Por quepasa_admin Octubre 24, 2009

Joaquín García-Huidobro

Joaquín García-Huidobro

Abogado. Profesor de derecho de la Universidad de los Andes

Es maravillosa la forma con la que mis amigos liberales plantean las cosas: no preguntan directamente sobre si las relaciones homosexuales son buenas o malas, o si deben ser igualadas al matrimonio, sino si estamos "maduros" o "culturalmente preparados" para enfrentarnos con este tema. Tiempo atrás hacían lo mismo respecto de otro tema: ¿está Chile maduro para discutir sobre el aborto? Y respondían entusiasmados que sí. ¿Se trata aquí de una sutil estrategia para manipular al público? ¿Es un medio astuto de presentar la propia postura como la más avanzada y derrotar a las demás antes de que comience el partido? Me temo que las cosas no son tan sofisticadas y que es mera incapacidad de presentarlas de otro modo cuando ya se ha elegido una salida antes de pensar sobre ella.

Usted y yo aprendimos de niños que lo que define a una persona madura es la capacidad de hacerse responsable de sus actos. Recuerdo como si fuera hoy el día en que mi padre me explicó que, precisamente porque era una persona mayor, no tenía el más mínimo interés de ver gran parte de las películas que se ofrecían "para mayores". Madurez no significa hacer cualquier cosa ni estar prontos a discutirlo todo, ocultando nuestras convicciones de modo vergonzante. ¿Qué diríamos a alguien que nos pregunte si tenemos la madurez suficiente para conversar sobre un soborno o la práctica de la necrofagia? En Holanda hay un partido político que promueve la legalización de ciertas formas de pedofilia y, por supuesto, recurren al mismo argumento: ¿no tenemos acaso, como sociedad, la madurez suficiente para plantearnos esa pregunta?

Curiosa madurez ésta, que casualmente coincide con los postulados del ala progresista de la Concertación (y la Alianza). No vaya a ser que, de tanto madurar, la fruta termine por pudrirse.

Antes que mostrar cuál es la conducta que debemos adoptar frente a las prácticas homosexuales de un pequeño, aunque digno porcentaje de nuestra población, me permito llamar la atención acerca de un modo erróneo de plantear el debate. Y los debates mal planteados se caracterizan por tener respuesta pagada.

Por supuesto que hay modos inmaduros de enfrentar el tema de las conductas homosexuales. Uno de ellos es el maltrato físico de que han sido objeto. También están las burlas, las descalificaciones y los chistes de mal gusto. Afortunadamente, buena parte de esas prácticas pertenecen al pasado. Pero la inmadurez no es patrimonio de los críticos de la militancia gay, ¿o acaso las "funas" a todo el que se atreva a hacer un planteamiento menos "correcto" son un comportamiento particularmente maduro?

Antonio Bascuñán Rodríguez

Antonio Bascuñán Rodríguez

Abogado. Profesor de derecho (Universidad Adolfo Ibáñez) y presidente Libertades Públicas A.G.

En la misma pregunta está la clave para su respuesta. A primera vista la pregunta es perversa. Si frente a una exigencia moral alguien insistiera en preguntar: "Más allá de si es justo o injusto, ¿estamos  dispuestos a aceptarlo?", habría que considerarlo como un inmoral. Refugiarse en la conjetura sociológica es eludir la responsabilidad de dar una respuesta moral. Además, la pregunta trata el fenómeno del cambio en la percepción social de la pareja del mismo sexo, constatable en el mundo occidental, como si fuera una moda en vez de la expresión de una auténtica conquista moral. Pareciera preguntarse "¿llegará a Chile esa moda?". Por último, introduce un trato diferenciado para la cuestión del matrimonio de parejas del mismo sexo respecto del trato que en el pasado reciente hemos dado a otros problemas de igualdad. ¿Acaso cuando se discutió la igualación entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio se sugirió como pregunta más interesante si Chile estaba de hecho dispuesto a renunciar a esa discriminación centenaria? Para decirlo de una sola vez: si el matrimonio homosexual es una exigencia de justicia, como lo es, ¿qué más da que Chile aún no esté "preparado culturalmente"?

Pero una segunda lectura demuestra que la pregunta es más bien cándida. Dado que en los medios de comunicación es prácticamente invisible la defensa moral categórica del matrimonio para la pareja del mismo sexo, la sugerencia de orientar la discusión hacia la conjetura sociológica revela cuán saturada está la opinión pública de la resistencia dogmática a un cambio que se intuye próximo. Demuestra la necesidad de una renovación del debate ante la progresiva pérdida de evidencia del dogma adverso. Tratar el asunto como una moda es una manera ciertamente frívola pero no por eso menos eficaz de desdramatizarlo, de redimirlo del estigma que el dogma quiere imponerle. El hecho de que se formule esta pregunta demuestra que se pertenece ya a otra cultura, una en la que es posible ese cambio. En esa demostración se encuentra la base para una respuesta afirmativa. La afirmación de esa respuesta, ahora en el plano moral, procede de otra pregunta: todos somos iguales en dignidad y derechos, y ese "todos" incluye a las personas homosexuales y lesbianas, ¿o no?

