Por Nicolás Alonso Julio 6, 2012

Desde el día en que lo bautizaron, el niño ya era una réplica. Pero la primera vez que le dolió serlo fue una mañana habanera de finales de los 60, el día que le extirparon las amígdalas.

- ¡Fidel Castro no llora! -grita la enfermera.

- ¡Pero me duele muchooo! -suplica el niño.

- ¡Un Fidel Castro no puede llorar!

- ¡Pero me duele a mí, no a él!

***

En pleno invierno, el Campus Chillán de la Universidad de Concepción parece deshabitado. La fría neblina cubre los campos en donde pastan ovejas, y por el Departamento de Ciencias Pecuarias no camina más que algún científico con sus papeles y uno que otro estudiante. Poco rato después, ya no queda nadie. Otro aviso de bomba anónimo, una molestia constante en la casa de estudios, ha llevado a Carabineros a desalojar el lugar.

El doctor Fidel Castro (51), director de doctorado de la facultad, dice que, a esta altura, no está para amenazas de bomba. Camina por los pastos posteriores del campus, y cuenta que cuando estaba por nacer Esperanza, la segunda vaca clonada por su equipo -que un poco más allá juega con su esposa, la doctora Lleretny Rodríguez (36), como si fuera un perro-, estuvo a punto de irse a las manos con un estudiante para que lo dejaran entrar al laboratorio, en toma por el movimiento estudiantil. Si no lo hacía, los clones no iban a poder nacer.

-¡Fidel, cuidado, que la Julieta está juguetona! -grita Lleretny, y el doctor se hace a un lado para que la vaca-perro no se lo lleve por delante. Desde que llegaron al país, en 2004, han dirigido juntos todos los proyectos de clonación en la universidad, pero ella es la que hace los clones con sus manos. Ambos, con la ayuda de un grupo de cinco estudiantes que se turnan para cuidar y hasta dormir con las vacas, son los que en el último año crearon en Chillán a los únicos clones con vida del país: Esperanza y Julieta Paz, un par de angus rojos perfectos y exactamente iguales, réplicas de una campeona de feria chilena. Antes, en 2008, ya habían creado a Victoria, el primer clon exitoso en la historia de Chile.

-Ellas son mis niñas, mis pequeñas -dice Lleretny, quien no permite que nadie se refiera a las dos vacas como “vacas”-. Tenemos un vínculo muy fuerte. Les he hecho ecografías, he dormido con ellas en el pesebre, les he dado mamadera. Para mí, son mis hijas.

Para Fidel, son sus clones. Lo que a él le fascina es otra cosa, es lo que está detrás. La alquimia que les dio vida a esas bestias peludas que ahora son niñas, pero que antes fueron embriones creados en su laboratorio, como tantos otros que no corrieron mejor suerte. -Uno nace, crece y muere. Pero cuando clonas, hay un punto de retorno. Y ves que esa célula que tenías en tus manos de pronto corre por el campo. Tiene algo de magia.

El doctor dice esas cosas y habla con la emoción de un niño. Pero sabe que detrás de esa explicación hay otra, y que antes que la magia había otro poderoso motivo por el cual tenía que clonar. La historia de un hombre que nació en Cuba con el nombre de otro, y que necesitaba clonar una vaca como fuera para demostrarle a ese otro lo que él valía.

Su propia historia. Y la de Fidel Castro.

***

La revolución necesitaba héroes, y a él lo formaron para serlo. Nacido dentro del ala más dura del castrismo, hijo de un connotado científico marxista y sobrino de Santiago Castro, ministro de Ganadería y jefe de la escolta de Fidel Castro, el chico al que bautizaron Fidel no dudó nunca en seguir el mandato revolucionario. Como todo niño brillante de la isla, fue instruido en la Escuela Vladimir Ílich Lenin, y luego enviado a la Unión Soviética a transformarse en científico. El comandante, les repetían, los necesitaba para hacer de Cuba un país desarrollado. Y Fidel estaba ansioso por responder al llamado.

