Por Noviembre 12, 2010

Es lunes, son las 7.52 de la mañana, el termómetro marca veinte grados bajo cero. Enfundada en una sofisticada parka gris, camina muy lentamente. Paso a paso. La luz la encandila y el viento es tan fuerte, que apenas logra mantenerse en pie. Lleva siete horas escalando desde el último campamento, y está exhausta. Al llegar a la cima del Shisha Pangma, a 8.027 metros de altura, Edurne Pasaban levanta la mano derecha, en señal de triunfo, y cae de rodillas. Apenas puede respirar. Jadea y las lágrimas recorren su cara curtida por el sol. Acaba de alcanzar la cumbre que le faltaba para coronar las 14 montañas más altas del planeta, todas en el Himalaya. "Gracias a todos", le dice a la cámara de TVE, que ha seguido su aventura durante la última década. Su voz es un hilo, apenas audible. "A todos los que han estado conmigo, a todos los que se han quedado en el camino; gracias de corazón".

Las emociones no terminan ahí. Ya en el campamento, Edurne recibe el correo electrónico más significativo de su carrera: "Tus catorce ochomiles son inconfundibles, como tú. Seguro que son inútiles, pero por eso resultan más hermosos. ¡Felicidades! Reinhold Messner.

Tras leer la nota que le ha enviado uno de los más grandes montañistas de la historia (precisamente el primero en subir todos los ochomiles), Edurne se acuesta en su domo amarillo y negro.  "Necesitaba sentir la soledad y pensar en estos catorce ochomiles inútiles", reconoce a Qué Pasa desde Katmandú, donde se reunió con sus padres días después de la cumbre.

"Seguramente, sí que ha sido inútil todo esto. Pero ha sido hermoso. Han sido unos años que no cambiaría, que he vivido muy intensamente. Es como yo misma he elegido vivir y sólo por eso ya son hermosos. Estoy segura de que ahora mi vida es más completa, y no porque haya escalado los 14 ochomiles, no, porque como dice Messner son inútiles. Mi vida es mejor porque soy consciente de que en estos 10 años he sido feliz, y vivir siendo feliz merece la pena".

Hubo, sin embargo, un punto negro en toda esta historia: la montañista coreana Oh Eun-sun llevaba años siguiéndole los pasos en la meta de las 14 cimas y anunció, días antes de que la española subiera el Shisha Pangma, que las había completado tras hacer cumbre en el Annapurna. El equipo de Pasaban reconoció la hazaña, a regañadientes por cierto, pero en el mundo del montañismo subsistieron severas dudas de la efectividad del logro de la coreana. Finalmente, la Federación Coreana de Alpinismo dictaminó, hace un par de semanas, que "Miss Oh" no logró presentar pruebas concluyentes de haber llegado a la cima, con lo que la hazaña de Edurne quedó despejada. Como sea, la prensa española se dio un pequeño festín con el asunto.

- ¿El caso "Miss Oh" ha empañado su triunfo?

- La verdad es que sí, me ha dado un poco de pena toda la polémica surgida en los medios. Éste no es un deporte de competición y yo nunca he escalado montañas por querer demostrar nada a nadie, ni por ganar ninguna carrera. Sin embargo, en los dos últimos años ha aparecido esa chica coreana, cuyo principal objetivo era conseguir el récord, y entonces los medios han encontrado una historia muy atractiva: la competencia entre 2 mujeres por ser la primera.

"Todos los que hacemos montaña conocemos el riesgo que comporta, aunque es cierto que también pensamos que nunca nos va a ocurrir nada. Tomamos todas las precauciones, pero en cualquier 'ochomil' hay variables que no se pueden calcular".

Edurne no niega, en todo caso, ni podría hacerlo, el poderoso efecto de marketing que encierra una hazaña de esta naturaleza: "Para poder practicar y vivir de este deporte tan caro, yo necesito vender a mis patrocinadores un proyecto que, más que un reto personal, tenga interés para el gran público. También hay un componente de ambición personal, porque quien diga que en la montaña no hay competitividad…".

"A la muerte no le doy muchas vueltas"

Edurne es un nombre vasco que, como si al bautizarla sus padres hubiesen tenido una suerte de premonición, significa nieve. Sin embargo, nada hacía presagiar que esa niña miedosa, tímida y poco sociable terminaría dedicando su vida a un deporte para el cual hacen faltas tantas agallas y tanto arrojo. "En mi casa siempre nos llevaron a la montaña", cuenta. "Íbamos de camping a los Pirineos y allí hice mis primeras ascensiones, pero nunca nadie practicó el alpinismo".

