Por Mike Elkin, desde Bengasi, Libia Marzo 4, 2011

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Es miércoles 2 de marzo por la noche y el régimen aún resiste.

La gente de Bengasi, la segunda ciudad más grande de Libia, no rehúye una pelea. Y después de que las fuerzas del líder libio Muammar Gaddafi abrieron fuego sobre la población civil, hace dos semanas, es difícil encontrar a una persona que no quiera liquidar personalmente a Gaddafi.

"Todos queremos ir a Trípoli a deshacernos de él", dice Salem Abdelhassid El Dressy, un contador de 41 años que el martes pasado se unió como voluntario al ejército rebelde. "Creo que habrá una gran batalla si llegamos a la capital. Rezo a Dios por estar equivocado, pero estoy listo para la lucha".

Los ciudadanos de Bengasi y los soldados que desertaron para unírseles expulsaron a las fuerzas de Gaddafi de la ciudad después de que éstas mataran a cientos e hirieran a miles de personas a mediados de febrero. Desde entonces, esta ciudad de cerca de un millón de habitantes se ha transformado en la capital de la resistencia en Libia oriental. El edificio donde funcionaba la Corte Suprema de Justicia es ahora la sede de los cuarteles centrales de los líderes rebeldes, quienes han estado trabajando sin parar tanto para administrar la ciudad como para prepararse para la batalla. Afuera, entre las escaleras y el Mediterráneo, la gente se congrega diariamente para manifestarse contra Gaddafi. La bandera anterior a 1969, negra, roja y verde, está en todas partes: cuelga desde edificios, flamea desde autos y colorea los rostros de los niños.

Pero nadie tiene la ilusión de que la sola voluntad decidirá quién controla Libia, y las fuerzas irregulares que están siendo reclutadas no sólo necesitan armas, sino que también precisan aprender a usarlas. Se escuchan disparos cada 20 minutos por toda la ciudad. Hace una semana eso era signo de celebración; ahora significa que están practicando.

En el depósito de mantenimiento de  armas de Salmani, en las afueras de la ciudad, los soldados ordenan armas antiaéreas arrebatadas desde los cuarteles militares liberados de Gaddafi. "Hemos encontrado de todo, desde balas a cohetes", me había dicho un hombre el día anterior mientras otros cargaban innumerables cajas verdes de armamento en autos y camionetas pick up para llevarlos al ejército rebelde. Ciertamente, la mayoría de las armas datan de la década de los 70 y los 80, así que los soldados en Salmani debieron desarmar, limpiar y reensamblar los cañones antiaéreos antes de probarlos. Sólo unos pocos tiros, en todo caso, ordenó el coronel Abdel Salam. Necesitan guardar las municiones para Gaddafi.

Las fuerzas irregulares que están siendo reclutadas no sólo necesitan armas, sino que también precisan aprender a usarlas. Se escuchan disparos cada 20 minutos por toda la ciudad. Hace una semana eso era signo de celebración; ahora significa que están practicando.

"Es un equipamiento sucio y antiguo, pero funciona", me dice el soldado reservista Adel Mustafa, un hombre jovial con una barba semicanosa. "El noventa por ciento es hecho en Rusia, pero hay un lanzador de rockets de 107 milímetros de fabricación china justo detrás tuyo. Antes de que capturáramos estos cañones, el régimen los estaba usando contra la gente. Mira el tamaño de las municiones: están diseñadas para derribar aviones, pero Gaddafi las usaba para matar libios. Cuando una de estas balas impacta a una persona, la pulveriza".

Muchas de estas armas fueron encontradas en búnkeres subterráneos en Katiba, el vasto complejo militar de Gaddafi en el centro de Bengasi. Esta verdadera ciudad-dentro-de-otra-ciudad, verde con blanco, actuaba como centro de administración del gobierno, como residencia de la familia Gaddafi, como arsenal militar y como prisión. Sólo el círculo más cercano de la familia y los militares -además de mercenarios extranjeros- tenían acceso a Katiba.

Uno de los comandantes de un tanque que encabezó el ataque a este complejo, el coronel Mohammed Samir Al-Abar, me dijo que no había puesto un pie en Katiba desde 1974, y volvió a hacerlo el día en que su tanque atravesó la muralla exterior, permitiendo que soldados y civiles se tomaran el lugar armados con piedras, espadas y bombas molotov. Gaddafi, me explicó, no confiaba en su ejército regular, de manera que nunca los equipó con más que un uniforme.

Ahora los habitantes locales se pasean en gran número por el complejo, explorando entre los escombros y los restos chamuscados de la antigua fortaleza de Gaddafi, tomando fotografías con sus teléfonos celulares y escribiendo en las murallas.

"El día de la venganza popular", escribió una mujer con un plumón negro. Un hombre rayó: "Gaddafi está loco: el coraje no viene en píldoras", en referencia al argumento del dictador, que atribuyó las protestas a jóvenes drogadictos.

Libia, en las entrañas de la revolución

Enterrados vivos

El armamento no fue lo único que se encontró en los subterráneos de Bengasi. Tras liberar el complejo militar, soldados y civiles descubrieron búnkeres y túneles bajo tierra, usados para encerrar prisioneros políticos. Ahora son la parada más popular para las multitudes de residentes locales que exploran el lugar y descienden por las rampas de concreto hacia los oscuros cuartos usados como lugares de interrogatorio y tortura. Afuera de uno de los búnkeres me encuentro con Mansour Jabel Bedri, un hombre desempleado de 42 años, que en 1997 pasó un mes acá.

