Por Ana María Sanhueza Septiembre 6, 2012

 

De pronto hubo un silencio muy extraño, como si acallaran las voces de la gente que caminaba por la calle. Luego ladraron varios perros al mismo tiempo, hasta que empezó la balacera.

Era pasado el mediodía y Javiera Benítez (32, casada, tres hijas) estaba a metros del tiroteo. Sintió terror. Llevaba apenas unos días trabajando en La Legua cuando experimentó, en carne propia, un hecho que los habitantes de esa población de la comuna de San Joaquín viven varias veces a la semana y desde hace unos 20 años.

Javiera miró hacia ambos lados. Vio, con estupor, cómo las profesoras de un jardín infantil protegían a los niños. Luego observó algo que la impactó tanto como esa primera escena: la mayoría de los vecinos actuaban como si no pasara nada. Trabajaban, caminaban, andaban en bicicleta, compraban en los almacenes. Otros se asomaban a mirar por la ventana.

Era noviembre de 2011. Y la socióloga de la UC debutaba como delegada del Ministerio del Interior Javiera Benítez junto a la dirigenta vecinal Carmen Cifuentes y a Jaime Álvarez, administrador del Centro Comunitario de La Legua.en Iniciativa Legua, el plan que surgió a raíz de la carta que el párroco de la iglesia San Cayetano, Gerard Ouisse, entregó en La Moneda el 24 de marzo de ese mismo año al ministro Rodrigo Hinzpeter: denunció que la comunidad vivía en un clima de “violencia intolerable” y bajo una dictadura narco, en medio de los disparos. Disparos que ahora también conocía la asesora del gobierno.

“Ese día me di cuenta que los vecinos se habían acostumbrado a las balaceras. Comprendí que eso demostraba que todo andaba mal, porque no es normal vivir así”, recuerda Javiera nueve meses después, mientras camina por la plaza Salvador Allende de la población.

Pero su arribo a La Legua no sólo fue difícil por los balazos. Al comienzo, también tuvo que lidiar con la desconfianza de los legüinos, que miraban con curiosidad y lejanía a esa mujer joven, rubia, de vestido y voz suave que empezó a ir cada vez más seguido a conversar con ellos. ¿Qué hacía en una población tradicionalmente de izquierda la emisaria de un gobierno de derecha?, era la pregunta que muchos se hacían al principio.

“Cuando la vimos por primera vez todos pensamos lo mismo: ¿qué onda ella? Para nosotros era como una Barbie  ¡Y de derecha! Pero después nos sorprendió su sencillez”, recuerda sonriendo el comunista Jaime Álvarez, administrador del Centro Comunitario de La Legua.

Poco antes, Juan Carlos Jobet, entonces jefe de gabinete de Hinzpeter y hoy subsecretario de Vivienda, había experimentado algo similar. “Al principio había mucha desconfianza. Por eso, les pedimos a los vecinos que al menos nos dieran el beneficio de la duda”.

“Veíamos con incredulidad el proceso, porque todas las intervenciones anteriores habían sido con represión policial. Y un trabajo en una población debe tener aspectos sociales, porque la gente está involucrada”, explica  Álvarez.  Y Carmen Cifuentes (67), dirigenta vecinal, agrega: “¿Qué podíamos pensar si la última vez que hubo una intervención nos prometieron áreas verdes, y lo único que hicieron fue pintar de verde unos cuadrados de cemento? Fue una burla para nosotros”.

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Hasta antes de entrar al gobierno, Javiera Benítez apenas había oído hablar de La Legua. Luego, cuando fue subdirectora de Senda, al inicio del período de Sebastián Piñera, fue esporádicas veces, pero de entrada y salida. No como ha sido estos nueve meses, que va al menos dos veces por semana y se queda allá hasta las 8 ó 9 de la noche. El resto de su tiempo lo pasa en su oficina ubicada al frente de La Moneda, dedicada exclusivamente a trabajar en cómo mejorar la situación de La Legua. “Esta pega me ha ayudado a descubrirme. Hoy me conecto mucho más con la gente de La Legua que con personas del entorno de donde yo vengo. Porque acá se da una relación natural, donde uno se conecta con la vida y el sentido común y no desde la diferencia, de quién es mejor o peor. Acá se busca lo que tenemos en común”, dice.

