Por Gonzalo Maier, desde Bélgica Marzo 25, 2011

En Kieldrecht, un diminuto pueblo belga clavado en la frontera con Holanda, es muy fácil asustarse. Tanto, que incluso es recomendable tener el corazón firme. El pasado lunes 14 de marzo, por ejemplo, mientras los televisores de todo el mundo mostraban cómo ardía la planta nuclear de Fukushima, Japón, en Kieldrecht la paranoia prendió en segundos. Esa misma mañana, el Ministerio del Interior imprevistamente inició una campaña recordándoles a los vecinos que podían pasar a retirar tabletas de yodo en cualquier farmacia, las mismas que en un accidente nuclear se usan para evitar que la tiroides absorba el yodo radiactivo. Por eso en De Grote Geule, aparentemente, el único lugar del pueblo en donde almorzar, y en general en todos los sitios que estaban a 20 kilómetros a la redonda de plantas o reactores nucleares, el fantasma de Chernobil volvió de improviso y en el peor momento. Pero el susto duró sólo un segundo. Annemie Turtelboom, la ministra encargada, tuvo que correr a aclarar que era sólo un plan rutinario que estaba planificado desde hace mucho tiempo y que no tenía nada que ver con lo que sucedía en Japón.

Así es Kieldrecht: sus habitantes no sólo pagan menos impuestos por vivir cerca de cuatro reactores nucleares, sino que también tienen derecho a pastillas gratuitas de yodo y al susto de sus vidas en caso de un accidente nuclear. Y el gobierno, cada cierto tiempo, se encarga de recordarlo. Entonces, cuando el susto había pasado y canales como Eén o VRT volvían a transmitir en directo desde el infierno japonés, los parroquianos de De Grote Geule seguramente levantaron la vista y, tal como todos los días desde hace 36 años, vieron una vez más esas dos columnas de humo blanco que decoran el patio trasero de sus casas.

La central nuclear de Doel es una de las dos plantas nucleares belgas y está enclavada a cuatro kilómetros de la frontera con Holanda y a 14 kilómetros de Amberes, que con medio millón de habitantes es la segunda ciudad más grande del país. Por eso, cuando el gobierno recuerda que la zona de riesgo son 20 kilómetros a la redonda, de paso le recuerda a buena parte de Bélgica que esa planta nuclear que está instalada casi al fondo del puerto, por mucho que a veces resulte difícil verla, es parte de sus vidas. O mejor: es el vecino silencioso y vestido de blanco que todos prefieren ignorar, pero que últimamente nadie logra quitarse de la cabeza.

Así es Kieldrecht: sus habitantes no sólo pagan menos impuestos por vivir cerca de cuatro reactores nucleares, sino que también tienen derecho a pastillas gratuitas de yodo y al susto de sus vidas en caso de un accidente nuclear. Y el gobierno, cada cierto tiempo, se encarga de recordarlo.

Doel, el lugar en donde está instalada la planta, es un pequeño pueblo que existe desde hace más de cuatrocientos años y en el que, durante las últimas décadas, los niños se acostumbraron a jugar fútbol con dos grandes chimeneas de enfriamiento a sus espaldas. Hay incluso un pintoresco molino con un restaurante, en el que uno puede ver tranquilamente cómo pasan los barcos o, por supuesto, cómo el vapor de las chimeneas sube y se pierde en el cielo. A Doel, que se fue despoblando lentamente desde que en la década de los 60 se comenzó a construir la central, se la terminó de comer el crecimiento vertiginoso del puerto de Amberes, el segundo más grande de Europa, y en este momento está siendo completamente demolido para ampliar los muelles que hoy llegan hasta el borde de la central.

Por eso, aunque la desolada Doel sigue siendo el sitio más cercano a las dos grandes chimeneas, hay centenares de villas, pueblos enanos y miles de hectáreas cultivadas en las que inevitablemente se siente la respiración silenciosa de ese gigante blanco. Por ejemplo en Verrebroek, otro pequeño pueblo sin estación de trenes, o en Ekeren, una ciudad al otro lado del río Escalda, la vida es completa y perfectamente normal. Ahí plantan y cosechan, los niños van al colegio y por estos días se celebra la llegada de la primavera. Lo único que los diferencia del resto de los campesinos o escolares es que tienen perfectamente memorizado qué hacer en caso de un accidente nuclear. Aunque tampoco es que tengan muchas opciones: lo primero es no salir de casa o dar con un refugio en el que protegerse, luego hay que buscar una radio o una televisión y averiguar sobre una eventual contaminación del agua (o incluso de ciertos alimentos), después hay que tomarse la pastilla de yodo y, si las cosas van derechamente mal, hay que esperar a ser evacuados y más tarde someterse a mediciones para saber si fueron contaminados con partículas radiactivas.

Pero en esos mismos pueblos que están alrededor de Doel saben que es muy difícil que ocurra un accidente. Además, el gobierno lo repite siempre que tiene la oportunidad: "Es casi imposible que suceda".

El único y gran problema es que todos saben lo que significa "casi".

Vecino incómodo

La vida después de la jubilación

Al menos en el papel, Kieldrecht y Nieuw Namen son dos pueblos hermanos. El primero es belga y el segundo holandés. Pero eso es en el papel. Porque realmente son el mismo pueblo separado por una línea imaginaria que divide a los dos países. Así uno puede comprar el diario en Holanda, el pan en Bélgica y luego volver en pantuflas a la casa. Pero la vida en el pueblo, más allá de los mapas, es una y muy sencilla.

