Por Nicolás Alonso Enero 5, 2012

Es 17 de diciembre y anochece en Sofía, la capital de Bulgaria. Está a punto de comenzar la parada final del Night of the Jumps, el campeonato mundial de motociclismo freestyle, y Javier Villegas (28) sabe que le basta encender su moto para transformarse en el mejor del mundo. Está sentado sobre su Yamaha, la misma con que sacó tantos puntos de ventaja en las fechas anteriores que ya nadie puede quitarle el título, y espera el momento que dará sentido a casi todo lo que ha hecho en su vida. Pronto sonará su nombre mal pronunciado por los altoparlantes, desde las rampas saldrán llamaradas de fuego y un estadio repleto de personas que hasta hace poco nunca habían escuchado de él lo recibirá como a un héroe.

Está sentado esperando ese momento, y de alguna manera aún no entiende qué fue lo que pasó en el camino. Un año atrás no era nadie. Su historia era la del joven talento de las carreras de moto en tierra -o motocross- que había dejado sus precoces títulos nacionales tirados para transformarse en una estrella mundial de freestyle. En su país, Chile, lo habían apodado "Astroboy" por sus impresionantes piruetas en el aire, y con 22 años había partido a EE.UU. a pelear frustradamente en unas grandes ligas a las cuales nunca pudo entrar. Después de seis años de intentarlo en Florida, Texas y California, a principios de 2010 la historia de Javier Villegas era la de un talento apagado que, cansado de romperse huesos por nada, tomaba la amarga decisión de vender sus motos y buscar un trabajo en quién sabe qué.

"Venía saliendo de cuatro lesiones seguidas y no tenía auspiciadores ni dinero para pagar las cuentas. Sentí que ya no valía la pena todo ese sufrimiento por un sueño que no se iba a cumplir", recuerda Villegas. "Mi mujer me dijo: 'Haz un último intento en la primera fecha del mundial en Italia. Si te va mal, dejamos todo'".

Entonces sucedió lo inesperado. Con una rutina muy agresiva, jugándose su última carta con los trucos más peligrosos de su carrera -como el backflip tsunami y el backflip suicida-, "Astroboy" salió segundo en la primera fecha del campeonato del mundo. Y luego comenzó a salir primero, una y otra vez, compitiendo mano a mano con el bicampeón francés Remi Bizouard, uno de los pesos pesados de la especialidad. "La primera vez que le gané me puse a llorar, no podía creer lo que estaba pasando", recuerda Villegas. De un momento a otro, siendo un perfecto desconocido, al chileno le pedían que se sentara en el trono que se coloca en los estadios del Night of the Jumps para el líder de la competencia.

Javier Villegas dice que cuando enfrenta una competencia, entra en un estado semiconsciente que no le permite conservar ningún recuerdo. "Cuando cruzo el túnel algo dentro mío se transforma. Ahí, 'Astroboy' se hace cargo del manubrio. Es todo instinto y es como si yo no estuviera allí".

Fueron 11 fechas alrededor del mundo, todas tirando trucos con un nivel altísimo de riesgo, para llegar con una ventaja casi irremontable a la final en Bulgaria. Por eso ahí, mientras espera su última corrida, Javier Villegas tiene claro lo que está a punto de lograr. Aun cuando los videos promocionales hayan centrado la atención en el bicampeón francés, y a él lo hayan colocado como el "chilean guy" al que Bizouard tiene que vencer, él sabe que en realidad eso es imposible. El título es suyo y va a transformarse en el primer campeón mundial latinoamericano de freestyle. Por eso, cuando su nombre retumba en el estadio y las llamaradas emergen en la pista, se lo ve salir con su Yamaha parada en una sola rueda, saludando con el puño en alto.

Sin tregua

Cuando "Astroboy" tenía 12 años y todavía era sólo Javier Villegas, ya llevaba media década arriba de una moto y era un pésimo motociclista. Entrenaba todos los días, se inscribía en las carreras, pero no había caso. Salía siempre último. Era débil, no aguantaba muchas vueltas sin caerse y, peor aún, no parecía haber heredado ningún talento de su padre, el "Moto Ratón" Alejandro Villegas, quien corría en motocross a nivel profesional. Sin embargo, un viaje acompañando a su padre a EE.UU. le cambió la vida.

Era un viaje de negocios, pero se tomaron el tiempo para ir a ver una competencia de primer nivel en el emergente circuito de motociclismo estadounidense. Javier quedó tan impresionado que, de alguna forma que aún no entiende, apenas volvieron a Chile corrió una carrera en San Vicente de Tagua Tagua y la ganó con autoridad. "Fue algo totalmente inesperado", recuerda. "Esa carrera cambió todo. Me gustó tanto la sensación de ganar, que a partir de ese momento no pude volver a aceptar un segundo lugar. Si era así, me pasaba la noche llorando".

A partir de entonces comenzó un régimen autoimpuesto en el cual todo lo que no fuera entrenarse para competir dejó de tener sentido. Su única meta, y el principal impulso para prohibirse las fiestas, las salidas con amigos o cualquier distracción fuera del motociclismo, era vencer a su padre. Soñaba con ganarle a ese tipo que en los entrenamientos lo tapaba en piedras, lo chocaba, y le juraba burlón que el día que le ganara iba a vender su moto. "Le decía eso, pero cuando me empezaba a ganar, me compraba una moto cada vez más grande y más rápida que la suya", cuenta Alejandro Villegas entre risas. "Mi sueño era que se transformara en un campeón del mundo, pero nunca me imaginé que lo lograría".

