Por Marzo 31, 2011

Aproveché que Marco Enríquez-Ominami estuvo la semana pasada en Lima para asistir a un seminario sobre comunicación política. Lo invité a mi programa radial, donde le pregunté qué fue lo que más le sorprendió de su visita a Perú. Su respuesta fue inmediata: la alta volatilidad de la intención de voto.

Entiendo que un chileno joven que quiere forjarse un espacio en la política de su país, donde las preferencias del ciudadano se mueven con más lentitud, pueda ver hasta con cierta envidia un escenario como el peruano, en el que las cosas ocurren con tanta rapidez.

Pero incluso para los peruanos, ya bastante acostumbrados a que en cada elección siempre ocurra lo inesperado, lo que estamos viendo en el tramo final del proceso presidencial 2011 supera con creces lo imaginable. Esto es, sencillamente, demasiado.

En los días en que Enríquez-Ominami estuvo en Lima, la intención de voto -registrada sistemáticamente por cuatro centros de estudios que difunden, cada uno, una encuesta por semana- empezó a experimentar un súbito proceso de mudanza, a un ritmo vertiginoso, entre los cinco principales candidatos, alterándose el orden de una carrera que durante el medio año previo había tenido pocos cambios.

Desde fines del año pasado, la campaña estaba siendo liderada con comodidad por el ex presidente Alejandro Toledo, con un 28% a nivel nacional. Le seguían, a unos cinco puntos, Keiko Fujimori -la hija del ex jefe de Estado hoy en una prisión por delitos de corrupción y violación a los derechos humanos-, y el ex alcalde de Lima Luis Castañeda.

Mucho más lejos estaban -con una intención de voto de sólo el 10%- Ollanta Humala, de quien se pensaba que en esta elección, a diferencia de la del 2006, había perdido su sex-appeal electoral, y el ex premier de Toledo, Pedro Pablo Kuczynski, quien desde el inicio de la competencia no había podido superar un escaso 5%.

Realizar pronósticos electorales en Perú es lo más cercano a un deporte extremo de alto riesgo. A pesar de ello, los que seguimos de cerca las tendencias políticas, no podemos resistirnos a la tentación de arriesgarnos en esa aventura peligrosa. En noviembre pasado, un par de meses antes de las elecciones municipales,  Susana Villarán tenía una intención de voto del 2% y, al final, se alzó con la alcaldía de Lima, uno de los puestos políticos más importantes del país.

Ningún tema de fondo ha estado en el debate entre los presidenciables, ni siquiera el de la relación con Chile, el cual siempre ha sido un clásico en toda elección. Esto puede cambiar, sin embargo, con la reciente declaración de Humala en la que señaló que "de la misma manera que ustedes tratan a los peruanos en Chile, vamos a tratar a los chilenos que viven en el Perú (…)".

A pesar de todo, insisto, hace cinco semanas me arriesgué a comentar que, al paso que íbamos, lo más probable sería que, esta vez, en la elección presidencial, la principal sorpresa podría ser que no hubiera sorpresas. Esto significaba que habría una segunda vuelta en la que competirían Toledo con quien el domingo 10 de abril obtuviera más votos entre Fujimori y Castañeda.

Ahora, a nueve días de los comicios, ese escenario aún sigue siendo posible, pero también podría ocurrir que Humala llegue -al igual que en la elección del 2006- primero y que pase a la segunda vuelta con Fujimori o con Toledo.

En realidad, podría ocurrir cualquier combinación de los tres para el pase a la segunda vuelta, pero el árbol de posibilidades ha extendido sus ramas por la agregación de Castañeda y Kuczynski al grupo de los que también podrían llegar a la fase final.

Cansados de escuchar a analistas políticos, encuestadores y hasta videntes, quizá los peruanos empiecen a analizar perspectivas en las apuestas. Betsson.com, una casa de apuestas en internet con sede en Malta, está aceptando lances por Toledo por 1.5 veces, Kuczynski por 3.0, Humala por 3.4, Fujimori por 4.0 y Castañeda por 8.0, como ganadores en la primera vuelta.

Hoy, la única certidumbre en esta elección incierta, confusa y de final electrizante, es que habrá una segunda vuelta con nada menos que cinco candidatos con posibilidad de participar en esa fase decisiva.

La otra certeza de los peruanos es saber que lo más probable es que habrá más sorpresas en el camino que aún falta recorrer. Un chiste que me gusta contar en estos días en el noticiero de televisión que conduzco todas las mañanas, es que en una semana en una elección peruana puede ocurrir lo que sucede en un año en Chile y en un siglo en Suiza.

Lo que está ocurriendo en esta campaña es, sin duda, sorpresivo, debido a que nunca antes se había dado una final electoral en donde llegaran cinco candidatos con cierta opción hasta casi muy cerca de la puerta del horno. En Perú, sin duda, y quizá en América Latina.

Este fenómeno se inscribe dentro de una trayectoria electoral en la que, desde hace dos décadas, el "factor sorpresa" se ha vuelto casi una constante. Esto quiere decir que un buen número de elecciones de dicho período se definió de un modo inesperado para la mayoría y en el que, recién en el tramo final, todo cambió de un modo súbito. Desde que en 1990 se produjo el insólito triunfo presidencial de Alberto Fujimori, hasta ahora nomás, con la elección municipal en Lima de Villarán, lo normal es que terminemos con un final que muy pocos -para no decir nadie- previeron.

