Por Juan Pablo Garnham Noviembre 15, 2012

Paul Tough (45) pasó cinco años de su vida siguiendo a Geoffrey Canada, un conocido activista social empeñado en cambiar Harlem. A través de distintos programas sociales y educacionales, Canada ha ayudado a quince mil niños de bajos recursos de ese barrio de Nueva York, y de paso se ha convertido en un ícono de la educación en Estados Unidos y su modelo en uno que el presidente Barack Obama ha pedido replicar en el resto del país. Tough, quien es colaborador de The New York Times Magazine, publicó esa experiencia en el libro Whatever It Takes: Geoffrey Canada’s Quest to Change Harlem and America, pero, luego de terminar este trabajo, había algo que le hacía ruido. “Como educador Canada estaba totalmente enfocado en los resultados de pruebas. Ésa era su forma de medir si sus programas funcionaban o no”, recuerda Tough.

El problema fue que Tough se empezó a topar con nuevas e interesantes investigaciones académicas que hablaban de otro aspecto, ignorado por el sistema educacional estadounidense en general. “Descubrí los estudios de investigadores como James Heckman, de la Universidad de Chicago, quien hablaba cosas muy interesantes sobre lo que él llama ‘habilidades no cognitivas’”, recuerda. Este término se refiere a temas como la perseverancia, la inteligencia social, el carácter, la curiosidad o la resiliencia. “Muchas intervenciones educativas exitosas no lograban subir el coeficiente intelectual, pero sí estas dimensiones, lo que permitía cambios incluso más profundos y a más largo plazo”, explica Tough.

Una de las investigaciones fundacionales de esta línea de estudio fue el llamado “experimento del marshmallow”. La prueba, realizada por primera vez en 1972, implicaba dejar a un niño con un malvavisco en una habitación. Al niño se le decía que podía comerse el dulce en seguida, pero si esperaba diez minutos, obtendría otro más. De acuerdo a diversos estudios, los que esperaban conseguían mejores notas y resultados en la vida en general. El estudio original, que ha sido citado más de 400 veces en otras investigaciones, buscaba indagar acerca de la gratificación aplazada, es decir, la capacidad de sacrificar un bien inmediato por un bien mayor a largo plazo.

Estas experiencias y las investigaciones de Heckman -quien obtuvo el Nobel de Economía en el año 2000- y otros educadores, psicólogos, economistas y neurocientíficos son recogidas por Tough en su libro How Children Succeed: Grit, Curiosity, and the Hidden Power of Character, el cual lanzó en agosto de este año y llegó al número uno de la lista de los más vendidos de Amazon. Este trabajo implicó tres años de investigación, que cambiaron la forma en que Tough veía la educación. “Lo que más me llamó la atención va por el efecto que estas habilidades tienen en la universidad. Normalmente vemos la educación superior como el lugar donde la inteligencia es lo que realmente importa más que ninguna otra cosa”, dice. Pero finalmente lo que demuestran los estudios de los que habla el periodista estadounidense es lo contrario. “Llegar a la graduación tiene muy poco que ver con los resultados en pruebas estandarizadas, sino mucho más con la habilidad de persistir a pesar de los problemas y obstáculos. Y eso es especialmente cierto para niños de hogares más desaventajados”.

Tough aclara que la inteligencia y las habilidades cognitivas obviamente no deben ser dejadas de lado. “Definitivamente hacen una diferencia, sobre todo en los niveles más altos; en el Departamento de Física de una universidad, por ejemplo. Pero sí creo que las sobrestimamos a nivel de los niños y en nuestro sistema de educación”, explica.

 

La clave para graduarse

Si Paul Tough fuera ministro de Educación de Estados Unidos, tiene claras cuáles serían las dos primeras medidas que tomaría: “Lo primero es que cambiaría los métodos de las pruebas, para ampliar las formas de medir el éxito de los niños y buscar nuevos indicadores que hablen del resultado a largo plazo”. Porque, según él, la falta de énfasis en estas habilidades no cognitivas se ha dado porque es difícil evaluarlas, a diferencia de las matemáticas o el lenguaje. Pero eso puede cambiarse.

La segunda medida de Tough sería cambiar los procesos de admisión de las universidades. “Hay muchísima evidencia de la gran importancia de estas habilidades no cognitivas en los jóvenes, no tanto en su buen rendimiento en los primeros años, sino en persistir y llegar a la graduación”, comenta. La deserción universitaria es un gran problema en Estados Unidos -en quince años el país ha bajado del primer lugar mundial al 16 en sus tasas de retención universitaria- y Tough ha visto cómo la falta de estas habilidades no cognitivas es una de las razones de este fenómeno. “Las universidades deben cambiar este enfoque en su proceso de admisión y también cambiar las formas de apoyo que les dan a sus estudiantes para persistir”, dice Tough.

Esto es aun más relevante en los alumnos de clases sociales más bajas. Algunas de las mediciones que cita en su libro hablan de cómo los niveles de estrés en familias vulnerables afectan a nivel neurológico a los estudiantes y su desempeño. Habilidades blandas, como la capacidad de sobreponerse a la frustración, permiten superar estos problemas y tienen un efecto todavía más importante que la inteligencia en algunos casos. “Además, nuestro gobierno está gastando grandes cantidades de dinero en estos niños, no sólo en educación sino que en otros programas sociales”, comenta Tough. “Si existieran programas que comenzaran antes y enseñaran estas habilidades, estaríamos siendo incluso más eficientes, adelantándonos al momento en que los niños tienen 16 años y tengan problemas con la ley o con sus familias”.

Pero, además de esto, las habilidades de las que habla Tough tienen la ventaja de que se pueden enseñar a cualquier edad, incluso a adultos. El problema es que los proyectos que realizan este trabajo aún son muy incipientes y escasos. “Los profesores me dicen: ‘Ok, pero cómo incluyo la enseñanza de la perseverancia en mi currículo’. La realidad es que aún no lo sabemos bien”, comenta el periodista. “Pero una de las cosas más gratificantes de haber escrito este libro es ver cómo muchos educadores hoy están experimentando, probando distintas cosas y tratando de medir los resultados, para ver cómo integrar estos conceptos en sus programas”.

 

Padres y Profesores

Los profesores son, como siempre se ha dicho, fundamentales en este cambio. Sin embargo, uno de los puntos interesantes del libro de Tough es que agrega matices en una discusión normalmente polarizada. “El debate educacional es siempre blanco o negro: o dices que el problema son los profesores o dices que la pobreza es un una situación tan complicada que nadie puede hacer nada al respecto”, explica el periodista.

Las habilidades no cognitivas ayudan a los estudiantes a sobreponerse a contextos complicados. “Pero también un gran profesor puede hacer una diferencia importantísima”, comenta.

Otro factor son los padres, y Paul Tough lo ha vivido en carne propia: empezó la investigación para su libro cuando su mujer quedó embarazada. “Al principio yo era uno de esos padres ansiosos, preocupado porque quede en el mejor jardín infantil y comprando DVDs de Baby Einstein”, dice, “pero esta investigación me ha calmado. Me ha permitido descubrir que el desarrollo emocional, psicológico y social es tan importante como el aspecto cognitivo”. Y eso lo logra con cosas tan simples como jugar con su hijo de tres años.

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