Por Febrero 13, 2010

© José Miguel Méndez

Vive en un departamento en el barrio de Gertrudis Echeñique. Tiene su oficina -Assadi + Pulido Arquitectos- en la calle Carmencita, también en el corazón del barrio El Golf. Recorre a pie las cuadras que separan una y otra. O en bicicleta. Almuerza en el Tiramisú, hojea libros en la Feria Chilena, se reúne con clientes y amigos en los cafés de la cuadra. Su hijo Vicente va al Verbo Divino, a 200 metros de su casa, y su hija María, de 10 meses, suele jugar en la Plaza Perú. "Entre llevar a mi hijo al colegio y venirme a la oficina, todo caminando, ocupo 25 minutos", dice.

El estilo de vida de Felipe Assadi -su elección de vida, más bien- tiene mucho que ver con su mirada sobre Santiago, pero sobre todo con cómo habitamos la ciudad. Que nadie se engañe: al momento de buscar responsables de los múltiples nudos gordianos de nuestra capital, Assadi tiene varios dardos que lanzar contra los propios santiaguinos.

"La mejor ciudad es aquella que tiene varios satélites alrededor de un centro y que cada centro tiene su propia periferia que se conecta con la periferia de otro centro. Así vas generando polos de atracción", explica con su hablar pausado, como si tuviera todo el tiempo del mundo, mientras dibuja imaginariamente cada uno de esos círculos sobre la mesa. "Si cada uno de esos polos contiene todo lo que tiene que tener la ciudad, podríamos hablar de cierta perfección. Y eso no existe en Santiago, porque la gente elige una cosa de cierto polo (el colegio, por ejemplo), otra de otro (el lugar de trabajo) y una tercera de un tercer polo (su casa). La consecuencia de eso no puede ser otra cosa que un caos, puesto que usamos más el auto, necesitamos más sistemas de movilización y por tanto estresamos el sistema de transportes y la conectividad. Si existieran varios centros, que generaran a su vez varias periferias, se formarían núcleos urbanos mejor compuestos".

"Fíjate en el tema de los malls", añade Assadi, enganchando con uno de los debates urbanos más recientes. "El mall debe ser periférico (así es en las ciudades más ordenadas del mundo), porque si lo pongo en medio de la ciudad provoco un daño enorme en términos de circulación, de desplazamientos y de contaminación, fuera del aspecto estético. Pero los chilenos insistimos, nosotros, no las autoridades ni las normativas, en tenerlo en la puerta de la casa. Ni pensemos en lo que va a ser el anunciado mall en Martín de Zamora, con calles de acceso pequeñas y en un sector residencial que no está preparado para ese impacto. Un desastre".

Arquitectos: héroes sin capa

El interés de Felipe por la ciudad nació temprano y a partir de una cierta culpa, que comenzó a molestarlo un par de años después de titularse. "En algún minuto, me di cuenta de que estaba haciendo una arquitectura muy descontextualizada; eran casas preciosas, pero que podían vivir en cualquier parte. Entonces, en un principio, más que interesarme la ciudad, me preocupó esa dejación que yo tenía por la ciudad, hasta que llegó un momento en que sentí que simplemente no podía no preocuparme".

En 1999, cuando tenía 28 años, comenzó a escribir "Postdata", su hoy ya célebre columna en Vivienda y Decoración de El Mercurio y en la que revisa, critica y argumenta sobre las distintas cosas que se construyen -y se destruyen- en la ciudad.

-¿Están los arquitectos realmente dedicados a pensar la ciudad? Da la sensación de que son sólo unos pocos y que, aparte de tus columnas y las de Pablo Allard en La Tercera, el asunto se restringe a las secciones de cartas al director. ¿Acaso no son ellos más responsables de este tema que cualquier hijo de vecino?

-Hay desidia, muchos dicen que para qué van a opinar si ya hay un par que escribe. Además, los arquitectos tienen un discurso tan teórico, que termina siendo irrelevante. En vez de lanzar tanta maravilla al aire, vendrían mejor ideas concretas. Yo siento que esto nos está haciendo perder credibilidad. Cuando un abogado habla, todos lo escuchan; cuando un médico habla, todos lo escuchan; cuando un economista habla, sube o baja la Bolsa. Cuando habla un arquitecto, no pasa nada. Para qué decir si es un urbanista, eso ya es poesía. Los arquitectos han pasado a ser como héroes sin capa.

Y agrega: "Sin embargo, para ser justos, siempre se pone el ojo en nosotros, pero finalmente, la ciudad la hacen los abogados y los ingenieros; la ciudad se hace de leyes y de economía. ¿Qué es un plan regulador? Leyes basadas en consideraciones económicas. En ningún lugar se menciona, por ejemplo, que la belleza de la perspectiva de una calle debe conservarse hasta determinado punto. No, habla de metros cuadrados, de optimizar el espacio. ¿Cómo no va ser una estupidez que para hacer un edificio tengas que pasar el 80% de tu tiempo leyendo leyes en vez de diseñando? Es un absurdo. Y, ojo, el 20% restante tienes que ocuparlo en la calculadora para hacer rentable tu proyecto. Los arquitectos tenemos una gran responsabilidad, pero el gran responsable es el sistema que norma cómo operamos en la ciudad".

