Por Ana María Sanhueza, desde Constitución Abril 9, 2010

© José Miguel Méndez

Apenas terminó el terremoto, la madrugada del 27 de febrero, los vecinos de los block de Cerro O'Higgins, en Constitución, se miraban asombrados de no haber muerto aplastados. Habían logrado salir a la intemperie. Sus cuerpos estaban llenos de polvo y muy pocos alcanzaron a sacar sus cosas. Pero estaban vivos.

En medio de las ruinas, la oscuridad y el ambiente enrarecido que se produjo minutos antes del tsunami en Constitución, los pobladores se consultaban por sus familias. "¿Están bien?",  "¿les pasó algo?", "¿cómo están los niños?"."Estamos todos bien", respondían aliviados. Eso, hasta que las miradas se dirigieron a Sandra Huenupi (18) y su hermano Víctor (14). "¿Y su mamá?, ¿su papá?, ¿sus dos hermanitas?", los interrogaban.

No supieron qué responder. Ambos estaban en el suelo. Lloraban y golpeaban con sus puños la pared del block donde vivían. Sandra, incluso, se tiraba el pelo de impotencia.

En cuestión de segundos, Sandra y Víctor pasaron del pavor de sentir un terremoto grado 8,8 al horror de darse cuenta que el departamento donde dormían María Valdés, su mamá; Iván Bravo, el padrastro que los crió; y sus hermanas Valentina, de 4 años y medio, y Aurora, de 5 meses, había desaparecido. El primer piso, donde vivía la familia, quedó totalmente sepultado por el segundo y tercer nivel. Ellos se salvaron gracias a que sus dormitorios estaban en una sencilla ampliación de madera ubicada al costado del edificio. Una puerta los unía al living familiar.

Hoy, al ver el block número 765 no parece que alguna vez existieron allí los cuatro departamentos que fueron enterrados y en los que murieron ocho personas repartidas en dos familias: María, Iván y sus dos hijas pequeñas, además de Pedro Araya y Gloria Crespo, junto  a las niñas Carol y Marina.

El edificio tampoco parece haber tenido tres pisos. Sólo un refrigerador convertido en un trozo de chatarra de unos 20 centímetros de altura, un sillón aplastado, un pedazo de computador, los fierros del que fue un comedor, un coche de guagua destrozado, unos pocos juguetes rotos y algunos pares de zapatos guachos dan cuenta de que allí, hasta hace poco más de un mes, vivió una familia. La familia de Sandra y Víctor.

"Nunca voy a olvidar esa noche. Afuera, la gente nos preguntaba ¿y su mamá? Yo no respondía. O decía no sé, no salieron…o están allá abajo. 'Tienen que haber salido, quédese tranquila', me consolaban. Pero yo les respondía que mi mamá jamás se hubiese ido del departamento sin nosotros", recuerda Sandra.

Rancheras en la plaza

La última vez que Sandra habló con su mamá fue a las 23:00 de viernes 26 de febrero, unas cuatro horas antes del terremoto y maremoto que arrasó a la costa de Constitución. Le pidió permiso para ir a dar una vuelta con una prima al centro. Esa noche se acababan los festejos del verano 2010.

"Siempre quise entrar a la universidad. No sé si es una burla del destino, pero tuve que enterrar a mi familia el mismo día que entraría a clases, el 2 de marzo", cuenta Sandra con la voz quebrada.

En la plaza se presentaban varios grupos musicales. Había rancheras. María aceptó a regañadientes. No le gustaba que sus hijos salieran tan tarde. Pero aún estaban de vacaciones. Mal que mal, la mayor del clan se lo merecía. En menos de una semana, el martes 2 de marzo, Sandra entraría a Ingeniería Comercial en la Universidad de Talca, después de egresar con un promedio 6,4 del Liceo de Constitución y de ponderar 656 puntos en la PSU. Sería la primera de la familia en estudiar una carrera profesional. Había ganado la Beca Bicentenario y también la Beca Presidente de la República.

"Siempre quise entrar a la universidad. No sé si es una burla del destino, pero tuve que enterrar a mi familia el mismo día que entraría a clases, el 2 de marzo", cuenta Sandra con la voz quebrada.

