Por Juan Pablo Garnham, desde Inglaterra Abril 14, 2011

Un cuadro pintado con témpera adorna la pared de la casa de los O'Donnell. Está frente a la puerta de entrada, entre dos perros que dan vueltas por los pasillos y una escultura de la Virgen María. Del porte de un cuaderno universitario, los trazos dibujan una cruz negra, una paloma, el pasto verde y, de fondo, el cielo celeste. "Feliz ordenación, papá", se lee en letra de niño.

Lo hizo Héctor (11), el menor de los tres hijos. Se lo regaló a su papá, el padre Kevin O'Donnell, cuando éste volvió al sacerdocio, ahora bajo la Iglesia Católica. Esto sucedió hace tres meses. Antes, hasta febrero de 2008, O'Donnell había sido vicario de la Iglesia de Inglaterra, es decir, anglicana.

"Fue un momento muy conmovedor", recuerda O'Donnell. En la ceremonia lo acompañaron muchas personas que aún pertenecen a su comunidad anterior. Hoy, en su hogar en el balneario de Hove, Inglaterra, al costado de la iglesia católica donde sirve, recuerda la misa en que anunció su conversión a sus ex feligreses, hace dos años. Hubo un silencio y, de repente, alguien comenzó a aplaudir y a decir "bravo". No lo seguirían en su cambio, pero lo apoyaban. "Durante todo ese día ellos me manifestaron que estaban felices, porque habían visto claramente que yo necesitaba hacerlo, que allá estaba mi corazón", dice.

Quienes lo conocían sabían de la cercanía de O'Donnell a la corriente más próxima al Vaticano entre los anglicanos. Su rito, sus prédicas, su forma de vestir con camisa y cuello romano no se diferenciaban en gran parte de un sacerdote católico. Él era parte del "anglo-catolicismo", tendencia dentro de la Iglesia Anglicana que se acerca más a Roma que al protestantismo. Ésta surgió a mediados del siglo XIX, a partir del llamado Movimiento de Oxford, el cual buscó retomar las raíces de la Iglesia de Inglaterra y que contó con John Henry Newman como figura principal.

Las personas que se convierten del anglicanismo al catolicismo son, principalmente, miembros de esta corriente y es la diferencia de opiniones y la falta de unidad en su institución lo que las empuja a hacerlo. Un párroco anglicano puede decir que el pan y el vino son Jesús y otro, a la vuelta de la esquina, puede decir que éstos representan a Cristo. "Ambas posiciones son igualmente válidas en la Iglesia de Inglaterra", dice Alex Hill, otro sacerdote converso, "un ejemplo claro es la ordenación sacerdotal de mujeres: una iglesia podría permitirlo y otra no. Yo no podía vivir con la dicotomía".

Hoy, al menos, uno de cada diez sacerdotes católicos activos en el Reino Unido es un ex pastor anglicano y, de ellos, 150 están casados, gracias a una autorización papal. A través de ésta, los sacerdotes pueden tener plena vida matrimonial, incluyendo hijos y relaciones sexuales.

Esto último ha sido el principal detonante de muchas conversiones, especialmente a nivel sacerdotal. Hoy, al menos uno de cada diez sacerdotes católicos activos en el Reino Unido es un ex pastor anglicano y, de ellos, 150 están casados, gracias a una autorización papal. A través de ésta, los sacerdotes pueden tener plena vida matrimonial, incluyendo hijos y relaciones sexuales. Pío XII fue el primer pontífice en dictar este tipo de dispensas, pero ha sido en los últimos treinta años en que se han hecho más comunes. "Lo que pasa es que la Iglesia Católica no sólo hace sentido, sino que es muy clara", explica Hill, "si sabes dónde está el blanco y  el negro es más fácil tratar los grises. En la Iglesia de Inglaterra todo es gris y entonces te pierdes".

Benedicto XVI ha fomentado este fenómeno, que también se ha replicado en otros países, como Estados Unidos y Canadá. Escribió una constitución apostólica dedicada a los anglo-católicos y en enero creó una institución llamada el Ordinariato de Nuestra Señora de Walsingham. A través de éste, los anglicanos pueden convertirse como parroquia, manteniendo sus ritos y sus comunidades, pero en comunión con Roma.

Otro hito fue la visita del Papa al Reino Unido en septiembre del año pasado. El padre Alex Hill, quien en ese momento era temporalmente un laico más, luego de once años de sacerdocio anglicano, estuvo ahí en el "Mall" londinense, la avenida que lleva al Palacio de Buckingham. "Ondeé mi banderita como una pequeña niña", dice riéndose. Kevin O'Donnell no pudo asistir. Ese día se cambiaba de casa. Al dejar la Iglesia de Inglaterra había perdido el lugar donde vivió por nueve años con su familia.

