Por Juan Pablo Garnham O., desde Londres Abril 28, 2011

Acabo de dejar mi bicicleta azul del sistema público de Londres estacionada  y me pongo a recordar, tomando notas. La última que tuve, a principios de los noventa, era una Lahsen roja, de bicicross. Tenía diez o doce años. De ahí en adelante, nunca más. Vinieron el metro, las micros amarillas, el Transantiago y, ya con trabajo estable, mi primer auto. Alguna vez pensé en una moto, pero las bicicletas, para mí, no eran una opción para moverme en Santiago.

Cuando llegué a Londres, me llamaron la atención como un turista más, como las cabinas de teléfono rojas y los taxis negros. Sin embargo, de a poco se fueron convirtiendo en una posibilidad: un amigo me comentó el precio, 45 libras al año (poco menos de 35 mil pesos). Las bicicletas públicas de la alcadía cubrían gran parte de la ciudad, incluyendo mi casa, mi universidad, las estaciones de trenes, los parques y los lugares para salir en la noche. Contra ese precio y esa disponibilidad, no podían competir el metro o las micros.

Son cinco mil bicicletas y 315 estaciones. Esto es un claro statement que habla de las políticas públicas locales de, quizás, la ciudad con mayores desafíos de movilidad territorial en el planeta. La alcaldía y los políticos han decidido apoyar con la mayor fuerza posible a quienes se atrevan a bajarse del auto o del metro y subirse a una bicicleta, especialmente en las zonas más congestionadas.

Las razones que ellos dan a los ciudadanos me quedaron claras a los pocos días de comenzar a usar el sistema. Además del precio y el área de cobertura (44 kilómetros cuadrados, es decir, Santiago Centro, Providencia e Independencia juntas), andar por las calles en las bicicletas públicas es fácil y seguro. El sistema funciona para suscriptores con una llave electrónica y para el público general con tarjeta de crédito. Si usas las bicicletas menos de media hora, no hay costo extra. Rara vez uno anda más que eso y, si lo hace, el precio sigue siendo bajo.

Pero quizás lo que a muchos podría alejar es la seguridad. Uno podría sentirse intimidado al andar por calles estrechas o de mucho tráfico con una micro roja de dos pisos sobre tu hombro, pero eso no pasa. Algo que rápidamente descubres es que tanto taxistas como microbuseros son los que mejor respetan y se preocupan por los ciclistas: reconocen su espacio en la calle -el lugar que corresponde, la vereda es sólo para peatones- y jamás los adelantan si no hay espacio suficiente. De hecho, son quienes manejan autos con los que hay que tener más cuidado.

El uso de casco y reflectantes es recomendado, pero no obligado: queda al criterio del usuario. Esto, para mí y para muchos usuarios, es otro incentivo. No hay que tener gran preparación ni llevar ropa especial. De hecho, si llueve o si estoy cansado, me siento libre de dejar la bicicleta y tomar el metro. Tampoco me preocupo de que se me eche a perder o de que me la roben. El sistema, además, funciona 24 horas. Con todo esto uno se siente libre, más libre que teniendo un auto o usando cualquier otro medio de transporte.

Cuando vuelva a Santiago, voy a echar de menos las bicicletas tanto como al humor inglés o los pubs. Es cierto, Providencia tiene su sistema, pero es limitado en horario y en extensión. Santiago podría tenerlo, pero debería hacer frente o esquivar un problema que Londres también tenía: la ausencia de una autoridad central metropolitana. Recién en 2000 se creó el Mayor of London, que vela por temas transversales a los distintos distritos, siendo el transporte uno de los esenciales. Otra opción es dejar el sistema en manos privadas, como es en Montreal, ciudad que inspiró a Londres.

El proyecto definitivamente ha tenido un alto impacto de marketing del que nuestros políticos quizás deberían tomar nota: los londinenses las llaman "Boris bikes", debido al popular alcalde que las ha llevado adelante -Boris Johnson-, y no por su nombre oficial (dado por el banco que las auspician). Incluso en el Día de los Inocentes una noticia falsa dio vueltas por internet: la comunidad levantaría al lado de la alcaldía una gran estatua del actual edil, andando en las famosas bicicletas, con las manos en alto, como diciendo "¡mira, mamá, sin manos!".

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