Cuando la vimos por primera vez todos pensamos lo mismo: ¿qué onda ella? Para nosotros era como una Barbie  ¡Y de derecha! Pero después nos sorprendió su sencillez”, recuerda el comunista Jaime Álvarez, administrador del Centro Comunitario de La Legua.

Cuando le ofrecieron el trabajo, Javiera aceptó pese a que varios de sus cercanos le insistían en que no lo hiciera. “Me decían que sería difícil, y sobre todo peligroso. Pero estoy segura que es más el susto que le tienen desde afuera a La Legua de lo que es estar acá adentro”, afirma.

No era la primera vez que nadaba contra la corriente.

Javiera fue una de las estudiantes destacadas en Sociología, a pesar de que nunca pudo dedicarse en un 100%: tuvo a sus tres niñas mientras iba a la universidad. Esa buena trayectoria en la UC contrasta con lo que vivió en el Colegio San Benito de Vitacura. Para un establecimiento tradicional y de muchas reglas, Javiera estaba lejos de ser una alumna ideal. Estuvo condicional por conducta desde segundo básico a cuarto medio. “No es que fuera rebelde; me gustaba pelear por las causas perdidas. Tampoco era desordenada, sino cuestionadora”, recuerda.

Desde que se tituló en 2008, se concentró en un área muy distinta a la de ahora: trabajaba en investigación en salud pública junto a su ex profesora, la directora del Senda, Francisca Florenzano. Hacían asesorías para la Facultad de Medicina de la Universidad Católica.

Luego se mudó a Puerto Varas junto a su familia. El proyecto era tener una vida tranquila, en provincia. Allá se encargó de abrir la oficina de la consultora Gestión Social, de Tironi Asociados y Javier Zulueta. Entonces tuvo una pequeña aproximación al trabajo social, cuando realizó un estudio para la salmonera Mainstream sobre su relación con la comunidad. Pero nada comparable a La Legua.

En eso estaba cuando, una mañana, sonó el teléfono y Francisca Florenzano le ofreció ser subdirectora del Conace, actual Senda. Esa misma tarde, Javiera estaba a bordo de un bus rumbo a Santiago. “Ella es distinta a muchas personas de su generación, que buscan trabajar poco para tener tiempo libre y ganar bien. Ella, en cambio, se involucra”, dice Florenzano.

En Senda estuvo hasta agosto de 2011. Hasta que, nuevamente, sonó el teléfono. Esta vez era de Interior: la habían elegido para ser la emisaria en La Legua, pese a que no tenía ninguna experiencia en poblaciones.

Hinzpeter, inspirado en la misma figura que había visto en varias favelas de Río de Janeiro, donde el Estado tiene un interlocutor entre los vecinos, pensó en Javiera para el cargo. Se había fijado en ella cuando la vio interactuar con un grupo de adictos a las drogas. Tenía cercanía, horizontalidad y  sencillez en el trato.

“Javiera tiene las cualidades apropiadas para este trabajo no sólo porque es socióloga; sino porque tiene ciertas habilidades espontáneas para generar las confianzas necesarias. Y ésas no necesariamente las dan la experiencia y la teoría, sino que las brinda la naturaleza”, dice Hinzpeter, con quien se reúne periódicamente para hablar de La Legua.

La emisaria en la Legua

 

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Ha transcurrido menos de un año desde que asumió en La Legua y a Javiera  cada vez la saludan más vecinos. De pronto se le acerca Carmen Cifuentes. Viene del consultorio y va apurada a preparar una cazuela. “En junio Javiera fue mi invitada especial a mis bodas de oro. Era la única que no era de mi familia”, cuenta la dirigenta.

