Por Andrew Chernin y Camila Bonilla Marzo 20, 2010

© Nicolás Santa María

En Santo Domingo, esa semana la gente ya hablaba de desgracias. O de presuntas desgracias. Juan Pablo Mitjans, el hijo de 19 años del empresario Eduardo Mitjans, había desaparecido la noche del 23 de febrero después de ir con amigos a la discotheque Ice. Las vagas noticias que aparecían en la prensa -y que alimentaban los rumores en una playa tan chica donde todos se conocen- decían que en algún minuto de la madrugada Mitjans había salido del lugar donde estaba bailando y, desde entonces, nadie lo había visto. Como si se lo hubiese tragado la tierra.

Pese al extraño caso, Santo Domingo -un sitio tranquilo en el litoral- no paró. La gente siguió yendo a bailar y, como ya es costumbre, varios santiaguinos llegaron hasta allá en las últimas semanas de febrero para matar lo poco que quedaba de verano.

En ese escenario, una de las fiestas que prometían era la de la discotheque Gabbana de Llolleo, en la comuna de San Antonio.

La Gabbana era un galpón conocido entre los jóvenes universitarios que iban a veranear a Santo Domingo o Las Brisas. Sabían que el boliche era más o menos grande. Y aquí, grande es un lugar que puede alojar a 1.400 personas, como pasaría la noche del viernes 26 de febrero. Ahí dentro había caras y canciones familiares, como reggaetón, hip hop y música bailable de los 80. Todo eso no costaba más de tres mil pesos. Eso, claro, si llegabas antes de las 1:30 a.m. Porque después, los precios podían subir hasta los cuatro mil.

La discotheque se llamaba Gabbana desde hace unos seis años. Antes, era conocida en la V Región como la Blue Bay. Y si se retrocedía aún más en el tiempo, podía verse que ese edificio, construido durante los 70, había sido el lugar de Llolleo donde se mostraban películas de segunda mano traídas desde Santiago. Por esos días, le decían el "Cine Rex". Cuando aún no dejaba de serlo, fue comprado por Alberto Tapia, un empresario de la zona. Él le arrendaba el local a Luis San Martín y Rodrigo Ramírez, quienes, a su vez, también arrendaban el lugar a otras personas.

Discoteque Gabbana

Una de las escaleras de evacuación del segundo piso.

El boliche, mal que mal, tenía su encanto.

Era la discotheque más cara de San Antonio y el centro de varios eventos. Sin ir más lejos, en la campaña parlamentaria del año pasado la aspirante a diputada por la UDI María José Hoffmann, y el propio Joaquín Lavín lanzaron sus candidaturas en San Antonio en ese preciso lugar, ante más de mil asistentes.

La fiesta del 26 de febrero también estaba siendo organizada por gente ajena a la Gabbana. La de ese día, igual que las siete fiestas anteriores, corría por cuenta de Fernando Ossandón, un ex alumno del colegio Cumbres de Santiago. Gente que más tarde asistiría a la fiesta recuerda que supieron de ella esa misma tarde. Tomando sol en la playa o preguntando por celular a algún amigo qué se hacía en la noche. El dato pasó rápido.

Caras conocidas en un lugar conocido. Nada podía fallar.

La previa

Desde Santo Domingo hasta la Gabbana, que queda en la calle Providencia número 157, a no más de 10 metros de la plaza de Llolleo, nadie se demoraba más de quince minutos en auto. El hecho de que los precios fueran más bajos antes de la 1:30 dejaba tiempo suficiente para los ritos previos a una fiesta. Alejandro Lizama, estudiante de Arquitectura, estaba con su polola, Antonia Aninat, en la casa de los padres de ella. Dice que lo acompañaban unos amigos y que se tomaron un trago antes de salir. Dice también que llegó sobre la hora a la Gabbana, pero que no tuvo que esperar mucho para entrar. Eso sí, adentro estaba lleno: "Costaba caminar y era difícil entrar a los baños".

Primero fue un pequeño remezón. Después vino el corte de luz. Muchos pensaron que era a propósito. Que el DJ había dejado todo a oscuras porque iban a presentar algo. Otros lanzaron un grito expectante. El piso comenzó a sacudirse más fuerte. Los vasos y las botellas se caían del bar, el suelo se llenó de vidrio y la gente sintió que tenía que arrancar. La Gabbana se llenó de un polvo asfixiante.

