Por Junio 18, 2010

La cámara mira desde el aire. Enfoca el megaaeropuerto de Pekín, el viaducto de Millau, la Hearst Tower en Nueva York, la impresionante cúpula de vidrio del Reichstag… Va y vuelve, cambia de plano y gira en torno a la obra del más prolífico, prestigioso e influyente de los arquitectos contemporáneos: Norman Foster.

Esas imágenes son parte de How much does your building weigh, Mr. Foster, el documental que hoy está recorriendo Europa, tras presentarse con estruendoso éxito en la Berlinale. Foster  aceptó participar en él por un motivo bastante poderoso: "Mi mujer me convenció. Es muy sabia y muy hábil. Y una de sus grandes habilidades es la persuasión", dijo hace unos días a El País de España.

Elena Ochoa, la famosa Doctora Ochoa del programa español Hablemos de sexo, conoció al arquitecto a mediados de los 90 y, luego de eso, se recicló ciento por ciento. Dejó el sicoanálisis, abandonó sus investigaciones para la UCLA, y las clases en la Complutense y en el King's College de Londres para casarse con este inglés calvo, papiche, asiduo a las chaquetas Prada y talentoso como pocos, que ya comandaba Foster & Partners, una oficina con más de mil empleados y sedes en los cinco continentes.

En el documental, Elena ofició de productora y, claro, fue la llave maestra para que los realizadores -Norberto López y Carlos Carcas- accedieran a la estrella. Pero gracias a sus buenos oficios, no sólo llevó la voz cantante en las resoluciones estéticas de la cinta, sino que resolvió qué, cuánto y cómo se  haría público de la vida y obra de Norman. Elena aceptó llevarlo al diván. Pero fue ella  la psicoanalista.

Lord Foster

Los comienzos de Norman Foster fueron sacrificados, como era esperable para un niño de Levenshulme, el humilde suburbio de Manchester donde nació hace 75 años. Trabajó de panadero, de portero en una discoteca y de mozo en un pub para poder costearse la universidad. Tenía en mente a dos personas (y sus monumentales obras): Frank Lloyd Wright y Le Corbusier. El hombre nunca se anduvo con chicas.

Tras un máster en Yale, instaló su oficina Team 4, en 1965. Sus socios fueron Wendy Cheesman, su primera mujer, y Richard Rogers y su esposa. Como hasta el día de hoy, Foster se involucraba en el proceso completo, desde el dibujo a mano alzada de los bosquejos a la selección de los materiales.

Elena habla con libertad de su trabajo, pero detesta referirse a Foster. A regañadientes, suelta que para ella el edificio preferido de su marido es el viaducto de Millau; en cambio, feliz se refiere a su estada en Torres del Paine. "Recuerdo cada paseo a caballo, en bicicleta, subiendo montañas…".

Sus trabajos iniciales tenían un marcado sello industrial y high tech y una fuerte estética mecanicista. Una simple pregunta modificó su estilo radical y definitivamente. Se la hizo el célebre diseñador e inventor Buckminster Fuller: "¿Cuánto pesa su edificio, señor Foster?". No supo responder, pero sí se dio cuenta de que el peso efectivamente era excesivo y que se concentraba en los cimientos. Casi 40 años más tarde, esa pregunta le daría el nombre al documental sobre su vida.

Con el edificio para el Hong Kong and Shanghai Banking Corporation, el más caro de fines de los 80, inició su saga de proyectos tan descomunales como translúcidos: el Metro de Bilbao, el estadio de Wembley, el Millennium Bridge de Londres, la Torre Caja en Madrid. Foster ha desarrollado una arquitectura liviana, sofisticada, única y apabullante a la vez. Piensa, diseña, dibuja y construye -con tanta obsesión como perfeccionismo- rascacielos que definen ciudades, puentes que parecen suspendidos en el vacío, cúpulas que reflejan las nubes, intervenciones urbanas que modifican lo que allí ocurre. "Para ser arquitecto tienes que ser dos cosas: optimista y curioso -explica a raíz del documental-. Me gusta ser optimista, creo que el espíritu humano es capaz de cosas increíbles. Los más bellos edificios, el Chrysler Building, el Empire State, fueron levantados en épocas de ruina, depresión, pesimismo. Ojalá podamos hacer lo mismo con este mundo". Y, más allá de su espectacularidad, una de sus preocupaciones permanentes es el impacto que tendrá la obra en el lugar de emplazamiento y cómo afectará a los habitantes. No sólo en términos medioambientales, sino también respecto de sus costumbres y calidad de vida.

Norman Foster tiene trabajos en 300 ciudades y todos los premios que valen en este oficio: el Pritzker, el Mies van der Rohe, el Príncipe de Asturias. Son 400 en total. Además, en 1990 la reina Isabel lo nombró caballero y luego le dio el título de Lord Foster of Thames Bank. Su obra se expone en las colecciones permanentes del MOMA y del Pompidou. Más arriba, en el firmamento de la arquitectura, no ha llegado nadie. El concepto "star architect" se inventó para él.

El sicoanálisis de Norman Foster

Lady Elena

Poco se parece hoy Elena Ochoa a la popular doctora Ochoa, esa joven siquiatra que marcó un hito televisivo con un programa que hablaba de sexo sin máscaras ni eufemismos. Hoy, a los 52, es quizá menos dulce y, con certeza, más asertiva y esquiva. Conserva su voz ronca y su pelo rojizo, pero habla más pausadamente. Es elegantísima y muy sobria; casi no usa joyas.

