Por quepasa_admin Diciembre 5, 2009

Titanium

Por Andrew Chernin

Roberto Rubilar dice que llegó hasta la construcción de la Torre Titanium, porque algunos amigos le habían dicho que las lucas eran buenas. Que un tipo como él, que en mayo de 2007 tenía 33 años y casi una década trabajando sobre grúas, podría hacerse un espacio. Después del primer mes, Roberto comprobó que lo de la plata era cierto y que nada de lo que hubiera hecho antes se parecía al trabajo que estaba por comenzar. Antes, Roberto sólo había estado en obras de 24 pisos. El Titanium, en cambio, era un monstruo de 52 pisos, 192 metros y su oficina -las grúas que operaba- estaba a unos 200 metros del suelo. Desde ahí, Roberto veía todo Santiago. Su puesto de trabajo, le decían, era el más alto de Chile. Incluso más alto que el de su jefe, Abraham Senerman.

Hoy, Roberto ya no trabaja en la torre. Su último día fue el 30 de septiembre de este año, cinco meses después de que la construcción llegara a la cima e hiciera noticia por ser el edificio más alto del país. Dice que el trabajo se echa de menos. Porque en la torre estaban sus compañeros y esas grúas chinas que él mismo ayudó a armar. Recuerda, con nostalgia, que nunca antes había tenido 24 personas a su cargo y que incluso llevó a trabajar a su padre carpintero. Después se calla y mira la ciudad. Roberto Rubilar Flores echa de menos trabajar sobre el techo de Chile.

Tomás González

Tomás González

Por Felipe Bianchi*

Tomás González Sepúlveda debe ser el mejor gimnasta chileno de todos los tiempos. Con eso debiera bastar. Pero no basta. No basta con la plata y el bronce el 2007 en Río de Janeiro. Ni con haber llegado séptimo en Londres y segundo en Stuttgart, ni con haber ganado el oro en Glasgow, la plata en Barcelona y el bronce en La Serena. No basta con ser el primer gimnasta chileno en obtener medallas en panamericanos y mundiales. Ni con ser una de las grandes cartas para las Olimpiadas de Londres 2012. No basta con el salto y el suelo. Falta el cielo. O mejor dicho el purgatorio.

Con sólo 24 años, González se transformó este año en una señal. Un resumidero, feliz y triste, del deporte chileno. De Chile. Este país que genera grandes talentos de tanto en tanto, pero también verdaderos delincuentes a nivel de dirigencia. Lo de González este año será inolvidable. Por lo que genera en las jovencitas debido a su bigote de actor porno. Por lo que consiguió compitiendo. Por la ayuda que recibió de Farkas. Pero también pasará a la historia porque dejó claro lo que somos: nada y todo al mismo tiempo. González no sólo se las arregla con poquito para lograr mucho (la ley del alambrito), no sólo hace cosas -el "Yurchenko mortal extendido con triple giro"- que nadie más hace en el mundo (la ley de Guinness) sino que, pese a ser tan bueno, ha debido sufrir como chancho por ser chileno y no tener el apoyo que debiera (le ley de Murphy).

* Periodista de CHV

TV Cable

Por Álvaro Bisama, escritor

Mad Men.

Mad Men

Es lo mejor que ha dado la TV después de The Wire y Los Soprano. La segunda temporada nos recordó lo que ya sabíamos: que tras los entresijos del negocio publicitario, late una especie de peste negra: la vida familiar descrita como el verdadero abismo de nuestro pasado. Eso es quizás lo más terrible de la serie; aquella casa de los suburbios donde una neurótica (Betty, esposa de Don Draper) teje su imperio de miseria para consumir todo a su paso, a minutos de la locura o el crimen. Vemos a Mad Men como una glamorosa y perfecta serie de época, pero en el fondo es una cinta de terror: la más perfecta serie de monstruos jamás perpetrada.

Bored to Death.

Bored to dead

Nada mejor que hacer policiales sin hacerlos realmente. Bored to Death , de Jonathan Ames, es eso: la vida de un escritor bloqueado (Jason Schwartzman) que se mete una novela de Chandler en el bolsillo y sale a fumar marihuana y resolver casos que no son tales. Está lo obvio (Ted Danson, corazones rotos y mujeres perdidas), pero en los lugares equivocados. Por lo mismo, antes que un policial, Bored to Death es más bien una bildungsroman tan melancólica como tardía, una colección de perfectas y deshilachadas notas sobre la tragedia o la comedia de la inminente llegada de la adultez.

Battlestar Galactica.

<Battlestar Galáctica

BSG no era televisión para freaks. El último capítulo no estuvo a la altura, pero la temporada final llevó las cosas al límite: golpes de Estado express, fanatismo religioso al por mayor, meditaciones brillantes sobre el cuerpo como cárcel, tomas en steady cam de hombres con más cicatrices de las que podían soportar y una canción de Bob Dylan ("All along the watchtower") sonando como la única música posible del espacio exterior. Entremedio, la sensación de estar asistiendo a un milagro y Edward James Olmos haciendo del último duro de la televisión americana, un Moisés espacial que ya se hubiera querido John Huston.

