Por Danilo Díaz Septiembre 13, 2012

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Sergio Roberto Livingstone abrazó la pasión de su vida desde la niñez, cuando estaba interno en el Colegio San Ignacio y sus incipientes voladas anunciaban la gestación del más grande arquero que ha dado el balompié nacional. Pronto vendrían las inferiores en Unión Española, su consagración en Universidad Católica, el traspaso a Racing de Avellaneda y su romance con el arco de la selección chilena, donde vivió jornadas inolvidables y de las otras.

Es un referente ineludible tanto del fútbol como del periodismo deportivo nacional. A partir de 1938 destaca como jugador y luego, desde el Mundial de 1962, en la prensa. En ambos campos, qué duda cabe, se le estima y reconoce.

Dice que en la cancha siempre prima el talento más allá de los sistemas tácticos. Y aclara de entrada que antes no era más fácil, como suele decirse hoy.

-El fútbol siempre es complicado. Ganar el campeonato de la liga bancaria cuesta; ganar cualquier cosa cuesta mucho; jugar bien en cualquier categoría es difícil. Y, a nivel profesional, en el año cuando yo partí, también costaba.

-Se dice que entrenaban menos.

-Eso es absolutamente falso. Trabajábamos martes, miércoles, jueves y el viernes hacíamos desintoxicación. Estuvimos 15 años concentrando en Las Vertientes.

-¿Y cómo era el nivel?

-El fútbol entonces tenía una gran ventaja: la habilidad primaba, el que era hábil tenía un plus. No se había descubierto aquello del derroche físico, la marca asfixiante, la anticipación, la rudeza, la patada. Era un fútbol bello porque era un fútbol suelto.

-¿Era más fuerte, más duro el futbolista de antes?

-Es al revés. Estaban menos preparados, hacían menos esfuerzo, corrían más lento, levantaban menos las piernas, pero todo era nivelado. Entonces, en ese fútbol, en ese nivel, era complicado ganar. No creo que lo antiguo sea mejor. La evolución ha sido muy positiva. Lo que pasa es que hoy es casi otro deporte.

-Eso uno lo observa en el ritmo y dinámica de los equipos europeos y argentinos, por ejemplo.

-Es otro fútbol por algo que ellos tienen y que han dominado: la técnica en velocidad. Ahora la gente dice “¡Métanle!”, “¡Con garra!”, “¡Pégale!”. Pero cuando les preguntan qué jugador prefieren, inexorablemente eligen a buenos. Todos eligen al bueno. El público tiene una deformación que le da la pasión en la cancha y se vuelve a una cosa natural cuando debe opinar. A la gente le gusta la belleza.

-En relación al ritmo y la dinámica, a usted le tocó vivir en la cancha la primera gran revolución del fútbol chileno: la llegada de Francisco Platko.

-Platko llegó e hizo la WM4 con marcación. A los dos centrales los tiró a las puntas y al centro half, que era Pastene, lo bajó. Entonces tuvo a tres hombres que marcaban. El esquema de Platko impuso la sorpresa. Él venía de Europa, aunque el sistema era del año 25. Así Colo Colo ganó campeonatos, incluso fue invicto. Pero lo importante de Platko estuvo fuera de la cancha.

-¿Por qué?

-Porque adentro todos los sistemas son buenos cuando se desarrollan bien. Él enseñó y aplicó un profesionalismo tremendo, quitó todos los gorritos y boinas de los jugadores, menos al Tigre Sorrel porque era su característica. Platko obligó a subirse las medias, hacía poner el pie y enseñaba la forma cómo los jugadores debían vendarse en ocho y amarrarse las medias con una pretina y no con elástico, que hace una presión muy fuerte. Se fijaba que estuvieran amarradas con una rosita hacia afuera para atender a los lesionados. Impuso la concentración, el baño turco. Veía aparecer la transpiración y te mandaba a vestir. Él hizo un cambio grande en cuanto a la disciplina y a la manera de encarar el fútbol. Creo que ha sido la mayor revolución de nuestro medio.

-Después vino Alejandro Scopelli.

-Él fue un tipo astuto y estudioso a quien tuve como técnico en la selección universitaria. Contrarrestó lo de Platko tirando el wing fantasma. Ubicó más atrás a Jaime Ramírez. Como era tan rígido el sistema de Platko, Ramírez, que era un diablillo, lo complicó.