Pocas cuadras más allá la espera Gustavo “Lulo” Arias, el presidente del Comité de Organizaciones Sociales que se creó tras la carta del padre Ouisse. El líder del grupo de hip hop Legua York está junto a un grupo de estudiantes. Le muestran cómo pintan un mural.

En el Centro Comuntario está Jaime Álvarez, con quien se toma un café y habla con familiaridad. Varios hechos los han acercado. Pero hubo uno especial. Ocurrió hace unos meses, cuando fue a conversar con ella a su oficina.  “Cuando terminó la reunión, me preguntó si conocía La Moneda. Para mí, que soy comunista, fue muy fuerte que ella, que es de un gobierno de derecha, me llevara a recorrerla, por lo que el lugar significa políticamente para mí. Eso me quedó dando vueltas y pensé que ni los comunistas somos ‘come guaguas’ ni los de derecha son todos fascistas”.

En poco tiempo, Javiera ha logrado compenetrarse en La Legua. Ejemplo de ello es que acaba de llegar de Isla de Pascua, donde viajó junto a la profesora Fabiola Salinas, directora del emblemático grupo folclórico de La Legua, Raipillán. Se alojaron en la casa de una familia junto a 20 bailarines y dos de las modistas del conjunto.

Durmieron en colchones en el suelo. Javiera también. “Ella era una más de nosotros”, dice Fabiola.

Javiera ha ido familiarizándose de a poco con los espacios y la gente. Cada vez puede caminar por más lugares. Si antes sólo transitaba entre el Centro Comunitario, la parroquia y la escuela, ahora lo hace por varios otros sectores, casi siempre acompañada por alguno de los vecinos. No así, por los pasajes más conflictivos. Tampoco lo hace la policía, pese a que anda por la población ametralladora en mano.

Javiera ha ido familiarizándose de a poco con los espacios y la gente. Cada vez puede caminar por más lugares. Si antes sólo transitaba entre el Centro Comunitario, la parroquia y la escuela, ahora lo hace por varios otros sectores, casi siempre acompañada por su equipo y alguno de los vecinos.

En este período, Javiera ha seguido experimentando algunas de las vivencias de los legüinos. Una de ellas es la molestia que le produce el que su radiotaxi se niega a entrar a La Legua cuando va a buscarla. “Es lo mismo que les hacen a los vecinos: van al supermercado y ningún taxi quiere traerlos. Eso es parte de la estigmatización con la que hay que terminar”.

 

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Hoy Javiera y su equipo están en días clave: falta poco más de un mes para que se materialicen los primeros trabajos como parte de la intervención urbana. Los proyectos sociales partieron hace meses.

En los vecinos hay altas expectativas por la remodelación del eje Jorge Canning, la primera gran obra física del plan. Es la avenida principal, donde se construirá una ciclovía, la primera de la población. También se repararán sus veredas, se pondrán áreas verdes en algunos puntos y se instalarán resumideros de aguas lluvias para que deje de inundarse cada invierno. Es un anhelo de años.

También se remodelará la plaza Salvador Allende.

En ambas obras se ha invertido alrededor de $2 mil millones. A ello hay que sumar los $9 mil millones que costó la expropiación a empresas colindantes, entre ellas Sorepa y Embotelladora Andina, que permitirán abrir las calles y terminar con los pasajes ciegos donde muchas bandas han anidado sus cuarteles. Allí se construirán 250 viviendas sociales.

Parte del trabajo de Javiera ha sido sentarse a conversar con distintas empresas para que inviertan en La Legua.

Su próximo desafío: la instalación de la sucursal de un banco dentro de la población. Hinzpeter ha sido de los principales promotores. La idea la sacó de un viaje a la emblemática favela Alemao, de Río de Jainero. “Respetando las decisiones del banco, ojalá sea una sucursal completa, que dé créditos y microcréditos para el emprendimiento”, dice el ministro.

Para Javiera, un banco será un gran indicio de los cambios que vienen: “Será una señal potente para que otros servicios hagan lo mismo. Porque acá no sólo debe haber un esfuerzo del Estado por integrar a La Legua, sino también de la ciudad”.

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