Algún bichito, sin embargo, la picó a ella en esos paseos.

"Euskadi es un terreno muy montañoso, y en el País Vasco hay muchos grandes montañistas e himalayistas. Tenemos fama de ser gente fuerte y cabezona, quizá por eso escalamos montañas…", añade riendo.

A los 14 años se inscribió en un curso en el Club de Montaña de Tolosa, su pueblo natal, y "allí  fue tomando cuerpo mi pasión". Hizo todas las cumbres europeas y varias en Latinoamérica, hasta que le tocó el turno al Himalaya. Era el momento de las grandes ligas. Debutó sin éxito con el Dhaulagiri, en 1998. Aun así, en 1990 primero, y al año siguiente otra vez, se aventuró al Everest. Tampoco tuvo suerte. "En 2001 por fin lo conseguí, mi primer ochomil, el más alto de todos", dice, y casi puede sentirse el orgullo que le provoca recordarlo a través de su voz ronca y su hablar pausado.

- Cuando a George Mallory le preguntaron por qué quería llegar a la cima del Everest respondió: "Porque está ahí". ¿Qué la mueve a usted en un deporte tan arriesgado y exigente en todo sentido?

- Muchas cosas, pero sobre todo una: la libertad que siento haciendo lo que me gusta. He trabajado muy duro para llegar a vivir de lo que me apasiona.

La respuesta fue rápida y certera. Pero a los pocos segundos, la montañista retoma el tema, como si otra convicción, más profunda y reveladora, estuviera pujando por salir: "Las pasiones humanas son un misterio. Quienes se dejan arrastrar por ellas no pueden explicárselas y quienes no las han vivido no pueden comprenderlas. Nadie, ni siquiera nosotros, podemos explicar por qué nos jugamos la vida por subir una montaña".

La mejor montañista del mundo

Edurne Pasaban estudió Ingeniería Industrial en la Universidad de San Sebastián y trabajó durante cuatro años en la empresa de maquinaria industrial de su padre. Luego hizo un MBA en la Business School de Esade y hoy una de sus principales fuentes de financiamiento, aunque ella ya no tiene tiempo para administrarla, es Abeletxe, una casa rural con un restaurante de lujo, ubicada en Guipúzcoa.

- ¿Y por qué partió por el Everest, la montaña más alta?

- Es que para nada tenía en mente este proyecto de los 14 ochomiles. Esa idea tomó cuerpo cuando ya había ascendido nueve montañas, entonces empecé a  plantearme la posibilidad de terminarlas.

Al "techo del mundo" llegó con oxígeno, pero conforme mejoraba su estado físico y su expertise ya no lo necesitó en ninguna de las cimas que vinieron, entre el 2002 y el 2010: Makalu, Cho Oyu, Lhotse, Gasherbrum 1 y 2, K2, Nanga Parbat, Broad Peak, Dhaulagiri, Manaslu, Kangchenjunga, Annapurna y Shisha Pangma.

Los relatos de cada una de las ascensiones son espeluznantes para cualquier mortal. Quienes se enfrentan a los colosos del Himalaya saben que sobre los 7.500 metros están en la "zona de la muerte", allí donde el oxígeno es tan escaso, que el cuerpo comienza a consumirse a sí mismo. Eso, sin contar el riesgo de caer en grietas o precipicios, ser aplastado por una avalancha, arrasado por un temporal, sufrir hipotermia o simplemente congelarse.

 Para Edurne Pasaban la peor expedición fue el K2, la montaña más peligrosa del mundo, la que más vidas se ha llevado. Y estuvo a punto de costarle la suya: "Fue una expedición durísima y, tras la cumbre, el descenso se complicó mucho. Sufrí congelaciones graves y perdí un dedo de cada pie".

Aunque se convirtió en la primera mujer en llegar a la cima del K2 y regresar sana y salva, de vuelta se sumió en una severa depresión.

"Me pregunté si todo aquello valía la pena. Tenía 30 y pico años y dudaba si merecía la pena tanto sacrificio. Dudaba entre la montaña y mi trabajo como ingeniera. Mi vida es inestable, y aquel desequilibrio me derribó. Supongo que fue una pequeña crisis existencial, todas mis amigas se iban casando, tenían niños, y yo no podía llevar esa vida que se suponía normal". Pero lo superó, y la depresión, dice, la hizo más fuerte. Edurne volvió a la montaña. Empezaba a convertirse en un ídolo deportivo. Los auspicios comenzaron a llover.