Jorge Navarrete

Jorge Navarrete

Abogado. Panelista de Estado Nacional de TVN

¿Para qué está preparada la sociedad chilena de cara a la libre manifestación de las distintas orientaciones sexuales? Aunque es difícil dar una respuesta a esta pregunta, más todavía cuando nadie está en condiciones de arrogarse la representación (menos todavía, la interpretación) de lo que colectivamente expresa nuestra sociedad, una aproximación metodológica interesante es seguir el expediente de avanzar de menos a más.

En primer lugar, estamos definitivamente preparados para tolerar el que cada persona pueda manifestar libremente su orientación sexual y reconocemos jurídicamente su derecho a practicarla (a ratos olvidamos que no hace mucho tiempo la sodomía estaba penalizada). Aunque persisten grados importantes de discriminación, no existe en la sociedad chilena -al menos no en términos mayoritarios- un reproche moral hacia los homosexuales.

A continuación, y por lo mismo, creo que también están dadas las condiciones para reconocer la unión de personas del mismo sexo, especialmente de cara a regular los derechos patrimoniales y las obligaciones mutuas que derivan de la vida en común. Sin embargo, tengo serias dudas de que exista una mayoría social que esté dispuesta a equiparar dicho contrato al estatus que actualmente ostenta el matrimonio.

Las razones de dicha negativa pudieran ser más plausibles de lo que en principio aparentan. El tolerar una conducta, e incluso regularla jurídicamente, no siempre equivale a considerarla positiva o deseable en términos sociales. Cuestión similar sucede con los otros tantos modelos de familia, cuyo reconocimiento y protección no obsta a que mayoritariamente sigamos sosteniendo que lo ideal es que su constitución esté dada por una padre (varón) y una madre (mujer).

Puestas así las cosas, parece coherente sostener que sí estamos dispuestos a consagrar jurídicamente las uniones de personas del mismo sexo, aunque no a equiparar dicha institución al matrimonio, ni menos a facilitar la adopción de hijos.

Matrimonio gay ¿estamos preparados?

Pablo Simonetti

¿Cómo hubiera sonado una pregunta como ésta en los tiempos de las luchas por la igualdad de las mujeres y de las minorías raciales? Las sociedades nunca están "preparadas culturalmente" del todo para cambios de esta magnitud. Éstos se llevan a cabo gracias a la voluntad política de sus líderes y no a un amplio consenso social.

La pregunta es, entonces, discriminatoria a priori. Lo que debemos acordar es qué hay que hacer para incluir a las personas de orientación sexual minoritaria, en toda su dignidad, con iguales deberes y derechos, con iguales oportunidades, a la convivencia nacional. Porque la diversidad del hombre es un bien aún mayor que la diversidad biológica que tanto nos gusta defender hoy. Porque los hombres y mujeres homosexuales contribuimos a la riqueza cultural y económica del país, y no somos lastres,  ni "situaciones de hecho que hay que regular", como se les oye decir a Frei y a Piñera. Porque no se trata de asegurar ciertos derechos en el espacio doméstico, como los que consagraría la unión civil, sino de afirmar la dignidad de un gran número de chilenos en el espacio público, haciéndolos parte de una identidad común. La unión civil significaría prolongar el trato que hemos recibido hasta ahora como ciudadanos de segunda clase, significaría continuar con la deslegitimación, sería crear un ghetto jurídico, sería reforzar la existencia de un ellos y un nosotros. Por esto, al decir "situaciones de hecho que hay que regular", lo que asoma es la cara más hipócrita y, por lo tanto, más peligrosa de la homofobia. Y a quien para disfrazar su miedo o su odio repite como loro el catecismo de la Iglesia Católica, perorando que el matrimonio "es" entre un hombre y una mujer, yo le pregunto por qué. El matrimonio es una institución jurídica que puede cambiar, como lo ha hecho en otros países, y no una institución metafísica inmutable. El Estado de Chile se debe a todos los chilenos y no a satisfacer los arranques disciplinarios de quienes buscan imponer su moral a los demás. El matrimonio civil debe representar los principios que abrazamos como nación. ¿Somos un país que valora la pluralidad como un bien y que cree en la igualdad de oportunidades? Ésta es la pregunta.

Alfredo Jocelyn-Holt

Alfredo Jocelyn-Holt

Historiador. Autor de la Historia General de Chile

No hay razones culturales que nos impidan aceptar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Hace rato que Chile se ha mostrado proclive a modernizarse; de ahí que no sea novedad para nosotros el que, por vías políticas y jurídicas, se pueda poner fin o reformen convenciones o instituciones alguna vez estimadas inamovibles por su carga tradicional. Cuando, por el contrario, nos hemos resistido a ciertos cambios y demandas, se ha generado una sensación de desubicación. Sentimos que estamos marchando desfasados frente a sociedades que consideramos modélicas, que la historia nos deja atrás, y que, más marginales que nunca, nos estamos quedando fuera del mapa. Suele olvidarse, pero nuestra inserción en el gran mundo siempre ha sido, primero que nada, cultural y política. Manifestarse a favor de una mayor globalización sin participar de todos sus influjos, en especial los culturales, suena por tanto a incongruencia y a falta de audacia.

