Por Alessandro Rampietti, desde Middletown, Pensilvania Marzo 25, 2011

En las tranquilas calles de Middletown, en el estado de Pensilvania, la crisis nuclear en Japón los ha golpeado de cerca, reviviendo poderosos recuerdos.

Charles y Helen Hocker son una pareja de jubilados que viven a unos pocos kilómetros de la planta de Three Mile Island, escena del peor accidente nuclear de la historia de Estados Unidos.  "Es lo mismo", dice Helen, sacudiendo su cabeza  mientras mira la televisión. Cuando dicen que en Japón les recomiendan quedarse en casa, cerrar la puerta… nosotros sabemos que eso no funciona".

La pareja recuerda vívidamente esa mañana del 28 de marzo de 1979, cuando uno de los reactores que pueden ver desde la colina tras su casa se sobrecalentó y liberó gases al aire. "Tenía ese día libre y estaba en nuestro huerto", recuerda Charles, que en ese tiempo era chofer de camiones, "cuando el aire comenzó a oler como a metal. Podía saborarlo en mi boca. Luego sentí que estaba respirando un aire cálido". Cuando entró a su casa, Helen lo miró desconcertada. "El lado derecho de su cara estaba rojo, con salpullidos", recuerda ella. "No sabíamos  qué estaba pasando".

Y nadie lo entendía esa mañana, cuando una combinación de errores humanos y fallas mecánicas desencadenó el evento que  simbolizaría el terror nuclear en Estados Unidos y que detendría a esa industria por 30 años.

Hasta hoy se debate cuánto se vio afectada la salud de las personas por ese accidente. Pero para quienes estaban ahí en 1979 la historia es distinta.

Muchos de los residentes mayores de Middletown juran que pueden distinguir los tipos de sirenas que suenan para los diferentes niveles de alerta, y conservan pastillas de yodo en sus casas. La ciudad, de hecho, cuenta con rutas de evacuación actualizadas.

La planta genera electricidad para 800 mil hogares, y el vapor de sus torres se puede ver todos los días.

Al momento del accidente, los granjeros que vivían más cerca de la planta confiaron en las autoridades. "Pensábamos que estábamos seguros. Esperábamos que nos dijeran qué era ese sabor metálico en el aire, qué teníamos que esperar", explica Helen. Hoy ya no confían.

Tras años de investigación oficial, se determinó que el accidente no había dejado víctimas fatales. Pero muchas personas acá no pueden creerlo.

"El aire comenzó a oler como a metal. Podía saborearlo en mi boca. Luego sentí que estaba respirando un aire cálido", recuerda Charles Hocker. Cuando entró a su casa, su mujer lo miró desconcertada. "El lado derecho de su cara estaba rojo, con salpullidos".

La hija de Helen y Charles, Patty, tenía 33 años para entonces y gozaba de una salud perfecta. Su departamento estaba en el área donde el viento pudo haber llevado la radiación, explican. En 1984 le diagnosticaron cáncer. Murió dos años después, a los 40 años de edad.

"Culpamos a Three Mile Island, sin dudas", dice Helen, quien por la misma época empezó a experimentar problemas en su tiroides, que persisten hasta hoy. "No hay otra explicación".

La historia de Charles y Helen no es única. En los pueblos que rodean a la planta son muchos los que cuentan historias de inexplicables enfermedades. Hay quienes dicen que los efectos de la radiación aún son visibles hoy.

Mary Osborne, una residente de Harrisburg, solía estar a favor de la energía nuclear. Ahora vive con detectores de radiación al alcance de su mano. Ella dice que  hubo modificaciones en la naturaleza. Desde entonces ha mantenido un registro de la flora y fauna del área.  Encontró flores mutadas, algunas sin partes reproductivas, con hojas anormalmente grandes; hasta tiene una foto de un ternero de dos cabezas que tomó en una granja cercana.

"Si no has vivido algo así, puedes pensar que estamos locos", dice Mary, "pero veo la central todos los días y es un recordatorio constante".

Un mal necesario

Una crisis en una planta nuclear no es el tipo de cosas que una persona, una ciudad o incluso una nación pueda olvidar fácilmente. Desde el accidente en Pensilvania no se ha construido ninguna otra central nuclear en todo Estados Unidos. En muchos sentidos, el accidente cambió la forma de pensar  de estos pueblos para siempre.

Pero 32 años después el área alrededor de la planta presenta otra cara. Algunos de quienes fueron evacuados en su momento nunca volvieron. Pero en las décadas que siguieron muchos más han llegado aquí a vivir. Las casas nuevas se venden bien -incluso en este momento económico-, las fábricas están produciendo y los trenes de carga ocupados al máximo resuenan en su paso por el medio de los pueblos.

Three Mile Island aún da trabajo. Es vital para la economía de la clase trabajadora local.
Don Hossler ha trabajado en la planta por 24 años y declara no temer en absoluto otro accidente. "Sé que es seguro. Ha sido mi sustento, y mi hijo trabaja ahí ahora. Me da más miedo manejar por la autopista", dice.

Mientras, en Estados Unidos la tecnología nuclear ha ido ganando credibilidad como fuente de energía en tiempos de preocupación por el cambio climático y la dependencia de combustibles fósiles. El gobierno federal está actualmente considerando postulaciones para adjudicarse 20 nuevas centrales nucleares en todo el país.

Pocos piensan que la emergencia en Japón detenga, a la larga, las construcciones; aunque la seguridad será sin duda una preocupación mayor.

En Middletown, en tanto, las nuevas generaciones de residentes ven a la planta como un "mal necesario". "O te gusta o no te gusta", dice Dorothy Deckman, quien vive muy cerca del reactor. "A mí me gusta. Y supongo que es el riesgo que hay que tomar".

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