Por Anatxu Zabalbeascoa* Mayo 7, 2010

Jacques Herzog y Pierre de Meuron se conocen desde la guardería. Y no han parado de sorprender al mundo con su creatividad. Desde su estudio en Basilea (Suiza), fundado en los años 70, han alcanzado la cúspide de la arquitectura. Tres hitos en su carrera: la Tate Modern de Londres -con su innovadora sala de turbinas-, el Estadio Nacional para los Juegos Olímpicos celebrados en Pekín en 2008 -el "nido"- y el Premio Pritzker en 2001.

Al estudio de los arquitectos más prestigiosos del momento, se accede por la cocina. Entra un hombre cargando una gran cesta con naranjas, manzanas y plátanos. La deja sobre una mesa larga, junto a platos y teteras preparados para la merienda. Se va. Por otra puerta minúscula entra Jacques Herzog. Parece que tuviera 15 años menos de los que tiene. Se ve en buena forma. Viste un traje impecablemente cortado y zapatillas deportivas. Coge una mandarina del cesto, comienza a pelarla y saluda con la mano. Atravesamos dos salas hasta llegar a un despacho espartano con vistas de lujo al río. La clave en todas las salas es la aparente falta de diseño, como un no-logo del mobiliario. Los autores de algunos de los edificios más emblemáticos del momento siguen trabajando en la misma calle donde empezaron, donde han ido colonizando las casas vecinas.

-Sorprende que elijan para su estudio un ambiente doméstico, como de piso de estudiantes.

-¿Por qué deberíamos cambiar? Con 350 empleados somos, con mucho, el mayor estudio haciendo arquitectura experimental. Sin duda, ese tamaño nos permite ofrecer la calidad que conseguimos. Pero trabajar concentrados en un lugar pequeño nos permite dialogar sobre los proyectos. Tenemos oficinas en Madrid, en Hamburgo, en Pekín, en Nueva York y en Londres, pero el diseño lo hacemos aquí.

-¿Cómo se puede trabajar por todo el mundo sin un sello reconocible?

-Con voluntad. Nos gusta probar cosas. Queremos huir de la rutina. Honestamente, no sabemos realmente lo que es la arquitectura hoy, todo lo que puede dar de sí. Y eso es lo que investigamos. Es importante probar. Ésa es nuestra mayor contribución.

-¿La experimentación?

-Devolver la arquitectura a la gente. La arquitectura se queda en el lugar, pero también en la gente. Nos gustan los edificios ricos, sensuales, inspiradores: los que se quedan en la memoria. Nos interesa la arquitectura económica y hecha a medida, precisa: los edificios sastre.

-¿La arquitectura actual está perdiendo esa cualidad de dejar huella?

-Hoy los verdaderos arquitectos de las ciudades son, con demasiada frecuencia, los promotores inmobiliarios. Eso hace que todo deba ser rápido y barato. Y mezclar esos términos es peligroso. Como arquitectos, creemos que uno puede salirse de esa trampa.

-¿Cómo?

-Tratando la arquitectura como un campo artístico. Con un enfoque pragmático -los edificios son para usarlos-, pero sin descuidar jamás la sensualidad. A la gente le gusta tocar y sentir.

-¿A qué obedece la experimentación formal?

-No se puede ser sensual todo el rato. Ni hacer las cosas siempre grandes o pequeñas. Uno debe variar sus respuestas para responder de verdad. Queremos saber hasta dónde puede llegar la arquitectura. Eso se puede investigar. Idealmente, la arquitectura debería ofrecer la misma riqueza que la naturaleza. Ésta sigue siendo nuestro modelo más extraordinario para todo.

Estadio Nacional de Pekín

El Estadio Nacional de Pekín, también conocido como el "Nido de Pájaros".

-¿Qué los llevó a experimentar?

-Cualquier arquitecto joven aspira a que lo reconozcan mucho y pronto. Tuvimos la suerte de conseguirlo temprano. Eso nos animó a desarrollar ideas a partir de la curiosidad y la apertura mental.

-Les dieron el Pritzker por esa primera etapa. ¿El premio les permitió arriesgar?