-En el partido (comunista) decían que si no había un clon en Cuba, era culpa nuestra -dice Lleretny Rodríguez-. Si hacíamos un clon acá, donde no había nada, iba a ser un gran golpe.

Le tocó Bielorrusia y eligió Ingeniería Pecuaria, en un frío  pueblo donde al poco tiempo empezó a ocultar su nacionalidad: por llamarse igual que el otro, al decir que era cubano todos trataban de besarlo. Al terminar su carrera, le entregaron el diploma rojo al estudiante más brillante de su generación y lo becaron para realizar un doctorado en Biotecnología. Pero al tercer año, al morir su tutor, lo obligaron a cambiar de tema para conseguir el grado. Prefirió renunciar y volver a la isla. Esa decisión fue vista con ojos heroicos en el partido.

-A ellos les gusta crear héroes. Dijeron: este joven, con 25 años, renunció a un doctorado porque quiere volver para consagrarse a la ciencia. ¡Y aquí está con nosotros! -recuerda Fidel-. Entré a trabajar al Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología. Poco después, Fidel Castro me mandó a llamar y me dijo: “Así que tú eres mi tocayo. Pues a partir de ahora seré tu padrino”.

Fidel Castro, el comandante, estaba obsesionado con la biotecnología, e inició en 1984 un plan multimillonario para crear centros de investigación. En el primero de esos centros destinó al joven científico, que ahora era su ahijado, y que pronto se transformó en la cabeza de todos los proyectos de transgénicos y de experimentación animal de la isla. Bajo el mandato directo del jefe supremo, el joven Fidel creó por ingeniería genética los primeros conejos y ratones transgénicos del continente, y logró manipularlos genéticamente para que dieran en su leche diez tipos de biofármacos distintos, desde hormona del crecimiento humana, hasta proteínas que servían para la creación de glóbulos rojos o para prevenir infartos. Eran el orgullo del partido.

Decidieron transformarlo en un experto mundial. Por orden del comandante, le otorgaron su doctorado inconcluso y más tarde le financiaron tres posdoctorados en Inglaterra y Alemania. Fidel Castro, el otro, aparecía constantemente en su despacho, y le recordaba a su equipo que en sus manos estaba la revolución que iba a transformar a Cuba en una potencia. También le encargaba sus ambiciones personales. Una tarde llegó con Gorbachov, y le pidió que creara un cerdo que se alimentara de pasto. Satisfacer ese tipo de demandas, las de su padrino, era la razón de vida del científico. -Yo tenía una admiración tremenda por él. Era un tipo brillante, fuera de serie -dice Fidel-. Me tocaba discutir con él cada proyecto. Y era complicado, porque es muy terco, y a veces quería cosas que no tenían sentido. Pero era visionario.

Los clones de Fidel Castro

Durante una década, su vida fue perfecta. Pero la bomba que destruyó todo cayó en 1997 y se llamó Dolly, la oveja escocesa con que el mundo supo que la clonación era posible. La reacción del comandante fue inmediata: había que clonar a Ubre Blanca. Muerta 12 años atrás, ése era el nombre de la vaca cubana -orgullo de Castro- que había dado cuatro veces más leche que cualquier otro animal. Y que había pasado su vida encerrada con aire acondicionado y música clásica. El doctor Fidel Castro fue puesto a la cabeza del proyecto, y bajo su mando alinearon a los mejores especialistas de la isla, entre ellos una joven microbióloga llamada Lleretny Rodríguez, quien luego se transformaría en su pareja.

-Fidel se obsesionó con Ubre Blanca, pero era imposible clonarla, porque la célula estaba infectada. Luego quería clonar cualquier vaca, ser los primeros del continente. Y para eso nos dio un laboratorio impresionante -cuenta Fidel-. Lo intentamos todo. A partir de ahí, el resto ya es surrealismo.