Pasaron cuatro años y no sólo resultó vencedor en su particular y violenta competencia familiar, además comenzó a ganar varios títulos nacionales e internacionales en motocross. Pero, a pesar de sus triunfos, su padre veía cómo cada vez comenzaba a dedicar más tiempo a hacer acrobacias en los entrenamientos, en vez de perfeccionar su técnica de carrera. Javier tenía 16 años, se había mudado con su familia a Brasil, y en Río de Janeiro comenzó a correrse la voz del chico chileno que hacía piruetas imposibles. Entonces lo empezaron a contratar para hacer shows de trucos después de las competencias. "Me empezó a gustar que toda la atención del público estuviera centrada en mí, las ovaciones ante cada truco que tiraba. Era mucho más divertido que ser uno más entre 40 tipos dando un montón de vueltas a una pista", dice Villegas.

El gran vuelo de Astroboy

Su padre detestaba la idea de que su hijo se dedicara al freestyle, una disciplina que consideraba mediocre, para jóvenes fiesteros y drogadictos. Pero él ya estaba lanzado. Entonces llegó su primer show en Chile, la gran oportunidad para impresionar a todos con su nuevo talento. Estaba excitado y cuando tiró su primer truco, sin duda demasiado ambicioso, no pudo controlar la moto y aterrizó violentamente con la cara contra el suelo. Quedó inconsciente, pero cuando despertó en la camilla lo primero que hizo fue levantar los brazos para saludar al público. Le aconsejaron dos semanas de reposo, pero al otro día ya estaba lanzando piruetas en un show para la Teletón. Entonces la gente comenzó a llamarlo "Astroboy".

El todopoderoso

"Es algo extraño. Siento que el tiempo transcurre muy lento, puedo sentir y controlar cada fibra de mi cuerpo a la perfección y es como si me observara desde afuera. Te juro que es como si me estuviera viendo en un video", asegura "Astroboy" Villegas, con el tono de quien piensa que no le van a creer. Lo que describe es lo que siente cuando está en el aire haciendo una acrobacia.

Dice que no piensa nunca en la muerte, porque de esa forma la mantiene alejada. Dos amigos suyos se han matado en competencias de freestyle al lado suyo, y la primera vez casi abandona su carrera por el shock. "Después me di cuenta de que se fueron como grandes, haciendo lo que amaban. Si no fuera porque ahora tengo a mi mujer y mis dos hijos, yo también querría morir tirando un truco", asegura.

Cuando enfrenta una competencia, entra en un estado semiconsciente, que no permite que su memoria conserve casi ningún recuerdo de sus presentaciones. De las rutinas con que ganó el título mundial, por ejemplo, apenas puede evocar algunos flashes difusos. "Cuando estoy a punto de salir, estoy consciente y nervioso. Pero cuando cruzo el túnel algo dentro mío se transforma, y yo quedo como un mero espectador. Ahí 'Astroboy' se hace cargo del manubrio. Es todo instinto y es como si yo no estuviera allí. En ese momento me siento todopoderoso".

Batalla familiar

Los años más duros de todos fueron los primeros en EE.UU., cuando sentía que le arrebataban los títulos de las manos por ser un latino recién llegado. "No lográbamos nada y en algunas competencias que Javier claramente había ganado, no le daban los premios. Nos sentíamos muy discriminados", recuerda Claudia Ríos, su señora y manager de esa época. Pero hoy todo es distinto. Con sus últimos logros, Villegas es la nueva atracción del circuito en California, e incluso en los últimos meses formó parte del equipo de uno de las leyendas de la disciplina, el norteamericano Mike Metzger.

Su nuevo mánager, Dan McGranaham, quien lleva una década en el freestyle y ha manejado a varios campeones mundiales y de X-Games, asegura que el chileno tiene todo para ser el mejor del planeta. "Javier está hoy dentro de la elite del 1% de los mejores pilotos. Su vida es como ese refrán de Hollywood que dice: 'Me tomó una década convertirme en celebridad', pero ahora su popularidad ha crecido bestialmente y para todos es el nuevo chico del barrio. Sin duda puede ser el mejor de todos", asegura.

Su gran meta para 2012 es competir por el título en el Red Bull X-Fighters, la competencia que considera de mayor nivel junto al campeonato mundial, y por una medalla en los X-Games, el evento más mediático de la disciplina. También le interesa revalidar su título mundial, pero sabe que es allí donde este año se puede dar la situación incómoda que toda su vida ha intentado evitar: competir contra su hermano menor, Gabriel "Meteoro" Villegas, con quien se lleva cinco años de diferencia y a quien enseñó todo lo que sabe de freestyle.

Hasta hace poco vivían y entrenaban juntos, pero ahora están muy distanciados y "Meteoro" ansía participar en el próximo mundial para medirse contra su hermano mayor, en una competencia personal idéntica a la que él mismo tenía con su padre. "Es mi hermano y lo admiro", dice Gabriel. "Pero mi gran meta es superarlo y espero que podamos definir el título mano a mano".

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