Por Gustavo Villarrubia Enero 7, 2011

© Alejandro Olivares y Gustavo Villarrubia

Con una voz bien afinada y sin perder la rima, Alexis Labraña, más conocido como "Di-One el Capo" (21), rapea frente al ataúd de Israel Díaz Martínez (21), su antiguo compañero de colegio, muerto en el incendio de  la cárcel de San Miguel el 8 de diciembre pasado. Un grupo de jóvenes que llenan el pequeño living de la casa del pasaje Karl Brunner de La Legua Emergencia le siguen el ritmo meneando sus cuerpos. Todos con los ojos llenos de lágrimas.

Están vestidos con ropas anchas de marca y jockey. Apenas termina la canción, de a uno se acercan al cajón para tocarlo y despedirse de su amigo. "Hermano, siempre te recordaré, fuiste pulento", dice uno de ellos. "Isra, lo conseguiste, ¡moriste choro!", grita "el Pitilla" al salir de la habitación, al tiempo que saca de entre sus ropas una pistola 9 mm. Nadie se inmuta.

En la puerta de la casa, "el Pitilla" martilla el arma, la levanta al cielo y deja escapar los primeros balazos al aire. En sólo segundos, desde todos los rincones surgen brazos armados que simultáneamente comienzan a disparar. El ruido es ensordecedor e intimidante.

Los presentes se cubren los oídos. A no más de dos cuadras está un blindado de las Fuerzas Especiales de Carabineros de la 50ª Comisaría de San Joaquín, que rápidamente sale marcha atrás desapareciendo del lugar.

-Levanten el cajón en brazos. Vamos a dar la vuelta por el pasaje -ordena Joseph Azola Martínez, el primo hermano de Israel y quien se ha hecho cargo del funeral.

Desde el jockey a las zapatillas que viste son de marca Lacoste. En su pecho luce una gran I de oro con circonios, la misma que solía llevar Israel y que mandó a hacer especialmente a una joyería del centro de Santiago por 2 millones 400 mil pesos.

Siguiendo el rito narco de La Legua Emergencia, Joseph organizó cada detalle del sepelio para demostrar su poder en el barrio (Ver infografía Págs. 28 y 29). Compró 35 litros de whisky Johnnie Walker y regaló la marihuana para un "pito" de más de 20 centímetros que fue mantenido en un cenicero encima del cajón para que lo consumieran quienes pasaran la noche junto al cuerpo de Isra.

Al día siguiente, Joseph repartió más de 500 balas y exhibió lo mejor de su arsenal para el ritual de despedida: pistolas 9 mm, revólveres y una escopeta calibre 12 que algunos se disputaron por su alto poder de fuego. Las 10 camionetas van que contrató para el cortejo al cementerio esperaban en la calle.

-Soy el encargado de recibir el pago. Son $ 40 mil por cada van -le dice el chofer de una de ellas a Joseph.

Azola Martínez le pide a su madre, Sonia, que traiga el dinero. La mujer entra a la casa y sale a los pocos minutos con una bolsa del tamaño de una pelota de fútbol llena de monedas de 50 y 100 pesos.

-Aquí tienes $ 200 mil, el resto te lo doy en billetes -le dice Joseph al cobrador, sacando un fajo de billetes de su pantalón.

En la puerta de la casa, "el Pitilla" martilla el arma, la levanta al cielo y deja escapar los primeros balazos al aire. En sólo segundos, desde todos los rincones surgen brazos armados que simultáneamente comienzan a disparar. El ruido es ensordecedor e intimidante.

Las armas son guardadas debajo del sillón del living y el cortejo inicia su recorrido. José Benito Ormeño, antiguo habitante de la población y dirigente de la asociación "Raíces de La Legua" -que rescata sus orígenes y batalla contra el narcotráfico-, siente pena por la muerte de Israel, pero algo lo incomoda. El ritual de su despedida va en contra de lo que ha sido su lucha durante años: despojarse del mito de que todos en La Legua son delincuentes. "Esta manera de mostrar estatus, disparando y gastando tanto dinero, yo la repudio. Se lo digo a los chiquillos, pero no me hacen caso. Es su manera de protestar contra el sistema, de rebelarse ante esta sociedad", afirma.