-El cambio no ha sido en términos de riesgo. Siempre hemos arriesgado. El gran cambio ha sido de cabeza, y se remonta al proyecto de la Tate Modern, no al Pritzker. Si observa a fondo ese proyecto, ahí ya hay una arquitectura que trataba de escapar de las ideas preconcebidas. El término minimalismo, aplicado a la arquitectura, no existía antes de que nosotros hiciéramos algunos trabajos. No lo digo con arrogancia: la vía minimalista fue nuestra manera de escapar del posmodernismo de los 80. La galería Goetz y diseños similares no existían. Se convirtieron en proyectos modélicos y, como estilo, el minimalismo fue adoptado por un país entero: se convirtió en sinónimo de arquitectura suiza. También algún arquitecto inglés hizo de esa etiqueta su credo, una moda. Como resultado, el minimalismo se convirtió en algo de moda, es decir algo aburrido, cansino.

"La arquitectura se queda en el lugar, pero también en la gente. Nos gustan los edificios ricos, sensuales, inspiradores: los que se quedan en la memoria. Nos interesa la arquitectura económica y hecha a medida, precisa: los edificios sastre".

-Y ustedes se hartaron...

-Decidimos escapar, igual que habíamos tratado de escapar del posmodernismo. Intentamos hacer las cosas desde otro ángulo.

-¿Su arquitectura es más compleja que hace 15 años?

-Creo que es más rica. Hacer mucho y trabajar con muchas personas es correr un gran riesgo. Todos tenemos derecho a cambiar. Uno no es igual con 20 años que con 40. Y es bueno que eso suceda. Eso es la vida. La transformación es parte de la vida. Si hoy quisiéramos hacer la galería Goetz o cualquiera de los proyectos que nos dieron fama hace 20 años, no seríamos nosotros. Nuestro trabajo sería predecible y aburrido, casi un ejercicio de estilo, una clonación de uno mismo.

-¿Qué siente al mirar al pasado?

-Ternura. Admiración por lo que logramos. Pero la certeza de que no volvería atrás.

Galería Tate Modern

La galería Tate Modern, en Londres.

-¿Qué les quitó el miedo?

-Saber que podemos fallar hasta cierto punto. Pero saber también que tenemos más experiencia para controlar lo que de verdad importa. Con todo, uno no puede controlar nunca tanto como quisiera. Y eso es una parte desesperante de la arquitectura. Incluso si hiciéramos un único edificio, no sería perfecto. Pierre y yo hablamos con frecuencia de eso. Nuestra compañía se ha empezado a transformar. Y nos preguntamos qué pasará en cinco años y qué ocurrirá en veinte.

-¿Y?

-Indagamos. Son preguntas importantes. Pero incontrolables. Hemos llegado a la conclusión de que si sólo hiciéramos un proyecto en cuatro años, eso no lo haría mejor.

-¿Por qué?

-Hace veinte años lo hicimos. Trabajamos en la reconversión de un ático durante un año entero. Queríamos entender nuestro trabajo y nuestro negocio. Ahora diseñamos de otra manera, ni mejor ni peor. Tenemos nuevas herramientas y gente joven. Los que tienen más talento se convierten en socios. Christine Binswanger, Ascan Mergenthaler o Stefan Marbach comenzaron como estudiantes y siguen con nosotros y hoy son parte del éxito de nuestra compañía. Pierre y yo hemos entendido que en cada proyecto enseñas tanto como aprendes. Diseñar un proyecto es la mitad del trabajo. Diseñar la compañía, la otra mitad.

"Las ciudades cambian por el miedo"

-¿Uno de los secretos de su empresa es que buena parte de los socios tienen menos de 40 años?

-Sin duda. Pierre y yo lo hemos hablado muchas veces: queremos que Herzog & de Meuron nos sobreviva. Y una nueva generación puede seguir. Algo así nunca ha funcionado en arquitectura. Pero sí lo ha hecho en moda. Nosotros queremos intentarlo.

-¿Todavía le interesa la moda?

-Nos interesa mucho el talento que hay en el mundo de la moda. Invitamos a Miuccia Prada a trabajar en la escenografía y el vestuario de Attila para el Met de Nueva York. La moda me interesa, pero se asocia al lujo y puede leerse como algo banal. No es así. El lujo real no es nunca banal: es transformador. Lo mismo sucede en la arquitectura.

-¿Qué hay de su socio, Pierre de Meuron? ¿Por qué no está presente en las entrevistas?

-Es difícil hacerlas juntos. Este papel me ha tocado a mí.

-Se conocieron en el parvulario, cuando tenían seis años. ¿Qué los unió?

-Los niños tienen antenas. Les gusta la gente que es diferente, pero les ayuda a ser lo que quieren ser. Es algo muy animal. No lo planeamos. En aquel momento no teníamos ningún plan conceptual ni intelectual.

-Y aquí están, 53 años después. ¿Qué los llevó a la arquitectura?