Casados con hijos

El salto de fe

"Muchas cosas demoraron mi decisión. Una de ellas era lo práctico", dice el padre Kevin O'Donnell. Como vicario de la Iglesia de Inglaterra tenía lo básico: techo y sueldo. Renunciar implicaba quedar cesante en la mitad de su vida, sin mucho campo laboral. Tenía un hijo aún en el colegio y otro en la universidad. Su mujer no trabajaba, ya que se dedicaba a cuidar a su madre, anciana e inválida, y a ayudarlo en las labores pastorales.

"El principal desafío que tienen es velar por sus familias", dice Robin Sanders, secretario de la St. Barnabas Society, "a veces es difícil para ellos encontrar trabajo, porque han dedicado sus vidas sólo al sacerdocio". La institución en la que Sanders trabaja -quien, de paso, también es un sacerdote converso- apoya a los clérigos que dejan el anglicanismo por el catolicismo. "Les pagamos el arriendo de un nuevo hogar. Si no consiguen algún ingreso, ayudamos también con dinero y las cuentas". Además, les entregan apoyo pastoral.

Con este tema a salvo, O'Donnell renunció definitivamente: era laico y cesante. Sin trabajo, pudo descansar un poco del intenso proceso de discernimiento, que finalizó con su renuncia y las explicaciones a su obispo y a la gente de su parroquia. La conversión fue el primer paso para su nuevo sacerdocio. El segundo sería un periodo de aleccionamiento en su nueva fe.

"Luego de esto se puede optar a la ordenación", explica el director de vocaciones diocesanas Stephen Langridge, "éste es el mismo proceso riguroso que se aplica a todos nuestros candidatos". Se piden referencias, se hacen exámenes psicológicos y entrevistas. En el caso de hombres casados, usualmente se conversa con el obispo anglicano que era su superior. "No hay ninguna garantía de que se les acepte y ha habido casos en que ex ministros anglicanos han permanecido como laicos católicos, ya sea por opción propia o porque la Iglesia no los llama a ordenación", dice Langridge.

El proceso incluye una veintena de documentos. Entre ellos, uno fue especialmente difícil de firmar para Gill, la mujer de Kevin O'Donnell. Ambos tenían que aceptar que, si la esposa moría, Kevin viviría una vida célibe. "Lloré esa parte -dice Gill-, para mí es difícil aceptar que mis hijos no tendrán otra figura maternal".

Para ser sacerdote casado, el candidato debe obtener una dispensa papal. El proceso incluye una veintena de documentos. Entre ellos, uno fue especialmente difícil de firmar para Gill, la mujer de Kevin O'Donnell. Ambos tenían que aceptar que, si la esposa moría, Kevin viviría una vida célibe. "Lloré esa parte -dice Gill-, para mí es difícil aceptar que mis hijos no tendrán otra figura maternal". Otras limitaciones incluyen no poder ser obispo -tal como en la Iglesia Ortodoxa, que sí tiene gran cantidad de sacerdotes casados- y, en términos canónicos, no poder ser párrocos, sino solamente "administradores".

Luego de esto viene el seminario. En general, los candidatos también tratan de buscar un trabajo. Realizan tareas pastorales o educativas hasta la ordenación para contribuir en sus hogares. Además, mientras los demás seminaristas se dedican a sus estudios, los postulantes deben lidiar con sus realidades familiares. En el caso de los O'Donnell, por ejemplo, tuvieron que organizar cambios de casa y de colegio, además de la tensión por el mismo cambio de religión. Sus dos hijos mayores, el primero casado y el segundo hoy en la universidad, no quisieron entrar en la Iglesia Católica. Cuando pasaron por todo este proceso, el rendimiento escolar de este último se vio notoriamente afectado. "Tenía 17 años y no sabíamos cómo iba a reaccionar -dice su madre-, sus notas de esos años fueron muy malas. Antes de eso tenía calificaciones muy altas".

Héctor, el hijo de once años que todavía vive con los O'Donnell, tampoco se convirtió junto a sus padres, aunque lo podría haber hecho automáticamente, por su edad. "Eso es porque no entendía bien lo que significaba y quería saber realmente qué tipo de cristiano era", dice elocuentemente el menor. Dos años después de sus padres, lo hizo. Él fue el único miembro de la familia, además del Gill, en participar de la ordenación de su padre.

"Fue un proceso difícil, pero logramos salir adelante", dice el padre Kevin O'Donnell, "la Iglesia y la St. Barnabas Society nos ayudaron mucho". Una vez ordenado, la diócesis le garantiza un sueldo igual al que tienen los sacerdotes anglicanos. Éste viene de los dineros de la parroquia y puede ser complementado con otras labores, como capellanías en colegios. "Hay parroquias que no tienen cómo mantener a un sacerdote casado en Inglaterra. En ellas normalmente no habría este tipo de clero o se les conseguiría un trabajo extra o ayuda de la diócesis", explica O'Donnell.

