Por Andrew Chernin Mayo 7, 2010

Celso Fretes no escuchó el balazo. Tampoco la conversación. Celso, de hecho, ni siquiera estaba ahí el 25 de enero pasado. Pero ahí, en el Bar Bar de Avenida Insurgentes, en el DF mexicano, sí estaba Salvador Cabañas a punto de irse de ese lugar que mezclaba esa curiosa fauna de "futbolistas-empresarios-rostros del Canal de las Estrellas". El Bar Bar, para hacerse una idea, era uno de esos lugares donde había guardias en la puerta que observaban y analizaban todo en una persona antes de dejarla entrar: desde su ropa hasta quién es su acompañante. El Bar Bar, para que se siga entendiendo, era uno de esos lugares nada de baratos, no por su música, que era una mezcla poco novedosa de lo que sonaba entre los ochenta y los noventa, sino por la gente que lo visitaba. Al Bar Bar iba Bon Jovi. Iba Madonna. Iba Carlos Slim.

Y todos ellos iban, y ya no van a volver, por esto que pasaría después, y Celso Fretes, que estaba en Estados Unidos, no lo podría escuchar.

Pero la poca gente que quedaba, porque ya eran las cinco de la mañana en un boliche que tendría que haber cerrado a las tres, sí lo escuchó.

El balazo sonó como deberían sonar los balazos de madrugada: repentino y apurado. La conversación de antes, también. Salvador Cabañas, que había ido al baño antes de retirarse a la casa con su mujer, María Alonso Mena, se topó ahí dentro con dos tipos que lo habían seguido.

Uno de ellos era José Jorge Balderas Garza, un comerciante conocido como el JJ o el Modelo, que tenía buena pinta, 35 años y que se movía por el DF con su acento de Sinaloa y su camioneta sin patente que siempre era escoltada por otro vehículo. El otro era un tal Francisco, que tenía como chapa el sobrenombre de el Contador.

Salvador estaba en el baño y escuchó a un tipo preguntándole por los goles. ¿Qué goles?, respondió él, y el Modelo le dice, pues los goles que no le habían salido el fin de semana, cuando el América, su equipo, había perdido 2 a 0. Cabañas, que tuvo que insistir mucho y correr demasiado para llegar desde el "12 de Octubre" de Itauguá al club más popular de México, pensó que no estaba para ese tipo de situaciones y le dijo que quién era él para decirle que cuáles goles. Cabañas ya tenía 29 años, era el goleador de la selección paraguaya y hacía sólo un par de años había sido escogido como el Mejor Jugador de América por el diario El País de Uruguay. Cualquiera que lo hubiera visto jugar en alguno de sus clubes de Paraguay, Chile o México, que le hubiera prestado atención a alguno de sus 172 goles en primera, podría decir al menos una cosa: Cabañas, en una cancha, siempre tenía hambre.

Fretes nunca tendría que haber visto a Cabañas más que como un delantero endemoniado a través de la televisión. O tal vez, a la distancia, desde las tribunas en algún partido de la selección paraguaya en el Defensores del Chaco. Pero esas vidas paralelas y distantes, se unieron cuando sonó el celular de Fretes y le pidieron que ayudara al delantero.

Pero Balderas no pensó lo mismo.

Balderas, sacando una pistola con su mano derecha, le gritó que él era el hijo de la chingada, que le iba a romper su puta madre.

Cabañas, antes de que la bala calibre 22 entrara perforando su parietal derecho, antes de que el Modelo y el Contador se fueran caminando, y antes de yacer tumbado en el suelo sucio del Bar Bar, alcanzó a decir desafiante "Jálale si tienes muchos huevos".

Celso Fretes, el neurólogo paraguayo que estaba de vacaciones en Fort Lauderdale, Florida, no escuchó el balazo. Ni siquiera estaba despierto.

Pero de esa bala, que desde entonces encontraría su residencia en el hemisferio derecho del cerebro de Cabañas, ahí mismo donde habitan sus sentimientos y sensaciones, si se enteraría Fretes.

Porque lo leería en los diarios. Porque lo vería en los noticiarios de la tarde.

Porque Cabañas, que iba por su segundo Mundial, era la promesa paraguaya de gol en un impredecible grupo F, que cohabitaba junto a Italia, Nueva Zelanda y Eslovaquia. Cabañas era la clase de tipo cuya salud puede ser asunto de interés nacional.

Fretes, que ya tenía 47 años, lo conocía como la mayoría del mundo: sólo por sus goles. Porque a pesar de que a Fretes le gustaba el fútbol y de que hinchaba por el Olimpia, su vida previa tenía un origen y derrotero distinto. Celso Fretes era de Encarnación, e hijo de padres profesionales que incluso eran fundadores y directores del colegio Juan XXIII, donde él había estudiado.