-Nunca nos sentimos muy cerca de la arquitectura. Y todavía seguimos igual. No es un secreto que sentimos admiración por muchos otros campos: el arte, por ejemplo. Nos interesa la historia, la evolución de las tipologías, más que conocer edificios o arquitectos específicos. Lo que nos gustaba de pequeños de la feria nos lo construíamos nosotros. Pierre era el manitas. Y yo, probablemente, hablaba más que él. Yo dudé. Comencé Biología y Pierre Ingeniería. Luego decidimos estudiar Arquitectura, pero sólo trabajamos juntos al final.

-¿Qué les ha hecho permanecer juntos? Usted ha tenido dos mujeres y un solo socio.

-Lo que nos mantiene unidos a Pierre y a mí es que él es increíblemente bueno. Sería una idiotez no estar con él. Y... bueno, tal vez él piense lo mismo.

-¿Qué hacían sus padres?

-Mi madre era sastra. El gusto por la ropa lo heredé de ella. Y mi padre, funcionario. No teníamos conexiones arquitectónicas. El padre de Pierre trabajaba para una empresa farmacéutica. En nuestras familias hay algún pintor, pero de poca importancia.

Prada Store

Prada Store, en Tokio.

-¿Qué ha cambiado más: su vida o su ciudad?

-Si la ciudad hubiera cambiado como nosotros, sería totalmente irreconocible (risas). Vivir en Basilea nos hace pensar sobre la transformación de las ciudades. Ha crecido a capas, haciendo convivir distintos tiempos. Eso no es sencillo, pero lograrlo da riqueza a una ciudad.

-¿Jugaba en la calle cuando era niño?

-Sí.

-¿Juega su hijo de ocho años?

-Mucho menos que yo.

-¿Todos estos cambios los refleja la arquitectura?

-Las ciudades cambian por el miedo. El vandalismo ha existido siempre. Los niños que jugaban en la calle cuando yo era pequeño eran más espabilados que los que jugaban encerrados en un jardín privado. Hoy, incluso en Suiza, muy pocos niños juegan en la calle. Eso transforma las ciudades.

-¿Qué pueden hacer los arquitectos?

-Muy poco. Las ciudades han cambiado, pero hoy los barrios son guetos, guetos invisibles, sin barreras físicas, pero guetos dibujados por el nivel de vida.

-¿El papel de la arquitectura está en los servicios públicos?

-En abrir huecos para que los espacios sean públicos. Cuando la arquitectura reconquista la ciudad encuentra esos espacios.

-Han trabajado con grandes artistas. ¿Por qué eligen colaborar con ellos?

-Tienen grandes mentes. Nos gusta más su compañía que la de los arquitectos. Esta ciudad ha acogido a muchos: Donald Judd, Joseph Beuys... Los arquitectos necesitan un programa y un cliente antes de empezar. Los artistas, un papel en blanco. Los arquitectos se quejan de los límites, pero serían incapaces de enfrentarse a un lienzo en blanco. No están muy acostumbrados a desarrollar su propio mundo, a imaginar un mundo.

Caixa Forum

Caixa Forum, en Barcelona.

-¿Quién arriesga más, Pierre o usted?

-Si uno decide arriesgar menos, el otro se sorprende. Y le da una patada. Arriesgar no es la palabra adecuada. Lo importante para nosotros es mantenernos vivos. Darnos cuenta de las cosas, mantenernos alertas. La arquitectura es como un equipo de fútbol. Tienes condiciones y un equipo. No se trata de hacer el mejor edificio del mundo de todos los tiempos. Se trata de hacer, cada vez, el mejor posible, con las condiciones de las que partes. Hacer eso te libra de obsesiones, incluso de ideologías políticas o religiosas, que a mí, más que nada, me dan miedo. Esa gente que va por la vida con la impresión de que tiene razón da miedo. Odio las obsesiones.

-¿Cómo se libra de ellas?

-Trato de entenderlas para airearlas. Pero a las ciudades les cuesta más. Las obsesiones dan forma a las ciudades. La arquitectura y el urbanismo son muy psicológicos. Y hay que emplear esas herramientas. No me interesan las interpretaciones en arquitectura, me interesan los hechos. Todo lo demás me parece palabrería.

-¿En Dubái no construyen?

-Dubái... Creemos que es una burbuja. Y no nos interesan las burbujas. Muchos de los trabajos allí no funcionan. No queremos estar en todas partes. Lo que queremos es seguir dudando.

* Diario El País de España.

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