Lo que vino después, cuenta el doctor, fue un cúmulo de situaciones absurdas, que invalidaban todo avance obtenido. Como salir con un grupo de embriones a la calle y que no hubiera gasolina para llevarlos hasta donde estaban las vacas receptoras. O llegar donde estaban las vacas y enterarse de que habían sido enviadas al matadero, porque no había con qué alimentarlas. Así, una y otra vez. El millonario laboratorio pronto se transformó en un elefante blanco en medio de la decadencia económica del régimen, y el doctor Fidel Castro comenzó a ser apuntado como el responsable del fracaso del proyecto. El otro, el comandante, nunca volvió a aparecerse por su despacho. Y él, consciente o no, devolvió el golpe.

Su respuesta fue reproducida por la prensa internacional. En medio de un congreso  de clonación en La Habana, el año 2002 -donde se esperaba que dieran finalmente la noticia del primer animal clonado-, y frente a expertos mundiales en el área, el doctor Fidel Castro recibió una pregunta, y lo que devolvió fue una puñalada.

-¿Clonar una vaca en Cuba? Eso es imposible. Si alguno de ustedes tiene una bola de cristal, que me lo diga, porque en Cuba eso no va a suceder jamás.

El silencio fue demasiado grande.

***

-Yo dije: a la mierda. Me da lo mismo irme a Honduras que a Chillán. Pero yo, con mis tres posdoctorados, no le recojo papas a nadie -recuerda indignado Fidel Castro.

En el partido le habían hecho la cruz. Alguien le había soplado que lo iban a redestinar a una hacienda a recoger papas, y él no podía aceptar esa humillación. Por eso, aprovechó una invitación a un congreso en Colombia y se tomó un avión hacia Chile, en donde un científico que había conocido en Cambridge, el doctor Pedro Rojas, había estado tratando de convencerlo para que armara desde cero un programa de biotecnología en Chillán. Fidel sabía que allí no había nada, ni siquiera instrumentos básicos, pero no tenía otra salida. Un mes después, Lleretny Rodríguez aterrizó en el país para reunirse con él. En Cuba, ambos fueron declarados desertores, y se les prohibió el regreso a la isla. El programa de clonación fue clausurado.

La propuesta chilena era sencilla: la universidad les daba espacio y tiempo para que levantaran fondos, y luego podían crear lo que quisieran. Los cubanos aceptaron. -Nosotros necesitábamos crear el área de biotecnología y clonación. No teníamos nada -dice el decano Alejandro Santa María-. Les dije: “Si están dispuestos a tomar el riesgo, a nosotros nos cae del cielo”. Ahora están formando a futuros expertos en clonación. Es un orgullo.

Lo primero que hicieron, para atraer inversionistas, fue crear un banco genético de especies chilenas en peligro de extinción. Como un arca de Noé, pero de células. Recorriendo el país, tomaron muestras de nueve animales, desde huemules hasta el picaflor de Juan Fernández, y las congelaron vivas a -196 °C. El siguiente paso era demostrar que algún día podrían multiplicar esas especies, y para eso, la única forma era realizar un clon bovino. A esa altura, en 2006, Argentina y Brasil ya habían hecho sus primeros clones, ganándole la carrera a Cuba. Decidieron intentarlo una vez más. Pero esta vez, como no tenían equipos, tendrían que hacerlo de forma artesanal.

Una vez terminado el ciclo de vacas, con el nacimiento de Esperanza y de Julieta Paz, el próximo paso del equipo, al cual se unieron otros dos cubanos, es clonar un animal en peligro de extinción.

-Es como hacer un sándwich -explica Lleretny, la autora material-. Cortas dos ovocitos por la mitad con un microbisturí, tomas las dos mitades que quedaron sin núcleo, les pones una célula de vaca al medio y las unes con dos electrodos. Sólo necesitas mucha habilidad manual.