"Los arquitectos tienen un discurso tan teórico, que termina siendo irrelevante. En vez de lanzar tanta maravilla al aire, vendrían mejor ideas concretas. Cuando un abogado habla, todos lo escuchan; cuando un economista habla, sube o baja la Bolsa. Cuando habla un arquitecto, no pasa nada".

-Tú participaste en los grupos Tantauco, pensando proyectos Bicentenario. ¿No te interesaría trabajar por la ciudad desde un cargo público?

-No -responde enfático-. Para nada. En lo que sí participaría sería en una entidad, un consejo, independiente y vinculante, que opine acerca de la calidad de los proyectos que se hacen. No puede ser que en Santiago un edificio sea aprobado porque cumple con la altura y con el coeficiente de constructibilidad, pero las direcciones de obras de las municipalidades no tengan atribuciones para emitir juicios de valor. Y, si tú piensas, una de las cosas que más perduran en la cultura de un pueblo es precisamente la arquitectura; el vino puede pasar de moda, también la comida, incluso el paisaje, pero un edificio vive 50 ó 100 años. Entonces, ¡cómo no va a haber una entidad que, más allá de la normativa, regule la estética y la calidad de vida que emana de los edificios que se construyen! Si hubiese esa entidad, yo feliz participaría. Ahora, se me acabaría la carrera, porque no podría ser juez y parte.

-¿Cuáles son los temas que te obsesionan de Santiago?

-Una ciudad que no se planificó para recibir cierta cantidad de habitantes por hectárea tampoco es capaz de recibir todo lo que eso significa en transporte, vialidad, redes, autos, desplazamiento, seguridad, etcétera. Y eso es lo que ha ocurrido en Santiago. Aunque parezca quejarme de satisfecho, una de mis obsesiones son las intervenciones urbanas que se han implementado intentando paliar estos problemas. Porque muchas de ellas han sido tomadas de modelos extranjeros sin considerar nuestra fisonomía y nuestra escala. La Costanera Norte es una gran idea, pero lo que no es una gran idea son los accesos, que te hacen caer en el mismo taco que trataste de evitar; ¿qué saco con meterme a una autopista en que ando a 90 kilómetros por hora si al salir voy a desembocar en un atochadero en que tendré que andar a 20? Lo mismo el túnel de Pedro Valdivia Norte, pistas de alta velocidad que desembocan en un semáforo... Lo peor de Santiago es la conectividad entre sus partes.

-Y la ciudad sigue igual de colapsada…

-Porque no existen planificaciones a largo plazo; es el ensayo y error permanente. Hay un sentido de urgencia muy fuerte que nos hace vivir como en la obsolescencia absoluta todo el tiempo, y eso ocurre cuando no se sabe muy bien qué hacer y hacia dónde ir. Yo creo que simplemente llegan momentos en que las ciudades no pueden seguir creciendo, porque llegan a un tope de densidad, incluso vertical. Y ése es el caso de Santiago.

Mr. City

Los espacios "pops"

Felipe Assadi tiene los ojos profundos y los dientes muy blancos. Viste polera negra, pantalones negros y zapatos negros. Es asertivo y dice las cosas por su nombre, pero nunca pierde el control ni posa de gran catedrático. Al contrario, pareciera no sentirse cómodo cuando lo encasillan como el enfant terrible de la ciudad.

Sentado en esa boutique gastronómica que es Coquinaria, deja a un lado su BlackBerry y pide una limonada con jengibre. Afuera hace 34 grados.

-¿A qué se debe que este lugar, Isidora Goyenechea, la Plaza Perú, este edificio, el Territoria 3000, funcione tan bien como espacio público en el sentido de producir encuentro, de estimular la convivencia?

-Los lugares en que se generan intercambios y movimientos interesantes y enriquecedores para los habitantes están asociados a ofertas de corte cultural o gastronómico, en general. Si no alimentas los bordes del espacio público con un programa que garantice eso, es imposible que se desarrolle. Ésta era una calle en la que ocurrían cosas, básicamente por sus restoranes que acogen al polo de negocios que aquí se ha desarrollado, pero con este edificio todo adquirió una dimensión inmensamente mayor. Por ejemplo, muchos temían que Territoria iba a liquidar la Plaza Perú porque le quitaría la luz, y mentira, ahora es una súperplaza, que se ha potenciado muchísimo. Compara lo que era el sector mientras permanecía en este lugar ese edificio de viviendas medio muerto…. Tenía otra energía.

Profundiza en la idea: "Ahora, es muy importante que los primeros pisos de construcciones como éstas tengan la capacidad de absorber esa demanda; de lo contrario se transforman en un muro, que es lo que ocurre en el llamado Sanhattan o en lo que será Costanera Center, porque a nivel de suelo a lo más hay una vereda un poco más ancha, ocupada por los motoboy. Tiene que haber cierta colectividad en el espacio que permita que la gente se integre en el edificio. ¿Cómo se da la colectividad en un espacio? En la medida en que logro convocar, llamar a varios, que pueden no tener nada que los vincule, traerlos y atraerlos, logro colectividad. Es muy distinto estar en un lugar que ser atraído por un lugar. Y esta intervención urbana (Territoria) hace que un espacio público se haya convertido en un espacio colectivo, porque ha potenciado cada una de las partes de este todo".

