Por Gustavo Villarrubia Abril 30, 2010

En Contacto, ya en enero del 2004, teníamos pistas de que Paul Schäfer se escondía en Argentina. Se decidió que yo fuera a investigar allá porque era el único extranjero del equipo y eso levantaría menos sospechas. Yo haría de sociólogo italiano en busca de sus raíces familiares en Chivilcoy -ubicado 160 kilómetros al sur de la capital argentina-, donde la mayoría de la población tiene raíces italianas. Pensamos que sería la mejor coartada.

Mi primer viaje a Chivilcoy fue el 18 de febrero de 2004. Fui con mi colega Carola Fuentes, quien me mostró el lugar donde unos días antes había descubierto que vivía Peter Schmidt, sindicado como el brazo derecho de Schäfer. Juntos habían desaparecido de Colonia Dignidad a fines de 1997. Carola me mostró la finca de La Solita, a 5 kilómetros del pueblo, donde se suponía que estaban escondidos. Era un campo de 36 hectáreas, con una gran casa al centro y cubierto de árboles que impedían observar el terreno desde afuera.

Viajé 15 veces a Chivilcoy durante 13 meses. Anoté cada día los movimientos de los alemanes, quienes siempre tomaban resguardos. Por ejemplo, siempre se devolvían del pueblo por caminos diferentes. Conocí a quienes vivían cerca de la finca, como Hugo Placente, quien me contó que sus vecinos eran alemanes amables, pero que hacían muchas preguntas y no contaban casi nada de sí mismos. Fue en la casa de Placente donde tuve mi primer contacto con uno de sus guardaespaldas, Friedhelm Zeitner, quien se hacía llamar Felipe y era -según sus palabras- el encargado de investigar mi presencia en el lugar. Un día de noviembre, sin quererlo, Zeitner me dio la pista que buscaba: estábamos hablando de ataques cardíacos, y él contó que conocía a una persona mayor que se había operado dos veces del corazón y ahora estaba muy bien. Estaba claro: Schäfer estaba vivo y estaba allí.

En ese momento, el programa se puso en contacto con la Interpol de Argentina. Yo les conté lo que había investigado. Los policías empezaron a llegar disimuladamente al lugar. Pero Schäfer y sus aliados, posiblemente alertados, se escaparon. Luego sabríamos que fueron primero a un hotel de Buenos Aires, después arrendaron algunas casas y luego se instalaron en una quinta en Tortuguitas, en las afueras de la capital.

Durante ese tiempo, los alemanes iban con cierta frecuencia a La Solita, donde tenían sus cosas. Viajaban en bus. Un conductor reconoció a Peter Schmidt y le avisó a la Interpol. Tras seguirlo, descubrieron su escondite en Tortuguitas. Contacto fue hasta allá y vino esa larga espera de 45 horas afuera de la casa.

La INTERPOL apostaba a que Schäfer iba a salir y podrían agarrarlo. En un momento salió de la casa una camioneta Mercedes roja. La policía la detuvo, pero él no estaba adentro. Uno de los policías inventó que estaban buscando a una persona secuestrada y los alemanes le creyeron. Pero no tanto. A los pocos minutos, uno de ellos salió en bicicleta a chequear el lugar y vio que estaba lleno de policías, que no había forma de escapar. Finalmente, el jefe operativo de INTERPOL, Salvador Belucci, dio la orden de entrar: a las 15.30 hrs. del 10 de marzo de 2005, 30 policías con chalecos antibalas rodearon la casa y derribaron las dos puertas exteriores. Una daba al living; la otra, a la cocina. En este último lugar, Rebeca -la hija- y Schmidt estaban comiendo postre. Un perro, entrenado por los alemanes, mordió a un policía. No veían a Schäfer por ninguna parte. La tensión era terrible. Temimos que no estuviera ahí. Lo encontraron en una pieza, durmiendo siesta. Junto a su cama, varias revistas pornográficas y la Biblia.

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