Las "oficinas"

Con sus pequeñas viviendas de 3 metros de ancho por 22 de largo en promedio, La Legua fue una de las primeras poblaciones obreras de Santiago. Allí se instalaron los trabajadores del salitre que emigraron del norte tras el declive de esa industria en el siglo pasado. La llamaron así porque se ubicaba a "una legua" del centro de Santiago.

Sucesivas tomas y desplazamientos urbanos la convirtieron en el populoso barrio que fue feudo de la izquierda tradicional, hasta que en septiembre de 1973 la violencia inundó sus calles, arrasando con todas las organizaciones sociales.

Hoy La Legua Emergencia, sector compuesto por cinco cuadras que se cruzan con 11 pasajes, tiene 3.293 habitantes y 1.093 casas. Pero ni la ley ni el Estado han logrado instalar un pie allí. Cientos de familias del sector viven prisioneras en sus viviendas, debido al clima de violencia extrema impuesto por narcotraficantes y delincuentes.

Según fuentes policiales, más del 10% de las viviendas son utilizadas como "oficinas" para la distribución y consumo de drogas. Cuando los traficantes se percatan que la policía los busca, se cambian de casa o las pintan de otro color, ya que éstos las reconocen por los colores. "Sólo en las que viven familias honestas se mantienen los números en la entrada", comenta el detective de la PDI Juan León.

Otra señal que devela la existencia de una "oficina" son las puertas de fierro, que actúan como barrera en los operativos para retrasar la entrada de los policías, mientras los narcos escapan por escaleras que comunican con los techos o túneles subterráneos.

"En esta cuadra hay varias casas que han sido compradas por extraños. Son narcotraficantes que se las pasan a sus cómplices para usarlas como almacén. Y a veces pasan cosas muy raras. Cuando uno de los importantes cae, datea a la policía con droga que hay en otra casa. Pero son ellos mismos. Lo hacen para obtener rebajas con los ratis", denuncia un antiguo vecino del lugar.

Las llamadas "casas cargadas" están listas para ser usadas por un narcotraficante cuando cae detenido. Una vez que es llevado a la fiscalía, entrega el dato a cambio de menor tiempo tras las rejas.

El refugio más violento del narcotráfico en Santiago

Un "soldado" a la entrada

A pesar de todos sus esfuerzos, los habitantes de La Legua Emergencia deben luchar a diario contra el estigma de vivir en un lugar peligroso. "Aquí nos conocemos todos. Sabemos perfectamente cuándo entra gente de afuera y a qué viene. Por eso es que para entrar, si no vienes "recomendado" o con alguien de aquí, es muy posible que te asalten. Porque aquí todos nos protegemos", me dice, el primer día que ingreso al sector, un hombre de no más de 30 años.

Como muchos otros, W.M. pasa varias horas al día parado en una esquina. Hoy está justo en la intersección de las calles Sánchez Colchero y Jorge Canning, a la entrada de uno de los tres pasajes más peligrosos de La Legua Emergencia.

-¿Qué haces aquí? -pregunto.

-Yo "presto guata", compadre. He estado muy mal y me han ayudado, así que trabajo "prestando guata". Ahora uno no se debe cuidar sólo de los pacos y de los ratis, hay mucho huevón brígido.

A sus 29 años, W.M. es un "soldado" de los narcotraficantes del pasaje Sánchez Colchero. Atrás quedó su propia lucha contra la droga en un tratamiento inútil. Su trabajo es la protección y la vigilancia. De la policía y de otros "soldados" de narcos que pueden intentar robar la droga que está a la venta.

Un mes después, regreso nuevamente a La Legua Emergencia. Me cuentan que W.M. anda "piola", que se enfrentó pistola en mano a unos hermanos, pero no disparó. Ahora los dos hermanos han jurado vengarse y lo buscan para matarlo.

