Por Andrew Chernin Marzo 4, 2011

© José Miguel Méndez

A simple vista, son manchas. Nada más. Pequeñas y medianas zonas coloridas dentro de un monitor que dicen cosas difíciles de descifrar. Cosas que, con mucha imaginación, uno intuye que deben ser científicas. Pero la verdad es mucho más dura: lo que hay en los computadores de Marcelo Lagos, en el Instituto de Geografía de la UC, son datos que tienen que ver con eso: predecir olas y con la muerte.

Y está todo ahí. En una sala pequeña con tres monitores, tres CPU, dos mesas blancas y una silla no muy elegante, en una oficina del campus San Joaquín. Para que se entienda: lo que uno ve allí son los mapas de Constitución, Dichato, Talcahuano, Llico y Tubul, que el gobierno le encargó, en marzo del 2010, para ver hasta dónde se inundarían esos lugares con un nuevo tsunami. Imágenes donde los colores dejan de ser manchas y son más bien indicadores del aumento de peligrosidad: la escala va de mayor a menor -del rojo al lila, para ser más exactos- y muestra las velocidades máximas y las alturas con que esas olas impactarían a las personas.

En Chile nunca antes se había encargado un estudio de este tipo, que midiera topografías en el mar y en la tierra, que mostrara hasta dónde habían llegado las olas en esos pueblos y qué tipo de infraestructura podría ayudar a cada uno de esos lugares a prevenir muertes. "Si el agua me impacta a una altura de cero a 0.5 metros, ya tengo dificultades para escapar, pues el agua llega a mis rodillas. El peligro es aún bajo. Si va de 0.5 a 2 metros, mi vida corre peligro, porque ya empiezo a flotar y tengo que sujetarme de algo", explica Lagos.

-¿Y qué pasa si la ola impacta a alguien a una altura mayor a los dos metros?

-Puede morir.

Marcelo Lagos sigue mirando su pantalla. Lleva camisa de manga corta, pantalones largos y unas zapatillas todoterreno que, probablemente, en esa oficina sólo pueden extrañar el barro. Hace clic repasando las planillas y habla con una suerte de paciencia docente y un gusto por las ideas largas que van de una a otra con saltos a veces bruscos. Tal vez eso evidencia las velocidades a las que se está moviendo su cerebro de geógrafo de 39 años. De pronto se detiene en una imagen de Constitución dominada por una mancha verde, que ya deja de parecer una ola y empieza a asemejarse a un monstruo.

-Una velocidad peligrosa de una ola para el ser humano ya es sobre 1.5 metros por segundo. La ola te bota. Con dos metros por segundo, por ejemplo, el mar mueve a un auto sin problemas.

-¿Y el verde qué velocidad representa?

-Entre cinco y seis metros por segundo.

Antes del 27/F, Marcelo Lagos era esto: un científico que había crecido en Arica, en una casa donde mandaba su madre -separada de su padre- y que había vivido una ruta escolar que lo había paseado por escuelas con números, como la B-10 o el Liceo A-5.

Los resultados de esta investigación son muy esperados. Porque determina con exactitud la peligrosidad de un nuevo tsunami en cinco poblados concretos y cómo distintos escenarios urbanos podrían mitigar futuros maremotos. Es decir, aquí se trata de poner la ciencia antes que las grúas. Y eso, aunque parezca obvio, aún es algo nuevo.

Esa época Marcelo la recuerda mirando la playa. Aprendiendo surf con la tabla del hermano de un amigo y escuchando historias que cultivarían su primera y quizás única obsesión: "Cuando iba a la playa con mi mamá, que es ariqueña de toda la vida y conocía la historia de la ciudad, me contaba cómo el maremoto de 1877 había dejado restos de barcos sobre las calles. Recuerdo ir en micro mirando el mar y pensando cómo una ola podía mover algo tan grande, por tantos metros".

Marcelo acumulaba todo lo que le decía su madre. Lo mismo hacía con las National Geographic que leía y con sus ganas prematuras de ser geógrafo y explorador, que habían comenzado -dice- después de leer El Principito.

A eso, como explica Lagos, se sumaba un detalle.

-Siempre el norte de Chile ha estado esperando un gran terremoto y tsunami, como históricamente ha ocurrido. Siempre estaba el tema de que cualquier día podía venir el mar. Como a los niños gringos de los 60 les inculcaban que venía el ataque nuclear, a nosotros nos decían que venía un maremoto.

Ese miedo y adrenalina que le provocaba una catástrofe que hoy lleva 134 años anunciándose, lo empujó a viajar 33 horas en bus a Santiago, estudiar Geografía en la Universidad Católica y dedicar gran parte de su genio a entender y sacar conclusiones del terremoto y maremoto de 1960: el desastre más grande que ha podido registrarse en Chile. Todos estos años, desde su práctica en la Onemi, su paso por consultoras ambientales en Santiago, su posgrado en la Universidad de Concepción y su carrera docente que lleva 13 años en la UC, han apuntado a eso. A estudiar algo que había ocurrido antes de que naciera, para -como él dice- "disminuir el riesgo de desastre y la probabilidad de que cuando se materialicen estos hechos, que ocurren, el impacto sea atenuado y minimizado".

Básicamente, el trabajo de Lagos es sacar lecciones de tragedias anteriores para crear conciencia. Como cuando participó de ese paper para Nature, que en 2006 terminó siendo la fuente de un documental de National Geographic que mostraba cómo se vería afectado Valparaíso si sufriera un terremoto de 9.5 grados en la escala de Richter.

