Por Marzo 25, 2011

Alrededor de Fukushima crecieron simultáneamente una crisis y un desastre. Por una parte, una crisis nuclear en la cual sistemas de enfriamiento fallaron y amenazaron la integridad de los reactores de la planta. Y, por otra, un desastre mediático que gestó una innecesaria paranoia, a través de un aparente deseo por representar una catástrofe de magnitudes que no se correspondían con la realidad aquí en Japón.

Los anuales simulacros de terremoto, un sistema de alerta  temprana, y un sinfín de medidas similares nos recordaban constantemente que la región de Kanto esperaba un gran terremoto. El grado 9.0 en la escala de Richter en la costa de Sendai la tarde del 11 de marzo, sin embargo, no lo esperaba nadie, y sobrepasó en unas cinco veces las capacidades de diseño de la planta nuclear Fukushima Daiichi en la costa este de Japón, 220 km al norte de Tokio. No por negligencia, sino porque jamás registró el país en su historia un terremoto mayor a 8.5.

Es importante entender lo que hay detrás de esas cinco décimas de diferencia, ya que la escala Richter no es lineal en energía: la energía liberada en el terremoto de Sendai fue más del doble de la energía liberada en el terremoto 8.8 de Chile un año atrás (230 megatoneladas de TNT), con sólo dos décimas de diferencia.

A pesar de las reacciones de medios y de algunos políticos extranjeros en contra de la industria nuclear, Fukushima Daiichi y todas las demás plantas nucleares en el este de Japón mostraron una excelente respuesta a la emergencia, aun al sobrepasar  sus capacidades: el sistema de apagado automático de la reacción de fisión nuclear en cadena -cubriendo las barras de combustible con circonio- se activó en todas estas plantas, esfumando desde el comienzo el fantasma de Chernobil. Aun más, el sistema de enfriamiento comenzó también sin problemas en todos los reactores, siendo inhabilitado para algunos de ellos sólo cuando olas de unos 7 metros de alto inundaron las bombas de agua y su electrónica, y arrasaron con estaciones de poder completas. El sistema de contención de la radiación -inexistente en las plantas nucleares de la Unión Soviética-, además, ha garantizado hasta el día de hoy que las fugas de materiales radiactivos sean mínimas a pesar de que el calentamiento del circonio haya causado explosiones de hidrógeno que destruyeron la parte superior de los edificios de los reactores 1, 3 y 4.

Una semana después del terremoto, profesores de ingeniería nuclear de la Universidad de Tokio organizaron un seminario sobre radiación. Ahí mostraron que un viaje ida y vuelta en avión fuera de Japón expone a una persona a unas 8 veces más radiación que la peor explosión de Fukushima hasta el momento.

Precisamente por la peculiar naturaleza y evitables consecuencias del verdadero mal que descompensó a Fukushima Daiichi -las olas de un tsunami y no el terremoto mismo- es difícil de entender por medio de la simple lógica por qué países como Alemania hayan desechado planes para renovar la continuidad de algunos de sus reactores, y que se hable de un fracaso para una industria que ha mostrado más seguridad que muchas otras industrias energéticas en las últimas décadas.

Es cierto que aún hay que mantenerse alertas; la emergencia no está  superada. De todas formas, está bastante claro que Fukushima no puede escalar a algo como Chernobil. Todo accidente puede verse en términos de una energía inicial con la que cuenta, que se traduce en la gravedad del evento. Por ejemplo, al caer desde un edificio, el accidente es peor a medida que uno cae desde una mayor altura. Esto quiere decir que la energía potencial gravitatoria inicial es mayor, y por ende el accidente es más serio.  El sistema de apagado automático de las plantas  de Japón, que se activó sin problemas, anuló la reacción en cadena, y por tanto quitó desde un comienzo muchos órdenes de magnitud al posible accidente, equivalente a un buen frenado y un buen airbag en caso de un choque automovilístico. En comparación, Chernobil puede verse como un choque en que el automóvil siempre se mantuvo acelerando. Además, Chernobil tampoco fue diseñada para contener los materiales radiactivos, por lo cual la contaminación apenas tuvo obstáculos.

