Por Álvaro Bisama, escritor y profesor de Literatura Diciembre 17, 2010

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A Yolanda Sultana la jubiló un pulpo. Los romanos abrían entrañas de animales y nosotros vemos cefalópodos por televisión. Ver el futuro ya no es lo que era. Parece triste pero es así. Sí, de todas las noticias demenciales en un año demencial, el pulpo Paul fue la más idiota: una bestia marina que era capaz de acertar con exactitud los resultados del mundial de fútbol. Las imágenes lo mostraban, en su acuario, moviendo fichitas, posándose suavemente sobre las banderas, sopesando elecciones que tenían en vilo a países enteros. Debe haber algún cable de Wikileaks sobre él, me imagino. Es cosa de buscar. Mal que mal,  si eras fanático de la conspiración, el condenado pulpo parecía salido de la mente de algún seguidor de Lovecraft adicto a la pasta base. O como un personaje de Philip K. Dick, al punto de que debe haber por ahí algún señor o señora que se enamoró de él, nutrió sus fantasías diurnas o nocturnas con esos tentáculos y esa adivinación tan silente como rotunda. Pero me desvío. Porque a mí me caían bien hasta sus clones: ese ejército de animales videntes que asoló las cadenas de televisión. ¿El más enternecedor? El cuy Jimmy peruano, un roedor que también adivinaba los partidos, metiéndose en unas cajitas de cartón. No acertaba tanto como Paul y en realidad era -estéticamente hablando- un tanto impresentable, pero tenía esa virtud latinoamericana de volver las cosas más extrañas de lo que realmente son. Entre el Paul y el Jimmy podrían haber jubilado a todos los videntes, horoscopistas, tarotistas, fanáticos de las piedras y las cartas astrales que asolaron nuestros matinales y programas de farándula. Ah, en octubre el pobre Paul se murió. Uno puede presumir qué pasó: una vida de rockstar, una vida de drogas y sexo con tipejos como el tal Bob Esponja. Nada dura para siempre. Por acá, lo recordaremos siempre, porque aunque no me acuerdo mucho del Mundial (me he empeñado en olvidarme del pobre de Solabarrieta, lo confieso), sí recuerdo a Paul y de cómo, aunque no tocara jamás un balón, fue el mejor jugador del mundo.


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