Por Claudia Farfán M. y Alberto Labra W. Mayo 21, 2010

José Andrés Murillo llegó a la iglesia El Bosque en 1994. Recién egresado del colegio Verbo Divino, había tomado la decisión de estudiar Filosofía en la Universidad Católica. Un día de ese mismo año, el padre Fernando Karadima lo nombró como uno de sus secretarios personales. Murillo, recuerdan sus cercanos, se sintió muy halagado. Considerando el carisma y la influencia que tenía el sacerdote, esa designación constituía para él -a sus 18 años- uno de los máximos reconocimientos a los que podía aspirar como feligrés de la conocida parroquia de Providencia.

Los jóvenes que conformaban ese círculo íntimo compartían características similares. En general, eran adolescentes ordenados, de familias tradicionales y con buena apariencia. Dentro y fuera de la comunidad El Bosque eran conocidos como los Karadima Boys. El párroco era su guía espiritual y ellos le respondían con su absoluta confianza.

El estudiante de la UC, sin embargo, fue perdiendo el entusiasmo por pertenecer a ese grupo. Hasta que en 1996 se separó por completo de ellos. El pasado 26 de abril, en un contacto telefónico con el programa Informe Especial -cinco días después de que se supieran públicamente las denuncias de él y otros tres hombres contra Karadima por abuso sexual-, el propio Murillo contó que su alejamiento fue para poner fin al constante acoso que habría sufrido durante dos años y que, tras encarar al sacerdote, se marginó para siempre de la parroquia.

En ese momento, José Andrés Murillo confesó sólo a sus padres lo que había vivido. Sin embargo, su silencio no sería eterno. Tras un largo proceso de reflexión, como él mismo ha confidenciado, en 2003 se convirtió en uno de los primeros ex feligreses de El Bosque en denunciar al sacerdote ante la jerarquía eclesiástica. Allí le respondieron que rezarían por él. Incluso, según recuerda su amigo y miembro del Centro de Estudios Públicos, Ernesto Rodríguez, "le dijeron que padecía problemas sicológicos". Sin embargo, Murillo no se detuvo. Y, años más tarde,  junto al médico James Hamilton, ubicaría a más víctimas en el círculo de confianza del sacerdote y llevaría el tema a la justicia.

De los cuatro profesionales que finalmente iniciaron acciones legales contra Karadima en la Fiscalía Oriente -el periodista Juan Carlos Cruz y el abogado Fernando Batlle, además de Hamilton y Murillo-, este último es el único que no ha dado entrevistas ni ha querido aparecer en público, pese al rol protagónico que ha tenido en todo el proceso. Tanto así que, cuando fue a declarar ante el fiscal Xavier Armendáriz, el jueves 13 de mayo, el filósofo de 35 años pasó casi inadvertido ante las cámaras de televisión.

Buscando una vocación

Como muchos de los seguidores de Karadima, José Andrés Murillo estudió en el Verbo Divino. Uno de sus ex compañeros, el abogado y periodista José Manuel Simián, lo describe como un adolescente alegre y con una intensa vida social. Vivía con sus padres y sus dos hermanos en un sector acomodado de la zona oriente. Entre sus cercanos llamaba la atención el gusto que mostraba por el golf, actividad que practicaba en el Club de Polo.

Según una fuente ligada al caso, Murillo sabe bien lo que dice: Karadima hablaba de él como un ejemplo a seguir; sin embargo, ante cualquier falta a la rígida disciplina moral que pedía a sus fieles, solía infundirle temor "afirmando que era el efecto de la intervención del diablo". El mismo argumento, agrega, habría usado con todos los integrantes de su círculo más cercano.

Hasta los 14 años, su vida se dividió entre este deporte y sus estudios escolares. No obstante, según sus conocidos, mientras cursaba segundo medio sorprendió a muchos con un profundo y repentino cambio personal: se interesó seriamente en la filosofía y ya hablaba sobre la posibilidad de ingresar al seminario. Su amigo, el diputado UDI Ernesto Silva Méndez, recuerda la activa participación que ambos tuvieron en el Movimiento Verbita, que buscaba fomentar la espiritualidad religiosa entre los jóvenes.

Como parte de ese proceso, Murillo se acercó en 1994 a la parroquia de El Bosque. Según relata su madre, Ana María Urrutia, en un emotivo correo electrónico enviado a sus amistades, el joven llegó hasta allí con la inquietud "por saber si tenía o no vocación para el sacerdocio" y atraído por lo "espectacular que era Karadima". En este e-mail, ella relata que su hijo acudió a la comunidad de esa iglesia creyendo que el sacerdote lo podía ayudar a tomar una decisión al respecto.

La relación de Murillo con el párroco de El Bosque era cercana y, según amigos del joven, él escuchaba con atención los consejos que le daba su guía espiritual. Otros feligreses miraban con poca simpatía la situación. "El Pintiado", como se refería Karadima a este ex alumno del Verbo, era visto con distancia -incluso envidia, comentan- por varios de los otros jóvenes bosqueanos. Uno de ellos dice que no entendían por qué Murillo estaba en el círculo más estrecho del padre, "considerando el poco compromiso que él mostraba con las obligaciones de la comunidad".

