Por Sebastián Rivas Febrero 23, 2012

El letrero verde yace inmóvil, arrancado de cuajo a unos pocos metros del puente Ingeniero Ibáñez. Es martes en la tarde, y la única vía que comunica las dos riberas de Puerto Aysén está llena de  piedras, rastros de bombas lacrimógenas y de neumáticos quemados. Un bus de Carabineros está apostado ahí, fijo, como testigo mudo de la semana más violenta que la ciudad recuerde.

Unas horas más tarde, comenzando la noche, el letrero sería utilizado nuevamente para bloquear el camino en medio de los enfrentamientos de más de quinientas personas con la policía. Como en una película de guerra, todos lucharían por controlar el paso del puente.

Esta semana, Puerto Aysén dejó de ser sinónimo de paisajes idílicos para asociarse a conflicto y barricadas. El olor a bombas lacrimógenas se tomó una ciudad habituada solamente al aroma de la leña, y las noches tranquilas se rompieron con gritos y disparos. La Moneda movilizó a los ministros de Salud y Transportes a la zona para intentar destrabar el conflicto, pero la tensión siguió en aumento. Todo eso se reflejó en una imagen: el propio líder y vocero del movimiento, Iván Fuentes, se enfrentó con los carabineros el miércoles, arrojándoles piedras.

Las peticiones son conocidas: un hospital nuevo, especialistas, subsidios para aspectos claves en el costo de la vida e inversiones que permitan mejorar la conectividad al interior de la misma ciudad y con el resto del país.

Pero hay una arista olvidada. Algo que aparece justo debajo de la superficie de los habitantes al escarbar en sus recuerdos, como una herida aún abierta. Porque la mayor parte de las demandas son repeticiones de antiguas promesas que no se cumplieron. Muchas de ellas están ligadas a un día trágico, hace cinco años atrás, en el que los ayseninos se sintieron dejados de lado e ignorados.

Ese instante, para muchos, explica la furia existente. Y está presente en toda la ciudad a través de pequeñas señales. Una de ésas es el mismo letrero verde que hoy es arma para los manifestantes. El cartel es simple, pero oculta un significado poderoso. Es el dibujo de una ola, una flecha y cuatro palabras: "Tsunami: ruta de evacuación".

Primero fue en silencio

El sábado 21 de abril de 2007 fue el día que marcó a Puerto Aysén. A las 13:53 horas, un terremoto grado 6,2 remeció al pueblo y causó un gigantesco desprendimiento de material en los cerros que rodean el fiordo Aysén. Se generaron olas de hasta 15 metros de altura, que mataron a 11 personas. De ellas, sólo aparecieron los cuerpos de cinco. Además, 230 casas sufrieron daños, y el único puente que conecta al pueblo tuvo algunos problemas en su estructura.

En una ciudad pequeña, la catástrofe remeció a la mayor parte de sus habitantes. Uno de ellos es el padre José Barría, quien perdió a su sobrino, Miguel Ángel Silva, quien trabajaba en el fiordo. El sacerdote dice que en la ciudad aún se siente la pena: "Yo participé en las primeras marchas pacíficas y me llamó la atención el silencio. Solamente pitos, y muy pocas consignas. Y mi análisis es que el dolor de Aysén es muy grande, porque uno solamente hace eso cuando se le muere alguien. Cuando hay un dolor muy grande, uno guarda silencio".

El efecto fue algo profundo. Porque existe una doble sensación: que el Estado fue negligente en protegerlos de una tragedia anunciada y que las promesas que se hicieron para ayudarlos jamás se cumplieron. Un punto de quiebre que hoy juega en contra de construir confianzas.

El propio vocero del Movimiento por Aysén, Iván Fuentes, reconoce que ese precedente juega en contra: "El 2007 hubo harto medio de comunicación, y ahí guardamos esperanza. Pero las demandas se acumulan por años de años. Y hay una noción colectiva de que hemos sido abandonados".