A la misma hora que su hermana salía rumbo a la plaza ese viernes 26, Víctor y su papá se duchaban luego de trabajar todo el día en reparar el departamento que se acababan de comprar. Después, Víctor vería televisión hasta muy tarde. La apagó poco antes que empezara el terremoto. Si esa noche no se hubiera aburrido con el Festival de Viña, el sismo lo pilla en el living de sus padres, que poco después se desplomó.

Edificio Constitución

El primer piso del block donde vivía la familia de Víctor y de Sandra desapareció.

Como suele ocurrir en muchas tragedias, la historia de esta familia tiene otras coincidencias escalofriantes: sólo faltaba una semana para que se mudaran al nuevo departamento. Iván Bravo lo había comprado después de años de ahorro con su trabajo como eléctrico en Celulosa Arauco. Incluso, logró un subsidio estatal.

Vivir en los block del Cerro O'Higgins ya había sido un avance para su familia. Se habían cambiado allí hacía dos años, después de vivir en una mediagua ubicada en el mismo sector. Esa pequeña casa no traía buenos recuerdos a los hijos mayores de María, quien trabajó de asesora del hogar hasta que conoció a Bravo. Allí se inundaba y se llenaba de barro todos los inviernos. Entonces fue todo un logro cuando pudieron arrendar el departamento 102, donde finalmente murieron aplastados.

El nuevo departamento al que pensaban cambiarse, y que Iván arreglaba cada vez que podía, estaba ubicado en el mismo complejo de Cerro O'Higgins. Quedaba en el segundo piso de un block cercano al que habitaron durante dos años. "Es una ironía. Pero al departamento nuevo no le pasó casi nada. Se quebró el de arriba y el de abajo, pero el de Iván no tuvo nada muy grave. Estaban a punto de cambiarse y ya tenían las piezas distribuidas. Dividieron todo de tal forma que los niños tendrían su espacio y sus propios camarotes", cuenta Angela Bravo, hermana de Iván. Ella acogió en su casa, en la Villa Los Guanayes, a sus sobrinos después de la tragedia.

Víctor recuerda: "El viernes 26, trabajé todo el día con mi papá en el departamento nuevo. Terminamos de barnizar una pieza y yo pinté  los tabiques para diferenciar las terminaciones". Sandra agrega: "El departamento les estaba quedando súper lindo. Le habían puesto cerámica y pintado el cielo. Mi mamá sólo quería cambiarse, para ahorrarse el arriendo".

Un derrumbe ¿anunciado?

Los primeros problemas

María Albornoz aun no se explica cómo es que está sentada escuchando esta conversación. Vivía en el mismo primer piso de la tragedia. Su nieta, Stephanie, solía jugar con las niñas que murieron.

Minutos antes del terremoto, María recuerda que Guardián, su perro, corría como loco ladrando por el pequeño departamento. Se levantó a hacerlo callar cuando empezó a temblar. Su marido se abalanzó al umbral para protegerse. Ella casi no alcanzó a llegar. Se tropezó y cayó al suelo. Ambos sintieron que todo se derrumbaba. No se equivocaron. De un manotazo, él la arrastró a la puerta. "Yo creo que esto se cayó en no más de 3 segundos. Fue algo tan rápido", recuerda.

María está sentada junto a un grupo de vecinos. Desde que las familias que vivían en los 84 departamentos se quedaron sin techo, deambulan a diario por el sector, cuidando lo poco que les quedó. En total, fueron ocho los muertos de Cerro O'Higgins, la misma cifra que hubo tras el derrumbe del edificio Alto Río, en Concepción.

Las familias de Víctor y Sandra y sus vecinos, los Araya Crespo, no fueron las únicas víctimas del terremoto que habitaban viviendas sociales. En Santa Cruz, en la VI Región, dos hermanos también fueron aplastados por su departamento.

Para muchos de los vecinos de Cerro O'Higgins, el desplome de sus viviendas, edificadas por la Constructora CONSANIT -que se declaró en quiebra en 2003- no fue una sorpresa. Desde que llegaron a vivir allí, en 1998, notaron que algo andaba mal. "Se llovían, se llenaban de hongos", recuerda Sandra.

