Por Juan Pablo Sallaberry Febrero 21, 2013

La región fue una de las peores rankeadas según la última encuesta Casen, registrando un 16,9% de pobreza. Sólo en Valparaíso se cuentan 57 campamentos, varios de ellos sin siquiera cañerías ni agua potable.

“Esto era el infierno”. Carlos va manejando su antigua camioneta mientras relata las escenas de horror que se vivieron la tarde del jueves 14 en los cerros de Valparaíso. Gritos, mujeres corriendo con sus hijos en brazos, toda la gente en la calle, vecinos tratando de salvar sus muebles, las llamas, un calor sofocante y el humo negro que cubría el cielo y no dejaba respirar. Fue una chispa de un trabajador que estaba soldando unos fierros y la falta de resguardos de seguridad de su empresa (Constructora RVC) lo que provocó el incendio, que no tardó en saltar la carretera y subir por las laderas alimentándose de los pastizales, el hacinamiento de las viviendas y los basurales clandestinos que sirvieron de combustible. 284 casas resultaron destruidas. “Pero gracias a Dios, cambió el viento”, dice Carlos, cuya casa resistió por poco, pero no las de varios de sus amigos y familiares.

Han pasado algunos días y lo que ahora se ve en el sector de Rodelillo y Los Placeres ya no es el fuego.  Son decenas de sitios carbonizados, retroexcavadoras sacando escombros, algunos automóviles quemados y detrás de ellos familias numerosas instaladas en carpas cuidando sus pequeños terrenos y las escasas pertenencias que alcanzaron a rescatar. Pero varios de los afectados ni siquiera tienen eso, eran personas en toma que habían construido sus improvisadas viviendas en las quebradas de los cerros, a donde no pueden llegar los bomberos ni los servicios más básicos, o grupos de allegados que compartían una pieza y ahora no tienen nada. El incendio, como nunca, dejaba en evidencia la precariedad  con que se vive en los cerros del puerto.

Una ciudad cuyo casco histórico fue declarado hace 10 años Patrimonio de la Humanidad por la Unesco y que había logrado potenciar el turismo internacional proyectando en sus postales una imagen de sofisticación con el boom de la gastronomía, las tiendas de diseño y los hoteles boutique en los cerros Alegre y Concepción, de golpe exhibía en primer plano la miseria que enfrentan sus habitantes y volvía a convertirse en el Valparaíso de siempre.

 

Una ciudad quebrada

Los incendios son un enemigo conocido en Valparaíso. Se recuerda el del 2008, que dejó un bombero mártir en el cerro La Cruz, o el de 1994 en la misma zona de Rodelillo, entre otros tantos. La semana pasada en la radio local comentaban con extrañeza de que aún no se produjera uno este verano.  Se podrían controlar con una campaña anual de cortafuegos y desmalezados, pero no hay recursos para un operativo especial de verano, confiesa el propio alcalde de la ciudad, Jorge Castro (UDI). Su resumen: no hay recursos para nada. “Muchas son las iniciativas, pero muy pocas las iniciativas con financiamiento, y volvemos a repetir una circunstancia que parece ser el sino de Valparaíso. No se puede administrar una ciudad de esta naturaleza con un presupuesto de los años 70”, reclama el edil.

Los problemas de Valparaíso se arrastran desde hace décadas. La municipalidad tiene un presupuesto de 24 mil millones de pesos, que apenas alcanzan para cubrir la mantención y servicios en los cerros y la alta demanda social de sus habitantes en situación de pobreza. La región fue una de las peores rankeadas según la última encuesta Casen, registrando un 16,9% de pobreza. Sólo en Valparaíso se cuentan 57 campamentos, varios de ellos sin siquiera cañerías ni agua potable.  Además de las deudas en la gestión edilicia, la corporación de desarrollo municipal, que administra los programas de educación y salud, sostiene un déficit de más de $ 20 mil millones desde fines de los 80.