Una ciudad de banderas negras

Por un minuto, Hugo Guerrero dejó el rol de periodista de lado. Era enero de 2010, y frente a él tenía a Cecilia Morel, la mujer de Sebastián Piñera, quien postulaba a la presidencia. En unos instantes más saldrían al aire. Pero en ese momento, Guerrero sentía que tenía un mensaje que dar.  La frase fue breve y directa: "Doña Cecilia, dígale a su esposo que si gana, no deje a Carmen Fernández a cargo de la Onemi".

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En las noches encapuchados se han enfrentado a carabineros

Guerrero recordaba otras escenas. Como la del 17 de marzo del 2007, el sábado en que Fernández visitó Aysén en medio del enjambre sísmico que había comenzado a fines de enero. Guerrero, director de Telesur-Aysén, grabó la intervención de la directora en el cine de la ciudad, donde les decía que no había que preocuparse, porque en el peor de los casos los sismos terminarían con la aparición de un nuevo volcán en el fiordo, lo que sería una gran oportunidad turística.

O la escena del mismo 21 de abril, cuando Guerrero debió abrazar a su hijo menor en medio del tsunami para no dejarlo ir, y luego correr hasta la radio Milenaria sin cambiarse de ropa, para llegar cerca de las siete de la tarde a contar que la maldita ola se había llevado a varios vecinos, entre ellos, cuatro miembros de la familia Contreras Poblete, Ricardo Figueroa y su hija, Melissa, mientras la Onemi emitía un boletín donde señalaba que no había víctimas que lamentar.

Cinco años de furia

A la misma hora, Orlando Adriazola corría a su casa para despachar lo que sería el golpe periodístico de su vida: un minuto y treinta segundos en que su cámara registró el tsunami que, hasta ese momento, no era conocido por nadie. A las 21 horas, el corresponsal de Chilevisión logró enviar por internet las breves escenas, que se repitieron una y otra vez y mostraron al país el horror en la zona. "Dentro de la adrenalina y la presión psicológica, yo sabía lo que tenía en la cinta. Y lo que hubo fue la frialdad de buscar la imagen justa", cuenta.

Al día siguiente, Puerto Aysén fue un campo de batalla. El alcalde Óscar Catalán (UDI), quien también se había salvado del tsunami, acusó a las autoridades de ser "criminales" y mandó a la entonces presidenta Michelle Bachelet "a la punta del cerro".

Entonces, cerca de mil personas se reunieron en frente de la Gobernación Provincial con banderas negras y de Chile para protestar. Una escena que se repitió esta semana, y que a muchos les recordó los días trágicos.

Deudas pendientes

El tiempo parece haberse detenido en Puerto Aysén. Desde el sábado pasado, la locomoción colectiva dejó de funcionar, los autos se redujeron y la caminata se convirtió en el modo obligado de desplazarse por el pueblo. La calle principal, Sargento Aldea, aún ilumina sus noches con adornos luminosos de Navidad: un reno, un Viejo Pascuero, un bastón. No sólo eso: la ciudad está casi idéntica que en 2007, hasta con el mismo único semáforo en la esquina del puente Ingeniero Ibáñez.

Ese año, después del terremoto, se prometieron cambios radicales: un gimnasio polideportivo, un hospital nuevo para 2011 y un nuevo puente. Entre 2007 y 2008, la ciudad recibió a la presidenta Bachelet y a varios ministros, entre ellos los de Interior, Belisario Velasco, y Obras Públicas, Eduardo Bitran.

"Teníamos esperanza. Se nos visitó mucho. Y la gente lo pasó muy mal. Hay personas que todavía están enfermas por el terremoto", dice María Inés Oyarzún, quien como concejala y presidenta de la Cámara de Comercio ha sido una de las líderes de la protesta.

Dos años después, los habitantes ya estaban perdiendo la paciencia. Y eso se notó en las elecciones presidenciales: Sebastián Piñera recibió más del 55% de los votos, previo paso por la ciudad, en que se comprometió a mantener y agilizar las obras prometidas.

