Por Michelle Chapochnick Noviembre 7, 2009

Desde hace 15 años, el primogénito de Pablo Escobar Gaviria -cabeza del temido Cartel de Medellín y que desató una verdadera guerra interna en Colombia durante los 80- se hace llamar Juan Sebastián Marroquín Santos. Amparado en ese nombre falso que adoptó para poder sobrevivir, se trasladó con su madre y su hermana a Buenos Aires. Allí han tratado de llevar una vida anónima y tranquila. Como una familia común y corriente. Aunque, a ratos, el pasado los traiciona. Recordándoles que su historia ligada al narcotraficante colombiano es más poderosa que cualquier buena intención de partir desde cero.

Sebastián -que hasta 1994 se llamaba Juan Pablo Escobar- decidió hace unos años empezar a exorcizar sus fantasmas y sus recuerdos. Participó en el documental "Pecados de mi padre" -que se estrena el 12 de noviembre en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata-, donde el director argentino Nicolás Entel lo puso frente a frente con los hijos de dos conocidos políticos asesinados por órdenes de su padre. Más tarde, se atrevió a viajar a su tierra natal y dejar flores en la tumba de Escobar Gaviria en Medellín.

Ahora, se animó a hablar públicamente. En esta entrevista con Qué Pasa, el arquitecto repasa lo que han sido sus 32 años de vida. Marcados, desde el comienzo y hasta hoy por un hombre que le provoca sentimientos encontrados. 

-Dices que de niño no te dabas cuenta de lo que pasaba a tu alrededor, de lo que hacía tu padre.

-Mi padre manejaba la familia por separado, muy distante de sus actividades. Y, en la casa, él sólo hablaba de la situación del hogar, no de su trabajo. Con nosotros siempre se enfocaba en la familia. Los problemas en los que se metía no formaban parte de las discusiones familiares. Era como un tema vetado, por llamarlo de alguna forma.

-Y cuando veías lo que decían las noticias, ¿qué pensabas?

-Realmente, al principio es una confusión porque eres un niño y no quieres que todo lo que están diciendo sea verdad... y bueno, después ya te vas dando cuenta de las cosas, de que entre tanta cantidad de mentiras pueden surgir algunas verdades. La realidad empieza a mostrarte otras cosas... No se podía tapar el sol con las manos.

-¿A qué edad te empezó a pasar eso?

-En el 84, con la muerte de Rodrigo (Lara, ministro de Justicia colombiano, asesinado por el Cartel de Medellín). Yo tenía 7 años.

-¿Hasta ahí tu vida era una burbuja?

-Totalmente. Durante siete años yo viví en una burbuja, rodeado de lujos, de pompas, de comodidades. Pero al día siguiente, eso desapareció. Tuvimos que cambiarnos abruptamente e irnos a vivir a Panamá en condiciones muy precarias, después a Nicaragua. Buenos recuerdos tengo hasta los 7 años. De ahí para adelante, puedo contar historias de bombas, de granadas, de asesinatos, de secuestros. Es lo único que tengo para contar.

-Duro para un niño como tú, que en su casa hasta tenía un zoológico...

-Mi padre construyó el zoológico en 1982. Había de todos los animales posibles. Yo llevaba la vida de un niño rico. Pedía todo lo que quería y lo obtenía, y a veces más porque llegaban los aduladores que se querían congraciar con mi padre y me traían más y más regalos. Viví en un mundo de fantasía, pero que duró poco.

-¿Cómo era tu papá contigo?

-Supremamente especial, un amigo, alguien también muy correcto en el trato. Nunca tuve ningún tipo de maltrato de su parte, ni siquiera unas malas palabras. Me daba lecciones, pero nunca me reprendía con violencia.

-¿Cómo era él puertas adentro?

-No lo reconocerías... Un tipo tranquilo y sencillo. Le gustaban los mismos jeans, tenía la misma marca, el mismo modelo, la misma camisa. Se vestía de jeans y zapatillas, nada más. No quería ostentar con su ropa, ni con joyas, ni con nada.

-Tú dices que tu vida era normal, pero ¿no era raro andar con guardias?

-Cuando naces dentro de un mundo así, crees que lo que pasa en tu entorno es lo más normal. Como que pierdes la visión de la realidad.

-¿Tenías amigos?

-Tenía amigos en el colegio, pero mucha gente me abandonaba. Muchos chicos se hacían amigos míos, nos caíamos muy bien, pero después los padres se encargaban de separarlos de mí.

