Por Emilio Maldonado Julio 7, 2011

En Tierra Amarilla deambulan rumanos. Los lugareños lo notan, y lo comentan: que son decenas, que llevan muchos años, que los trajo Allende y que tras el golpe jamás se fueron. Que son nada menos que de Transilvania, un lugar más famoso por el Conde Drácula que por sus especialistas en la minería. Se dicen muchas cosas en este poblado al sureste de Copiapó, donde la camanchaca se disipa para mostrar la aridez del desierto. A pocos kilómetros del pueblo, pero  530 metros bajo tierra, algunos de esos rumanos caminan por los túneles de la Mina Carola. Provistos de cascos, luces y picotas, palpan las rocas, en un trabajo casi a ciegas. La humedad y los más de 30 grados en el ambiente hacen imposible permanecer ahí abajo por mucho tiempo. Al menos para el foráneo la tarea se hace compleja.

Uno de ellos es Nicolae Pop (64). Llegó a Chile en la primavera de 1990, tras el colapso del régimen comunista en su país. Desde la capital chilena tomó un bus a Copiapó. En casa había dejado a su familia, en Baia Mare, al norte de Transilvania, y un futuro como gerente general del Ministerio de Minería. Quería probar suerte en Occidente. Él fue uno de los primeros rumanos en poblar Copiapó. Uno tras otro, fueron habitando la zona. Sesenta, de un total de 250 rumanos que viven en todo Chile. Cuatro más vienen en camino; sólo les falta tramitar su visa de trabajo. Con el actual precio del cobre, otros más podrían probar suerte en alguna de las minas del área. Si se agrega que en Chile falta mano de obra calificada, y a los rumanos les sobra, la inmigración eslava seguirá fluyendo.

A los 43 años y sin hablar español, Pop se instaló en un departamento en el centro de Copiapó. Al día siguiente ya estaba en los cerros, explorando las pertenencias mineras de Jonás Gómez, hoy dueño de Mina Carola. Le extrañó que un privado tuviera en sus manos la posibilidad de desarrollar la minería.

Un futuro en el desierto

El origen de la historia se remonta a 1970, con la llegada de Allende al poder y el fortalecimiento de las relaciones con el régimen rumano. En esa época se firmó un pacto de cooperación minera y se creó una sociedad mitad chilena, en manos de la Enami, y mitad rumana. Fue ésa la ventana para que un par de ingenieros de esa nacionalidad llegaran al país con la misión de analizar el potencial de la Región de Atacama.

No celebran con comidas típicas, sino con asados a la chilena. Ellos, todos los transilvanos, adoptaron rápidamente las costumbres locales. El pisco sour, dicen, es su segunda bebida favorita.

A fines de los 80, en la ola de privatizaciones, Enami vendió su 50% a Gómez. Se requería de más personal y fue así que llegó Pop al desierto.

Estuvo tres meses, hasta que su familia lo siguió. Juntos vivieron diez años, pero luego ellos regresaron a Baia Mare. Hoy él es gerente de Geología de Carola y director de ésta. Acá  construyó una vida, y se convertiría más tarde en el gestor de la llegada de los 60 rumanos a Copiapó. Nicolae Pop, de cabeza totalmente blanca y cejas arqueadas, se transformaría así en  el padrino de la gran familia rumana que habita en el Norte. La colonia más atomizada que los europeos tienen en Sudamérica.

El reclutamiento fue simple. Se necesitaba echar a andar la mina y Pop recomendó a un amigo. Luego a otro, y éstos a otros. Todos visados por él. Todos ingenieros y geólogos.

El primero en responder al llamado fue Constantin Isache (65), su amigo y ex compañero de universidad en Bucarest, a quien Pop contactó en 1992, cuando la naciente Mina Carola necesitaba más técnicos.

También de Transilvania, Isache llegó a Santiago y viajó de la capital a Copiapó en una camioneta, y recuerda que al llegar al límite sur de la Región de Atacama se emocionó. Había leído que era el desierto más seco del mundo, pero nunca pensó estar ahí.

Al igual que su colega y amigo, llegó solo, pero al poco tiempo su familia lo siguió. En el 95 inscribió a su hijo en el octavo básico del Liceo Católico Atacama, donde todos los rumanos han matriculado a sus hijos. También como la familia de Pop, y las de todos los eslavos, luego de un tiempo emigraron. Es lo que suele suceder cuando los hijos terminan el colegio. Isache se quedó en Chile, en el desierto, con sus compatriotas.

Visa para un sueño

Tras la caída de la cortina de hierro, la integración entre el Este y el Oeste hizo insostenible la minería en Rumania. A fines de los 90, se terminaron los subsidios que creó el gobierno de Ceausescu y muchos mineros quedaron cesantes.

Uno de ellos fue Stefan Gonczi (50), quien se empleó como chofer de radiotaxis de manera provisoria y así pavimentó su llegada a Chile: en diciembre del 2001, en las afueras del aeropuerto de Budapest, en Hungría, Nicolae Pop contrató sus servicios como chofer para viajar a Baia Mare. Ocho horas después, Gonczi estaba convencido de que el sueño americano estaba en Chile. Cuatro meses más tarde, ya vivía en Copiapó.

