Por Sebastián Rivas Febrero 14, 2013

El texto apenas tenía tres palabras, y algo no le parecía bien a Andrés Beltramo. Corriendo contra el tiempo, apurando los segundos para enviar el extra noticioso de su vida, revisaba ese título tan breve y tan increíble a la vez. “Renuncia Benedicto XVI”. Beltramo, un argentino que trabaja como corresponsal en el Vaticano para la agencia mexicana Notimex, fue uno de los cuatro periodistas que presenciaron en vivo ese momento cuando el Papa anunció su decisión a los cardenales. Ese lunes, frente al computador, Beltramo se daba cuenta de que estaba frente a algo inédito. “Me parecía tan poco representativo que finalmente le puse:  Renuncia Benedicto XVI al pontificado. Porque sentía que tres palabras era muy poco para magnificar lo que era, ¿no?”, dice un par de días después desde Roma, riendo. “El Papa no renuncia, ésa era una de las cinco verdades de la eternidad. Pero desde ahora, no”.

Desde ese momento en que Benedicto XVI anunció su renuncia, la Iglesia Católica enfrenta un panorama incierto. En el Vaticano, hoy las preguntas son las que mandan. Las pocas certezas que hay son la fecha de retiro -el 28 de febrero- y la convocatoria a un nuevo cónclave, tras el que se celebró luego de la muerte de Juan Pablo II. En estos días, los cardenales, vaticanistas y expertos buscan descifrar algunas claves de lo que ha pasado desde 2005 a la fecha, para enfrentar así el nuevo escenario.

 

Una nueva persona

“Juan Pablo II había sido alguna vez un actor, y en los escenarios estaba como en su casa. Pienso que Benedicto XVI podía manejarse con un escenario, pero que su hábitat más natural era una librería”, dice a Qué Pasa la teóloga australiana Tracey Rowland, autora del libro La fe de Ratzinger: la Teología del Papa Benedicto XVI. Sus palabras apuntan a uno de los puntos más complejos que debió enfrentar Joseph Ratzinger en su mandato: la sombra de quien fuera su antecesor, con el que colaboró directamente durante 23 años como jefe de la Congregación para la Doctrina de la Fe, uno de los cargos más importantes del Vaticano.

Con un papado extenso, un carisma mediático fuerte y un gran desempeño en los actos masivos, ser el sucesor de Juan Pablo II era un reto para cualquiera. Más aún para el cardenal alemán, con un perfil totalmente diferente, más intelectual. Es así como Ratzinger publicaría tres encíclicas y dos libros durante su papado, que se suman a más de 600 obras a lo largo de su vida.

El sacerdote español Pablo Blanco, doctor en Teología y autor de Benedicto XVI: el Papa alemán, explica que, cuando decidió escribir este texto, optó por ir primero a Alemania, su país natal. “Él venía de un mundo distinto, más intelectual y teológico. Creo que él es consciente de que la razón es una plataforma común para todas las personas, porque también un no creyente se puede entender con un cristiano a través de la razón”, dice.

Es en esta línea, más racional y más pragmática, con la que muchos de quienes han seguido la trayectoria de Benedicto XVI explican la decisión de renunciar como un gesto de realismo. “Como buen alemán, lo debe haber pensado mucho”, dice Blanco. Sin embargo, también apunta a que, de cara al futuro, mostró que se puede optar por un estilo distinto al de Juan Pablo II. “Él tenía una simpatía arrolladora, y mucha presencia. Pero Ratzinger ha sido él mismo: no ha querido imitarlo, hacer sus puestas en escena y ser un Juan Pablo III, sino que optó por apostar a lo doctrinal y expresar en términos modernos la doctrina cristiana”, señala.

 

El efecto de los "Vatileaks"

Un hombre sentado en una silla de plástico, en una habitación semivacía en Roma. Eso fue lo que vio el periodista Gianluigi Nuzzi a fines de 2011, cuando accedió a reunirse con una fuente anónima que le prometía información sobre el Vaticano. Lo que recibió fue sorprendente: un legajo con copias de documentos secretos, cartas y papeles del mismo departamento papal, que dio a conocer en su programa de TV Los Intocables y con un libro, denominado Su Santidad: Los papeles secretos de Benedicto XVI.

La filtración contribuiría a complejizar el que ha sido uno de los períodos más tormentosos para la Iglesia Católica. Baja de fieles, denuncias por abusos sexuales, malos manejos en el Vaticano e incluso las filtraciones de documentos que revelaban las pugnas de poder al interior de la cúpula. Los denominados “Vatileaks”.

