pasen al presidente y me confiesan que él va saliendo para La Moneda porque se sublevó la Marina, ‘pero compañera nosotros tenemos órdenes del presidente de no avisarle a ninguna mujer’. ‘Qué me importa a mí eso’, les digo. 

Hablé con la Tati para pasarla a buscar e irnos juntas a La Moneda, ella sugirió que fuéramos en dos autos porque se podían necesitar. Bajamos en caravana por Colón, con todos los autos en contra. Hasta el día de hoy evito pasar por esa calle porque me da dolor recordar. Llegamos a calle Moneda, había una barrera, pero la Tati no para, acelera. Yo voy a acelerar cuando viene bajando de la Intendencia un grupo de militares con el cuello naranja, como si usaran un beatle. Era la forma que tenían de distinguirse los que se habían plegado. Viene uno, me pesca del brazo y me dice no se puede pasar, quién es usted. Entonces yo sacó mi carné de La Moneda y le digo ‘pero señor, si yo soy la secretaria del presidente’. Y más me echaba el brazo para atrás. De repente, pasa Fernando Flores con un escolta y me dice así: “Arráncate son malos, arráncate son malos”. 

En ese momento que me iban a detener, viene el general Palacios y reinstala los tanques en la esquina y ordena con un altavoz despejar toda la zona. Ahí los militares me dejaron libre. Yo me he ido retrocediendo varias cuadras para avisarles a mi familia. 

 

ASILO EN LA CASA DEL EMBAJADOR

Llegue a mi casa y empecé a quemar papeles, porque tenía muchos documentos del doctor. Llegó mi amiga Isabel Jaramillo con su guagua de 45 días. Y nos llama la Tati desde La Moneda y me dice: ‘Patricia, sin discusión, se tienen que ir a la casa del embajador de Cuba, Mario García Incháustegui’. En mi Fiat 600 apenas cabían el coche y las cosas de la guagua, por lo que tuvimos que pedir ayuda a un vecino. Frente a la casa del embajador en Vitacura había una manifestación de Patria y Libertad y empezaron a gritarnos y por el vidrio abierto donde iban sentados mis dos niños de 5 y 6 años apuntaron con ametralladoras. Nos dejaron entrar, pero nos quitaron el auto y las maletas.

Se hablaba tanto que había miles de cubanos y que las armas, que cuando entro a esa casa pienso aquí al menos habrá cubanos para que nos ayuden: no había nadie más que el papá de la embajadora, que tenía como 80 años y que no entendió jamás que era un golpe de Estado.  Yo no sabía lo que era asilarme, no tenía idea. A las 2 ó 3 de la tarde me llama mi papá, que era comandante del Cuerpo de Bomberos y me dice que está en La Moneda. Mi papá era de derecha, del Partido Liberal, y por su alto cargo en Bomberos tuvo que ir ese día. Le pregunto yo ¿Y el doctor, se murió? Me dijo, ‘más o menos’. Yo sabía que el doctor estaba muerto. Ahí me quebré, ahí lloramos con la Isabel, tratando que los niños no nos vieran.

El día 13 pasó a buscarnos el embajador de Suecia Harald Edelstam, dándonos la tranquilidad que él iba a estar con nosotros hasta los últimos momentos.  Pasamos a buscar a la gente que estaba en la embajada y ahí veo por primera a la Tati después de esta tragedia tan horrorosa, y solamente nos miramos. Pero fue el momento más triste que yo he tenido. Fue verla a ella destruida.  Salimos en un avión donde había más gente que asientos. Era un avión soviético con una tripulación que no hablaba una palabra de español. Ahí iba toda la embajada cubana y nuestros hijos sentados en las piernas. Fue un vuelo de pesadilla. El avión dio muchas vueltas, hasta que de repente siguió con la luz apagada. Llegando a Lima nos explicaron que habíamos sido escoltados siempre por la Fuerza Aérea.

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“Yo no creo en la reconciliación y en los perdones mientras no haya justicia absoluta. De militares y civiles. Todos tenemos culpa. Hay autocrítica, en algunas cosas se cometieron errores importantes. Nosotros tenemos que reconocer que no evaluamos tal vez la magnitud de lo que se hizo y no supimos controlar a los medios de comunicación y sus historias de que había armas. Yo creo que el doctor, si estuviera vivo hoy, se haría una autocrítica de cosas que no se hicieron y de gente que no hizo su trabajo. Fue muy difícil manejar a siete partidos políticos, eso de avanzar sin transar no se podía hacer”.

 

 

 

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