Huyendo sin explicaciones

-¿Por qué fue tan significativo para ti el asesinato del ministro Rodrigo Lara, a manos del cartel que dirigía tu padre?

-Porque fue una gran sorpresa. Mi vida se transformó de una cosa a otra en un solo instante y pasamos de vivir con muchos lujos a vivir en condiciones muy precarias, escondidos y corriendo todo el tiempo. Y sin explicaciones. Nadie se acercaba, ni mi padre, a explicarnos qué había pasado. Solamente huíamos, sin saber muy bien de qué o de quién.

-Estuvieron en Panamá y en Nicaragua. Después regresaron a Colombia. Ahí tu familia sufre un atentado con dinamita, en 1988...

-No fue un solo atentado, fueron un montón. Ya perdí la cuenta. También muchos intentos de secuestro. Pero el primer atentado que fue muy público fue ése. El primer coche-bomba de Colombia fue contra nosotros. La triste moda del terrorismo empezó a practicarse con esta familia.

-¿Cómo se salvaron tu madre, tu hermana y tú?

-Porque Dios es un hombre muy grande que no sé para qué nos tiene vivos todavía. Realmente fue un milagro. En la habitación donde estábamos durmiendo, en el noveno piso, encontramos un pedazo del chasis del cochebomba. Eso para que dimensiones la explosión. Nosotros tres nos salvamos. Mi hermana quedó en la cuna, con los vidrios enterrados en el colchón donde dormía. Su biberón quedó partido en dos por una ventana y a ella no le pasó absolutamente nada. No tenemos un rasguño, ni una marca.

-Y los intentos de secuestro, ¿cómo los evitaban?

-Mi padre generalmente se daba cuenta días o minutos antes. Llegaba, nos movía del lugar y después nos escondía.

-¿Te enfrentaste alguna vez con tu padre?

-Sí, claro. Lo enfrenté porque no me podía quedar callado frente a tanta violencia. Yo tenía que manifestar mi oposición a esa actitud frente a la vida. Lo hice muchas veces.

-¿Qué te contestaba él?

-Él estaba lleno de excusas para la violencia, como lo estamos todos los colombianos.

"No me puedo quitar el apellido ni con una transfusión de sangre"

"No puedo ser su juez"

-Tu padre fue abatido por la policía en Medellín, en 1993. El rumor dice que lo pillaron por hacerles una llamada a ustedes, ¿fue así?

-Yo conozco mil y una versiones. Te diría que conozco la versión, pero no interesa. No cambia nada. La realidad es que está muerto. Si se suicidó o lo mataron, si fue lo uno o lo otro... no interesa.

-¿Te lo preguntaba por si sentías culpa por esa llamada?

- No me siento culpable, porque él había inventado las reglas y él las había violado. Yo lo único que hice en ese llamado fue hablar.

-¿Cuándo lo viste por última vez?

-Tres meses antes.

-¿En qué circunstancias?

-Vivimos con él escondidos un tiempo, porque la guerra en ese instante estaba llegando a su peor momento y el único refugio que quedaba era toda la familia en un solo lugar.

-Tu madre empezó esta vida de huidas y escondites estando embarazada. ¿Fue duro para ti tomar conciencia de que tu papá, sabiéndolo, la sometiera a eso?

-Sí. Uno se cuestiona hasta qué punto fuimos importantes para la toma de sus decisiones de vida. Yo soy muy respetuoso. No soy quién para juzgar a mi papá, no puedo ser su juez. Eso lo dejo en manos de Dios. Pero también uno se cuestiona eso. Yo por lo menos me lo estoy replanteando hoy. Yo quiero tener un hijo y desde ya le estoy preparando el terreno de bien y de paz para que llegue. Sería un loco si estuviese comprando armas para hacer una guerra y pensar en tener un hijo... Mi padre no lo veía así.

-¿Qué quería tu padre de ti?, ¿que siguieras su actividad?

-No. Me decía "si quieres ser médico, te regalaré el mejor hospital; y si quieres ser peluquero, te daré el mejor salón de belleza".

La vida argentina

-¿Colombia los ayudó cuando ustedes quisieron reinsertarse?

-No, yo no recuerdo.

-Fue entonces cuando se cambiaron la identidad, ¿no?