Sí puede ocurrir que escuchemos más malas noticias, como las que hemos recibido estos últimos días sobre los efectos del incremento de la radiactividad en el mar, campos y leche, o incluso que surja algún imprevisto que deteriore la situación. Pero hay otro elemento que diferencia al peor escenario posible en este caso y lo que sucedió, por ejemplo, en la Unión Soviética: allá no se controlaron los efectos de la radioactividad, por lo que gran parte de la tragedia se debió a la falta de monitoreo de las áreas contaminadas, que repercutió especialemente en muchos niños, que fueron afectados por la ingesta de materiales radiactivos, sufriendo irradiación interna. Esto no podría pasar en Japón, por los estrictos controles y normas. De hecho ya se han detenido varios cargamentos de espinacas y leche.

No tan perdidos en Tokio

Qué dice el público

Ha sido fácil saberse seguro fuera de la zona de evacuación de 20 kilómetros que el gobierno japonés decretó en los primeros días de la crisis, contemplando el peor escenario posible desde el comienzo.

La parte esencial de saberse seguro, sin embargo, es un adecuado entendimiento de la radiación y de la radiactividad. Éste se vio socavado por el desastre informativo, donde medios de comunicación extranjeros privilegiaron los titulares apocalípticos, sin profundizar en las mediciones que se publicaban fuera de contexto alguno.

El 14 de marzo, tan pronto como se vislumbró que Fukushima no sería una catástrofe de proporciones soviéticas, y que los hechos comunicados desde Japón contrastaban con la histeria que se infundía, la  revista Foreign Policy comenzó a rodar una narrativa para trivializar toda información proveniente de Tokio en su artículo "Por qué el público japonés tiene buenas razones para desconfiar de la información oficial" . Dos días más tarde, el periódico español El País rayaba en lo insólito, al insinuar que las sofisticaciones culturales japonesas son en realidad técnicas para mentir y someter al pueblo: "Decir la verdad en muchos contextos resulta descortés, y los propios nipones aprenden y desarrollan desde pequeños su 'tatemae'" que "se ha usado en el último siglo y medio para someter al pueblo a la inopia".

Entre muchos de los desaciertos, se dijo que el nivel de radiación en Tokio había aumentado varias veces sobre el nivel normal, aun cuando dicho aumento se mantuvo tan sólo por unas horas, haciendo la dosis equivalente de radiación recibida insignificante (miles de veces menor a la de una radiografía). Tampoco se indicó que la radiación se presenta de forma natural y depende de la ubicación geográfica. En Roma, por ejemplo, es cinco veces mayor que en Tokio los 365 días del año; y los plátanos son cientos de veces más radiactivos -por su significativa concentración de potasio 40- que otros alimentos. Pero a nadie se le ocurriría sugerir una permanente evacuación de la capital italiana ni prohibir el banana split.

Una semana después del terremoto, profesores de Ingeniería Nuclear de la Universidad de Tokio organizaron un seminario sobre radiación, donde de hecho mostraron que un viaje ida y vuelta en avión fuera de Japón expone a una persona a unas 8 veces más radiación que la peor explosión de Fukushima Daiichi hasta el momento (siempre en el orden de centenas y decenas de microsieverts, respectivamente). Para entonces, los pocos estudiantes extranjeros de la universidad que no habían escapado de la capital eran en su mayoría aquellos que ya habían sido entrenados en radiación y en el manejo de elementos radiactivos. Esto demostraba el importante rol del correcto manejo de la información para no entrar en pánico ni contagiarse del innecesario temor.

Si bien la crisis  de Fukushima ha dejado hasta este día a gente en refugios provisorios, así como tierras y costas cercanas a la planta contaminadas con materiales -siempre bajo estricto monitoreo y en concentraciones en declive-, los japoneses han aborrecido con mayor intensidad y por más tiempo el depender en demasía de los combustibles fósiles extranjeros. Es decir, han tenido la sabiduría de leer la política energética como una medición de independencia nacional. Por esto, las plantas nucleares sólo pueden seguir aumentando su presencia en la matriz energética de Japón, dentro de la cual alcanzan hoy casi un 30%.

Sin embargo, no importa qué tan grandes sean los atractivos de la energía nuclear . Tal como en Chile lo indicara Jorge Zanelli,  el transformar la energía nuclear en una realidad pasa por la aceptación social.

El que la falta de una correcta educación y el sensacionalismo respecto al incidente de Fukushima hayan llevado a un 86% de los chilenos a rechazar las centrales nucleares es la verdadera razón para la alarma, porque subraya la necesidad de informar correctamente. Sólo así se podría retirar a la industria nuclear del tabú, a tiempo antes de que la escasez de los combustibles fósiles nos remezca, como la tierra ha remecido a los japoneses.


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