Fue este último caso el que reflejó de mejor forma el complejo entramado de poder en el Vaticano. La publicación de archivos confidenciales sacados desde el mismo departamento papal el año pasado llevó a prisión al propio mayordomo de Benedicto XVI, Paolo Gabriele, pero dejó muchas dudas sobre la manera en que se relacionaba el Papa con su secretario de Estado, Tarcisio Bertone, y con la curia italiana.

Nuzzi tiene una buena opinión del Papa y, para él, la renuncia es un mensaje de alerta. “Creo que no pudo hacer las cosas para asegurar en los próximos años de su papado la consistencia entre su mensaje de transparencia y el cambio que quería hacer en la forma de manejo de la curia romana. Entonces, decidió hacer un quiebre en el juego y anticipar la movida para confundir a quienes sabotean la vía del cambio”, señala desde Milán.

Andrés Beltramo matiza recordando que el Papa deslizó la posibilidad de dejar el cargo en 2010, mucho antes de que ocurrieran varios de los escándalos. Pero reconoce que el hecho mismo de la renuncia es un gesto a analizar con cuidado. Más aún considerando que no existen precedentes en 600 años de una situación parecida. “La Iglesia Católica es una institución donde los símbolos y gestos cuentan al extremo. Por eso es tan bombástica esta decisión”.

 

Ciudad eterna y pasmada

Roma intenta salir del shock. “Por primera vez, el espíritu tanto en la calle como en el Vaticano es más o menos el mismo: la sorpresa. Aún estamos tratando de entender lo que pasó”, dice Alessandro Speciale, vaticanista del Religion News Service, que estuvo en la última misa de Benedicto XVI, el pasado Miércoles de Ceniza, donde el cardenal Tarcisio Bertone evidenció esta actitud. “No seríamos sinceros, Santidad, si no le dijéramos que hoy hay un velo de tristeza en nuestros corazones”, dijo Bertone hace unos días.

Pero, además de tristeza y comprensión por la decisión, se trata de una ciudad de preguntas. De las grandes -quién será el sucesor- y de las pequeñas. “No saben de qué color se vestirá el ex Papa, el que tiene un significado simbólico, pero tampoco sabemos nada de qué tipo de vida llevará”, dice Speciale. Se ha dicho que vivirá en un monasterio en el Vaticano, pero nada se sabe de si seguirá escribiendo, de si seguirá escuchándose su voz, de si participará de actividades públicas. “Off the record, en el Vaticano, algunos se preguntan si es lo mejor que siga viviendo acá en la Santa Sede”, explica el vaticanista italiano. Quizás, dicen, debería vivir en Alemania. “No creo que vaya a ejercer una presión directa en el cónclave, la gente reaccionaría mal. Pero si estará vivo, estará acá a unas millas. Y la mayoría de los cardenales que votarán fueron elegidos por él, por lo que será un factor”, dice Speciale.

Lo que sí creen los vaticanistas es que el ánimo del cónclave será distinto al de 2005, cuando Benedicto XVI fue elegido en apenas un día y medio. “En esa ocasión, el cardenal Ratzinger asumió el control desde el principio y ejerció tal liderazgo sobre el cónclave, que pareció como la elección obvia y lógica para ser el próximo Papa”, comenta Robert Blair Kaiser, periodista que cubrió dicha elección para la revista Time.

Kaiser, quien ya había cubierto el cónclave de 1963, escribió posteriormente el libro A Church in Search of Itself, en el que investigó cómo se eligió al sucesor de Juan Pablo II. “En el cónclave pasado, no había casi nadie que haya vivido otros cónclaves. Los cardenales eran novicios y era posible manipularlos”, dice Kaiser. Según sus fuentes, Ratzinger fue políticamente hábil, explicó sus ideas de forma clara y confiada y eso dio al Colegio Cardenalicio una sensación de que estaban eligiendo a la persona correcta. “Era alguien que conocía el territorio”, dice Kaiser. Los cardenales con opiniones distintas, que trataron de contraatacar, no lograron convencer. “Eran una docena, no más. Pero la mayoría de ellos van a estar presentes esta vez, y espero ver un liderazgo desde este segmento”, comenta el estadounidense.