-Nos cambiaron la identidad por pedido nuestro y porque se hizo insostenible para ellos protegernos eternamente, e insostenible para nosotros vivir encerrados y protegidos en un apartamento en Bogotá. Había que encontrar una salida y apareció el cambio de identidad como alternativa.

-Salieron a Mozambique en 1994, pero allá había mucha violencia también.

-Había terminado cuando llegamos. Los cañones estaban calientes todavía, habían transcurrido veinte años de guerra civil. Un país todavía casi en llamas.

-¿Por qué eligieron finalmente Argentina?

-Es una casualidad. Para ir a África, pasamos por aquí y, cuando ingresamos como cualquier turista, nos dieron una visa de tres meses. Así que cuando vimos que no había futuro en Mozambique, dijimos "bueno, probemos en Argentina, pues tres meses para nosotros es una eternidad para ver qué hacer con nuestras vidas". Y aquí estamos desde entonces.

-¿Qué cosas fueron las primeras que hiciste?

-Por primera vez en la vida me monté en el transporte público y pude andar tranquilo. Nunca antes había subido. No sabía dónde echar las monedas... No habíamos tenido nunca experiencias tan cotidianas.

-¿Sentiste miedo de entrar al "mundo real"?

-Me daba miedo hasta ir a comprar una hamburguesa al McDonald´s. Nunca había tenido contacto con el exterior. Siempre había un intermediario entre el exterior y mi persona.

-¿Cómo fue vivir ahí, en el anonimato, sin plata, como una persona cualquiera?

-Fue duro, pero fue una experiencia que hoy agradecemos. En algunos momentos se sentían muchas dificultades. Pero las oportunidades, cuando aparecen, aquí son buenas. Al principio, fue muy importante dedicarnos a estudiar, pues nos cambió la frecuencia en la que veníamos. Allí pusimos las energías. Después, fue sencillo insertarnos laboralmente.

-¿Qué es lo que más te ayudó a salir adelante?

-Todos los problemas que tuve, todas las malas experiencias, todos los palos en la cabeza... todo me ha ayudado a aprender a mirar con humildad. Además, hice muchos cursos de superación personal y de meditación. Pero lo principal es la voluntad de querer cambiar esta frecuencia de violencia en la que crecimos. También haber podido tomar distancia y agradecer que no me hayan matado. Eso me dio la conciencia para decir "Sebastián, ésta es una oportunidad que te da la vida y está en tus manos si la desperdicias o no".

-Entonces comenzó tu nueva vida...

-Una vida llena de experimentos sobre la libertad. Empezar a disfrutar que podías caminar por una calle tranquila, sin mirar para atrás. Algo tan común como eso. Allá en Colombia, el dinero no nos alcanzó para comprar la felicidad.

-¿Cómo se financiaron en Argentina?, ¿los ayudaron?

-Mi madre, muchos años atrás, tuvo una actividad de decoradora, de diseño de interiores. Ella tenía su capital propio y ajeno a las actividades de mi padre. Nosotros también hemos heredado, no de mi padre, pero sí de mis abuelos.

"No me puedo quitar el apellido ni con una transfusión de sangre"

-¿Y la fortuna de US$ 3.000 millones que, según Forbes, él les habría dejado?

-El tema de la plata es muy simple. Todo está en manos del gobierno colombiano. No hay ni una sola propiedad que nos hayan devuelto, ni un auto, ni una moto, ni nada. Nosotros nos tardamos 7 años, la mitad de nuestra vida en Argentina, explicándole eso a la Interpol, a la DEA, a la CIA, al FBI, a la embajada de Estados Unidos, a la fiscalía colombiana, a todo el mundo. Siete años tardamos en explicarles, centavo a centavo, cómo vivíamos y de qué vivíamos. La Corte Suprema, gracias a Dios, hizo justicia y dijo: "Señores, esta familia tiene razón en todo lo que ha dicho". Y aunque hubiese los US$ 3.000 millones, nunca vi a nadie de la revista Forbes metido en las cuentas de mi padre. Además, a la gente se le olvida una cosa: que mi padre era un tipo muy rico, pero disfrutaba más regalando dinero que conservándolo.

 -En 1999 te detuvieron junto a tu madre por una investigación de sus dineros. Más allá de eso, ¿la gente en Buenos Aires sabe quiénes son ustedes?