Hasta hace sólo unos días un tema recurrente, no sólo en la Gazet Van Antwerpen, el diario más popular del norte de Bélgica, sino en cualquier bar con buenos conversadores era la extensión de la vida de las centrales nucleares. Hoy en Europa hay 143 y muchas de ellas fueron construidas hace casi tres décadas. Por eso, desde hace un tiempo es común encontrarse con debates televisados o con artículos periodísticos sobre lo que debiera suceder ahora. Todo comenzó cuando, en septiembre de 2010, Angela Merkel, la canciller alemana y finalmente la mujer que decide directa o indirectamente las políticas de buena parte de Europa, puso sobre la mesa uno de esos temas, que siempre es más cómodo heredarle al próximo gobierno. Es que tal como la de Doel, hay muchas otras plantas de energía nuclear -sin contar las cientos de centrales experimentales- que ya están cerca de cumplir el ciclo de vida para el que fueron pensadas.

A grandes rasgos, una opción es cerrar esas plantas o bien evaluar en qué estado están y seguir utilizándolas. Por supuesto que en tiempos de crisis financiera y de incertidumbre económica no hay que ser muy ingenioso para adivinar que los gobiernos, hasta hace sólo unas semanas, apostaban por mantener funcionando las centrales que ya existían. Durante los días en que el tema estuvo en todos los noticieros florecieron protestas de organizaciones anti energía nuclear; aparecieron especialistas asegurando que las reservas de uranio, fundamentales para el funcionamiento de las centrales, estaban muy comprometidas y que, considerando la actual demanda, tal vez en 40 años más esas millonarias plantas no sirvan para absolutamente nada; y, por último, también estaban quienes veían en la jubilación de muchas centrales la oportunidad perfecta para volcar a un continente entero hacia las energías renovables.

En particular la idea de Merkel, justo antes de que un terremoto 9.0 se pronunciara a 10.000 kilómetros de su país, era extender en 14 años la vida de las centrales construidas después de 1980, y en ocho años las más antiguas. Es que tal como está estipulada la política energética en Alemania, sus 17 centrales nucleares se debieran desconectar a más tardar en 2021. Es decir, en sólo una década.

Y eso se discutía  en toda Europa cuando el viernes 11 de marzo todos vieron cómo la costa de Japón se convertía en una película de ciencia ficción.

Aparecieron especialistas asegurando que las reservas de uranio estaban muy comprometidas y que tal vez en 40 años más esas millonarias plantas no sirvan para absolutamente nada; y, por último, también estaban quienes veían en la jubilación de muchas centrales la oportunidad perfecta para volcar a un continente entero hacia las energías renovables.

Así Merkel, que hace sólo unas semanas había fomentado la extensión de la vida de las centrales nucleares, fue la primera en desconectar completamente las siete plantas alemanas más antiguas hasta que se evalúe detalladamente su estado. De paso, declaró públicamente que lo de Fukushima fue "un punto de quiebre en la historia". La lectura de varios medios europeos, por cierto, es que con el panorama de Japón como telón de fondo era particularmente impopular seguir con el plan. Por este mismo panorama, y pese a que no existe una política europea común respecto a la energía nuclear -de hecho Italia o Polonia tienen pensado construir reactores-, el lunes pasado todos los países europeos acordaron someter sus plantas a pruebas de resistencia. La idea es saber qué sucedería con un inesperado terremoto, una gran inundación, o incluso con atentados terroristas.

El halcón nuclear

El ojo se acostumbra. Siempre es igual. Por eso es inevitable que después de un par de décadas los vecinos que viven alrededor de Doel jueguen vóleibol, laven los platos y se rían de buena gana con dos torres gigantes que echan vapor a sus espaladas. Ahí están y nadie pareciera verlas. De hecho en las orillas de la planta nuclear, y en general rodeando a todo el puerto de Amberes, con los años se ha instalado una ciclovía con señalética y mapas propios. Por ella se puede pasear, observar animales, atravesar mucho campo verde o hacer un picnic. Como para confirmarlo, en 1995 llegó un halcón peregrino a instalarse sobre una de las chimeneas de 170 metros de altura. Construyó un nido a un costado de una de las torres de refrigeración. Además de empollar huevos, el halcón ha regresado cada año y los operarios de Electrabel, el brazo local de la gigante francesa GDF Suez que controla la planta, han instalado una cámara para observarlo.

Bélgica depende al menos en un 54% de sus plantas nucleares. Es decir, es el tercer país del mundo que más utiliza este tipo de energía, pero aun así, en vez de continuar acostumbrándose a las nubes de vapor, en 2009 el gobierno aprobó una muy discutida ley para abandonar la energía nuclear a partir de 2025, cuando todas las centrales bajo la vieja norma dejen de estar operativas. La idea, desde hace un par de años, es apostar de lleno por energías renovables, pero la tentación de no desconectar las plantas siempre es grande. De hecho, en un comienzo el "apagón nuclear" estuvo programado para 2015, pero finalmente ese año será tan nuclear como el resto.

Y los años alumbrados a punta de energía nuclear, ya lo saben en Kieldrecht, siempre esconden pequeños sustos. Porque además de la campaña que recordaba que las pastillas de yodo son gratuitas y cuáles son los pasos a seguir en caso de un accidente, el viernes 18 de marzo, mientras el incendio en Japón seguía cuestionando las políticas relativas a la real seguridad de la energía nuclear, las noticias belgas volvían una vez más sobre la realidad local. Esta vez el reactor 4 de la planta de Doel acababa de sufrir un evento de nivel 2 en la Escala Internacional de Accidentes Nucleares. Dicho así, en el lenguaje de los partes policiales no es gran cosa. Una bomba de agua dejó de bombear hacia el sistema de enfriamiento y lo que sucedió, según la escala, fue más que una anomalía y menos que un accidente importante. El último accidente había ocurrido en 2006, y la salud cardíaca de los habitantes de Kieldrecht, una vez más, fue puesta a prueba.

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