Miedo y compra de lealtades

Son las 7:35 a.m. del miércoles 6 de octubre. La hora recomendada por los vecinos para recorrer La Legua Emergencia sin problemas. Entre sus estrechas calles de casas continuas, bajas, y de distintos colores, destacan antenas de TV cable y uno que otro auto del año estacionado en el frontis de la vivienda de su propietario. Algunos vehículos valen hasta diez veces el valor de la casa. Curioso contraste en este sector de la comuna de San Joaquín, donde vive parte de ese 13,5% de las familias de Chile que, según la última encuesta Casen, engrosaron los índices de pobreza.

A esta hora sólo se ven por sus calles niños en uniforme escolar, vecinos que salen a sus trabajos y perros callejeros. Por la mañana, los "soldados" de los narcos duermen.  Es la hora que la policía usa para tomar fotos y chequear la información sobre las "oficinas".

Pero a las 11:25 todo cambia. Las entradas de los pasaje están ocupadas por hombres entre 20 a 40 años en actitud de vigilancia. Alertas a todo movimiento de personas y vehículos. Unos silbidos de tono corto y rápido se sienten a lo lejos. A los segundos se divisa un furgón de Carabineros que avanza lento, muy lento. Algunos de los "soldados" que custodian las esquinas hacen discretos gestos hacia un grupo que conversa en la entrada de una casa-oficina. Al instante los hombres desaparecen en su interior, tras cerrar el portón de fierro.

A esta hora sólo transitan quienes habitan en esas calles o tienen salvoconducto de los "soldados" o de alguna banda para entrar a comprar droga. "Aquí no se entra a vitrinear. Por eso te dije que me esperaras en Santa Rosa", nos dice J.M., madre de varios hijos y que tiene a casi toda su familia presa por tráfico. "Nosotros vivíamos bien. Mis hermanos trabajaban en un puesto en la feria y no nos faltaba para comer. Pero cuando te ofrecen en una semana lo que tú ganas trabajando duro en dos meses, ese dinero fácil nos tentó. Nos metimos todos y acabamos perdiendo el puesto en la feria. Ahora, cuando voy a visitar a mis hermanos a la cárcel, ellos recién se dan cuenta que no valió la pena", confiesa.

J.M. se queda pensativa. Frente a una casa del pasaje Karl Brunner, un joven maniobra arriba de una escalera artesanal casi colgando de los cables de la luz.

"Cuando te ofrecen en una semana lo que tú ganas trabajando duro en dos meses, ese dinero fácil nos tentó. Nos metimos todos y acabamos perdiendo el puesto en la feria", confiesa J.M., madre de varios hijos y que tiene a casi toda su familia presa por tráfico.

-Es "el Marco Yegua". Se hace sus monedas colgando a los vecinos de la luz por $ 30 mil. A muchos les conviene, porque Chilectra no se atreve a mandar gente a descolgarlos. Lo mismo pasa con el agua. Aquí muy rara vez te cortan el agua o la luz. No se atreven a entrar. Por eso, aunque lo pasen mal, mucha gente se queda aquí: tiene ciertos privilegios y es más barato vivir en La Legua -explica nuestra guía.

A medida que avanzamos, las miradas y gestos de los que están parados en puertas y esquinas aumentan. Mi guía responde con señas de negación o con un raro movimiento de manos.

-Unos preguntan si erís rati, otros si estái buscando merca. A los primeros les dije que no, y a los segundos que sí. Por eso me hacían el gesto para que les compres a ellos -me explica.

En otro pasaje me encuentro con Rosa (31). Hace una semana la fiebre y los dolores mantienen en cama a Miguelito de 8 años, el mayor de sus tres hijos. Ya no queda nada que comer en su casa. Desde que nació su hijo menor, hace ya dos años, Rosa es el único sustento de sus hijos.

"Desde que mi hijo comenzó con la bronquitis tuve que dejar de ir a trabajar. Y como trabajo haciendo aseo y me pagan por día, ya no tenía a quién más pedirle prestado dinero", cuenta.