Para la concejala PPD Paula Quintana, a su topografía única, que encarece los gastos de los servicios, y su particular distribución social -“acá no hay desigualdad, porque no hay clase alta”, dice-  se suma  “un problema de mala gestión histórica, falta de organización y mala administración”. “Eso ha hecho que esta municipalidad sea poco confiable tanto para los gobiernos como para el sector privado”, agrega. “Eso es transversal en las gestiones, de este alcalde y también de los anteriores. Existe un estigma de ineficiencia y falta de probidad en la municipalidad”. La de Valparaíso es una de las municipalidades con más funcionarios del país (cerca de 2.000) -muchos se van manteniendo de administración en administración sin que haya programas de evaluación de gestión- y registra una baja tasa de profesionalización de sus empleados.

Tampoco reciben ningún financiamiento extra como las regiones extremas o las mineras, ni tienen casino de juegos. El de Viña del Mar le reporta a esa municipalidad $ 21 mil millones en ganancias, cifra similar al presupuesto total de Valparaíso.

 

La cultura de la basura

Juan Carmona es paramédico y atiende una farmacia en calle Serrano. Al frente está aún el peladero que dejó la explosión de un edificio el 2007 y la animita que recuerda a las 4 víctimas fatales. Allí no se podrá construir nada en mucho tiempo, señala, porque es parte de la zona declarada patrimonio mundial, y los estándares para construir nuevas edificaciones resultan prohibitivos.  Más allá está la Plaza Echaurren, donde se juntan los ancianos, mendigos y ebrios, que por menos de 500 pesos reciben un plato de comida y una cerveza. Para Carmona, el mayor problema de la ciudad puerto es la basura que se amontona en las esquinas, sin que existan  días fijos de recolección, además de los perros vagos, los innumerables perros porteños, que a veces andan en manada y resultan peligrosos. Una encuesta del año pasado de la Universidad de Valparaíso arrojó que la principal preocupación de sus habitantes -después de la delincuencia- era “la basura y el mal olor”.

La basura es tema. Es la única gran ciudad que no ha externalizado el servicio de recolección de desechos y son funcionarios municipales quienes están a cargo de la tarea. Bajo la administración de Hernán Pinto (entre 1990 y 2004) se contrató una empresa privada, pero hubo problemas en los pagos y el contrato se anuló. Subir a los cerros cuesta hasta 7 veces más que sacar la basura en una ciudad plana, pero eso no explica por qué los desechos también se juntan en el centro. Las falencias del sistema crearon muchos recolectores informales, que por poco dinero tiran los desperdicios en microbasurales clandestinos que hay en todos los cerros. Incluso han llegado denuncias al municipio que los propios camiones de la alcaldía ocupan esos recintos informales.

El alcalde, que prepara un proyecto para licitar este servicio, al menos en el centro y en los cerros más turísticos, apunta a la población: “La gente cree que el microbasural que tiene en su barrio no daña a nadie, pero cuando ya está con la basura al cuello, con las ratas, ahí llaman al municipio”. Lo mismo con los perros: “A nosotros los porteños nos gustan los perros, pero hasta los seis meses, después de los seis meses son del alcalde, y es problema del alcalde cómo se las ingenia para darles de comer, para mandarles agua desde el centro de la ciudad hasta Laguna Verde”, señala Castro quien cada cierto tiempo realiza programas de esterilización sin mayor éxito.

 

El éxodo de profesionales

Lautaro Rosas es la calle más exclusiva de Valparaíso. En pleno cerro Alegre y con vistas privilegiadas a la bahía, sus casas de colores han disparado la especulación inmobiliaria y atraen a los turistas a visitar sus tiendas de alta costura, joyerías, restaurantes y hospedarse en sus pequeños hostales familiares con habitaciones de hasta $ 140.000. La junta de vecinos se ha organizado para mantener el barrio limpio, aunque es habitual que los turistas prefieran hospedarse en Viña del Mar y visitar ese cerro sólo por el día.

La crisis también les toca. En los últimos años se registra un importante número de profesionales que abandonan sus casas en esos cerros y migran a Viña u otras ciudades, sobre todo por la falta de buenos colegios y atención de salud en el puerto. Es el caso de la economista Fabiola Cabrera, que dentro de poco dejará,  junto a su esposo e hija, su casa en el cerro Concepción. “Soy nacida y criada en Valpo, es una ciudad única mágica, inspiradora y me encantaría seguir viviendo aquí, pero todo tiene su límite”, afirma. “Toda la gente sabe que la ciudad es sucia, como si tuvieras que aceptar que la basura es parte del paisaje, al igual que los perros callejeros, que son un potencial peligro. Por esto mismo, esta ciudad no es para vivir con niños”.

