Por Josefina Licitra* Octubre 29, 2010

El 27 de octubre era, en Argentina, un día de espera. Nadie hacía ruido y nadie estaba en las calles; era feriado nacional. Estaba programado el "Censo del Bicentenario" -el mayor relevo poblacional del país, realizado una vez cada diez años- y todos aguardábamos el timbre, el golpe en la puerta, la llegada del Estado y sus preguntas.

Pero lo primero en llegar no fue el Censo. Como en una fábula inquietante, la muerte de Néstor Kirchner -ex presidente, consorte presidencial, el último caudillo que parió el país- fue el primer interrogante que llamó a nuestras puertas, y también el más inesperado. ¿Dónde iríamos a parar? ¿Qué sería igual y qué sería distinto a partir de entonces? Aunque ésta era una muerte anunciada -Kirchner tuvo dos intervenciones coronarias en un año y sus graves problemas de salud eran un secreto a voces- lo que hubo la mañana del 27 de octubre fue una infinita incertidumbre. Un derrumbe en el estómago de todos.

-Acaba de llegar una noticia pero es demasiado dura, vamos a reconfirmarla porque no queremos equivocarnos con esto- dijo a las diez de la mañana un periodista de Radio Mitre, uno de los primeros medios nacionales en dar la noticia. Mitre pertenece al grupo Clarín, el multimedia con el que Néstor Kirchner mantuvo una batalla que últimamente no tenía treguas.

Sin embargo todas las enemistades que Kirchner generó, alimentó y sostuvo a lo largo de estos años parecieron licuarse en un minuto y atravesar todos los filtros del respeto. No hubo, ese 27 de octubre, medios oficialistas y opositores. No hubo políticos a favor y en contra, ni tampoco hubo grafitis feroces como sí ocurrió con la muerte de Eva Perón (frente al hospital donde falleció hubo una pintada -ya famosa- que decía "viva el cáncer").

Desde que trascendió la noticia, lo único que hubo -al menos en las primeras horas- fue una larga lista de figuras públicas diciendo, cada uno a su manera, que acababa de perderse mucho más que un cuadro peronista: lo que se perdió, esa mañana, fue un punto de referencia.

A lo largo de los últimos siete años, el universo político se fue articulando en torno al faro que era Néstor Kirchner. Los partidos que no eran justicialistas -el radical, el socialista, el demócrata- terminaron transformados en "alianzas", y esas alianzas se definían en oposición a la gestión oficial. Dentro del peronismo la lógica era similar: de cara a las elecciones presidenciales de 2011, las distintas corrientes se nombraban a sí mismas aclarando en qué medida estaban cerca del "modelo K".

Felipe Solá, político ex kirchnerista que ahora confronta a "los K" con vistas al 2011, lo definió de esta manera: "Es (sic) la persona más importante de Argentina después de Perón. No me alivia que el adversario no esté más. El otro, el contrincante, te da significación a vos. Cuando basás tu discurso en los errores de otro, y ese otro desaparece, hay un mensaje político que ha muerto".

La muerte ocurrió a las 9 y 10 de la mañana en El Calafate, provincia de Santa Cruz, al sur del sur de la Argentina. Kirchner se descompensó durante una reunión y se montó un escenario de urgencia que, en rigor, no era nuevo para nadie de los que estaban allí. A lo largo de las últimas dos décadas Kirchner había tenido colon irritable, desmayos, úlceras sangrantes, transfusiones de varios litros de sangre, gastroduodenitis hemorrágicas, picos de presión, un Accidente Cerebrovascular (ACV), intervenciones coronarias urgentes que se hacían pasar por "programadas", y -en resumen- toda una historia clínica velada con la reserva de un secreto de Estado. Sobre cada fisura gravitaba, además, un problema mayor: en un año preelectoral, Kirchner se negaba a dar un paso al costado y armaba planes, viajes y actos proselitistas con la terquedad de los varones que se creen eternos.

En su entorno había una actitud dual: sin Néstor Kirchner no habría kirchnerismo, de ahí que fuera importante mantenerlo vivo, pero también mantenerlo activo; dos variables que terminaron rompiéndose en un mismo cuerpo y que dejaron tras de sí tanto dolor como desconcierto. ¿Cómo se organizará el peronismo de acá en adelante? ¿Quién recogerá el cetro y cuánto le costará al partido -y al país: sobre todo al país- esa pelea por el poder? ¿Dónde está el heredero de un hombre que no quería -ni construía- herederos?

Néstor Kirchner está muerto. La frase -la idea- todavía parece imposible. Los políticos y analistas se refieren a él en tiempo presente y a las diez de la noche del 27 de octubre -al cierre de esta edición- la presidenta Cristina Kirchner, su viuda, todavía no había podido mostrarse en público.

La que sí salió a la calle fue la gente. Apenas terminó el Censo -que obligaba a permanecer en las casas hasta las ocho de la noche-, la ciudad se inyectó de ruidos, pasos y preguntas. Frente a la casa de gobierno, decenas de miles de personas fueron espontáneamente a dejar flores y mensajes; aun cuando el cuerpo de Néstor Kirchner todavía no estaba ahí -llegaría al mediodía del 28 de octubre-, sino en un velorio íntimo en El Calafate: la tierra donde Kirchner nació, creció y se hizo fuerte. El lugar del comienzo. Que suele ser también el del final.

*Periodista argentina.

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