En la desesperación decidió pedirle ayuda a su vecino. Rosa sabe que él es narcotraficante y también que en múltiples ocasiones ha ayudado a vecinas de su pasaje en problemas. A cambio de protección y ciertas complicidades. "Me quedé esperando detrás de la ventana hasta que a media mañana llegó en su camioneta. Salí muy nerviosa. Lo saludé. Él ya sabía que mi hijo estaba malito. Le conté que no mejoraba, que no podía salir a trabajar y que necesitaba algún trabajo en la población para poder comprarle medicamentos y llevarlo al hospital. Se metió la mano al bolsillo, sacó $130 mil y me dijo: "Tome vecina, pero yo no quiero que se meta en esta huevada. No vaya a ser que después la detengan y se queden sus hijos tirados", cuenta Rosa.

La mujer le agradeció. Pero se siente culpable al recordar a su marido. Una noche de viernes, cuando él volvía del trabajo en su motocicleta, lo atropelló una micro. Su esposo era nacido y criado en La Legua Emergencia, y apenas salió del liceo se fue a trabajar a la misma empresa que empleaba a su padre. Muchas veces los narcos le vinieron a pedir su moto para hacer "unos encargos" a cambio de dinero, pero él jamás aceptó. "Era muy estricto con esto de la droga", recuerda Rosa.

-Imagínese lo mal que me sentí  por ir a pedirle dinero a mi vecino… ¡Pero cómo después de lo que me ayudó lo voy a  denunciar! Imposible. Así como yo, hay muchas mujeres y familias en esta población, que aunque rechacemos esta porquería les debemos lealtad -afirma.

Carmen (37) y Luis (42) saben bien de lo que habla Rosa. Hace algunos años, cuando el matrimonio empezó a ver a narcotraficantes pasarles droga a los niños del barrio frente a su casa, decidieron enfrentarlos. Un día, Luis vio a uno de estos "soldados" ("el Gigio") llevarse su bicicleta. Salió tras él y lo vio refugiarse en una casa del pasaje Zárate.

"Eran las 2 de la tarde. El pasaje estaba lleno de gente. Me acerqué a la puerta y le pedí que me devolviera la bicicleta. En cosa de segundos, "el Gigio" salió con un revólver y me disparó tres balazos a quemarropa. Y ya no supe más nada. Diez días después me desperté en el hospital", recuerda Luis.

En el Hospital Barros Luco el neurocirujano Mario Canitrot le dijo que un 90% de los pacientes con la misma pérdida de masa encefálica que él tuvo en el mejor de los casos queda parapléjico. Después de 10 días en coma, 23 días hospitalizado y 4 meses de recuperación, Luis volvió a trabajar. Y se siente un privilegiado. A medias. Porque por miedo no hizo la denuncia. Desde entonces, él y su señora prefieren "no ver" lo que ocurre más allá de su puerta. El autor de los disparos vive a dos cuadras de su casa.

El refugio más violento del narcotráfico en Santiago

En otro pasaje está G.A. (41), madre de tres hijos. Su drama diario es resistir la oferta de los narcos. "Ha habido días en que no he tenido nada que darles de comer a mis hijos, y algunas amigas me ofrecían entrar en el negocio… Cuesta mucho en esas condiciones decir no. Y cada vez más. En una ocasión tenía al más pequeño enfermo y no tenía ni plata para llevarlo al hospital. Se lo comenté a una vecina. Al rato llegó una persona y me ofreció guardar unos paquetes cinco días a cambio de $100 mil. Le dije que no, que me perdonara, pero por mis hijos no me atrevía. Vivo aquí como una prisionera", cuenta.

El sacerdote francés Gerard Ouisse (70) lleva 8 años trabajando sin tregua contra el narcotráfico en la zona. Años intensos, en los que se ha ganado el cariño de sus feligreses y también el respeto de los delincuentes. "En la capilla yo contaba los impactos de bala. Hace dos años dejé de hacerlo. Y llevaba 200 tiros. Las balaceras son una locura, ya que se dispara hasta con silenciador y con un alto poder de fuego. Dejan unos hoyos tremendos en las paredes", comenta el religioso. Y añade sin rodeos: "La batalla contra la droga ya la perdimos. Ahora estoy viendo qué puedo hacer para que se controle el armamento que entra. Con esas armas, quienes se llevan la peor parte son la gente inocente y buena que vive aquí".

