Por Andrew Chernin, desde Concepción Marzo 13, 2010

© Juan Pablo Sierra

Al menos ahora, en este día y en esta reunión. Jacqueline van Rysselberghe está aguantando y sin darse la molestia de esconderlo. Agita los pies debajo de la mesa, se tapa la cara con sus manos y, de tanto en tanto, bosteza. La mesa es grande y está rodeada en su mayoría de hombres. Jacqueline, ese mediodía del lunes 8 de marzo, en esa sala de reuniones del edificio de la Universidad Católica de la Santísima Concepción, no se siente cómoda.

A su derecha, se escucha una voz masculina que lee un documento con cadencia soporífera.

-La situación habitacional es tremendamente preocupante-, dice.

Jacqueline suspira.

-Si con dos puentes teníamos problemas, con sólo tres cuartas partes de uno no sé qué haremos-, agrega.

Jacqueline bosteza de nuevo.

El que hablaba era el intendente de la VIII Región, Jaime Tohá. Él representa todo lo que Jacqueline van Rysselberghe no quiere ser: pausado, mayor y socialista. Ella ostensiblemente -sin pudor- hacía ver su incomodidad por el ritmo de la reunión. Quería hablar de una vez con los miembros de los sindicatos -que también estaban sentados en esa mesa- y salir.

Sucede que hay pocas cosas que puedan desesperarla tanto como la lentitud y el protocolo. Jacqueline van Rysselberghe no es la misma cuando se encuentra fuera de sus dominios.

El clan

La épica familiar de los Van Rysselberghe corre como una suerte de leyenda colectiva en la historia de Concepción. Pero de toda la estirpe es el abuelo de Jacqueline, Enrique van Rysselberghe Martínez, el que se ubica como la figura totémica. Porque fue alcalde de Concepción durante la década del sesenta y también, años más tarde, cuando lo designó Pinochet. Era un tipo duro, con una espalda enorme, que incluso llegó a sacar plata de su propio bolsillo cuando faltaba en la municipalidad. Por esa figura y por su previo trabajo como director de Obras, fue bautizado por un periodista local como "El Realizador".

El linaje continuó con su padre, Enrique van Rysselberghe Varela, que también fue alcalde de Concepción y diputado por el Distrito 44.

Jacqueline creció en un terreno grande, junto a sus primos, en las afueras de Concepción. Como la nieta mayor de un abuelo que era el jefe patriarcal, al que subía a ponerle los calcetines antes de irse al jardín. Pero de esa infancia, Jacqueline van Rysselberghe también recuerda otras cosas. Como cuando sus padres la llevaron a la parcela que tenía su abuela paterna, para que viera cómo los de la Unidad Popular le expropiaban esa tierra a su familia. Jacqueline, que en febrero cumplió 45, no deber haber tenido más de ocho años en ese momento. Pero esa imagen, con gente que entraba y salía de su casa, arrancando todo y gritando, al punto de ni siquiera dejar los soquetes, no la olvidaría. Tampoco olvidaría la rabia que acumuló por dentro.

Alcaldesa Concepción

Por esos días era una niña que había entrado a la enseñanza básica con cuatro años en vez de seis, porque esos eran los requisitos en su colegio, la Alianza Francesa. Era muy tímida. No se atrevía a disertar frente a su curso. En ese plantel, donde los profesores provenían de Francia, no era raro que un docente tratara de tarado a un alumno lento. Ahí, ella fue cultivando un humor que por su ironía a veces roza el sarcasmo.

Bienvenida a la política

Jacqueline van Rysselberghe no puede caminar tranquila por Concepción.

-¡Señora Jacqui, señora Jacqui!-, le gritan.

Si pasa frente a una sucursal del BancoEstado, donde hay una fila que da vuelta a la cuadra, dos tipos le preguntan "por qué los frescos ésos se están demorando tanto en atender". Si para en una esquina porque hay un semáforo en rojo, una señora chica y anciana, se le acerca y la abraza y le dice "gracias por todo y suerte en la intendencia".

Jacqueline van Rysselberghe, que ganó su tercera elección municipal consecutiva en 2008 con el 63,47%, sonríe cada vez que la llaman, posa para fotos y cada vez que alguien se le acerca, procura tener algún contacto físico. El mecanismo del éxito, visto desde la distancia, pareciera restringirse a un beso en la mejilla, a mirar siempre a los ojos, a escuchar todo lo que se necesita y a siempre sujetarle las manos a la otra persona.

Rodrigo Díaz, un concejal de la DC que fue vecino de ella durante su infancia, dice que eso viene de su formación médica. Que como doctora, aprendió "a no hacerle el quite al tacto". Y eso, en Concepción funciona. Porque después del terremoto, en plena calle o plaza, la gente se le acerca a la alcaldesa como quien va a consultar con un especialista.

Lo curioso es que nunca sintió un profundo llamado por la medicina.