Hoy, lo único que está visible es el polideportivo, una estructura en que se han invertido 11 millones de dólares y que está en el 75% de su construcción. El hospital quedó a fojas cero tras el 27/F: la nueva normativa tras el terremoto de la zona central obligó a rehacer todos los estudios de suelo. Y del puente ni siquiera se ha puesto la primera piedra.

La alcaldesa Marisol Martínez (PS) lo analiza así: "Si mira las peticiones, la mayoría son de larga data, que se han tocado en algún momento y han tenido alguna respuesta, y algunas promesas que no se cumplieron. Hemos ido acumulando rabia, impotencia y abandono".

El 17 de marzo del 2007, Carmen  Fernández visitó Aysén en medio del enjambre sísmico. Dijo que, en el peor de los casos, todo terminaría con la aparición de un nuevo volcán, lo que sería una gran oportunidad turística.

No fueron las únicas promesas incumplidas. Los familiares de los fallecidos esperaban tener un memorial en la ciudad que recordara a las víctimas. Recién en 2010 se inauguró un espacio en el cementerio de Puerto Aysén, ubicado a las afueras del pueblo. Pese al clima, el lugar está lleno de colores: las flores son de género y plástico y permanecen durante el tiempo.

Como el dolor.

Los correos ignorados

Ese 21 de abril, Sebastián Parada sintió que el piso se movía y salió rápidamente del supermercado donde atendía en Puerto Aysén. Pero no pudo mantenerse en pie por más de unos segundos, e inmediatamente supo que era el momento para el que se había estado preparando. Tomó el teléfono y llamó al geofísico Luis Donoso, con el cual trabajaba en la zona.

Donoso no tuvo dudas de la gravedad de lo que ocurría. El geofísico había establecido previamente una red de contactos entre los pescadores y gente de la zona que le permitió comprobar que los  temblores provocaban desplazamientos de tierra en los cerros. El 23 de febrero de ese año, dos meses antes del gran  sismo, envió un correo al senador RN Antonio Horvath -quien le había encargado los estudios-, en donde señalaba que el peor escenario podía ser devastador: una ola gigante que podía alcanzar a trabajadores y gente que vivía en el fiordo Aysén.

Ante ello, recomendaba retirar a todas las personas de la zona, activar protocolos de emergencia y establecer redes paralelas de comunicación. Horvath envió los antecedentes a la intendenta de la zona, Viviana Betancourt, y a Fernández, como directora de la Onemi, para que se tomaran en cuenta.

Donoso no terminó su labor allí. Por ejemplo, el 8 de marzo recibió un correo con ocho fotos que documentaban los derrumbes. Y a comienzos de abril, encontró un reporte de agosto de 1928 del explorador Max Junge, que narraba un episodio similar en el fiordo Aysén que había terminado con olas de 12 metros de altura.

Sin embargo, la posición de la Onemi era que no se debía causar alarma en la población. E incluso, a mediados de marzo se repartió un díptico en que se señalaba que el equipo de expertos veía "dos escenarios posibles: que la actual sismicidad se mantenga por algún tiempo y finalmente decaiga gradualmente, o que la sismicidad, sin producir un terremoto, aumente y los focos sísmicos asciendan a la superficie, desencadenando una probable erupción submarina sin consecuencias para las personas".

Cinco años de furia

Tras el episodio, Horvath pidió la remoción de Fernández, argumentando que la Onemi manejaba antecedentes que habrían permitido evitar la tragedia, pero no fue escuchado. Hoy, el senador cree que mucho de eso tuvo que ver con la forma en que se mira a la región: "Es una suma de cosas que son típicas del nivel central, y que nosotros también percibimos esta semana. O sea, algunos ministros vienen con ciertas percepciones que no tienen nada que ver con la percepción ciudadana".

Una alerta no escuchada

La suerte de los sobrevivientes y los familiares de los fallecidos ha sido dispar. Los grupos no lograron ponerse de acuerdo para encarar el tema. Varios de ellos evaluaron interponer una querella contra el Estado, pero finalmente no prosperó. La acción judicial más antigua es la interpuesta por Ana María Cerón, viuda de Ricardo Figueroa, y que apunta a las responsabilidades del entonces ministro del Interior, Belisario Velasco, y la directora de la Onemi.