Hace años que toda esa gente escucha de la inminente intervención de las autoridades en La Legua Emergencia. En 2002, una gran operación policial terminó al poco tiempo con los narcotraficantes nuevamente en las calles y dueños del territorio.

El año pasado, en diez operaciones y con un minucioso trabajo de inteligencia a cargo del subprefecto Oscar Norambuena, la PDI de San Miguel consiguió incautar 3.148 gramos de clorhidrato de cocaína, 12 kilos de pasta base de cocaína y 27 kilos de marihuana procesada. Cuarenta y cuatro detenidos y 3 vehículos incautados completaron el balance.

Todo ello ha seguido alimentando la esperanza de los vecinos, pese a que su percepción general es que los niveles de delincuencia han aumentado en los últimos 12 meses.

Así lo reconoció, en la primera quincena de octubre, el 90% de los encuestados por la Municipalidad de San Joaquín, a pedido de la Fundación Paz Ciudadana. Los propios encuestadores fueron amenazados cuando intentaron recorrer la zona y -sin poder transitar por las calles- tuvieron que citar a la gente a las dependencias municipales.

Ostentación y cárcel

A las 23:21 horas del viernes 15 de octubre una limusina Hummer negra ingresa a La Legua Emergencia por calle Jorge Canning. El lujoso auto se detiene en el número 556. Nada distingue por fuera a la casa escogida. Un pequeño portón de fierro enchapado en madera esconde la entrada.

Un adolescente de jockey negro y pantalones anchos, seguido de otros cuatro jóvenes de similar aspecto, sale del domicilio. Rápidamente suben al vehículo, que enfila raudo hacia Santa Rosa, deslumbrando a los vecinos, que han salido de sus casas para ver el recorrido de la limusina por las calles que ni siquiera la policía se atreve a transitar. Nadie tira una sola piedra.

Todos saben que allí  arriba va J.F., el hijo de Julio Fuentes Arancibia, más conocido como "el Guatón Julio", uno de los hombres más poderosos del barrio y el más escurridizo para las policías. También el más temido.

Para los 15 años de su hijo, Fuentes arrendó la Hummer a 230 mil pesos la hora y la sala 2 del Teatro Caupolicán a 600 mil pesos. Además, contrató a los "Reggaeton Boys", la banda top de los adolescentes, y a una ex protagonista del programa juvenil de televisión "Yingo" para animar la fiesta.

No hubo límites en los gastos. Cercanos a Fuentes Arancibia que participaron de la fiesta dicen que desembolsó unos 15 millones de pesos en la celebración de su hijo.

Es que Fuentes tiene recursos. De orígenes difusos. La policía y todos los habitantes del sector saben que es uno de los hombres que controla el mercado de la droga. Pero en Chile sólo registra una corta estadía en la cárcel.

El jueves 25 de noviembre, Julio Fuentes Arancibia fue detenido. Debajo de su cama de dos plazas la policía encontró un kilo de cocaína. "Él está en el lado oscuro, pero en la casa jamás guardamos nada. Eso lo pusieron los ratis y lo vamos a demostrar", dice en tono enérgico su esposa, Maria Pinto, quien insiste en que la policía "lo cargó".

"La batalla contra la droga ya la perdimos. Ahora estoy viendo qué puedo hacer para que se controle el armamento que entra. Con esas armas, quienes se llevan la peor parte son la gente inocente y buena que vive aquí", dice el sacerdote francés Gerard Ouisse (70), quien trabaja hace 8 años en la zona.

El 28 de octubre último ya se habían descubierto, además, 3 kilos de clorhidrato de cocaína en una de las casas-oficina del "Guatón Julio". El inmueble, comprado en 2004 por una persona que sólo prestó su nombre, registra más de 10 allanamientos en los últimos seis años.