Cabeza dura

Cuando Cabañas era un recién nacido con una vida cuesta arriba, que probablemente no tenía muchas más opciones que el fútbol para salvarse, Fretes entraba a estudiar Medicina en la Universidad Nacional de Asunción. Cuando Cabañas recién aprendía a hablar, Fretes se intrigaba por el cerebro y su misterioso funcionamiento. Y cuando a Cabañas aún le faltaban tres años para debutar, Celso Fretes ya tenía su propia consulta en la capital.

Fretes, para que quede claro, nunca tendría que haber visto a Cabañas más que como un delantero endemoniado a través de la televisión. O tal vez, a la distancia, desde las tribunas en algún partido de la selección paraguaya en el ruidoso Defensores del Chaco.

Pero esas vidas paralelas y distantes se unieron cuando sonó el celular de Fretes.

Era gente de la Asociación Paraguaya de Fútbol (APF). Le pedían su ayuda. Querían que fuera el jefe médico a cargo del futbolista baleado. Y, en ese minuto, las órdenes ni siquiera eran las de recuperarlo para Sudáfrica. A Celso, como explica desde Asunción,  le pedían que ayudara "para que Cabañas viviera":

-A las 72 horas del balazo, viajé a México. Era el jueves 28 de enero. Recuerdo que la primera vez que vi a Salvador, fue en la terapia intensiva del hospital donde estaba, después de haber volado solo desde Miami. Estaba en coma farmacológico. Lo que se sentía en el ambiente era desesperación, incertidumbre, pero también mucha fe- relata el doctor.

En ese lugar, Fretes supo que antes de ingresar a cirugía, Cabañas le dijo a su mujer que superaría esto, que las primeras intervenciones del doctor mexicano Ernesto Martínez Duhart fueron precisas y que Cabañas no murió porque el proyectil no dañó los centros vitales.

Algunos años antes, cuando Fretes aún no estampaba su marca en la neurología paraguaya, participó en una serie de operaciones de interés público que, curiosamente, también lo ligaban al fútbol.

O a la literatura del fútbol, si se quiere.

Augusto Roa Bastos era el escritor más destacado de Paraguay. Ganó el Premio Cervantes en 1989, pero ese abril de 2005, el autor del relato "El crack" estaba muriendo. Fretes fue quien lideró ese equipo médico, que operó al escritor varias veces, hasta que un infarto terminó con su vida y se convirtió en la primera gran derrota profesional de Celso. Muchos años más tarde, dice que ésa ha sido una de las experiencias que lo marcaron. Que lo que pasó ahí le enseñó "la impotencia de la medicina ante cuadros graves" y que sus tratamientos "tenían límites".

Todo eso estaba en su cabeza mientras trataba a Cabañas en México.Pero también pasaban cosas que lo hacían creer.

Como cuando después que Cabañas despertó, le mostraba las radiografías de la cabeza de su marido a María Alonso Mena, explicándole en voz baja para que Cabañas no se diera cuenta. Sólo que Cabañas, que sabía de la bala -pero no todas las circunstancias de cómo había llegado ahí-, se da cuenta y pide que se la muestren también.

O, como pasó el 2 de marzo pasado, que Cabañas pudo dejar el hospital en México en un tiempo récord de cuatro semanas de terapia y completar la segunda parte de su rehabilitación en la Clínica Fleni de Buenos Aires, sin grandes secuelas físicas. Porque todas esas cosas, a pesar de que Cabañas tiende a perder la memoria, de que camina lento, de que le cuesta hablar y de que probablemente nunca recuerde la madrugada en que se encontró con el prófugo Balderas, hicieron que Fretes fuera capaz de desafiar el criterio convencional de su gremio y decir, a diferencia del resto, que Cabañas no tendría que necesariamente esperar de uno a tres años para rehabilitarse.

Fretes, de hecho, dijo que Gerardo Martino -entrenador de Paraguay- no debía descartar a Cabañas para el Mundial. Desde Asunción también lo repite. No porque llegar a Sudáfrica sea el combustible que alimenta las horas y horas de rehabilitación de un delantero que debería estar muerto. Ni porque hoy viernes, a las 11:30, los médicos de la Fleni hagan un anuncio que de todas formas será importante.

No.

La razón de Fretes se encuentra en lo que vio la primera vez que Cabañas pisó una cancha, que en este caso era la de la clínica en Argentina, después del balazo. Cuando ya había pasado casi dos meses sin ver el sol. Porque ahí, mientras la gente de la APF lo miraba nerviosa, alguien le pidió a Fretes que se pusiera al arco y que Cabañas la metiera al ángulo.

Cabañas pateó y fue como siempre. Como si, al igual que en su fracturada memoria, la noche del 25 de enero nuncacexistiese. Cabañas pateó y Fretes vio "su obsesión, y todo ese marco de detalles en serie que construyen a un futbolista innato".

Y ese disparo, también reforzó el que quizás sería el último milagro y disparate de la medicina deportiva: que en Latinoamérica, incluso un tipo con una bala en la cabeza puede llegar a un Mundial.

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