Tanto Kaiser como Speciale creen que esta vez el cónclave será distinto y que difícilmente durará un día y medio. “En esta ocasión, tendremos muchos cardenales que estuvieron en la elección de 2005. Van a ser políticamente más inteligentes y no van a dejarse liderar tan fácilmente”, dice Kaiser. Según el periodista norteamericano, liderazgos más abiertos, como el del cardenal Óscar Rodríguez Maradiaga, de Honduras, o el de Cormac Murphy O’Connor, de Inglaterra, podrían abrir la discusión, si bien el primero ya dijo que no está dispuesto a ser pontífice, y el segundo tiene 80 años de edad.

A esto se suma el efecto sorpresa de la renuncia. A diferencia de la anunciada muerte de Juan Pablo II, aquí no ha habido minuto para pensar en candidatos. “Éste será probablemente un cónclave más abierto, porque ya no hay un favorito muy claro”, dice Alessandro Speciale. “Los cardenales no han tenido tiempo para reflexionar cuáles serán los temas clave, cuál será la agenda, qué tipo de persona quieren, qué tipo de sensibilidad”. La reflexión será a puertas cerradas, en la Capilla Sixtina.

Esto no quiere decir que se vayan a ver cambios en temas como el matrimonio homosexual o el celibato sacerdotal, dice Speciale. “Entre los cardenales parece haber dos líneas divisorias, además de la geográfica. La primera es si quieren a alguien como Ratzinger o si prefieren una Iglesia de estilo más rockstar”, comenta el vaticanista. Por un lado, está el énfasis en una Iglesia más enfocada en la espiritualidad y el mensaje de la cristiandad y, por otro, el acento en el carisma, la participación en el escenario público y la conexión a nivel emocional con los jóvenes.

“La segunda línea divisoria es si se quiere seguir una reforma de la curia romana, lo que la gente esperaba de Benedicto XVI y que no hizo, o si la curia se mantiene igual”, continúa Speciale. Para Robert Blair Kaiser, estos cambios en el manejo del gobierno de la Iglesia son esenciales. “Éste va a ser quizás el cónclave más importante que veremos en más de cien años. Creo que hay cambios en el mundo a los que los cardenales deberán prestar atención, particularmente en la forma de gobernarse”, dice. “Los obispos no dan cuenta a nadie y la gente resiente eso”. La pregunta, para Kaiser, es si el vértice de la pirámide eclesial permitirá estas reformas.

El periodista confía en rostros nuevos, como el de Peter Turkson, de Ghana, al que conoció hace una década, cuando fue nombrado cardenal y era un desconocido para los outsiders del Vaticano. Hoy Turkson es el favorito de las casas de apuestas internacionales. Ese día, el ghanés fue nombrado príncipe de la Iglesia junto a una decena de otros obispos. Kaiser estaba en las salas donde amigos y conocidos hacían fila para felicitar a los recién nombrados. Sin conocerlo, esperó su turno para saludar a Turkson y, cuando llegó su momento le preguntó: “¿Preferiría usted tener una Iglesia clerical o una Iglesia del pueblo?”, recuerda. El nuevo cardenal se rió y le respondió: “¿Por qué no las dos?”. Luego siguió una conversación sobre la importancia del accountability de la Iglesia. “Me impresionó que no te mira hacia abajo ni consideró mi pregunta impertinente. Es un hombre articulado, con gran sentido del humor y que escucha ideas”, dice Kaiser. Además, luego de que el Papa Benedicto XVI lo nombrara presidente del Pontificio Consejo para la Justicia y la Paz en 2009, comenzó a tener roce político en la curia romana. “En su rol le toca relacionarse con cada cardenal que viene de visita, así que los conoce y no es un cardenal perdido en África”, explica Kaiser, “Turkson podría ser el Obama de la Iglesia Católica”.

Sin embargo, en el Vaticano dicen que aún no piensan en candidatos. “Yo he hablado con alguna gente de la curia y todos te dicen que lo que hoy se comenta en las oficinas es lo de la renuncia y qué va a pasar con este Papa”, dice el vaticanista argentino Andrés Beltramo, “no tanto aún de quién va a venir”. Beltramo estuvo este miércoles en la última misa oficial de Benedicto XVI como Papa y dice que vio esta actitud cuando, al final, hubo un aplauso  que rompió con el protocolo de la Basílica de San Pedro. Duró más de tres minutos, y los más de cincuenta cardenales presentes se sacaron la mitra.

“Fue un gesto muy simbólico, como diciendo: ‘El capo es usted’”, dice Beltramo. “La gente ha pasado del estupor a un homenaje, un poco como el reconocimiento que se le da a cualquier persona cuando muere. Pero eso se está dando en vida con él”.

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