Los únicos obstáculos que retrasan el reconocimiento del matrimonio gay son de tipo legal. Las bases para que estos obstáculos sean superados, sin embargo, están ya dadas. Actos homosexuales consentidos entre adultos no son delito. Nuestra legislación es por definición laica; criterios religiosos o convencionales estrictos ya no poseen la legitimidad que tuvieron en el pasado. Numerosos otros valores y garantías, como la libertad de conciencia, la igualdad de las personas independiente de su género, y el respeto a las minorías, han ido ganando terreno últimamente. En consecuencia, extender el matrimonio a personas de un mismo sexo, lejos de ser una innovación radical, hay que entenderlo como una manera de resolver contradicciones discriminatorias que todavía manifiesta nuestra actual legislación.

Si aún se dejan oír "ecos oscuros de declamaciones antiguas" (la frase es de Andrés Bello), es porque se avanza. El autoritarismo sigue pendiente. Podemos no ser plenamente modernos, pero hacia allá vamos.

César Barros

César Barros

Economista

Desde niños, el insulto más temido era el famoso mariquita.  Cualquier cosa que demostrara falta de coraje o de valentía podía ser tachado de marica. Para qué decir en los deportes. En el rodeo, cuando a  un jinete se le ve tímido en las quinchas, se dice que "va con el maricón al anca".

Desde que tuve entendimiento, me dijeron que había "ciertos caballeros". Con lo cual uno se criaba con un santo temor a "los caballeros". Grande fue mi sorpresa cuando en Stanford, al irme a matricular, entre muchos stands de conservadores, liberales, chicanos y otros grupos o sensibilidades, estaba orgulloso el stand del Stanford Gay Club. ¿Cómo se atreven?, pensé para mis adentros. En Chile los habrían apedreado. Y mayor fue mi sorpresa aun, cuando al acercarme, en vez de ver mariquitas, vi a fuertes y barbudos muchachotes con botas militares. Nada más alejado de las visiones estereotipadas de mi niñez.

Con la educación que tuvimos, es difícil para nosotros aceptar en la práctica -porque en el papel todo es posible- que un hijo o un amigo salga del clóset. O que en el Metro o en el cine, una pareja gay se acaricie o se bese en público. Nos produce rechazo y nos molesta. No será políticamente correcto decirlo, pero así es no más. Negarlo sería como tapar el sol con un dedo.  Así y todo, en términos intelectuales, creo que sería tremendo prohibirlo. Una vez tuve la media discusión con un pariente que quería meterlos presos a todos, como en el primer gobierno de Ibáñez.

También en alguna época se consideró que marchar con la bandera roja del PC era algo que merecía la cárcel y algo más. Y parece que hasta Hermógenes se allanó a verlos y soportarlos en forma estoica y silenciosa. Quizá llegó el momento en que tengamos que hacer la prueba con "los caballeros". Tener paciencia, aceptarlos y mirarlos en forma estoica y silenciosa.

Victoria Hurtado

Victoria Hurtado

Abogada. Profesora de la Escuela de Gobierno de la UAI

Todos los chilenos tenemos alguna referencia cercana a la homosexualidad por parentesco, amistad, trabajo o lo que sea. Genuinamente creo que la mayoría quiere desearles que tengan una vida plena y feliz y si eso pasa por reconocerles públicamente sus uniones civiles y posteriormente algún vínculo jurídico que les permita "auxiliarse mutuamente y vivir juntos" si así lo desean, creo que hay bastante acuerdo.

Ahora bien, algo ocurre cuando hay que articular públicamente este discurso. Saltan los peores prejuicios y muchas posturas se extreman. Ahí el país necesita darse cuenta de que el discurso público no tiene por qué ser tan distinto al discurso que se maneja a nivel privado. Pero ese tema en sí ya es harina de otro costal.

Acabo de ver un documental llamado Anyone and Everyone (tráiler en www.anyoneandeveryone.com), que trata de la vida de personas muy distintas -conservadoras, religiosas, ateas, liberales, etc.- que tienen algo en común: un hijo homosexual. En todos los relatos esta experiencia es vista como dolorosa y esto porque dicha opción se identifica con una vida difícil, marginal y discriminada, que nadie le desearía a su hijo. Qué diferente sería para esos padres saber que sus hijos serán aceptados socialmente. A esa dirección apunta el mundo moderno. Y pienso que Chile está sintonizando con esa tendencia, aunque falta aún un proceso de educación al respecto.

Para finalizar una anécdota: me encontraba en la cordillera del Maule acampando a los pies del Campanario, cuando inspirada por el paisaje se me ocurrió contarle largamente a uno de los arrieros de qué se trataba la película Secreto en la Montaña.

¿Y... qué le parece?, le pregunté al final de mi relato, esperando una reacción adversa.

"Parte de la vida no más pues", me respondió sin inmutarse. 

Definitivamente hay ciertos debates que contrastados con la realidad llegan a parecer ficticios.

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