Cuando llegó a la alcaldía implementó el uso de unos chalecos de polar amarillos, que hicieron que su equipo fuera conocido como las "chaquetas amarillas". Y a ella la llamaban la abeja reina.

Después de egresar de enseñanza media con un 6,2, entró a estudiar a la Universidad de Concepción donde se tituló como psiquiatra. Antes de ese minuto, nunca se había acercado a la política. Trataba -y sigue tratando- de evitar a la gente "densa, discursiva y exageradamente intelectual". En la universidad se topó con un ambiente extraño para ella. Había paros, tomas y líderes estudiantiles como Alejandro Navarro -actual senador- que marcaban el pulso de la política universitaria.

Jacqueline era nadie en ese contexto. Pero claro, estaba su apellido. Un apellido que la arrastraría hacia la política. Primero, organizando las re-tomas para que no se siguieran suspendiendo las clases y luego involucrándose en una lista gremialista para las elecciones del centro de alumnos. El problema es que ella no se veía como una política. No declamaba, no tenía grandes opiniones sobre los rectores designados y no sabía hablar bien en público. Eso lo sintió cuando en un foro apareció acompañando al presidente de su lista, y todas las preguntas fueron a ella. Sin embargo, su cuota galopante de obsesión la llevó a escribir sus discursos, aprenderlos de memoria, recitarlos mientras los grababa y repetir el ejercicio hasta lograr un tono e intención que le parecieran convincentes.

La generala

ADN UDI

Jacqueline van Rysselberghe fue especialista en 400 metros planos. Compitió durante toda su juventud como atleta federada y corrió en sudamericanos. De niña, pasaba los veranos entrenando mañana y tarde, mientras sus amigos viajaban a Viña. Quería ser campeona. Pero una lesión a la rodilla derecha mientras esquiaba en Chillán, lo frenó todo.

El vacío competitivo recién pudo ser cubierto cuando vio que tenía alguna posibilidad de ganar elecciones.

Eso ocurrió en las municipales de 1992. Tenía 27 años. Eugenio Cantuarias, senador UDI, le pidió ser candidata a concejala de Concepción por ese partido. Como era tan joven, la campaña se centró en su calidad de doctora e intentó agarrar popularidad con una pegajosa cumbia. Fue durante estos años que Jacqueline comenzó a salir a terreno en una comuna que le tenía alergia a la derecha. En una de esas salidas, comió un completo que estaba algo pasado y se enfermó de hepatitis.

Estuvo en cama hasta el día de la elección. Debut y despedida, pensó.

Pero salió cuarta: sería concejala por cuatro años. En ese minuto, entendió que podría traspasar su competitividad del atletismo, hacia la política. Porque si sólo siendo la hija y la nieta de, había salido cuarta, con una campaña podría ganar.

Eso fue lo que varios medios y encuestas pensaron en las municipales de 1996. Pero ahí, a Van Rysselberghe le faltaron algo así como 1.500 votos para ser alcaldesa. Después de los resultados, su comando quedó solo y ella, una cooperadora del Opus Dei, entendió que las derrotas, a diferencia de las victorias, eran sin compañía. Por eso, le cuesta confiar en otras personas. Si en todos los departamentos de la Municipalidad de Concepción trabajan 500 personas, no más de seis son parte de su círculo más íntimo. Su equipo tiene un promedio de edad que no sobrepasa los 40 años. A la mayoría los formó y a varios, planea llevárselos a la Intendencia. Uno de los ritos que mantiene con su círculo de hierro son las salidas a comer una vez a la semana. Las debilidades de la alcaldesa son los completos de la Fuente Alemana y las prietas, chunchules y pisco sours de La picá de don Talo, en la calle Baquedano.

Esa suerte de apetito popular le permitió a van Rysselberghe meterse a las poblaciones. Ella misma cuenta que golpeaba las puertas, la gente veía quién era y antes de que le cerraran, procuraba poner su pie para detener la puerta. Incluyó en su campaña al ex concejal PC Camilo Fernández y diseñó un plan maestro en los sectores populares, con las juntas de vecinos y miembros de su equipo en terreno, que le permitió ganar la alcaldía en las elecciones de 2000.

No soltaría más esa municipalidad. Su popularidad subiría y los altos mandos de la UDI en Santiago, se darían cuenta que habían encontrado un caudillo en la frontera del Biobío. Jacqueline Van Rysselberghe fue vicepresidenta de su partido dos veces y hoy, gente como Andrés Chadwick, Jovino Novoa, Juan Antonio Coloma y Pablo Longueira son voces que le prestan consejo. En todo caso, no se ha casado con ninguno de los grupos internos. De hecho, pese a ser parte de la nueva hornada, en la última elección gremialista optó por Coloma y no por José Antonio Kast.

En su partido destacan los votos que ha logrado en una zona que siempre fue territorio comanche para la derecha. Es la encarnación del ADN gremialista. "Llega al mundo popular", dicen. Y por eso desde hace años que suena como presidenciable.

