Por Alberto Fuguet* Diciembre 30, 2011

Al morir Elizabeth Taylor desapareció una diva que nunca podrá desaparecer del todo porque parte de su contrato con Dios y Hollywood y la fama fue justamente ése: dar su vida a los demás a cambio de una vida eterna. Lo logró. La actriz, que fue una gran intérprete cuando quiso serlo, supo explotar su belleza y darle un misterio que luego se asoció al adjetivo glamour (¿cómo se supera estar en enagua acosando a Paul Newman en La gata sobre el tejado caliente?), terminó transformada en un ícono pop indiscutible (Andy Warhol mediante). Elizabeth Taylor pasó a ser famosa por el hecho de ser famosa; fue la inventora de la celebridad como la conocemos hoy, y todo eso que se llama farándula, donde la vida privada es también una actuación, algo así como la performance más clave de todas, donde los romances y divorcios (Oh, Richard Burton) son tan claves como los Oscar o los estrenos.

Otro de sus legados, más extraño aún, y claramente más local, es su lado flaite, digamos. Elizabeth Taylor está viva entre nosotros. ¿Por qué y cuándo y cómo la Liz Taylor pasó a ser listeilor y subió desde el lumpen suburbano a ser parte de nuestro lenguaje paralelo? Cómo un chico con zapatillas compradas en ferias libres hizo suya a esta diva para darle una vuelta a nuestro genético altiro, para dejarle claro a todos los que le quieren preguntar que está listo… listeilor. Listo para la foto, para el carrete, preparado, dispuesto para todo… ¿A todo...? Que el nombre de una de las mujeres más inmortales haya además pasado a ser una acepción de morir, cerrar, concluir, finiquitar, no parece del todo errado o demente. La portada de The Clinic con Pinochet muerto lo dejó más que claro: Liz Taylor.

Es decir: asunto terminado.

Sin duda que la expresión viene del sonido de Liz con Taylor y su semejanza con listo, pero no puede ser ésa la única explicación ¿Cómo se llega del panteón de Hollywood a la jerga popular juvenil chilensis? Cuando el dicho empezó a agarrar fuerza, Elizabeth Taylor ya tenía más de sesenta y estaba con sobrepeso y habían pasado varias décadas desde Cleopatra o Quién teme a Virginia Woolf. ¿Fue su cameo noventero en Los Picapiedra? No creo. ¿Fue una herencia de tardes de cine, o de las portadas de la revista Ecran de sus abuelas? Poco probable. Quizás fue casualidad. O quizás fue su lazo con Michael Jackson (por ahí puede ser), pero sea la razón que sea, que a pocos días de su muerte un sitio web local (http://www.listeilor.com/) humorístico apareciera con su cara y con el ánimo de escudriñar la basura pop es una señal inequívoca: Liz Taylor no morirá nunca. Es inmortal y, quién lo hubiera pensado, terminó siendo además nuestra.

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