Curb Your Enthusiasm.

Curb your Enthusiasm

Sí, Larry David era el verdadero George Costanza. Comedia punk, CYE dispara contra la familia, los enfermos, los refugiados de Nueva Orleans y cualquier cosa que se le cruce. Nada nuevo, salvo la confirmación de que David es el Philip Roth de la televisión. Si las temporadas anteriores funcionan como El lamento de Portnoy, ésta es su Exit ghost: pura metacomedia. Mal que mal, el hiato de la trama es sencillo y se refiere a la grabación de un imposible nuevo episodio de Seinfeld (cocreada por David). O sea, ésta es la comedia para acabar con las comedias, ese caos maravillosamente vergonzante que sólo Larry David es capaz de habitar.

Paris Hilton: My new best friend forever.

Paris Hilton BFF

Viva la idiotez. Hiperreal hasta la médula, Paris Hilton no tiene talento alguno, salvo hacer de ella misma una perfecta alegoría de estos tiempos. En este reality, un puñado de chicos y chicas compiten por quién se convierte en su mejor amigo. Quizás ahí está la gracia: la cámara filma a Paris y a su legión descerebrada con cuidado. La falta de distancia es bestial y se agradece. La rutina es la de siempre: llantos, cuchillazos por la espalda. Al final de cada episodio, Paris reparte sus bendiciones y destierros, y todo se desfigura al borde de ponerse abstracto, como si en realidad el espectador estuviera mirando la pantalla muerta, la nada.

QPedia 2009: T

Twitter

Twitter

Por Alejandro Alaluf

El 2009 fue el año en que explotó Twitter. Hace rato que la palabra se ha hecho parte del idioma popular, pero según The Global Language Monitor fue la palabra top del 2009 y es uno de los tres términos más buscados en Bing!, el buscador de Microsoft (los otros dos: "Michael Jackson" y "gripe porcina").

Sí, es cierto: Twitter aún no tiene el impacto mainstream de Facebook, pero la red de microblogging creada el 2006 en EE.UU. ha tenido estos 12 meses aun más relevancia que su supuesto competidor gracias a una inmediatez todavía más ipso facto de sus actualizaciones y por figurar como fuente identificable a la hora de generar noticias. El ambiguo "lo leí en internet" ahora es reemplazado con un "lo vi en Twitter". Porque pareciera ser que si salió en Twitter, debiera ser cierto. Y es que ése es justamente su poder: credibilidad a toda costa. Claro, una de sus máximas es ser conciso y gracias a la simpleza de poder twittear rápidamente desde casi cualquier celular que tenga conexión a internet, el proceso se masifica y se hace conocido exponencialmente. Y en un santiamén. Viralización, le llaman.

Sea como plataforma de exposición política, de RR.PP., para generar opiniones o consultas, en educación, emergencias, links y fotografías, noticias de último minuto, para reclamar y protestar públicamente o simplemente para desahogarse frente al mundo, Twitter se ha encargado de ser útil en diversos planos. Además, a diferencia de Facebook, su dinámica no es la de una red social, sino la de una comunicacional. Información pura. Nada de relleno. Así, twittear se ha transformado -definitivamente- en un original y espontáneo verbo que resume una nueva forma de pensar: de manera concentrada. El mundo al instante. Y en no más de 140 caracteres.

Trienal

Por Carlos Navarrete*

Trienal

Al terminar el año y recordar la primera versión de la Trienal de Chile, me invade la tristeza por el modo en que se desperdició una buena oportunidad de acercar el arte contemporáneo a personas que habitualmente no están en contacto con él. La muestra fue una serie de exposiciones aisladas que nunca lograron una coherencia desde el punto de vista curatorial o simplemente expositivo. Si hay un elemento que ha hecho de este formato un sello distintivo, es el marco educacional, pero eso brilló por su ausencia en esta muestra, lo que sumado a una serie de trabajos mediocres y otros ya vistos no constituye aporte alguno.

La visita que realicé a la Trienal fue a pocos días de mi estada en la X Bienal de Lyon, un evento que bien se podría replicar en Chile: a la calidad de las obras convocadas, se sumaba una amabilidad en la exhibición, el deseo de acercar el arte de hoy al ciudadano común. Un aspecto que supo cumplir la primera versión de Ch.ACO, la primera feria de arte contemporáneo de Santiago, que en cuatro días recibió a casi 20.000 personas. Lo que demuestra que las audiencias locales están interesadas en las manifestaciones contemporáneas.

Tanto la Trienal como Ch.ACO tienen el gran desafío de seguir creciendo. Para la primera, aprender de los errores. Para la segunda, no dejarse enceguecer por las luces de la adulación.

* Artista visual y académico UDP

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