De Transilvania a Copiapó

El arribo de Gonczi fue uno de los últimos exclusivos a la Mina Carola. Con los años, los rumanos fueron expandiéndose, siempre por la zona. Ahora están por todas partes. En las mineras Candelaria, Punta del Cobre, Carmen Bajo (Hochschild), Coemin y hasta en Cominor, propiedad de Francisco Javier Errázuriz. El mismo involucrado en el escándalo de los inmigrantes paraguayos da trabajo a seis rumanos, dos de los cuales -Emil Stamate y Alin Milu- viven en el Norte. Ellos declaran estar felices de vivir en Chile. Incluso en los terrenos del ex senador se junta la colonia cada cierto tiempo. Celebran con asados a la chilena, aunque con más carne de cerdo, como dicta su tradición, y muchas papas. Ellos, todos los transilvanos, adoptaron rápidamente las costumbres locales. El pisco sour, dicen, es su segunda bebida favorita, después de la tuica, licor parecido al aguardiente pero a base de ciruelas. Como ésta no se vende en Chile, es tradición que quien viaja traiga  alguna botella como encargo.

Teleserie mexicana

5.30 de la mañana y Nicolae Pop se levanta. Corre diez minutos en el pasillo de su casa, hace pesas y ejercicios de elongación. Debe ir temprano a la mina; hay cuatro rumanos que recién han llegado y debe coordinar que estén adaptándose bien. Llevan unas semanas y de español, apenas dominan las palabras básicas.

Pero como a todos los eslavos de Copiapó, el idioma se les hace fácil. Con base latina, el rumano tiene raíces que facilitan el aprendizaje. A sus señoras se les complica menos: en Rumania ven teleseries mexicanas -Thalía la heroína de muchas-, y en Chile siguen pegadas al televisor. Es la mejor forma de aprender. Los maridos, los protagonistas de esta historia, deben trabajar con chilenos todo el día. Son jefes, por lo cual deben aprender a dar órdenes en español. Si se puede con chilenismos, mejor. De ahí que los po, cachái, altiro, hueón y otros garabatos locales, abunden en sus bocas. Entre ellos, cuando están solos, hablan en rumano. Algunas veces, cuando hay prisa o están jugando una pichanga con los chilenos, aparece una mezcla de ambos idiomas.

Los recién llegados, en fase de inducción, siguen el patrón de sus compatriotas. Sin futuro en Rumania, vienen a probar suerte en Atacama. Apenas llegan, arriendan un departamento en calle Salas, a cuadras del centro de Copiapó, donde viven 20 de ellos.

Como muchos, esperan en poco tiempo tener un auto y, en unos meses más, la casa propia. Los bancos, en un principio reacios a otorgarles créditos, hoy corren por abrirles cuentas. Saben que permanecerán por  años y los sueldos, no menos de $ 2,2 millones, aseguran el pago de la deuda. En Rumania, recibirían $ 1,3 millones por la misma tarea.

Con los años, los rumanos fueron expandiéndose por la zona. Ahora están por todas partes. En las mineras Candelaria, Punta del Cobre, Carmen Bajo (Hochschild), Coemin y hasta en Cominor, propiedad de Francisco Javier Errázuriz.

Ésa es una de las razones para emigrar. La otra, la necesidad de la industria. En los próximos cinco años la minería necesitará 4 mil ingenieros en minas y geólogos. Al año, no salen más de 200 de las aulas chilenas. El talento debe ser buscado en el exterior.

Tiempos difíciles

Tercer día en el Norte. La camanchaca cubre el valle del río Copiapó con una espesa neblina. Mil doscientos metros arriba, en lo alto de la montaña, el contexto cambia sólo por la abundancia de sol. El resto, lo mismo: rumanos haciendo labores mineras.

Uno de ellos es Florea Sgar (64), quien construye una planta de procesamiento para la Minera Carmen Bajo. Alto, de sonrisa fácil, llegó a Chile el 94. Estuvo en Coemin, fue a realizar prospecciones a Rancagua y volvió a Copiapó. El 2009 retornó a Rumania para echar raíces, pero se dio cuenta que no estaba listo para jubilar y regresó. Acá le dieron como tarea construir la planta de la cual hoy es gerente. Será el corazón de la Mina Las Pintadas, una de las pocas a rajo abierto del lugar.

Con él hay otros nueve compatriotas. Uno de ellos es Ioan Filip. "Felipe", como lo conocen, tiene 49 años, de los cuales 15 los ha pasado en Atacama. Él es vivo ejemplo de las dos caras de la moneda. Los rumanos  -en buen chileno- también han bailado con la fea: cuando llegó de la ciudad de Deva alcanzó a estar dos años antes de que la crisis asiática golpeara a la minería. Sali Hochschild, donde trabajaba, le ofreció reducir su horario. Se quedó y durante tres años tuvo menos ingresos, pero se las ingenió haciendo asesorías a  pirquineros de la zona central. Capeó la tempestad, pero en 2002 hubo un nuevo bajón en el precio del cobre, que provocó el éxodo de muchos compatriotas.

Hoy Filip sigue en Chile y confía en el modelo, al igual que los eslavos que siguen viniendo. Tanto así, que hace tres años trajo a su hijo Daniel Vlad (22), quien estudia Ingeniería Mecánica en el Inacap y hace sondajes para la misma empresa donde Filip es gerente. Quiere aprender a usar las grandes maquinarias para algún día emprender rumbo hacia el Ártico, para extraer diamantes.

El viento sopla cargado de polvo en Tierra Amarilla. Los cerros se tornan ocres por la cercanía del ocaso y Nicolae Pop y su amigo Constantin discuten -como es costumbre- abajo en el valle. En menos de un mes abrirán un museo dedicado a la minería y ellos, como geólogos, aportaron casi la totalidad de las muestras rocosas. Todo debe salir perfecto y Pop se lo hace ver a los encargados del lugar. Es el legado que quieren dejar en la zona cuando retornen a Rumania. Todos, sin excepción, viven su vida en Chile, pero el futuro está en su Transilvania natal.

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