La defensa de Julio Fuentes, quien se encuentra en prisión preventiva, tendrá hasta marzo para probar que su cliente no ejerció maltrato de obra a la policía y tampoco infringió la Ley de Drogas. La fiscalía dispone del mismo plazo para probar que es uno de los zares de la droga de La Legua Emergencia.

A la caída del "Guatón Julio" se agrega la detención de uno de sus "soldados": Orlando del Carmen Orellana Rodoureira. Su trabajo principal era ser pistolero y "canguro" (guardar y custodiar armas). En su prontuario se inscribe un historial como lanza en Argentina y siete años de cárcel por homicidio.

Todo partió con "el Perilla"

Fue Manuel Fuentes Cancino, alias "el Perilla", quien introdujo la violencia en La Legua Emergencia. Hasta mediados de los '90, si bien el barrio albergaba un gran número de delincuentes, su realidad no era tan diferente de otras poblaciones bravas de Santiago.

El lanza internacional compró varias casas, e instaló allí su cuartel central. A sus "oficinas" llegaba la droga que se distribuía para todo Santiago y también para el extranjero. Como las fachadas de las viviendas eran iguales y no tenían número, mandó a pintarlas todas del mismo color. Un eficaz método de protección.

El hombre fue el primer "capo" en transitar por la población custodiado por tres o cuatro guardaespaldas armados y pasearse en autos caros. De esa época datan los primeros "soldados" y "sicarios". Pero aun así, las balaceras no eran algo cotidiano.

 "Hasta ese momento la vida no era insegura porque nos respetaban. Y si algún choro tenía un problema con otro, se agarraban a combos, a lo sumo a cuchillazos, pero era muy raro ver un arma en una pelea vecinal", dice un antiguo habitante del lugar.

José Ormeño, de la asociación Raíces de La Legua, conoció a Manuel Fuentes Cancino en sus dos facetas. Asegura que "el Perilla" "era un choro respetado y querido", que ayudaba a los vecinos y repartía regalos para los niños más pobres en Navidad. "Él llegó aquí por seguridad para su negocio. En El Pinar, donde vivía con su familia, no estaban las condiciones que se dan aquí", reflexiona.

En 1999, Fuentes Cancino, sindicado como jefe del "Cartel de La Legua", fue detenido. Inmediatamente el narcotráfico se reorganizó en un nuevo cartel: "La Banda de los 40", dirigida desde la prisión por el mismo "Perilla".

Con la ayuda de celulares introducidos por algunas de las visitas o gendarmes a los cuales se les pagaba en dinero o en especies, Fuentes Cancino consiguió mantener desde su celda el control de la droga que se distribuía desde el sector sur de la capital. Los principales líderes del nuevo cartel eran sus primos: Julio Fuentes Arancibia ("el Guatón Julio") y Juan Fuentes Arancibia ("el Vaticano").

A fines de 2003, la policía desbarató a la banda y Fuentes Cancino fue trasladado a la Cárcel de Alta Seguridad (CAS), que hasta ese momento era destinada sólo a reos por delitos terroristas. Los demás líderes de la banda fueron condenados a distintas penas de reclusión.

"Ahí quedó la escoba: ¡cayeron casi todos! Y los que quedaron libres, a los pocos días ya se estaban disputando la droga que no había sido incautada por los ratis. Todo cambió. Aparecieron los 'picao a choros' y los balazos iban y venían los fines de semana y hasta en la feria de los jueves o los domingos, porque varios se las dieron de traficantes", cuenta la pareja de uno de los condenados. "Las balaceras se escucharon prácticamente todos los fines de semana y empezamos a tener los primeros muertos en las calles", dice un vecino de rostro abatido.

Esa guerra dio paso a nuevas bandas del crimen organizado. Sus disputas son las que viven día a día los vecinos de La Legua Emergencia.

Los Capos. Quiénes son y cómo operan los principales clanes de la droga en La Legua Emergencia, aquí

Mas información en www.ciperchile.cl, desde el lunes 10 de enero: Los inicios del narcotráfico/ Modus operandi de la venta y distribución/ Entrevista al sacerdote Gerard Ouisse/ Glosario de los narcotraficantes.

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