"No podía ver nada porque me pusieron una capucha en la cabeza mientras me sacaban de mi casa", me dice, vestido con su abrigo beige largo, dejando ver su ojo desviado. "Nos golpeaban en las piernas hasta sangrar. Pronto nuestros pies se infectaban y cuando pedíamos ayuda, los soldados frotaban sal en nuestras heridas", recuerda. "Es interesante estar aquí de nuevo, en realidad nunca había visto cómo era este lugar hasta ahora, porque nos mantenían encerrados. Sabíamos dónde estábamos por los sonidos que llegaban desde la mezquita que está cerca y de los autos que circulaban. Y hoy lo confirmo, porque reconozco estas baldosas en el piso".

Su crimen fue ser musulmán. Durante décadas Gaddafi ha aplastado a la gente religiosa, calificando a quienes asistían a las mezquitas como militantes de Al Qaeda y acusándolos de intentar desestabilizar al país; una manera de desviar la atención de su régimen opresivo (de hecho, el miércoles pasado aseguró que Al Qaeda estaba detrás del levantamiento actual). Para Bedri, a pesar de que su estadía en prisión fue relativamente corta, el estigma y el control del gobierno duró hasta ahora. "Después de liberarnos mantuvieron la vigilancia. Durante años, cada vez que alguien golpeaba a la puerta, mi corazón saltaba. Cada vez que dejábamos la ciudad por más de dos días partían a buscarnos para interrogarnos", me dice. "Espero que las nuevas generaciones no sufran lo que mi generación debió soportar. El régimen dice que somos extremistas, que somos de Al Qaeda, pero es una mentira que cuenta a Estados Unidos y Europa para asustarlos".

Ihab Jazwe, un imán de 28 años, usa un gorro para cubrir su cabeza afeitada, marcada por los puntos que recorren su cuero cabelludo, un recuerdo del machete de uno de los mercenarios de Gaddafi durante las recientes peleas. También recibió un balazo en un costado, pero él dice que los riesgos que tomó para contribuir a la toma de control de Bengasi valieron totalmente la pena.

Hace cuatro años, en el centro de interrogación de Sika, en Trípoli, los guardias de Gaddafi lo desnudaron y lo azotaron con cables eléctricos y correas de cuero. La peor tortura fue la que llaman "el Hyundai": los guardias amarraban sus manos a una barra metálica cruzada bajo sus rodillas y lo colgaban boca abajo desde el techo hasta que se desmayaba. "Le dicen el Hyundai porque nos recuerda al esfuerzo de tratar de acomodarse en un auto pequeño", me explica en su casa, en Bengasi.

Nunca le formularon cargos, pero los oficiales le dijeron mientras lo interrogaban que estaba ahí por participar en actividades antigubernamentales. Era un eufemismo para decir que era un musulmán devoto.

"Antes de que capturáramos estos cañones, el régimen los estaba usando contra la gente", dice Adel Mustafa. "Mira el tamaño de las municiones: están diseñadas para derribar aviones, pero Gaddafi las usaba para matar libios. Cuando una de estas balas impacta a una persona, la pulveriza".

Después de hablar con estas personas es difícil imaginar a la Libia que Gaddafi ha descrito en sus discursos, donde todos lo aman y donde el gobierno protege a la gente. Su negación de la violencia durante el levantamiento popular enrabia en particular a los trabajadores médicos locales, que han visto los resultados del "amor" de Gaddafi durante las protestas.

"El tamaño y el tipo de las heridas eran horribles", dice el doctor Jamal Eltalhi, director del Centro Médico de Bengasi. "Algunas personas estaban partidas por la mitad a causa de los disparos de artillería. Las víctimas fatales sufrieron principalmente disparos de ametralladora en la cabeza, pecho y abdomen. En su mayoría eran jóvenes menores de 25 años".

Los doctores han dicho a la Cruz Roja que 256 personas fueron asesinadas y dos mil heridas en Bengasi durante el levantamiento. El hospital Al-Jahal, en el centro, fue la primera parada para la mayoría de las víctimas. Ahí, los doctores y las enfermeras no pueden contener su rabia cuando describen la masacre. El personal trabajó sin pausa por cinco días, y dos semanas después siguen efectuándose operaciones a algunos de esos pacientes.

Imed Halissa Seli, de 31 años, tuvo que esperar siete días para ser operado tras recibir un disparon en la parte posterior de su cuello; había pacientes con heridas mucho más graves antes que él. Seli vive cerca de una base militar y un día que escuchó disparos salió a ver qué estaba pasando. "Algunos libios y otros hombres africanos negros, vestidos con abrigos oscuros y largos estaban subiéndose a las paredes de la base, disparando a todo lo que se movía en la calle".

Los días de la celebración por la libertad de Bengasi ya quedaron atrás, y ahora la preocupación es defender esa libertad. Cerca de 14 mil hombres se han ofrecido como voluntarios para tomar las armas, y la ciudad se está preparando para pelear.

"Estamos todos en alerta total, porque no sabemos qué pasará después", me dijo el Dr. Eltalhi el miércoles. Mientras un ejército irregular de ciudadanos movilizados limpiaba sus armas y practicaba dosificadamente sus tiros en preparación para lo que fuera a suceder en los días posteriores, el doctor Eltalhi y el resto del personal del centro médico de la ciudad comenzaban a vivir su propia preparación.

Lo que traerán los próximos días es una incertidumbre que se vive con preocupación y tensión. Lo que traiga el futuro, sin embargo, no puede ser peor.

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