Sergio Edwards, que estudia Publicidad en Santiago, también llegó cerca de la 1:30. Había ido a mitad de semana a la Gabbana y no le pareció especialmente llena. Lo mismo pensó Trinidad Navarro, estudiante de Educación Parvularia.

Los espacios comenzaron a achicarse después de las 2:30. Varios dicen que a esa hora "ya no era bailable". Así y todo, antes de las tres de la mañana nadie recuerda algún detalle que le llamara especialmente la atención. Lo único que podría haber sobresalido, recuerda Alejandro, fue una pelea entre dos grupos que se separaron rápidamente.

Pero nada más.

Hasta las 3:34 de la madrugada del sábado, la Gabbana era igual a cualquier otra discotheque. Un lugar donde un chico va a conocer a una chica antes de que se acabe el verano.

Eso, claro, hasta que el suelo comienza a moverse.

El baile

Primero fue un pequeño remezón que apenas se sentía debajo de los pies. Después vino el corte de luz. Muchos pensaron que era a propósito. Que el DJ había dejado todo a oscuras, porque iban a presentar algo. Otros tiraron un grito expectante.

Discoteque Gabbana

Una de las salidas de emergencia por donde huyeron decenas de jóvenes.

Esto, hay que entender, era una fiesta. Había música, había trago y una cierta sensación de euforia.

Entonces, el piso comenzó a sacudirse más fuerte. Los vasos y las botellas se caían del bar, el piso se llenó de vidrio y la gente sintió que tenía que arrancar. El temblor pasó a sentirse como terremoto y, de pronto, la Gabbana se llenó de un polvo asfixiante. Todo, ahí dentro, se volvió nublado y la euforia mutó en pánico.

Básicamente, había dos vías de escape: la primera era la puerta principal, con salida a la calle Providencia, que fue por donde escaparon los que no estaban tan al fondo de la discotheque. El resto arrancó por una de las dos salidas de emergencia. Una de ellas da a un pasillo, de no más de cinco metros de ancho por veinte de largo, que conecta con un portón que se encontraba cerrado con candado. Sobre ese pasillo se desplomaron los muros de la Gabbana. La gente que salió por ahí, dice que los guardias se demoraron más de diez minutos en encontrar la llave y abrir la reja. Los arrendatarios del lugar, en cambio, aseguran que eso no tardó más de un minuto.

Trinidad Navarro logró salir rápido porque encontró la salida principal. Cuando escapaba, unas piedras le cayeron en la cabeza y le causaron un corte que sólo reconocería más tarde, cuando llegó hasta la plaza de Llolleo. Ella dice que escuchó gritos y que, de pronto, le costaba respirar.

La última noche de la Gabbana

Alejandro Lizama dice que todo pasó muy rápido. Que su polola quedó espantada y que, por eso, no lograba moverse: "La zamarreé un poco y pensé que o me moría porque algo me caía del techo o me moría aplastado por el tumulto de gente que estaba tratando de escapar. Porque estaban eufóricos y eso me dio algo de nervios".

Después de eso, Alejandro caminó por el lugar en que estaba la barra y vio a los barmen tratando de cubrirse. Siguió hasta la salida de emergencia que daba con ese pasillo, donde se aglutinaba la mayoría de la gente. Ahí, se derrumbaron los muros y planchas de metal cayeron del techo. Cuando llegó a ese punto, Alejandro pudo ver que lo que estaba pasando no era simplemente un terremoto.

Había personas atrapadas debajo de los escombros y otras personas que las pisaban y pasaban por encima de ellas, tratando de arrancar. Su polola, Antonia, se lo gritaba. En el suelo, había tipos pidiendo que la gente no pasara para poder levantar a sus amigos. Pero tuvo que pasar mucha gente antes de que alguien hiciera caso. Alejandro no se demoró mucho en ver que la reja estaba cerrada y que en ese pasillo también había un guardia que simplemente no reaccionaba. Alejandro corrió hasta él y le gritó.

-¡Huevón reacciona! ¿Quieres dejar a estos huevones ahí?

Pero el guardia estaba helado.

Antes de devolverse hasta la salida principal, Alejandro alcanzó a decirle al guardia que fuera a buscar la llave o que hiciera algo. De ahí, corrió con su polola hasta la plaza. Allá se encontró con un tipo con la cara ensangrentada que gritaba ayuda al cielo. Alejandro buscó el auto de su polola y juntos cruzaron el puente Lo Gallardo antes de que la policía pudiera cerrarlo. Llegó hasta Las Brisas y ahí, cuando ya habían pasado dos horas del terremoto, acusó el miedo cuando no pudo dejar de temblar por quince minutos.