No es sólo una sofisticada -y, para ser justos, reputada- editora de arte, también es Lady Foster, millonarísima y glamorosa como la que más. Un día están en Shanghai, otro en su castillo de verano en Suiza, luego en su dúplex blanco y enorme de La Castellana, en Madrid… Se mueven de un punto a otro del planeta en el jet privado que Foster pilotea personalmente. Son una de las parejas más notables del mundo del mecenazgo artístico y de las grandes donaciones. Ella es trustee de la Tate Foundation y de la Isamu Noguchi Foundation.

Foster y Elena se casaron en septiembre de 1996, tuvieron dos hijos (Paola y Eduardo), se instalaron en un edificio de cristal y acero a orillas del Támesis y ella se dedicó a una pasión que tenía guardada desde niña y que había heredado de su padre: los libros. No cualquiera, por cierto. Los que ella publica, a través de su editorial Ivory Press, son arte en sí mismos. Piezas exclusivas, pequeñas o grandes esculturas que albergan obra original del artista. Se trata de ediciones ultralimitadas y ultracaras, que le toman a Elena al menos dos años de trabajo, hasta dar con el diseño y los materiales exactos, buscándolos donde sea. Hasta el momento, ha editado ocho, de nombres de la talla de Chillida, Anthony Caro, Bacon, Noguchi, Anish Kapoor y Richard Turtle.

Una segunda derivada de Ivory Press es la revista/libro C Photo, dedicada íntegramente a la fotografía de autores que no están en el circuito convencional. "El único criterio de todo lo que se produce en Ivory Press es que me guste, que me apasione, que me emocione", explica.

Hace casi dos años Ivory Press se convirtió además en una magnífica galería de arte y librería, diseñada, era que no, por Norman Foster en la capital española. ¿Por qué en Madrid? "Aquí siempre ha habido una enorme afluencia de activos de arte contemporáneo, hay una muy buena oferta de galerías con artistas de gran calidad, y museos inigualables", responde Elena, moviendo suavemente sus manos gruesas de uñas bien cuidadas. "En Madrid existe una enorme creatividad, el público es exigente y buen lector. Y a pesar de que estamos viviendo tiempos durísimos, Madrid mantiene el tipo con fortaleza, siempre con buen humor… ¿qué más se le puede pedir a una ciudad?".

Elena habla con libertad -y propiedad- de su trabajo, pero detesta referirse a Foster. A regañadientes, suelta que para ella el edificio preferido de su marido es el viaducto de Millau; en cambio, feliz cuenta que el Adobe Carmenère 2004 chileno es uno de sus vinos predilectos, y se refiere a su estada en Torres del Paine. "Pasamos días inolvidables en el Hotel Explora. Recuerdo cada paseo a caballo, en bicicleta, subiendo montañas…", me dijo el año pasado, cuando la conocí en Madrid. Su relación con Chile alcanza también la literatura: su escritor favorito es Roberto Bolaño

El paciente inglés

Al momento de producir el documental de Norman Foster, Elena fue igualmente rigurosa con la intimidad. Sin embargo, el arquitecto habla allí por primera vez del cáncer que tuvo hace siete años, de cómo enfrentó la sentencia de que le quedaban pocos meses de vida, y de su mejoría: "Todo fin es un nuevo comienzo", dice. Otro de los momentos emotivos es cuando relata la muerte de Wendy, su primera mujer, con quien tuvo dos hijos biológicos y dos adoptados.

La cámara lo persiguió durante 2 años por once ciudades. "No soy actor y en el documental me muestro con naturalidad, como soy", explicó el mismo Foster. "De no haberme sentido cómodo, habría sido imposible ser íntegro, realista… Odio la formalidad, guardar las apariencias".

En esa suerte de viaje guiado por su arquitectura, la cámara lo persiguió durante 2 años por once ciudades. "No soy actor y en el documental me muestro con naturalidad, como soy", explicó el mismo Foster.  "De no haberme sentido cómodo, habría sido imposible ser íntegro, realista… Odio la formalidad, guardar las apariencias, porque soy una persona a la que le gusta tener una vida privada, que disfruta mucho de su familia y a la que no le gusta llamar la atención. Además, no tengo ninguna necesidad de publicidad ni de mostrar nada a través de un documental".

La cinta, de casi 70 minutos, lo lleva también a la casa donde creció y es el escenario para comparar el modelo urbano en que él se crió y el que ahora propone en la ciudad sustentable de Masdar, que está en construcción en Abu Dabi y que será la primera ciudad del planeta con cero emisiones de carbono. Instalada en medio del desierto, tendrá 6 kilómetros cuadrados, albergará a 50 mil personas, no se usarán autos, el agua será suministrada por una planta desalinizante (que funcionará con energía solar), las frutas y verduras provendrán de invernaderos y todo desecho se reciclará.

Para él, el futuro es vertical y ecológico. "El papel del arquitecto es adaptarse para construir ciudades sostenibles, de lo contrario se convertirán en dinosaurios", sentencia categórico.

Norman Foster reconoce que el documental se transformó en una oportunidad para mirarse a sí mismo, una instancia de reflexión  profunda: "Fue un trabajo de introspección bastante interesante. Me di cuenta de cosas que debí haber hecho en su momento, pero que dejé pasar. De la gente extraordinaria que he tenido alrededor, de cómo me ha ayudado el enorme talento de muchos jóvenes que me han rodeado. El entusiasmo que se ha generado en mi estudio; cómo el diseño y nuestros edificios se han hermanado. Y, cómo, después de tantos años, si sigo tan implicado en mi trabajo es porque todavía me motiva".

Instalado en el diván que preparó para él su mujer, Norman Foster resultó tan buen paciente como arquitecto.

*Vicerrectora de Comunicaciones de la Universidad Finis Terrae.

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