Lo que explica es el hand made, un método de clonación manual que muy pocos en el mundo son capaces de realizar aparte de ella, ya que requiere manipular con precisión un ovocito, que mide diez veces menos que un milímetro. Con esa técnica, sin ayuda de nadie, Fidel y Lleretny se encerraron en el campus a trabajar de forma obsesiva, con el objetivo de conseguir el primer clon chileno. Lo que buscaban, además de generar recursos, era demostrar a todos en la isla que el fracaso no había sido de ellos. -En el partido decían que si no había un clon en Cuba, era culpa nuestra -dice Lleretny-. Si hacíamos un clon acá, donde no había nada, iba a ser un gran golpe.

En agosto de 2008, la pareja logró dar vida en Chillán a la primera vaca chilena duplicada. En esos cuatro años, habían sido tratados como traidores, y especialmente Fidel, el ahijado, había masticado la rabia de no poder entrar a la isla para asistir al funeral de su madre. Por eso, el nacimiento de esa vaca significó para él mucho más que transformarse en clonador. Significó un triunfo profundo y amargo. Sobre los fantasmas del pasado, la humillación y el destierro. Pero también sobre Fidel, el otro Fidel.

La bautizó Victoria.

***

El doctor Castro gira la tapa del tanque, levanta una columna y la nieve carbónica llena la pequeña sala. El arca está abierta. -Mira, éste debe ser un huemul -dice, tomando una pequeña cápsula-. No, no, es un zorro chilote.

Una vez terminado el ciclo de vacas, con el nacimiento de Esperanza y de Julieta Paz, el próximo paso del equipo, al cual se unieron otros dos cubanos, es clonar un animal en peligro de extinción. El elegido es el gato güiña, porque para clonarlo pueden utilizarse ovocitos de gatos domésticos. Por sus resultados -que motivaron varias cartas secretas de científicos cubanos felicitándolos-, la universidad decidió invertir en un laboratorio de buen nivel para clonar con el método tradicional.

Además, están desarrollando otros dos proyectos: acaban de comenzar un emprendimiento -Galactous- para realizar clonación a pedido de ganaderos que quieran replicar a sus mejores animales, y Fidel está de cabeza creando las primeras vacas transgénicas del país, a las cuales piensa manipular genéticamente para que produzcan biomedicamentos en su leche. -Ahí está el futuro -asegura-. Con una sola vaca transgénica puedes producir las proteínas para tratar, por ejemplo, a todos los dializados del país.

El problema del equipo, dicen Fidel y Lleretny, es que en Chile no hay una cultura que comprenda los beneficios de la clonación, ni de parte del gobierno, de donde nunca se les han acercado, ni de parte de los productores ganaderos. -Tengo un proyecto para importar células de animales campeones y clonarlos acá -explica Lleretny-. Pero se lo propongo a los ganaderos y se asustan. La gente todavía cree que un clon es una vaca con dos cabezas.

Fidel se ríe. Parece reconciliado con el pasado. A inicios de 2010, por fin pudo volver a la isla, después de cumplir los cinco años legales de destierro. Visitó a su padre, según él, el último comunista vivo, además de Raúl y de Fidel. Luego, ya no quiso volver. -Si tú me preguntas qué pienso de Fidel Castro ahora, te digo: es el culpable de que me haya tenido que ir de mi país, de que no me haya podido despedir de mi madre, de querer dominar mi vida. Esas cosas pienso de él. Y de alguna manera son ciertas, pero también injustas -dice.

-Porque él me creó.

Antes de despedirse, saca una pequeña libreta del cajón de su escritorio. Es su título soviético. En él se ve la foto de un muchacho con estampa revolucionaria, de mirada muy seria, que podría ser cualquier Fidel. -Mira, qué sorpresa, justo hoy se cumplen 28 años de ese día… Pucha, me estoy poniendo viejo -dice, y lanza una risa triste.

De fondo, las dos niñas mugen. Iguales.

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