El abogado que lleva la causa, Hernán Montealegre, señala que ésta fue presentada a fines de 2007, pero que el juez de la Corte de Apelaciones Jorge Dahm, quien quedó a cargo de la investigación, aún no dicta sentencia. "La demanda es por responsabilidad extracontractual, dada la forma negligente en que actuó la Onemi. El ministro tiene en su escritorio este expediente desde hace más de dos años y no dicta sentencia. La situación en que está la familia, yo la califico, a estas alturas, de denegación de justicia", dice Montealegre.

Otro grupo de afectados presentó demandas civiles en Puerto Aysén contra las empresas en las que trabajaban, solicitando indemnizaciones. Paradójicamente, las firmas se han defendido presentando como elemento de prueba el díptico de la Onemi y señalando que fue el Estado el que garantizó que no pasaría nada en la zona.

Con todo, muchos creen que Puerto Aysén fue una alerta no escuchada de los errores que después se vieron el 27/F. El diputado René Alinco lo ve de esta forma: "Ésta fue como la previa del terremoto de 2010. Aquí murió gente por ineficacia e irresponsabilidad de las autoridades. Eso también va acumulando rabia y bronca. Y hoy tenemos como resultado una gran explosión social".

La ciudad tiene altos índices de consulta por enfermedades mentales, y  que la tasa de depresión es muy elevada. El tema es tan complejo que tras el 27/F se dispararon las consultas por crisis de pánico y angustia de gente que recordaba su propio terremoto.

El círculo vicioso

Si uno ve las cifras económicas, es difícil entender la situación de Puerto Aysén. Según los números dados a conocer la semana pasada, en 2011 la región creció 19,4% y el desempleo llegó apenas a 4,2%.

Pero eso implica olvidar otros elementos. Como que, según los propios habitantes, la mayoría de los empleos son precarios y el costo de la vida es muy alto. O temas en otros ámbitos, como que la ciudad tiene altos índices de consulta por enfermedades mentales, y que la tasa de depresión es muy elevada. El tema es tan complejo, que tras el 27/F se dispararon las consultas por crisis de pánico y angustia de gente que recordaba su propio terremoto.

René Zapata, psicólogo del Hospital de Puerto Aysén, lo define así: "La gente se siente abandonada, cae en tipo de angustias y depresiones, porque las expectativas que se generan no se ven cumplidas. Y la gente comienza a decaer, porque se mantiene en el mismo círculo vicioso".

Puerto Aysén, hasta hace cincuenta años, fue la ciudad más grande de la zona, el puerto de entrada hacia el sur. Pero los sedimentos se acumularon en el río que cruza la ciudad y le quitaron ambos títulos. Hoy, Puerto Chacabuco, a 15 kilómetros, recibe a las embarcaciones, mientras que Coyhaique es la ciudad con más habitantes.

Tal vez por eso cada golpe les duele más. Como saber que este año les subirán las tarifas de la luz en 7%, mientras la zona central baja sus tarifas. O sentir que son "utilizados" por el resto del país. "Hablemos claro: cada vez que se mira a Aysén, se mira por los recursos que tiene, pero no por la gente que aquí vive. Nadie se pregunta si la energía que se quiere sacar de acá les va a servir a los ciudadanos de acá", dice el ex alcalde Catalán.

Para muchos, Puerto Aysén se había acostumbrado a vivir con el dolor en silencio. De sentirse ignorados por los muertos en el tsunami, o de convivir con episodios no aclarados, como la seguidilla de suicidios de jóvenes a inicios de la década pasada, cuyo único recuerdo es un monolito con los nombres de catorce de ellos al costado del puente Ingeniero Ibáñez.

Pero lo ocurrido esta semana puede ser una catarsis. Un punto de quiebre. El padre Barría lo plantea así: "El descontento y el sentirse marginado es un sentimiento que viene del corazón. Hay momentos en que la persona aguanta esa marginación, pero llega un punto en que de una u otra forma lo expresa. Y hoy lo está expresando con más fuerza".

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