En abril de 2009, algo de eso estaba haciendo en la Región del Biobío. Fue en una estación de bomberos. Marcelo no recuerda el nombre, pero dice que fue en la más grande de Talcahuano. Ahí, él y un grupo de docentes del Instituto de Geografía de la UC les explicaron a 200 personas que la probabilidad de un terremoto con tsunami ahí era altísima: la bahía de Concepción no había sufrido un sismo grande desde 1835 y eso significaba que la tierra había estado acumulando energía por 175 años. Y que en algún minuto antojadizo, y sin señal alguna, iba a tener que liberarla.

 

La autopsia de una ola

Pero ahí, en Talcahuano, el pronóstico de Lagos y de sus colegas se parecía demasiado a una broma de mal gusto. La charla terminó y pasó lo de siempre. La gente volvió a su casa. Ahí mismo donde los esperaba la cama y la telenovela.

El estudio que le encargó el gobierno le ha demandado 12 meses de trabajo a Lagos y su equipo de cuatro personas. Hoy ya suma 137 páginas y un título demasiado largo y académico: Definición de áreas de peligro de tsunami diferenciado. El plazo de entrega vence a fines de marzo, así que aún afinan detalles.

Los resultados de esta investigación son muy esperados. Porque determina con exactitud la peligrosidad de un nuevo tsunami en cinco poblados concretos y cómo distintos escenarios urbanos podrían mitigar futuros maremotos. Es decir, aquí se trata de poner la ciencia antes que las grúas. Y eso, aunque parezca obvio, aún es algo nuevo.

Todo partió con un correo enviado por Pablo Allard, coordinador nacional de la reconstrucción. Desde su BlackBerry le escribió a Marcelo Lagos, el 3 de marzo del año pasado, cuando el geógrafo se encontraba recorriendo las zonas afectadas por su cuenta.  En un par de párrafos, le decía que estaba armando un equipo para enfrentar la reconstrucción que se venía y que quería que él participara allí. Que necesitaba su conocimiento en tsunamis para reconstruir ciudades.

Allard, explica Lagos, le proponía un proyecto enorme y total, que significaba trabajar en modelamiento de maremotos en las más de 60 zonas afectadas. Y Lagos le dijo que no. Que era imposible. Que sólo en hacer el trabajo topográfico en mar y tierra se demoraría tres meses por lugar. Así que conversaron. Optaron por jerarquizar y dieron con esos cinco lugares que fueron los más afectados.

Lagos y su equipo -Federico Arenas, Iván Lillo, Cristián Henríquez y Jorge Quense- se desplazaron a cada uno de estos puntos. Los días en sus campamentos partían cuando salía el sol y sus comidas nunca variaban: pan para el almuerzo y pastas en la noche. Trabajaron sin regresar a sus casas de marzo a mayo, y viajando un par de semanas al mes a partir de junio. Con GPS y láseres midieron hasta dónde habían llegado las olas, con qué altura, y entrevistaron a sobrevivientes para obtener testimonios. Además, hicieron estudios de la profundidad marina en pleno invierno, mientras esperaban que las marejadas pasaran, y aguantaron que pasaran cosas, como que en Constitución les robaran la bencina de su lancha Zodiac.

Cavaron fosas que podían llegar a profundidades de 2 metros y diámetros de 1,5. Eso para ver la historia de cada lugar, porque -como explica Lagos- cada tsunami deja una cama de arena de mar sobre la tierra que, en zonas más rurales, permite ver todos los maremotos que ha sufrido un sitio. El equipo fue tomando notas hasta que lograron modelamientos para cada punto, donde evaluaban las propuestas de mitigación estructural que planteaba el gobierno: bosques de mitigación, muros de contención o rompeolas. Y después de probar matemáticamente cada una, decidían cuál era la más conveniente.

"Acá -explica Lagos- más que prevenir la inundación, el objetivo es salvar vidas. Que las olas que lleguen a la comunidad tengan una altura menor de 0.5 metros y una velocidad bajo los 1.5 metros por segundo".

El tipo de medidas propuestas implica, en muchos casos, que sea necesario expropiar. Porque ahora, gracias a esta investigación, no será posible construir viviendas en lugares donde pegaría la ola. "Para mí resulta fácil decir que no hay que volver a habitar esas zonas, porque soy académico. Trabajo encerrado en estas cuatro paredes. Pero esa decisión, desde el punto de vista político, es muy compleja. Porque implica expropiación y soluciones habitacionales nuevas", dice.

Por eso, cuando el gobierno necesita expropiar una zona lleva a Marcelo a hablar con la comunidad. Para explicarles que por criterios científicos, y no por caprichos, hay que dejar ese lugar. La tarea no siempre es grata, pero a él le ha dejado anécdotas: Lagos recuerda que en Talcahuano una persona que lo había escuchado hablar sobre el tsunami en 2009 se acercó a él y lo llamó profeta.

Un año puede cambiar mucho a alguien. En 2009, Lagos era el profesor de la UC que hacía un curso sobre tsunamis, y 365 días después era la autoridad del tema de moda, que daba entrevistas, que apoyaba a la fiscal Solange Huerta como perito experto y le enseñaba al arquitecto  Alejandro Aravena qué medidas de mitigación estructurales podía usar Elemental en Constitución.

Pero hay un pendiente.

A pesar del informe que preparó para el Minvu, y que significó que estuviera mirando al sur durante todo el 2010, Lagos siempre ha estado con un ojo puesto en el norte. Atento a esa ola mortal que se estaría incubando desde el último tsunami de 1877 y que, por ejemplo, podría arrasar con Iquique. Por eso es que entre julio y agosto viajará a hacer excavaciones a Arica. Porque sabe que su caza de olas no podrá terminar hasta que regrese ahí.

A ese punto distante donde todo comenzó.

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