Felipe cree firmemente en estimular para Santiago un concepto que los americanos llaman POPS: privately owned, public spaces, tendencia muy de moda en Estados Unidos y en Europa y que consiste en crear espacios públicos generados y operados por privados, como el Rockefeller Center, un ejemplo antiguo pero muy emblemático para los urbanistas por lo que entregó a la ciudad.

Según Assadi, éste no es un asunto de plata, sino de mirada y de intenciones. Prueba de ello, dice, es lo que se hizo en el metro de la estación Escuela Militar, "un proyecto que parecía tirarse del avión sin paracaídas porque era una suerte de tumba de locales muy menores, se logró revitalizar invirtiendo con buenos materiales, con buenos pavimentos, con buena calidad de espacio, pero además poniéndole polos de atracción gastronómica o comercial de cierta calidad, lo que lo ha convertido en un lugar para estar y no sólo en uno de paso. Y, ojo, que cuando tú consigues espacios públicos de estas características, no sólo mejoras la calidad de vida de los habitantes, sino que aumentas la plusvalía de ese lugar".

Suena su BlackBerry, Felipe se disculpa. Debe tomar la llamada. En un par de horas parte a Ciudad de Guatemala, donde está construyendo una casa y está organizando los últimos detalles. Hoy el 50% de los proyectos de su oficina -que comparte con su mujer, Francisca Pulido- está en el extranjero ("lo que no significa que tengamos muuuuchos proyectos en el extranjero", explica riendo). Acaba de cerrar una casa en Hyco Lake (Carolina del Norte), tiene otra casi lista en Ciudad de México y también han construido en Perú, Puerto Rico, Argentina y el año pasado estuvieron a cargo de la Galería Puro Chile en el Soho neoyorquino.

"El mall debe ser periférico, porque si lo pongo en medio de la ciudad provoco un daño enorme en circulación, desplazamientos y contaminación, fuera del aspecto estético. Pero los chilenos insistimos, nosotros, no las autoridades ni las normativas, en tenerlo en la puerta de la casa".

Las obras de Assadi + Pulido vienen exponiéndose, recibiendo premios y apareciendo en las mejores publicaciones de arquitectura desde que ambos se titularon en la Finis Terrae. Hoy Felipe ejerce, además, como director de Arquitectura de la Andrés Bello y permanentemente es invitado a dictar conferencias en seminarios y en otras casas de estudio. Dentro de unos meses partirá a hacer clases a la Universidad de Venecia. Mientras recorre grandes ciudades y comparte con eminencias de la arquitectura internacional, mira, absorbe y aprende para seguir aportando a la ciudad y afilando su pluma.

-Uno de los últimos temas que abordaste fue la resolución del Consejo de Monumentos Nacionales para la remodelación del Palacio Pereira.

-Al Consejo de Monumentos Nacionales deberían decretarlo monumento nacional y dejarlo congelado, tal como ellos mantienen congeladas durante décadas algunas obras sin gestionar su conservación. No puede ser que tengan tal descriterio como el del Palacio Pereira. Es impactante. ¿Cómo alguien puede llamar conservación del patrimonio a esa aberración? Es una ignorancia total -responde, un poco irritado-.

-¿Por dónde iría según tú una mejor solución, considerando que su dueño es un privado?

-Con un trabajo bien hecho y la tecnología que hoy existe puedes hacer un rescate total y volver a convertirlo en un palacio; lo que pasa es que a su propietario le conviene mucho más la torre. Pero entonces debiera existir una ley que le permita al Estado comprárselo a precio de mercado. ¿Por qué no hicieron ahí el Museo de la Memoria, por ejemplo? En vez de haberse gastado esa millonada de plata en ese posible espacio deportivo. Es lindo el edificio, pero tener toda esa cantidad de metros cuadrados destinados a eso… Y costó mucha plata. Tenemos viviendas sociales cayéndose a pedazos mientras ese edificio flota en dos puntos. Es como irreal.

"Ahí tú ves que mucha de la arquitectura que se hace son consignas políticas", añade mientras termina con el último rastro de limonada de su copa. "Siempre me preguntan si hay mucha vanidad en la arquitectura, sí, sí la hay, pero también hay mucha vanidad en quienes hacen la ciudad desde la política, desde la economía, desde las leyes. Cada uno quiere dejar su impronta. A mí me cuesta mucho no hablar de política cuando hablo de la ciudad. Porque no me puedes decir que no es un egoísmo que el gobierno haya tratado de remodelar el Estadio Nacional gastándose millones de dólares para tenerlo inaugurado antes de que termine su período, cuando perfectamente pudo haberse hecho un concurso público para hacer el mejor Estadio Nacional. En vez de eso, ¿qué hacen? En tres días arman un proyecto. Es de una mezquindad infinita."

* Directora de la Escuela de Periodismo de la Universidad Finis Terrae.

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