-¿Jaime Ramírez fue un pionero del fútbol chileno?

-Sí. Fue un gran jugador, quizás le faltó un club grande en España. Estuvo en demasiados clubes chicos. Y después llegó a un Racing muy dividido.

“Yo tenía mucha clase. En los partidos complicados nunca me achiqué, nunca me hice el lesionado, nunca me retiré de la cancha aunque me hicieran seis goles. Y al jugador de clase deben gustarle esos partidos porque es un aliciente. Y la clase es jugar igual o mejor que en los partidos normales”.

-¿Y Jorge Robledo? Es otro de los hitos chilenos.

-Nosotros jugamos alguna vez con Colo Colo en Independencia, pero cuando llegó Robledo nunca más se pudo sacar a Colo Colo de su cancha. Tuvo dos o tres años esplendorosos. El público lo iba a ver y él respondió a cabalidad, pero después se acomodó al medio. Llegaba al camarín y se bañaba con agua fría en pleno invierno. Si se suspendía el entrenamiento, el Gringo igual iba por su cuenta. Venía con todo el ímpetu del fútbol inglés. Al igual que el Estadio Nacional, Platko, Robledo, nuestro Mundial y la televisión, fue un hito que empujó al fútbol.

-¿A qué escuela adscribe su estilo como arquero?

-Yo dirigía, mandaba, era bien atento, me adelantaba. A mí me hizo una crónica muy buena El Gráfico cuando terminé el fútbol, pero después me pareció muy mala porque decía que yo era un gran atajador y no era verdad. Atajaba como todos los arqueros, pero tenía virtudes, como ordenar a los defensas, jugar en el área, anticiparme al pase profundo.

-¿Al arco llega por gusto o por descarte?

-Me gustó de chico, desde los 8 años, aunque jugaba bien adelante. En el San Ignacio había Infantil, Intermedia y Superior, y jugué en las tres. Una vez fuimos al Instituto Inglés, donde el profesor de fútbol era Luis Tirado, técnico de Unión Española. Me vio y al otro día fue al colegio. Me encandilé porque sabía quién era. Y me fui a la Unión de vanidoso, porque él me había ido a buscar y además porque estaba interno y no salía casi nunca. Pero cuando entré a estudiar Derecho a la Universidad Católica me pidieron el pase.

-Ahí nace el Sapo.

-Lo de Sapo viene de los clásicos, como contrapartida al Pulpo Simián de la U. El Negro Gustavo Aguirre, gran relator, me puso así por la forma de saltar. Y quedé hasta hoy.

-Las crónicas dicen que usted se agrandaba en los partidos bravos.

-Yo tenía mucha clase. En los partidos complicados nunca me achiqué, nunca me hice el lesionado, nunca me retiré de la cancha aunque me hicieran seis goles. Y al jugador de clase deben gustarle esos partidos porque es un aliciente. Y la clase es jugar igual o mejor que en los partidos normales.

-Unos años antes usted llegó al fútbol argentino. ¿Cómo se produjo ese traspaso?

-Primero me vinieron a buscar de Boca y luego de otro equipo que no recuerdo. Fue después del Sudamericano de 1941, en Chile, y del siguiente en Montevideo. Entonces yo estaba enamorado de una cabra y no quise irme. Luego terminé con esta niña y estaba de muerte. Fue en ese momento, en 1943, cuando vinieron de Racing. Yo era joven. Al principio anduve flojo, después estuve muy bien. Pero finalmente hice la del chileno y me bajó la nostalgia, dejé botado y estuve como cinco meses sin jugar. “No juega por nosotros, no juega por nadie”, me dijeron.

-Un error.

-Sí. Pero ocurre que un clavo saca a otro clavo. Empecé a pololear con la que fue mi mujer después. O sea, me fui por una que cuando estuve en Argentina olvidé. Y cuando volví, salí con una chica que yo conocía y me enamoré. Así que las mujeres en mi vida han sido fundamentales, estúpidamente fundamentales. Fue un error, porque después vinieron los años de Racing, con Llamil Simes, Rubén Bravo. Me quedé acá y jugué hasta 1959.

-En esos años la distancia con los del Atlántico era enorme.

-Había distancias, pero de repente teníamos resultados. En 1941 perdimos 1-0 con Argentina en un partido muy apretado, con gol del Chueco García. Obteníamos resultados pero, en general, estábamos abajo. Y llegó un momento en que nos estancamos.

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