Puertas adentro, sin embargo, las cosas parecían ser distintas a lo que se veía en público. Cercanos a José Andrés Murillo afirman que en privado el joven era acosado sexualmente de manera reiterada por el sacerdote. No sólo con sugerencias impropias, sino también con toqueteos. Esta situación se prolongó por casi dos años, y tocó fondo -según estas mismas fuentes- un día en que el ex párroco habría intentado cometer un acto aún más agresivo en su contra. Murillo nunca más volvería a la iglesia El Bosque.

El más desconocido acusador de Karadima

El ejercicio del poder

"El abuso sexual infantil es inaceptable (...). La negación de una realidad no significa su eliminación, sino sólo su ocultamiento y, en el caso del abuso sexual, es justamente del ocultamiento de donde este crimen obtiene su mayor fuerza y gravedad. En efecto, el secreto, como se sabe, es la piedra angular del abuso sexual".

Esas palabras fueron escritas por José Andrés Murillo como parte de un artículo publicado en la edición de mayo de la revista Mensaje. En un extenso análisis de varias páginas, entrega su visión sobre los abusos sexuales cometidos por sacerdotes. De hecho, el tema del poder y del abuso asociado a éste es algo que lleva estudiando hace tiempo. Desde el 2004, gracias a una beca del gobierno francés, cursa un doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de París VII Denis Diderot. Hoy termina su tesis doctoral, donde uno de los puntos centrales es el estudio del ejercicio del poder. Su profesor guía, Etienne Tassin, comenta que su alumno trabaja con método y rigor: "Es una mente sana y equilibrada. Es muy criterioso".

En el entorno de Murillo reconocen que la mala experiencia vivida en la iglesia El Bosque influyó en su propósito de comprender el problema del abuso en todas sus dimensiones. Es más: ésos son los temas que prevalecen en las conversaciones que ha sostenido con otras supuestas víctimas del padre Karadima. Allí repite que uno de los aspectos que más le inquietaban al interior de la comunidad ligada al sacerdote era la manipulación que él ejerció sobre la conciencia de sus colaboradores. "Lo más preocupante para él es la habilidad que tenía el religioso para generar sentimientos de culpa entre los jóvenes a quienes agredía sexualmente, lo que lograba apelando a su carisma y autoridad espiritual", asegura uno de los cercanos a Murillo.

Según una fuente ligada al caso, el filósofo sabe bien lo que dice: Karadima hablaba de él como un ejemplo a seguir; sin embargo, ante cualquier falta a la rígida disciplina moral que pedía a sus fieles, solía infundirle temor afirmando que era "el efecto de la intervención del diablo". El mismo argumento, agrega, habría usado con todos los integrantes de su círculo más cercano.

En la justicia

Presentar una denuncia el 2003 contra el sacerdote ante el Arzobispado de Santiago no fue asunto fácil para Murillo. De hecho, se demoró siete años. Entre otras razones, según comenta un amigo, por la exposición que eso significaba en un medio social donde la figura del ex párroco sigue siendo incuestionable para muchos. Pero sabía que debía hacerlo, porque se sentía traicionado y engañado por su guía espiritual. "Él pensaba que de esta manera podía detener a Karadima y así evitar que esto volviera a ocurrir", dice su amigo José Manuel Simián.

Sus cercanos no recuerdan un hecho preciso que haya gatillado su primera denuncia. Más bien, dicen que se trató de un largo proceso de reflexión. En todo ese tiempo no sólo contó con el apoyo de su familia, sino también con un grupo de jesuitas, a quienes conoció mientras fue seminarista en esa congregación. A esta orden religiosa llegó en 1996, el mismo año en que abandonó la parroquia de El Bosque. Aunque en su entorno dicen que esto le permitió reconciliarse con la Iglesia, finalmente optó por no seguir el camino del sacerdocio y retornar a sus estudios de Filosofía en la UC.

Todo se reactivó el 2005, cuando apareció un nuevo caso en el escritorio del cardenal Francisco Javier Errázuriz: el del gastroenterólogo James Hamilton, quien también denunciaba al padre Karadima por abusos sexuales. Sólo entonces se inicia una investigación al interior de la Iglesia, aunque ésta tampoco tendría avances significativos los años siguientes.

El médico se ubicaba con Murillo, pero no eran amigos. En todo caso, tiempo después de su denuncia, el doctor recurrió a él -vía correo electrónico- para pedirle que fuese testigo en su juicio de nulidad matrimonial. Porque la principal razón que Hamilton esgrimía en esa causa eran los abusos que había sufrido por parte del sacerdote. Según cuenta un cercano, Murillo aceptó ser su testigo. Y, desde ese momento, se  mantuvieron en contacto.

En septiembre pasado, decidieron ubicar a otras supuestas víctimas del sacerdote. Entonces, lograron convencer a Juan Carlos Cruz y Fernando Batlle. En las primeras reuniones entre los cuatro se selló el acuerdo de llegar hasta el final con las acusaciones en contra de Fernando Karadima. Pero ya no sólo en los tribunales eclesiásticos: en abril presentaron las primeras denuncias contra el padre en la justicia ordinaria.

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