-No. Yo me subo a un taxi y no me preguntan nada. Tampoco siento la necesidad de contarle a nadie, porque para mí eso no hace diferencia en la familia. Seguimos siendo los mismos de siempre. Mi padre, sea quien sea, es un hecho anecdótico para nosotros y no estamos bajo ese mismo manto. Siempre hemos sido muy claros en eso. Pero no negamos la historia. Yo no me puedo quitar el apellido ni con una transfusión de sangre. Ésa es la verdad.

-¿Eso te ha generado situaciones incómodas?

-No problemas mayores, pero sí nos cierra las puertas. Yo toco diez puertas y te garantizo que nueve puertas y media me las cierran en la cara. Eso es lo más difícil: poder sobreponernos a esta historia. Pero hay que seguir, cueste lo que cueste.

-¿Cómo es tu vida hoy en Argentina?

-Trabajo como arquitecto y diseñador industrial, y vivo en un apartamento alquilado de 80 m2. No es incómodo, pero tampoco es la mansión en la que estaba acostumbrado a vivir. Y no me quejo. Prefiero estar aquí, por lo menos sé que las bombas no me van a explotar ni me van a tirar una granada por debajo de la puerta. Vivo tranquilo.

Flores en Medellín

-Alguien que participó en el documental "Pecados de mi padre" me dijo que tú también eres una víctima de Escobar...

-Sí, lo dice Carlos Galán (hijo del asesinado candidato presidencial Luis Carlos Galán). Yo digo, en todo caso, que todos somos víctimas.

-El peso del apellido ha sido muy difícil, ¿no?

-Totalmente. Es arrastrar un trasatlántico todo el tiempo. Podemos experimentar otra vida, pero tarde o temprano el pasado te alcanza. Entonces es mejor tomar el toro como tenemos que tomarlo a que nos siga arrastrando por donde quiere.

"A mí me tocó conocer a dos personajes contrapuestos: de día y en familia mi padre era uno; y de noche, era otro. Tuve que hacerme cargo de convivir con esa idea extraña de adorar como padre a un tipo que ha sido tan cuestionado. Entendí que son dos cosas separadas: el amor que un hijo le tiene a su padre y el hombre capaz de violencia".

-Esto es lo que hiciste en este documental...

-Un poco, sí. Hacerme cargo de lo que me corresponde, que es mi historia, en la que yo participé desde la barrera, pero el toro igual quería meterse a la tribuna. Lo que quiero es tomar una postura reflexiva respecto de todo lo que ocurrió, para que construyamos un país diferente. Ya no pensando tanto en Sebastián Marroquín como persona, -porque la verdad- que todas las fichas las hemos tenido siempre en contra y ya dejó de preocuparme realmente, sino en el futuro del país.

-¿Cómo fue el encuentro con las familias de Luis  Carlos Galán y Rodrigo Lara, víctimas del Cartel de Medellín?

-Todos mis prejuicios rápidamente desaparecieron. Fue una cosa extraña. Ver a familias enfrentadas, metidas ahora en esa búsqueda de la fibra más íntima y más humana, con deseos de acercarnos. Yo creo que lo que ocurrió en el documental fue que nos liberamos de todos los prejuicios, nos tiramos al agua e hicimos lo que nos dictaba el corazón.

-Dices que ellos te mostraron otra faceta de tu papá.

-Sí, una faceta muy violenta, alguien que tomaba decisiones muy radicales en su vida y en la vida nacional. A mí me tocó conocer a dos personajes totalmente contrapuestos: de día y en familia mi padre era uno; y de noche, era otro. Tuve que hacerme cargo de convivir con esa idea extraña de adorar como padre a un tipo que ha sido tan cuestionado. Yo mantengo intacto el amor por él. Porque entendí que son dos cosas separadas: el amor que un hijo le puede tener al padre y el hombre capaz de violencia. Mi padre tenía unas guerras afuera de la casa, no dentro. Y yo siempre lo quise como la persona que fue con nosotros, con la familia. No la persona en que se convirtió después. Entonces me quedo con lo bueno de mi padre. De lo negativo no me ocupo, porque los medios ya lo hacen bien.

-En 2008, y por única vez, regresaste a Colombia. Fuiste a ver la tumba de tu padre en Medellín.

 - Después de 15 años de espera, logré llevarle un simple ramo de flores.

-No te quedaste mucho rato.

-Cierto. Pero había que hacerlo. Era de las cosas pendientes que tenía en mi vida. Es como sentir que siempre había algo que nunca terminaste de concluir en la vida y decir adiós es muy importante. Para poder soltar, eso es muy importante.

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