La danza de votos en Perú

Esto es consecuencia de una creciente fragmentación política en Perú, en el marco de un profundo debilitamiento de los partidos. Una expresión de ello es que las dos colectividades más tradicionales del país, el APRA y el PPC, corren el riesgo de no tener una representación en el próximo Parlamento por no superar la valla electoral o de que ésta sea muy pequeña.

Peor aún, el APRA, que es el partido que está hoy en el gobierno del presidente Alan García, tiene una intención de voto para su lista parlamentaria de alrededor del 5% que equivale a la mitad de la tasa actual de crecimiento del PIB.

La capacidad de representación política en el Perú viene decayendo año tras año, elección tras elección, dentro de un proceso de deterioro político que contrasta marcadamente con el estupendo desempeño observado por la economía, convertida en una de las más dinámicas de la región, a pesar de que el porcentaje de pobres sigue siendo de un tercio de la población y de que servicios públicos básicos como la salud, la educación, la seguridad y la justicia siguen siendo un desastre.

Ningún tema de fondo ha estado en el debate entre los candidatos presidenciales, ni siquiera el de la relación con Chile, el cual siempre ha sido un clásico de toda elección. Esto puede cambiar, sin embargo, con la declaración reciente de Humala en la que señaló que "de la misma manera que ustedes tratan a los peruanos en Chile, de la misma manera vamos a tratar a los chilenos que viven en el Perú (…) Mucho cuidado con cholearlos, discriminarlos, maltratarlos, vejarlos y humillarlos".

No es ésa, en todo caso, la mejor manera de plantear la relación bilateral con Chile, la cual constituye, en mi opinión, una de las mejores asignaturas del segundo gobierno del presidente Alan García.

Ante este escenario, es una lástima que esta campaña electoral haya sido escasa en debates sobre ideas y sí, en cambio, abundante en intercambio de agravios y discusiones intrascendentes.

Es probable también que esta falta de interés por los temas de fondo obedezca a una cierta actitud de conformismo de la mayoría de candidatos que, a diferencia de Ollanta Humala, prácticamente no le harían ninguna modificación al esquema económico que se viene aplicando en Perú desde hace dos décadas.

Humala sí ha ofrecido cambios relevantes, como el de la Constitución y renegociaciones de los tratados de libre comercio y de los contratos de concesión de infraestructura y explotación de recursos naturales, por lo que su crecimiento en las encuestas ha producido un cierto nerviosismo en el sector empresarial.

Más allá de las vicisitudes de este proceso electoral, el telón de fondo es una democracia que funciona más o menos bien, pero sin partidos. Y una economía de mercado que logra tasas elevadas de crecimiento, pero sin el acompañamiento indispensable de instituciones fundamentales del Estado, como la seguridad y la justicia.

El índice general de la Bolsa de Valores de Lima tuvo el lunes una caída de más del 5%, aunque en los días siguientes tuvo un rebote e inició una recuperación, mientras que la cotización del dólar creció el mismo día en 1%, alcanzando su mayor nivel en varios meses.

Algunos medios de comunicación que observan a Humala como un peligro para la perspectiva del país han aprovechado esta circunstancia para lanzar fuertes portadas que anuncian situaciones de incertidumbre.

A su vez, el resto de los candidatos -Castañeda, Toledo, Kuczynski y Fujimori- pretende usar este hecho como un instrumento para mellar la candidatura de Humala, quien, ante la constatación de que ello podría impedirle seguir creciendo en esta fase final de la campaña, ha empezado a moderar su discurso radical.

Aunque Humala tiene la desventaja de arrastrar un fuerte problema de credibilidad, no se debe descartar que su candidatura siga creciendo en la última semana de la competencia por la primera vuelta.

Así, buena parte de la trayectoria electoral se ha perdido en discrepancias sobre si un candidato presidencial debe pasar por un examen toxicológico que demuestre que no usa drogas; en las implicancias sobre los candidatos de las revelaciones de Wikileaks; y en las invitaciones a su residencia que el cardenal Juan Luis Cipriani les hizo a los cinco principales candidatos para regalarles un rosario bendecido por Benedicto XVI e imponerles una agenda que impida que el Estado peruano sea -como debe ser- laico.

Lo que ha empezado a ocurrir en este tramo final de la campaña por la primera vuelta, con cinco candidatos con posibilidades, le ha dado un interés renovado a la elección. Esto, debido a que, más allá de las vicisitudes de este proceso electoral, el telón de fondo es una democracia que funciona más o menos bien, pero sin partidos, y una economía de mercado que logra tasas elevadas de crecimiento, pero sin el acompañamiento indispensable de instituciones fundamentales del Estado, como la seguridad y la justicia.

Parafraseando a la comedia del dramaturgo inglés Michael Frayn, se puede concluir que "esta campaña es un desastre", pero con la diferencia de que aquí no hay ningún motivo para reír y sí, quizá, mucho para llorar.

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