- Reinhold Messner asegura que "la diferencia entre la imprudencia y la valentía es volver para contarlo. Si vuelves y lo cuentas, fuiste valiente. Si te quedaste allí, fuiste un temerario". ¿A usted qué la atemoriza más?

- Que alguien del equipo no regrese. Todos los que hacemos montaña conocemos el riesgo que comporta, aunque es cierto que también pensamos que nunca nos va a ocurrir nada. Tomamos todas las precauciones, pero en cualquier ochomil hay variables que no se pueden calcular. Estoy con Messner: creo que lo más importante es saber medir las propias fuerzas.

- ¿Y no piensa en su propia muerte?

- No le doy muchas vueltas. Me volvería loca si todo el día pensara en que me voy a la montaña y me puedo quedar allí.

Contacto con la tragedia no le ha faltado a esta mujer de 37 años, piel mate, largas piernas y movimientos ultrafemeninos. En 2007, en los Pirineos, tres de sus compañeros se despeñaron: "La montaña me ha dado lo mejor y lo peor, que es lo mismo. Me ha dado los mejores amigos, pero también me los ha robado".

Durante los meses de invierno, Edurne se dedica a dar conferencias sobre liderazgo. "Trato de establecer analogías entre mis vivencias y experiencias en la montaña con el mundo de la empresa; enfocarse en los objetivos, las responsabilidades de cada miembro del equipo", dice.

Aun así, desestima las críticas por dedicarse a algo tan temerario: "¿Que por qué nos jugamos la vida? Yo creo que la vida te la juegas cada día, subiéndonos a un avión o montándonos en un coche. Es verdad que compro más boletos porque me voy al Himalaya y subo ochomiles. Pero me compensa, soy feliz. Todo tiene un punto de locura en la vida, si no, no haríamos nada".

- ¿Cuál es el  mejor momento de una ascensión…?

- Llegar a la cumbre es muy emocionante, pero muy tenso, tienes poco tiempo, el regreso siempre es riesgoso, y estás al límite de tus fuerzas. Los momentos más gratificantes son cuando, después de haber hecho cumbre, te metes en tu saco en el campo base y sabes que puedes descansar y descansar, porque todos han vuelto sanos.

Los niños del Himalaya

- Los profesionales critican a quienes practican montañismo en "clave turística", con oxígeno y muchas comodidades, pues según ellos se desvirtúa la épica de la conquista de la montaña.

- Yo respeto mucho cómo la gente suba las montañas, si con más o menos oxígeno o con más o menos infraestructura. Lo que me da rabia es cuando te encuentras en el campo base del Everest, por ejemplo, a personas que en su vida han subido una montaña, a las que tienen que ponerles hasta los grampones porque ni saben hacerlo. ¡Ni los han visto jamás!  Eso es una irresponsabilidad enorme porque se requiere mucha experiencia para esto, y ni siquiera sé hasta dónde lo disfrutan, puesto que el montañismo necesita una pasión muy grande.

Tras tantas gratificaciones vividas en los Himalaya, Edurne dice sentirse muy en deuda con la gente de aquellos países. Por ello creó la Fundación Montañeros para el Himalaya, que apadrina niños en Nepal y Pakistán. "Los niños de los valles no tienen acceso a una buena educación y a través de la fundación hemos construido escuelas y albergues en las ciudades cercanas, de modo que ellos -muchos hijos de los sherpas y porteadores que nos acompañan en las ascensiones- puedan ir al colegio y tengan donde quedarse. Los fondos que recolectamos van a proyectos concretos, inmediatamente efectivos y transparentes. Trabajamos siempre con colaboradores locales, quienes son los mejores expertos en las peculiaridades de la zona y quienes nos garantizan que nuestra actuación respetará al máximo sus costumbres".

- ¿Después de la cima 14, cuáles son sus planes?

- Me encantaría repetir el Everest sin la ayuda de oxígeno (en la primavera de 2011). Es un regalo que me quiero hacer a mí misma. Luego quisiera seguir vinculada al mundo de los documentales, de la aventura y de la empresa.

Edurne no descarta dejar el alpinismo profesional después del Everest: "Es probable -dice- que haya llegado el momento de pasar la página y dedicarme a cuidar las facetas de mi vida que hasta ahora he tenido más olvidadas". Mal que mal, ya habrá alcanzado el techo del mundo.

 

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