Abeja reina

Los medios buscan a Jacqueline porque ella parece no medir sus disparos. Da noticias porque se niega a tomar el posnatal o porque critica a Bachelet. Un día cualquiera, como ese lunes 8 de marzo, atendería a no menos que diez medios. Le preguntaban por los saqueos y por los riesgos y costos que significaba que Sebastián Piñera la haya nominado como intendenta de una región en ruinas.

Hace no mucho, eso sí, ella no era una figura con una fama que trascendiera las fronteras de Concepción. Pero saltó a Santiago. El secreto detrás de esto es bastante menos glamoroso de lo que uno imaginaría. Cuando Jacqueline no era más que la alcaldesa de Concepción, algunos de sus asesores llamaban a radios en Santiago diciendo que alguien, alguna productora, los había llamado para coordinar alguna entrevista. Y esto, claro, era mentira. Pero muchas veces, esa mentira terminaría en una entrevista.

Dirigentes de la coalición gobernante de la zona argumentan que "para ella puede ser complicado ser funcionaria y trabajar para alguien, porque está acostumbrada a la independencia y a tomar decisiones".

Jacqueline van Rysselberghe rara vez rechaza una entrevista. Sobre todo cuando se trata de medios nacionales o televisión. Tiene contratada una productora que analiza todos los contenidos de televisión y radio que tienen que ver con ella, y que además compara sus apariciones en la prensa con las de otros alcaldes.

En terreno, tampoco nada es azaroso. Cuando llegó a la alcaldía implementó el uso de unos chalecos de polar amarillos, que hicieron que su equipo fuera conocido como las "chaquetas amarillas". Y a ella la llamaban la abeja reina. Van Rysselberghe quiere ser vista y que no la olviden, porque sabe que ha construido una imagen potente. Por eso es que, por ejemplo, para los meses de campaña usa una bandera naranja fosforescente. Porque es un color que nadie más usaría, y que la hace reconocible desde cualquier parte.

Conflictiva

Cuando Jacqueline está encerrada, como ocurrió en esa reunión con Jaime Tohá, se aburre. No por nada, personas que han participado en reuniones municipales con ella, dicen que cuando alguien se habla sobre algo que no le interesa, no tiene problemas en ponerse a jugar jueguitos en su celular.

Patricio Lynch, un concejal de la UDI por Concepción, ha sido uno de los que ha tenido que enfrentarse a ella. Una vez, recuerda, cuando estaban repasando una licitación para el alumbrado público donde ganó la segunda mejor oferta, por ser más barata, Lynch cuestionó los procedimientos y la fórmula que se había usado. Ella le respondió: "Ah bueno, no sabía que usted era ingeniero ahora".

Lynch dice que Van Rysselberghe "no es muy reflexiva". "Le cuesta no perder la mesura. Ésa es su gran debilidad", dicen dirigentes capitalinos de la UDI. Por estos días obtuvo un récord: en medio del caos por el terremoto, fue la única autoridad criticada con vehemencia desde La Moneda de Bachelet. El ex ministro del Interior, Edmundo Pérez Yoma, fue enfático cuando le preguntaron si los funcionarios de la pasada administración continuarían en sus puestos en vista y considerando la magnitud de la tragedia: "Las declaraciones conflictivas que ha habido por parte de la futura intendenta no producen el clima necesario para que la gente esté a disposición de colaborar".

Ella devolvió un misilazo :"No sé si sea necesario que todos continúen en sus cargos. Nosotros tenemos gente buena que los puede asumir. Si ellos quieren seguir haciendo las cosas mal, qué le vamos a hacer".

Algunos asesores de Piñera miran con suspicacia su nombramiento: "Es conflictiva y ha construido su liderazgo desde la pelea y polémica", dicen. Dirigentes de la coalición gobernante de la zona argumentan que "para ella puede ser complicado ser funcionaria y trabajar para alguien, porque está acostumbrada a la independencia y a tomar decisiones. Además, estaba a cargo de una alcaldía con plata, donde hace y deshace, y ahora, en su nuevo cargo no va a ser así".

Nunca fue piñerista. En 2005 estuvo por Joaquín Lavín. Según fuentes de la Coalición, en la última campaña estaba jugada por la candidatura a diputado de su hermano Enrique y pensaba que Piñera no tenía una actitud imparcial en la elección, ya que apoyaba a su rival, Claudio Eguiluz. Al actual presidente, además, no le gustó que la entonces edil recibiera, en medio de la contienda, a su oponente, Eduardo Frei.

Sin embargo, eso ya es pasado y hoy ella es la cara visible -y la mano poderosa- del nuevo gobierno en la región. Cuando le preguntaron por las conversaciones que había tenido con Piñera y Rodrigo Hinzpeter, antes de aceptar el cargo, fue clara: les dijo que estaba acostumbrada a la autonomía.

Relacionados