Por Marzo 18, 2011

De seguro, muchos televidentes del mundo se extrañaron. Unas horas atrás se había producido el feroz terremoto que atacó a Japón, y en sus pantallas apareció la escena de las empleadas en un supermercado que, justo en medio del remezón, sólo se preocupaban de afirmar las repisas y que no se cayeran los productos. ¿Por qué no corrían para ponerse a salvo?, ¿por qué ni siquiera gritaban?, ¿por qué parecían actuar contra toda lógica? Para responder esas preguntas, hay que meterse en la particular idiosincrasia del japonés. Y en su mundo de creencias, el cual no abandonan ni siquiera frente a la tragedia. Porque, sin exagerar, los japoneses son únicos.

La razón principal -la que explica incluso detalles tan pequeños como esas vendedoras que no arrancaron- está en que los japoneses son colectivistas. En que privilegian el grupo antes que al individuo en particular, en que piensan sobre todo en la familia: que puede ir desde la que forman padres y hermanos hasta el país completo. El japonés sólo siente que su vida tiene sentido si pertenece y respeta a un grupo. Como las chicas del supermercado: bajo cualquier circunstancia, ellas debían velar por el bienestar de la empresa que las contrató, la "familia" que les dio la oportunidad de estar allí.

Hay razones históricas. La cultura de Japón es milenaria y su período de formación fue muy largo: los japoneses empezaron a hacerse japoneses hace 15 milenios. Estaban aislados, en una isla, en un mundo aparte. Prácticamente sin ningún contacto externo, ellos crearon sus condiciones de vida para sobrevivir en una geografía tremendamente inhóspita. El hombre primitivo, el mongol que llegó a esas tierras, lo primero que descubrió fue que no podía hacer nada solo. Mirando la naturaleza, se dio cuenta que lo que florecía eran los bosques y no el árbol; que los pájaros se movían con más libertad en bandadas; y que las hormigas podían sobrevivir a cualquier situación porque eran organizadas.  Por eso, el colectivismo es la razón de ser del japonés. Sólo tiene valor el grupo, no el individuo.

Pero hay más cosas importantes en su mundo. Y una de ésas es la naturaleza.

Cosas del destino

Tal vez la naturaleza más brava que ha tenido un pueblo es la que recibió el japonés. Y frente a eso, para no desaparecer, ellos tuvieron que buscar respuestas. Porque, en esas condiciones, los terremotos, maremotos y tifones eran y son algo natural, real e ineludible. De ahí aparecen todas sus creencias: mirando la naturaleza -que siempre fue su modelo- fueron estableciendo las características del mundo y qué papel jugaban ellos ahí. El desarrollo espiritual fue enorme. Y ahí está la clave: se vieron como parte de esa naturaleza, en un mundo constituido por una energía vital que está en constante movimiento y transformación. Para los japoneses, eso es lo que permite, por ejemplo, la creación del "mundo japonés", como la montaña, el mar, las estrellas… y el hombre mismo. Todos esos elementos están relacionados entre sí. Todos se están moviendo, van tomando contacto y produciendo situaciones nuevas. Y una de esas situaciones nuevas son los terremotos.

Ser ahorrativos, guardar para mañana, es un asunto milenario: el japonés siempre está pensando en lo que puede ocurrir y guardando para esa oportunidad. Este terremoto no es la excepción: no están concentrados en lo que queda atrás, sino que miran hacia delante. El japonés es 100% pragmático y 0% sentimental.

Por eso, y como los japoneses se formaron bajo las condiciones que les exigía la naturaleza, estas catástrofes las toman de manera natural, como algo que tarde o temprano -como un acomodo de la energía vital- tiene que darse. Es parte del destino. Sólo así se explica que hoy no estén llorando desesperados, como lo haríamos los occidentales. Los japoneses jamás cargan con los terremotos como una tragedia. Han sido criados desde siempre con esa idea.

Desde luego que hay sufrimiento, pero siempre es superable. El sufrimiento para los japoneses es casi un impulso para crecer, abre posibilidades para cosas nuevas. Fue por eso que un economista japonés dijo que con esta catástrofe ahora Japón podrá salir adelante. Él aprobó el terremoto como bueno -la economía va a poder despegar, dijo- y automáticamente se produjo el repudio internacional hacia su postura, sobre todo de Occidente.

Esos críticos, sin embargo, olvidan que los japoneses siguen siendo colectivistas, y que en esa línea hay que entender las palabras de ese economista: él está pensando en las ventajas que todo esto va a tener para la familia Japón. No estaba pensando en los miles que murieron, sino en las oportunidades para los que quedan.

No hay emoción

Los japoneses son cuidadosos al hablar. Nunca se comprometen, siempre dan respuestas vagas, usan las reglas de la cortesía, jamás pierden el control. No es timidez, es respeto al otro. Nuevamente, se trata de lo mismo: el valor del grupo. Por eso, tras el terremoto no hubo saqueos y las personas, pese a la preocupación, se ordenaron tranquilamente en una fila para usar un teléfono público.

