Por Sebastián Rivas Junio 6, 2013

La duda era sencilla: ¿se puede medir la desigualdad a través de una línea de metro? Al economista Sergio Urzúa, jefe del área de políticas sociales del CEP, le asaltó la pregunta mientras viajaba en un recorrido frecuente de la red subterránea: entre la Plaza de Maipú, terminal de la Línea 5, y Pedro de Valdivia, ubicada en la Línea 1 y en pleno corazón de Providencia.

Había que definir una metodología. Urzúa, junto con el investigador Juan Echenique, aplicaron un ejemplo que se ha visto en ciudades como Nueva York: usar las estadísticas disponibles sobre ingresos per cápita a nivel de comunas y barrios para el año 2011 y, mediante un algoritmo, calcular cuánto recibiría una persona que vive en las inmediaciones de cada estación. Las 108 paradas que tiene el Metro santiaguino, entonces, quedaron identificadas por cifras.

Los resultados fueron evidentes. En apenas 20 minutos, el tiempo promedio que puede tomar un viaje entre San Pablo y Pedro de Valdivia, a través de la Línea 1, el ingreso promedio mensual subía más de 700 mil pesos, desde $171.838 a $898.428. Las desigualdades, además, quedaban reflejadas entre las propias líneas: el promedio de ingresos monetarios de las estaciones de la Línea 1 -de $492.698 al mes- más que duplica el de la pequeña Línea 4A, que entre sus seis estaciones alcanza un promedio que apenas llega a $204.169 mensuales. En un recorrido de la Línea 4, se puede pasar desde estaciones como Protectora de la Infancia en La Florida, con un ingreso promedio de US$ 4.027 al año -similar al de Belice- a Tobalaba, que cuadruplica esa cifra hasta US$16.814, cercano al de naciones que están al borde del desarrollo. Y, en estaciones como Pedro de Valdivia, superar los US$ 21 mil.

“El ejercicio permite reconocer que existe una gran desigualdad en los ingresos en la ciudad”, señala Urzúa. “Las diferencias entre estaciones son muy grandes, y eso refleja por qué, cómo y dónde decide vivir la gente”. Sin embargo, hasta ahí la evidencia era similar a la de otros estudios. La diferencia vino con otra pregunta: ¿cómo se relacionan las desigualdades de ingresos con el rendimiento educativo de cada lugar? La respuesta reveló un nuevo escenario.

UN TRANSBORDO DIFÍCIL

En su oficina del Centro de Estudios Públicos, Urzúa muestra un gráfico con dos curvas que suben y bajan prácticamente al mismo ritmo. La primera es la que muestra los ingresos promedio en cada estación de metro. Y la segunda, los puntajes Simce que obtuvieron los establecimientos que están en los alrededores de dicha estación en la medición hecha a los cuartos básicos en 2011 en Matemática. “Se siguen milimétricamente: a medida que se mueve el ingreso en Santiago, los puntajes se mueven junto a él. La segregación ocurre en todos lados, pero esa correlación no es estándar y no es convencional”, afirma.

La diferencia se evidencia, por ejemplo, en los 57 puntos que separan a los establecimientos cercanos a la estación Las Rejas de los de aquellos que están en la zona de Manquehue: 240 contra 297, cuando el promedio nacional es de 259. Para Urzúa, es una señal de algo serio. Explica que el Simce de cuarto básico, de acuerdo a los estudios, es considerado un predictor del futuro éxito laboral. Y que el hecho de que los niños de 10 y 11 años muestren las mismas diferencias en su rendimiento académico que  las que se ven en los ingresos económicos de sus padres, como se aprecia en las curvas de las estaciones de metro, debiera ser un llamado de atención. “Si el desempeño del estudiante es una aproximación de cómo le va a ir en el mercado laboral, la voz de alerta se levanta al mostrar esa relación con el ingreso de sus padres”, apunta Urzúa.

El trabajo no se queda allí. También hace la comparación de ambos datos con una tercera curva, la de ingresos promedio de cada estación en 1998. Allí se aprecian dos cosas. La primera es que, en general, los ingresos han subido levemente con respecto a una década atrás. Pero la segunda es que, salvo en Santiago Centro, la tendencia es prácticamente idéntica a las de las otras dos curvas. Urzúa dice que eso lleva a una conclusión difícil: “Lo más relevante es el problema que estamos enfrentando para romper la transmisión intergeneracional de la pobreza y la desigualdad. Y lo que esa figura hace es reconocer que se mantiene la segregación a lo largo del tiempo”.

ESCAPAR DE LA POBREZA

El análisis del estudio plantea que en el área de educación, si de verdad se quieren cambios, la curva del Simce no solamente tiene que emparejarse, sino que invertirse: es decir, que se realice una fuerte inversión en los colegios de los sectores más desfavorecidos para que puedan acceder a mejores oportunidades educativas posteriormente. En todo caso, Urzúa es escéptico sobre la viabilidad de esa iniciativa: “El piso mínimo sería que la correlación fuera lo más cercana a cero. Pero probablemente tampoco eso es posible en el corto plazo”.

Con los antecedentes del trabajo en mano, Urzúa plantea que la opción inmediata que tienen las familias es buscar la mayor cantidad de antecedentes a la hora de elegir el colegio al que enviarán a sus hijos dentro de sus posibilidades. Y que, por ahora, deberían considerar seriamente tratar de mandarlos a establecimientos de comunas que tengan mejores rendimientos, como una forma de mejorar sus posibilidades futuras. Como explica el economista, “ojalá que se pueda romper la inercia de que el barrio determine tu colegio”.

En ese camino, el mismo Metro, que sirve para ejemplificar las diferencias en una ciudad en el estudio podría cumplir un rol clave, ayudando a que niños y padres intenten caminos para evitar que se replique el ciclo de la desigualdad. “Un mejor sistema de transportes podría entregarte mejores posibilidades para poder moverse”, dice Urzúa. “Porque acá lo que tienen que buscar los niños son las mejores oportunidades”.

 

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