Discoteque Gabbana

Parte de la pista de baile del segundo piso. El 27 de febrero estaba repleta de jóvenes.

El que no arrancó fue Sergio Edwards.

Mientras todos corrían hacia la salida, él se quedó ayudando gente y levantando a los heridos de los escombros. Cuando todo se calmó, salió a la plaza con una amiga. Ahí, intentó ubicar a sus amigos y trató de que nadie quedara solo. Afuera de la Gabbana, una vez terminado el terremoto, no faltaron los que quisieron asaltar a los que acababan de arrancar de la que probablemente había sido la noche más complicada de sus vidas.

La resaca

En la plaza comenzó a circular la noticia: de los 1.400 que habían estado en la discotheque, no todos habían salido ilesos. Juan Ignacio Morandé, de 20 años, explica Ricardo León -jefe de Urgencias del Hospital Claudio Vicuña de San Antonio-, había sufrido un corte en ambos brazos cuando le cayó una plancha desde el techo, mientras estaba en el pasillo que permanecía cerrado con candado. Ese corte le produjo la pérdida de una de sus manos y le dejó la otra en tan malas condiciones, que el médico tuvo que amputarla un rato después. Morandé llegó hasta el hospital de San Antonio después que sus amigos lo llevaran en una camioneta pick up.

Un asistente a la fiesta que llegó hasta el hospital dice que allá la atención de los doctores fue muy buena. Pero que las condiciones técnicas eran malas. Por el terremoto, el lugar no tenía luz ni se podían utilizar los rayos X.

El doctor León recuerda: "Morandé llegó consciente, pero con un TEC que aumentó su gravedad. Era el más grave de todos los que llegaron. La extremidad del lado izquierdo la trajeron los amigos una hora después. Estaba muy cochina, no había nada que hacer. Igual les hice aseo a ambas extremidades y se mandaron en helicóptero a Santiago. Allá le injertaron la extremidad superior derecha. Con la izquierda, no hubo caso".

Otros heridos graves fueron Benjamín Melo y su polola María Paz Braun, con fracturas expuestas en sus tobillos, y Alberto Guzmán, que sufrió un TEC severo, pero que se atendió en la Clínica San Antonio. Un amigo de Melo dice que al llegar, un doctor del hospital sugirió amputar la pierna. Pero que ellos le dijeron que no. Que la aguantara un poco y que esperaran hasta que llegaran a Santiago.

Discoteque Gabbana

Esto es lo que quedó del muro de cinco por dos metros que se desplomó sobre una de las salidas de emergencia.

Todos ellos fueron trasladados en helicópteros hasta la Clínica Las Condes. En San Antonio, éstos terminaron aterrizando en la cancha de pasto del estadio de la ciudad, ubicado a unas diez cuadras del hospital. Allí, desde las nueve de la mañana, aterrizaron estas naves con intervalos de una hora para llevarse de a uno a cada paciente. En el primer vuelo se fue Guzmán. En el segundo, Melo. Luego fue el turno del herido más grave, Morandé. Finalmente, después del mediodía, María Paz Braun dejó San Antonio. Todo eso fue posible porque los padres de los heridos, cuando era muy difícil hacer llamadas por celular, movilizaron helicópteros.

Al otro día, cuando Juan Ignacio Morandé y su familia supieron que él tendría que saber vivir solamente con una de sus manos, toda la gente se fue de Santo Domingo. El mismo día que apareció el cuerpo de Juan Pablo Mitjans.

El 9 de marzo fue notificada la demolición parcial de la discotheque Gabbana, con un documento que declaraba que el inmueble amenazaba con derrumbarse. Pero aún no se hablaba de querellas. Consultada por Qué Pasa, la fiscalía a cargo declaró que aún no han recibido una demanda formal de parte de las víctimas contra los responsables. Y hasta el pasado martes, la policía aún no había ingresado al local para iniciar sus pericias.

De la Gabbana hoy sólo quedan los restos de su última noche. Eso, hasta que la tumben y se construya algo que haga que se olvide lo que aquí pasó la última semana de febrero. Porque como declaró uno de los asistentes a la fiesta: "No creo que después de lo de la Gabbana y lo de Mitjans, a la gente le vaya a dar miedo carretear en Santo Domingo. Yo al menos, planeo volver el otro año".

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