Para muchos extranjeros, los japoneses parecen fríos. Pero vayamos de nuevo a la historia. Durante milenios, por su condición de vida, el japonés ha tenido que ver la vida y la muerte con toda naturalidad. Cuando en el pasado vivieron otros cataclismos como éste, la gente que vivía en los valles, entre las montañas, quedó aislada todo el invierno y tuvo que sobrevivir sin tener nada. Ser ahorrativos, guardar para mañana es entonces un asunto milenario: el japonés siempre está pensando en lo que puede ocurrir y guardando para esa oportunidad. Este terremoto no es la excepción: no están concentrados en lo que queda para atrás, sino que miran hacia delante. El japonés es 100% pragmático y 0% sentimental.

Sin llorar

Por ejemplo, antiguamente los terremotos dejaban a los japoneses aislados en grupos. Con pocos recursos. Entonces, si el clan familiar era de 30 personas y había alimento para muchas menos, ellos tomaban decisiones que podrían horrorizar a los occidentales. Se buscaban soluciones pensando siempre en la familia y no en el individuo. Privilegiando a los más resistentes. Así, las mujeres embarazadas debían abortar, los viejos partían caminando en busca de la muerte en medio del invierno, y a los niños pequeños se los arrojaba a los ríos. Solamente quedaban los más aptos, los que aseguraban la continuidad del grupo cuando la calamidad fuera superada. ¿Brutal? Era la única manera para que la civilización japonesa no desapareciera.

Palabra de emperador

A los japoneses, no en pocas ocasiones se les acusa que detrás de su notoria discreción se esconde una sensación de sentirse superiores, de ser engreídos. Y algo de ello puede haber.

El japonés es nacionalista. Los 15 milenios iniciales de su historia le dieron esa característica. Ellos validaron todo lo que tenían a su alrededor. Entonces, cuando aparece gente extraña no tardan en darle el nombre de "forasteros", lo que significa que están "fuera de su mundo". Y empiezan los problemas: por ejemplo, aunque ellos valoran su mundo natural, la naturaleza de su entorno propio, no es lo mismo cuando se trata de la del forastero. Así, no tienen ningún empacho en venir a matar ballenas, simplemente porque las ballenas no son de su mundo. Entonces no tienen ninguna importancia vital. Y esa matanza será siempre en beneficio del mundo japonés.

Por otra parte, los japoneses son obedientes. Porque confían plenamente en sus autoridades. Sobre todo, y desde hace siglos, en la figura del emperador. Hay un ejemplo bien claro de eso. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el emperador tendría que haber hecho lo que hizo cualquier guerrero al llegar al término del conflicto para salvar su honor: hacerse el haraquiri. De seguro que Hirohito lo debe haber pensado, pero había un detalle: si él se mataba, automáticamente el Estado daba una orden tácita que todos los japoneses debían hacerlo. Y eso significaba que la familia  Yamato, es decir Japón, desaparecería. ¿Y cuál es el imperativo japonés? La familia. Entonces, él se "sacrificó" por la supervivencia de su patria, no se suicidó y aceptó someterse a los vencedores.

De esa obediencia japonesa supo enseguida Estados Unidos, que ni por casualidad se le ocurrió prescindir de Hirohito. Sabían la fuerza que tenía con la gente. Sabían que lo que iba a decir el emperador lo iba a obedecer ciegamente el pueblo. Y así fue. En el primer mensaje tras la derrota, le dijo al país que debía recibir a los vencedores con calma y respetarlos. El resultado: cuando los norteamericanos entraron a Japón fueron recibidos con reverencia. Si iban por las calles, los japoneses les daban el paso con el respeto que les había pedido su emperador.

La protesta

Pero esta sociedad tan compacta y cohesionada, que piensa siempre en el bien común, ha empezado a presentar fisuras.

Hay japoneses que no han podido entender los cambios de la vida moderna. O incluso las  vicisitudes económicas. Estaban acostumbrados a funcionar con una realidad muy clara y siempre muy organizados. Yo siempre he mirado a los japoneses como un hormiguero: cada una de las hormigas sabe cuál es su función, lo saben al pie de la letra sin necesidad de que un capataz les diga qué hacer.  Eso les daba pertenencia al grupo, y eso bastaba para hacerlos felices. Era lo único que necesitaban. Pero con la apertura al mundo y el acceso a mundos lejanos -algo cada vez más fácil en un país tan tecnologizado como éste- eso está desapareciendo.

Le ocurre principalmente a la juventud. Esa capacidad de pertenecer al grupo es cada vez más débil. Y es porque tienen una influencia contradictoria: mientras la religión y la educación les dicen que tienen que ser colectivistas; la televisión, las películas occidentales y el internet les dicen justamente lo opuesto. "No se preocupen del grupo, ya que ustedes están primero", es el mensaje. Eso está pasando también con los adultos, que pasan mucho tiempo fuera del hogar por su trabajo y los niños se crían prácticamente solos.

Algunos, sin hacer drama, le ponen solución al asunto tirándose al metro o con otras formas de suicidio. Otros, en cambio, optan por vestirse raro para llamar la atención. Como esas chicas que se disfrazan estrambóticas en el centro de Tokio, como una provocación para romper las características propias del grupo.

¿Por qué? Porque el grupo en la actualidad no tiene la capacidad de absorción que tenía en el pasado. Y hay gente que queda fuera, y que -en medio de una soledad horrible- sólo busca diferenciarse. Al resto, sin embargo, eso parece no inmutarlo. No hay discusiones, no hay enfrentamiento. Simplemente no les llega.

Nada raro.

Ya lo dijimos: los japoneses no demuestran sus emociones ni pensamientos.


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