Los mejores colegios ya se han ido de Valparaíso. Así lo hicieron en su momento el Colegio Alemán y The Mackay School, y más recientemente, en 2008, los Sagrados Corazones. Entre los pocos privados, queda la Scuola Italiana. Lo mismo pasa con los centros de salud privados: sólo queda una clínica, pero carece de muchos especialistas. Y aunque el Hospital Carlos Van Buren es prestigioso, suele estar colapsado.

 

El problema de ser patrimonio

La idea de que la declaración de Patrimonio de la Humanidad iba a hacer despegar a la ciudad quedó en una simple ilusión. En 10 años, la municipalidad nunca trazó el plan director que exigía la Unesco tras el nombramiento, y el crédito aportado por el BID al Estado de más de US$ 50 millones -que administró la Subdere debido a la desconfianza que existía hacia la gestión de la municipalidad porteña- se destinó principalmente a realizar estudios y diseños de proyectos, pero no su ejecución. Por ejemplo, se hizo un enorme estudio de renovación del Mercado Puerto, pero los recursos no se utilizaron en  la construcción y el recinto quedó clausurado después del terremoto. También se estudió un rediseño de la Plaza Sotomayor, pero la municipalidad no lo aprobó. Finalmente, el dinero se utilizó en comprar camiones aljibes para el aseo y suplir el déficit municipal.

La discusión hoy apunta a la construcción del mall en el muelle Barón, junto al mar. El centro comercial, que incluye paseos peatonales y una enorme rueda de la fortuna, fue autorizado el mismo día del incendio y genera controversia en grupos urbanistas que reclamaron ante la Unesco porque, a su juicio,rompe el equilibrio del borde costero. Sus defensores dicen, en cambio, que además de atraer inversión privada, dará seguridad y limpieza a un barrio cercano como El Almendral , que ha sido invadido por el comercio ambulante y donde se registró a inicios de enero un tiroteo -en calle Uruguay con Pedro Montt a una cuadra del Congreso- vinculado a ajustes de cuentas entre bandas rivales.

Las autoridades porteñas -el alcalde y concejales de todos los partidos- demandan un sistema de financiamiento especial para Valparaíso. Con su compleja geografía y su parque automotriz envejecido que no les reporta grandes ganancias en permisos de circulación, piden buscar fórmulas alternativas para que la ciudad obtenga recursos extraordinarios. Una idea: reformar la ley que impide poner dos casinos de juego a menos de 70 kilómetros  y así competirle al de Viña.

Pero para muchos porteños hay otra solución a la vista: conseguir que el puerto de Valparaíso genere ingresos a la ciudad. Para Paula Quintana, el municipio “no tiene que darle la espalda al mar” y debería participar en la administración del puerto, tal como los hacen en ciudades como Barcelona o Buenos Aires y cobrarle una contribución especial del 15% de las ganancias a la Empresa Portuaria de Valparaíso para el desarrollo de la ciudad. “Ahí tenemos una mina de oro”, dice. Otros, como el director de la Secretaría Comunal de Planificación (Secpla), Luis Parot, también ven en el puerto una vía de escape, pero proponen un mecanismo que no castigue tanto a la empresa, como reformar la ley que facilita a los inversionistas pagar cifras “simbólicas” como patentes comerciales, o bien aplicarles una tasa mínima a los contenedores que se movilizan por la ciudad ya que ocupan su infraestructura. Pero las ideas son miradas con recelo en Hacienda por el riesgo de gravar al sector exportador.

Quizás la mejor forma de reflejar lo que sienten los habitantes es el contraste que viven cada Año Nuevo. La noche del 31 de diciembre 2 millones de personas llegaron a Valparaíso a celebrar, festejaron a lo grande y se tomaron la ciudad. Pero en las calles porteñas se dice que la imagen verdadera del puerto es a las 9 de la mañana del primero de enero, con 80 toneladas de basura y veredas intransitables. Con cierta resignación Fabiola Cabrera lo refleja así: “Ésa es la postal más representativa de en lo que hoy se ha transformado nuestro querido puerto”.

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