Esos daños en los block llevaron a que en el 2007, a través de una carta enviada por la ex ministra Patricia Poblete, a muchos el Estado les condonó la deuda. "El gobierno dijo que por la mala construcción, se nos daban por pagados los departamentos", explica María Albornoz. El documento oficial era claro: "La buena noticia es que usted es uno de los beneficiados. Su deuda hipotecaria con el Serviu será totalmente cancelada (…) por cuanto su vivienda se encuentra emplazada en una población que pertenece al catastro confeccionado por el Minvu para la Comisión de Vivienda de la Cámara de Diputados con fallas en su construcción". Esa vez, se condonó a un total de 92 mil deudores.

Esa misma carta dio pie para que el abogado Raúl Meza presentara hace pocos días una querella por la muerte de las ocho personas de Cerro O'Higgins. Se trabó una contienda de competencia que deberá dirimir la Corte de Apelaciones de Talca. "La justicia deberá fijar el criterio en relación al principio de ejecución del delito, esto es, entender que el hecho delictivo se inició a partir de la fecha en que se les entregaron las viviendas sociales a sus propietarios o el plazo se cuenta a partir de la fecha en que, en conocimiento de las fallas de construcción por parte del ministerio, se les informa a los propietarios de la existencia de vicios de construcción. El criterio jurídico que debe primar es la segunda interpretación, ya que los propietarios sólo tuvieron conocimiento de las fallas a partir del año 2007 y no antes", explica Meza.

Cuando la misiva llegó, era demasiado tarde para Héctor Bravo y su esposa. Ambos ya habían pagado todas sus cuotas. Incluso, durante años cancelaron un seguro, que a la larga no sirvió de nada.

Bravo fue uno de los primeros en habitar los departamentos. Recuerda que su mujer tiene fotos junto al ex presidente Frei el día de la inauguración. "Llegué  en mayo del 98 y a la primera lluvia, se mojó todo", recuerda.  Su vecino, José Osses, da otro dato: "Cada vez que llovía, el agua corría a cántaros. Los primeros pisos siempre estuvieron verdes, estancados, húmedos". Y Bravo agrega:  "A veces dejaba de llover y el agua seguía cayendo igual...Sucede que el agua llenaba los ladrillos, que estaban vacíos, y se acumulaba".

Pregunta pendiente

Edificio Constitución

El living de Iván Bravo y María Valdés. El cemento corresponde al piso del departamento de arriba.

Hace una semana, Armandina López, presidenta de la Junta de Vecinos de Cerro O'Higgins, se reunió con la ministra de Vivienda, Magdalena Matte. Fue junto a un grupo de pobladores, entre ellos Angela, la tía de Víctor y Sandra, y el consejero regional, Carlos Valenzuela. Cuenta que la ministra se comprometió con ayuda. "Dijo que nos van responder, que no vamos a pagar nada", explica.

Armandina también vivía en un primer piso. Sus muebles los repartió en cinco casas. Está segura que no le caben en la mediagua que le prometieron. "Los departamentos se pasaban todo el año. Hasta el terremoto, sólo sabíamos de la filtración de agua por las ventanas, pero del mal estado en que estaban, no". Y agrega: "Los daños los vimos cuando se desplomaron. Ahí nos dimos cuenta que los ladrillos del centro eran huecos, sin relleno".

Según explica el diputado Gonzalo Uriarte, presidente de la Comisión de Vivienda de la Cámara, de acuerdo a los antecedentes que conocieron en 2005, "no se consignaban daños estructurales en los departamentos, sino daños constructivos relativos a filtraciones y defectos en las ventanas". Lo mismo aseguran desde el Minvu: "Los daños que detectó el Serviu son constructivos y no estructurales, tal como lo habían denunciado los vecinos. Por ejemplo, problemas en ventanas y filtraciones". También, explicaron que "en ningún caso se detectaron problemas estructurales que pusieran en riesgo a las familias. No existe ninguna orden de demolición de las viviendas o desalojo, esto explicaría el que las personas permanecieran en este lugar".

Sin embargo, aún hay un punto pendiente. Una pregunta que ronda en el barrio de Víctor y de Sandra: ¿quién se responsabiliza por las ocho muertes de Cerro O'Higgins? "Hay gente que hoy pelea por cosas materiales, pero eso se puede recuperar. Yo perdí  mi casa y me da lo mismo. A mí lo que me importaba eran las personas que estaban dentro", dice Sandra.

Su hermano Víctor tiene un solo recuerdo: "Yo sólo sé que me fui a acostar. Cerré los ojos, y cuando los abrí, mi familia estaba muerta".

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