Casados con hijos

La gente en su nuevo lugar de trabajo reaccionó feliz a este nuevo sacerdote que se instaló, con familia y perros, en la casa al lado de la parroquia. Muy pocas personas se han extrañado de su situación. Hace dos semanas, por ejemplo, una anciana se enteró de que tenía mujer e hijos y le dijo que él no podía estar casado, que tenía que darse por completo a la parroquia. "Es un modelo distinto: no tienes tanto tiempo para entregar, es verdad, pero tienes una gran riqueza de experiencias en algunas áreas. Cuando ella entendió eso, se fue feliz", dice el sacerdote.

Clero y celibato

Para bien y para mal, el padre Kevin O'Donnell transita por el mismo camino que muchos de sus feligreses, el matrimonio. "Yo creo que eso es en parte porque muchos se sienten cómodos con sacerdotes casados. Vives las mismas presiones y dificultades, tú sabes de lo que ellos están hablando -comenta-, los sacerdotes célibes varían enormemente en su capacidad para tratar estos temas".

Alex Hill tiene una posición más moderada: "Sí, uno tiene conocimientos de la situación familiar desde  adentro, pero el célibe tiene una visión objetiva. Si alguien viene a confesarse y dice 'he sido infiel', está la tentación de decir 'te entiendo' y no 'la embarraste, porque tú en verdad amas a tu mujer'".

Otro caso que plantea un desafío es hablar de vocaciones, donde se ve el caso opuesto: no tiene esa experiencia del celibato. "Hace unos días se me acercó alguien en relación a este tema. Tengo que intentar motivarlo, pero al mismo tiempo entender los beneficios del celibato y promoverlo. Es algo que tengo que tener siempre en mente", dice Hill.

Ellos saben que son una excepción, algo propio de esta época de transición. "La experiencia del clero casado no ha hecho a nuestros feligreses más favorables a que se relaje la regla del celibato", dice el padre Stephen Langridge, que trabaja en el área vocacional, "además, ellos probablemente son los últimos de una generación. En otras palabras, el impacto de esto es muy pequeño".

Otro caso que plantea un desafío es hablar de vocaciones, donde se ve el caso opuesto: no tiene esa experiencia del celibato. "Hace unos días se me acercó alguien en relación a este tema. Tengo que intentar motivarlo, pero al mismo tiempo entender los beneficios del celibato y promoverlo", dice el padre Alex Hill. "Es algo que tengo que tener siempre en mente".

Tampoco ven la opción del matrimonio sacerdotal como una respuesta a los problemas de pedofilia en la Iglesia. "La mayoría de los casos de abuso pasan en la residencia familiar", dice Alex Hill, "así que incluso podríamos decir que permitir el matrimonio de los sacerdotes podría implicar más casos, hablando en términos puramente estadísticos".

La relación con sus nuevos pares, los sacerdotes célibes, ha transcurrido sin mayores problemas. "La gran mayoría de los sacerdotes están muy agradecidos por el servicio que entregan", dice el padre Stephen Langridge, "sólo una pequeña minoría ha protestado por el hecho de que los anglicanos puedan ser sacerdotes y los católicos no puedan casarse. Numéricamente son una minoría insignificante, pero que ha tenido atención desproporcionada en los medios".

El padre Alex Hill da fe de esto, aunque se ha encontrado con un caso que para él es sensible. "La mayor parte de los sacerdotes católicos son felices con su celibato. Es algo que siempre han visto como parte de su sacerdocio", explica. Casi todos lo han acogido muy bien, excepto su cuñado, sacerdote católico: "Él ha dejado de hablarme". Frente a esto, su actitud ha sido la misma que con sus feligreses. A ellos les explicó la naturaleza de su sacerdocio usando la parábola de los trabajadores en la viña: Dios les paga la misma suma a los que han trabajado todo el día que a los que llegaron al final de la jornada. "Cuando ellos se ordenaron, hicieron una promesa de mantenerse célibes -dice Hill-, cuando yo me ordené, prometí ser célibe desde que mi esposa muera".

"A veces, Jesús nos llama en diferentes formas, con distintas cargas para el mismo ministerio", dice. Al pensar, hipotéticamente, si hoy tuviera la opción de volver al pasado y elegir entre matrimonio y sacerdocio, ve las dos caras del problema, lo bueno y lo malo. "A veces pienso en que sería bueno ser célibe, para no preocuparme de nada más, pero no creo que ésa sea una buena actitud en un sacerdote. Por otra parte, hay algunos que han seguido ese camino donde no necesitan a nadie y eso tampoco es bueno", dice, frunciendo el ceño."Es complicado".

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